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domingo, 8 de julio de 2012

Complica al mundo la falta de liderazgos

PARIS.- ¿Qué ha sucedido con el poder y el liderazgo en el mundo? ¿Quién lo ejerce? ¿Cómo y dónde se toman las decisiones que determinan el presente y condicionan el futuro del planeta? Muchos, entre ellos, expertos y ONG, tienen la sospecha de que, por momentos, el planeta es como un avión sin piloto que sigue una trayectoria de colisión. En unos pocos años, el mundo pasó de una entusiasta exaltación por el multilateralismo a las frustraciones más profundas provocadas por una suerte de vacío de poder en crisis agobiantes, como la debacle económica, el calentamiento global o la violencia en Siria. En ese vacío, los líderes políticos no consiguen imponerse en forma individual y, con frecuencia, tampoco son capaces de adoptar una decisión común, a pesar de que las circunstancias los acorralan y las soluciones son imperiosas. Tanto es así que algunos analistas ya llaman a esta época "el momento G-0". Hoy, el planeta se halla ante una situación inédita, donde las distintas sociedades intentan mantener vivas sus esperanzas de futuro y los gobiernos parecen incapaces de alcanzar acuerdos. Ese proceso de desaliento comenzó en 2008 con la crisis de las subprimes en Estados Unidos. Casi de inmediato, apremiados por la necesidad de dar respuestas, el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, y su homólogo estadounidense, George W. Bush, presentaron al G-20 como el principal mecanismo para coordinar una respuesta internacional a los problemas que aquejaban al mundo. Poco después, un flamante presidente demócrata llamado Barack Obama cristalizó el renovado entusiasmo de los progresistas del mundo, al evocar la necesidad de buscar respuestas multilaterales, de crear un sistema internacional que reflejara una nueva estructura de poder global. Muchos optimista llegaron a soñar con un Bretton-Woods. Pero en cinco años nada de eso se concretó. En este momento, Europa sigue debatiéndose contra una interminable crisis que podría arrastrar al resto del mundo, Medio Oriente ve agrietarse sus ilusiones democráticas, las instituciones multilaterales no consiguen dar respuestas adecuadas a sus desafíos, e incluso los tan cortejados países emergentes se sumergen también en la bruma de la incertidumbre. Después de un momento de intensa euforia, las "primaveras árabes" parecen un lejano recuerdo del pasado. Siria se desangra poco a poco en manos de una dictadura feroz -protegida por China y Rusia-, que aparentemente nadie consigue doblegar. Irán continúa practicando la política del "pito catalán" frente a Occidente en cuanto a su plan nuclear, mientras desafía cada vez más a Israel. Después de pagar un alto tributo al ideal democrático, Egipto acaba de poner su destino en manos de una presidencia islamista, mientras serias acusaciones de violación a los derechos humanos sacuden nuevamente a Libia en momentos en que realiza las primeras elecciones democráticas de su historia. Y mientras tanto, los liderazgos están ausentes. En China, los líderes del partido experimentan serias dificultades en controlar la transición política de ese gigante asiático y Estados Unidos se encuentra sumergido en otra campaña presidencial, agresiva y partidista, que paraliza la acción de gobierno y deteriora su capacidad de influencia internacional. Hasta el momento, la ONU se ha mostrado incapaz de poner fin a la violencia en Siria. Envío de observadores militares, conferencias a repetición. Bashar al-Assad sigue dirigiendo los destinos de su país. En 16 meses, la represión provocó más de 16.000 muertos, hay 100.000 refugiados en los países vecinos y 1,5 millones de personas necesitan desesperadamente ayuda humanitaria. El G-20 no ha tenido mucha más suerte. Si bien ese club de las 20 economías más importantes del planeta nunca fue un organismo de toma de decisión, con el tiempo terminó convirtiéndose en lo que vio el mundo en la ciudad mexicana de Los Cabos: una reunión en la que los líderes presentes firman un vago comunicado con la promesa de que harán lo posible para mejorar los problemas que aquejan al mundo, mientras aprovechan los pasillos de la conferencia para negociar cuestiones bilaterales. El Mercosur es otro ejemplo de interminable parálisis. Divisiones, decisiones sin consenso, ampliaciones polémicas, acusaciones mutuas, políticas comerciales y aduaneras intrincadas debilitan al bloque. No sólo la concertación política y económica parece haber desaparecido de la escena internacional. También se ha esfumado la preocupación por el futuro climático y la preservación del medio ambiente. Si bien intereses sectoriales y presiones políticas consiguieron poner freno a la toma de decisiones desde la primera cumbre organizada por las Naciones Unidas, este año la ausencia de numerosos líderes mundiales en la conferencia de Río+20 fue la prueba del enorme desapego que suscitan las cuestiones ambientales. Río+20 debía marcar un cambio fundamental en el tratamiento de la crisis del medio ambiente. Sin embargo, fue todo lo contrario. "No hubo ningún signo de voluntad política en ese sentido", reconoció con decepción Stephen Hale, vocero de la ONG Oxfam. "Mil millones de personas con hambre merecían algo mejor", sentenció. LOS BRICS A juzgar por la tendencia actual, la salvación tampoco vendrá de las economías emergentes. Alcanzados por la crisis mundial, los llamados Brics (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica) atraviesan serias turbulencias y comienzan a experimentar el impacto de la crisis. Según Goldman Sachs, ese grupo de países contribuyó a crear más del 50% del crecimiento global en los últimos tres años. Pero la reciente desaceleración de sus economías preocupa a los analistas. "En el actual contexto mundial, los riesgos aumentan para ese grupo de países. Brasil y la India son los mejores ejemplos. El primero parece haber regresado a sus viejos reflejos industrialistas e intervencionistas, mientras en la India el gobierno sigue siendo incapaz de imponer las reformas indispensables para reabsorber los déficits. En el caso de China, cada vez hay más evidencias de que la segunda economía mundial comienza a padecer también los efectos de la desaceleración de su crecimiento", afirma Maarten-Jan Bakkum, de Goldman Sachs. ¿Qué pasará entonces de aquí en adelante? Utilizando una ingeniosa expresión acuñada por Ian Bremmer, del Grupo Eurasia, el planeta parece hallarse ante un auténtico momento de "G-0". Ese término, que evoca el enorme cráter que dejaron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en el lugar que ocupaban las Torres Gemelas, ilustra bien la situación: la destrucción de activos y de valores morales que causó la crisis de 2008 es tan intensa que no sólo está provocando una década perdida, sino que está arrasando incluso la capacidad política de los dirigentes. Los más optimistas creen que, teniendo en cuenta la gravedad del desorden, las cosas en el futuro sólo pueden mejorar. El riesgo es que, como decía John M. Keynes, en el largo plazo estaremos todos muertos.

domingo, 10 de junio de 2012

Quiénes suenan detrás de las cacerolas

El ruido de las cacerolas me producía rabia e insomnio. Un banco se había quedado con mis ahorros, pero esa impotencia no alcanzaba para disipar mi bronca: no podía creer que nuestra veleidosa clase media saliera a la calle parar reclamar por el bolsillo cuando tantas veces había callado frente a la corrupción, los atropellos, la pobreza y tantas otras cosas graves que venían sucediendo desde hacía más diez años en la Argentina. Yo también releía en 2001 la vieja y ajada edición de El medio pelo de Arturo Jauretche, que había editado Peña Lillo. Hoy me avergüenza un poco haber incomprendido aquella protesta social contra el corralito. Los cacerolazos de estos días, cuando no caen en fascismos (como las agresiones perpetradas contra periodistas del canal oficial), son expresiones legítimas: los ciudadanos tienen derecho a patalear si el Estado les impide repentinamente buscar refugio frente a la galopante inflación que el mismo Estado generó. Me habría gustado, sin embargo, que estos mismos cacerolistas hubieran salido mucho antes a la calle para repudiar la manipulación de la justicia, la corrupción, la pobreza en un país que creció a tasas chinas, el avasallamiento de las instituciones y tantas otras cosas graves que vienen sucediendo desde hace nueve años en la Argentina. Los intelectuales del kirchnerismo, que ahora sienten repugnancia frente a las cacerolas, también guardaron silencio sobre estos pecados mortales de la política. La reacción de muchos de esos pensadores mediáticos del Gobierno careció de sutilezas e incluso frecuentó el malentendido en estos días. Buscó demonizar a la clase media, como si el asunto del dólar fuera una mera tilinguería, y el cepo cambiario dañara a una porción muy chica de la comunidad: sólo a la más pudiente. Es obvio que la propia Cristina Kirchner no los acompañó en esa caracterización. La magnitud del problema quedó oficializada esta semana cuando la mismísima Presidenta ordenó a los ministros que pesificaran, a su imagen y semejanza, sus ahorros en dólares. Nadie hace eso por un capricho de minorías. El cepo generó enorme desconfianza en la economía, paralizó la compraventa de casas y departamentos, puso nerviosos a miles de empleados inmobiliarios y, lo más importante, frenó en seco muchísimos proyectos de edificación y urbanización en la Capital y el Gran Buenos Aires, donde es tradición que esa actividad se encuentre dolarizada. Al no haber financiamiento, los constructores no construyen. En pocos meses, miles y miles de albañiles podrían no tener trabajo. Y a esto, por supuesto, habría que agregar el efecto de la desaceleración: en muchas provincias apenas pueden pagar los sueldos estatales y los medios aguinaldos; las obras públicas dejaron de ser prioridad. Las cajas están exhaustas y no pueden ser usadas en los momentos en que más se las necesita. No se puede hacer keynesianismo después de un despilfarro. El asunto trae malos presagios: más albañiles sin empleo. Es también la clase media la que impulsa el consumo, pilar fundamental del modelo. Cuando los pequeños burgueses advierten que no vendrán buenos tiempos, se retraen en sus compras. Amarrocan lo que pueden. Los miembros de las clases menos privilegiadas viven de los grandes y medianos consumidores. Y son blanco directo de la inflación, que no se ha detenido a pesar del enfriamiento económico. El consumo ya cayó un 2,4% en la canasta básica. Se entiende muy bien la preocupación que existe en el gabinete nacional por la situación de las villas de emergencia: allí el 90% es gente honrada y la mayoría de los hombres trabaja en el gremio de la construcción. Son los proletarios, los marginados, los descamisados quienes más sufren esta coyuntura. Aunque las cacerolas, ni siquiera tan populosas, suenen en la lejanía. Desempolvar a Jauretche para burlarse de esa clase social puede llevar a un equívoco que aún rebota en nuestra memoria: el "impuestazo" de la Alianza. "No vamos a tocar a los que menos tienen", fue la consigna. Tocaron entonces a los que podían ahorrar y consumir. El resultado no tardó en sentirse, y con rigor. Los afectados dejaron de comprar, los comercios suspendieron a empleados, las fábricas bajaron la producción y echaron a los operarios, y la espiral de la recesión fue acentuándose. La teoría del derrame es imperfecta en las ganancias, pero es inexorable y letal en las pérdidas. Hay en todas esas elucubraciones ilustradas un sesgo paradójicamente pequeño burgués. Una mirada distorsionada y prejuiciosa sobre la propia clase media y también sobre los segmentos más humildes. Eso se ve dramáticamente en el caso de la inseguridad, principal preocupación de la sociedad argentina. El orden, escriben algunos intelectuales progresistas, es una preocupación de la derecha. Por lo tanto, un gobierno progresista puede desatender ese flanco. Ningún sector es más duramente golpeado por la delincuencia que la clase trabajadora, y los gobiernos marxistas han sido implacables en su búsqueda de una sociedad segura. Consumo, construcción, empleo, seguridad. Esas palabras no son de izquierda ni de derecha. Son palabras dictadas por la realidad más pura. Salvo en la política de seguridad, donde fracasó estrepitosamente, el kirchnerismo fue exitoso por ser realista y por no ignorar esos vocablos. Tengo fe en que esta vez no será la excepción. De lo contrario, pronto diremos, tristemente: "Qué bien estábamos cuando creíamos que estábamos mal".

viernes, 25 de mayo de 2012

El divorcio será millonario y vertiginoso

Por Luisa Corradini | LA NACION PARIS.- ¿Cuánto costará el "Grexit", es decir la salida de Grecia de la zona euro? La respuesta a esa pregunta es: entre 150.000 y 350.000 millones de euros, según estimaciones realizadas por economistas especializados y gobiernos de la región. Pero no es todo. Si Atenas abandona el euro para reemplazarlo por el dracma, que sufriría una devaluación de 50% a 60%, el país experimentaría una brutal recesión con una abrupta caída del PBI de 15% y una inflación de 30%. Un golpe de esa naturaleza desangraría a las instituciones multilaterales que financiaron los planes de rescate acordados desde 2010, pero sobre todo sería un mazazo para los otros 16 países de la zona euro, teniendo en cuenta la feroz desaceleración económica que afecta a toda Europa (ver aparte). Las simulaciones que circulan en gobiernos, ministerios, bancos y fondos de inversiones muestran que todos los actores políticos y económicos se preparan febrilmente para un posible big one de la zona euro provocado por la salida de Grecia. A pesar de las instrucciones de secreto impartidas por Bruselas, la Unión Europea (UE) también terminó por admitir que los países de la unión monetaria preparan planes de emergencia para el caso de que Grecia abandone la moneda única. El Banco Central Europeo (BCE), por su parte, puso en funcionamiento una célula encargada de estudiar los diversos escenarios de crisis. Esa war room, que funciona en la sede de vidrio y cemento del BCE, en Fráncfort, fue confiada al alemán Jörg Asmussen, miembro del directorio y ex consejero del ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schäuble. Alemania y Finlandia reconocieron que trabajaban en un escenario de esa índole y hasta el Bundesbank consideró en su último informe mensual que la salida de Grecia era una hipótesis "manejable". Esta es la primera vez que los planes de contingencia incluyen estimaciones cifradas sobre el costo que tendría el "Armagedón", como empiezan a decir los analistas cuando aluden a la salida de Grecia. La alternativa ideal sería un "divorcio de común acuerdo", que tendría un costo de 50.000 millones de euros, sobre todo para la UE y el FMI. Pero esa hipótesis no entusiasma demasiado a los actores políticos griegos que son partidarios de una "ruptura completa". En la práctica, el cambio de signo monetario equivaldrá a un default. Eso significa que -en el mejor de los casos- Grecia suspenderá sine die el pago de la deuda y, en la peor de las hipótesis, dejará de "honrar su firma", como se dice en la jerga bancaria. Los primeros afectados por la Grexit serían la Comisión Europea, órgano ejecutivo de la UE, y el FMI, que entre ambos prestaron 73.000 millones de euros en los diferentes programas de rescate acordados al gobierno de Atenas de 2010. El Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), creado especialmente en 2010 para acudir en ayuda de Grecia, perdería en ese huracán financiero 40.000 millones de euros. EL COSTO PISCOLÓGICO El BCE atesora en sus arcas títulos de la deuda griega, comprados sobre todo en el mercado secundario, por valor de 45.000 millones de euros. Esos bonos probablemente se convertirán en papeles tan valiosos como los títulos del empréstito ruso de 1906, repudiado por los bolcheviques en 1918. Otros bancos centrales, incluyendo el de China, acumularon bonos por 11.000 millones. A esa cifra es preciso agregar los 62.000 millones de euros que poseen todavía los bancos privados y que, en caso de default, deberán pasar a "pérdidas y ganancias" o reducir su valor a una suma insignificante. El costo total de la salida de Grecia sumaría unos 335.000 millones de euros, cifra equivalente al PBI de Bélgica. Las simulaciones preparadas hasta ahora son incapaces de cifrar los daños colaterales que causaría esa decisión: la repercusión psicológica que tendría para los 311 millones de habitantes que quedan en la zona euro, el riesgo de un auténtico efecto dominó sobre los países más endeudados -España, Portugal, Irlanda, Italia e incluso Francia- y, sobre todo, la posibilidad de una corrida bancaria. DOBLE SUICIDIO EN GRECIA ATENAS (EFE).- Una llamativa nota apareció anteayer en un sitio web para músicos griegos. Era un mensaje de despedida, el anticipo de un doble suicidio que conmovió a toda Grecia. Una nueva postal en un país donde, por día, entre dos y tres personas se quitan la vida como consecuencia de la crisis económica. Antonio Perris, un músico de 60 años, se tiró de la terraza de su edificio agarrado de la mano de su madre, de 90. Ambos, que vivían juntos allí, perdieron la vida. Perris contaba en la nota que su madre sufría de Alzheimer, esquizofrenia y otros problemas de salud. "El problema es que yo no estaba preparado y no tenía efectivo cuando se produjo de repente la crisis económica. A pesar de tener propiedades y haber vendido todo lo que pude, me quedé sin dinero y ya no tengo para comer", expresó en la página Stixoi.info. "¿Alguien conoce alguna solución?", se preguntó.

martes, 22 de mayo de 2012

Temen en Grecia un caos sin el euro

Es otro día gris en Atenas, gris como el humor de los griegos. No hay corridas bancarias ni pánico, pero en el ambiente reina un clima de gran tensión. El fantasma del tan temido "Grexit", la salida de Grecia de la eurozona , que podría darse si en las elecciones del 17 de junio triunfa la izquierda radical que rechaza el plan de ajuste acordado con la Unión Europea (UE) y el FMI, está más presente que nunca. Y el denominado "dracmageddon" -término acuñado hace unos meses por una radio local que trata de tomar con humor esta crisis que ya lleva dos años- sintetiza el temor de la gente a caer en esa apocalíptica dimensión desconocida. Cuando falta menos de un mes para las cruciales elecciones parlamentarias que se han transformado en un virtual referendo a favor o en contra de la permanencia de Grecia en la eurozona, la incertidumbre es total. Algunas encuestas dan por vencedor, con más del 21%, al partido a izquierda radical Syriza, del joven Alexis Tsipras, la gran revelación del momento. Otros indican que ganará por un punto el partido de centroderecha Nueva Democracia, de Antonis Samaras, que sería votado no por convicción, sino por descarte, por quienes temen un "Grexit" si triunfa la izquierda. En ese caso, una salida de Grecia del euro para muchos sería devastadora, sobre todo para un país como Grecia, que no tiene materias primas y es muy dependiente de las importaciones (entre el 80 y el 90% de la energía y de los bienes alimenticios llegan desde afuera) y que arrastra una deuda inmensa. El primer problema sería un derrumbe de la nueva y vieja moneda, el dracma. Tomando como referencia el default argentino, se habla de una devaluación de entre el 60 y el 70%. Y el gobierno se vería obligado a un inmediato bloqueo de los capitales para frenar el colapso. Aunque hay quienes, además, avizoran algo mucho peor: caos, anarquía, saqueos, violencia social, al mejor estilo de la Argentina en 2001. Con tropas en la calle, fronteras cerradas y con la policía sin la nafta suficiente como para salir a patrullar... "Tengo miedo. Si Grecia sale del euro, voy a tratar de irme de la eurozona", confiesa a LA NACION María Topalova, una periodista búlgara que vive hace más de diez años en Grecia, directora ejecutiva del sitio web GreekReporter, con diez empleados. "Tengo miedo a un aumento de la criminalidad que ya existe, de no poder mandar más a mi hijo de diez años a un colegio internacional, porque mucha gente ya no podría pagar la cuota. Miedo a estallidos de violencia", afirma esta mujer separada, que vio reducir drásticamente sus ingresos por el aumento de los impuestos. "Por eso estoy pensando en irme del país, donde nació mi hijo y donde en 2005 me compré una casa gracias a los créditos que otorgaban en la época de optimismo de los Juegos Olímpicos... Pero ahora no hay futuro", dice Topalova. Anastasia Stadoris, docente de 40 años, también cree que puede pasar cualquier cosa. "La bronca que tienen los griegos se está canalizando con las elecciones del 6 de mayo y con las que vamos a volver a tener el 17 de junio, así que no creo que va a haber estallidos sociales graves. Pero si llega a haber un corralito como tuvieron en la Argentina, si a los griegos no nos dejan sacar el poco dinero que nos queda del banco, seguro va a haber caos", vaticina. Dennis Sofianopulos, un desempleado como el 21% de los 11 millones de griegos, no tiene dudas. "Si volvemos al dracma, estamos muertos, sería el desastre", afirma. De 45 años, ex camionero y ex dueño de una tienda de música, Dennis se las rebusca haciendo changas. Vive en un hospedaje comunal para los sin techo porque perdió la casa de su familia. "Mi hermano la vendió y se fue a vivir al exterior, dejándome sin nada", cuenta. CLIMA DE MIEDO Para Evel Setomakis, profesor en una escuela norteamericana, de 52 años, el término "dracmageddon" tiene sentido. "Mucha gente estaría shockeada por una vuelta al dracma, muy alterada, pero creo que todavía nos quedan dos o tres años para que haya un estallido social violento... Estamos mal, pero todavía no tocamos fondo. Sí, hay jóvenes que tiran piedras en las manifestaciones, pero nadie quiere salir a pelear. No veo escenarios de guerra civil", opina. "Es más, me parece que es la troika la que crea este clima de miedo ante una posible salida del euro, para dañar a la izquierda radical que rechaza los planes de ajustes y para favorecer a los partidos de derecha y centro -acusa Setomakis-. No se puede predecir el futuro, pero si dejamos la UE, no me sorprendería, y si nos quedamos, tampoco. En cualquier caso, los griegos vamos a estar mucho peor." Dimitris Catisis, un pequeño empresario de 37 años, dueño de un hotel, una cafetería y un restaurante, no les teme ni al "dracmageddon" ni al "Grexit". "Con dos millones de desocupados, nueve de cada diez empresas cerradas, 1800 suicidios por la crisis, los jóvenes que sobreviven gracias a sus familias y que apenas terminan la universidad enseguida sacan su pasaporte para irse, el 30% de los griegos viviendo debajo del umbral de la pobreza ¿qué otro caos podría venir?", pregunta. "Salir del euro sería mejor para los griegos", agrega, al contar que por culpa de la moneda única pronto deberá cerrar uno o dos locales, porque tiene deudas por 40.000 euros. Frente al árbol de la plaza Syntagma que se convirtió en un monumento-símbolo de esta crisis (el 3 de abril pasado se suicidó allí Dimitris Christoulas, un jubilado de 77 años), Vasilis, un estudiante de economía de 22 años, es el fiel reflejo del escepticismo total de muchos jóvenes. Un anarquista, no votó en las últimas elecciones ni va a votar porque, según cree, "nada va a cambiar". Mientras le muestra a su novia ese "árbol del suicidio", destino de peregrinación para muchos griegos, admite que lo único que lo asusta de una vuelta al dracma es que le falten medicamentos. "Soy diabético y tengo que darme cuatro inyecciones por día. La comida la podemos robar en los supermercados, pero necesito de mis medicamentos... Y si no los consigo, entonces sí, sería un «dracmageddon»", dice Vasilis

martes, 15 de mayo de 2012

El sombrío pronóstico de Krugman: un corralito

NUEVA YORK.- El premio Nobel de Economía y columnista estrella de The New York Times Paul Krugman vaticinó que Grecia abandonará el euro "muy probablemente" en junio, y ve posible el fin de la zona euro meses más tarde si Alemania no acepta una profunda revisión de la estrategia contra la crisis. En un brevísimo artículo titulado "Eurodämmerung" ("El ocaso del euro"), que fue publicado ayer en el blog del economista norteamericano en The New York Times, Krugman describe las cuatro fases que a su juicio llevarán a este "final del juego". 1. "Salida griega del euro, muy posiblemente el próximo mes", prevé Krugman, mientras los líderes de los partidos de ese país siguen sin alcanzar un acuerdo para formar gobierno, que de no producirse llevará a una nueva convocatoria a elecciones, en junio próximo (ver aparte). En caso de que se cumpla esta posibilidad, en su opinión y la de otros, como el Der Spiegel o incluso el Financial Times, el pánico se extendería al resto de la zona euro. La siguiente etapa de la debacle de la moneda única sería una corrida bancaria en España e Italia: 2. "Cuantiosas retiradas de fondos de los bancos españoles e italianos, a medida que los depositantes tratan de llevar su dinero a Alemania", dice Krugman. Esa sangría de depósitos se frenaría con la imposición de un eventual "corralito". 3a. "Tal vez, sólo posiblemente, se impongan controles de facto, con los bancos prohibiendo transferir depósitos fuera del país y limitando la retirada de dinero en efectivo". Esas restricciones bancarias estarían acompañadas de un auxilio financiero del bloque. 3b. "Alternativamente, o tal vez a la vez, el BCE (Banco Central Europeo) realizará fuertes inyecciones de crédito para evitar el derrumbe de los bancos", especula Krugman. 4a. "Luego, y para salvar el euro, Alemania tiene una elección. Aceptar indirectamente los reclamos que se hacen sobre Italia y España (además de realizar una drástica revisión de su estrategia) básicamente, para darle a España alguna esperanza. Además, poner en marcha garantías a la deuda para mantener bajos los costos de endeudamiento y permitir una mayor inflación en la eurozona para posibilitar el ajuste de precios relativos. O, de lo contrario... 4b. "Fin del euro". Feroz crítico de las políticas de austeridad impulsadas por Alemania y Francia, Krugman concluye: "Y estamos hablando de meses, no de años, para que esto ocurra".

Dramático pedido de ayuda de España

Por Adrián Sack | Para LA NACION MADRID.- En uno de los peores días en los mercados desde que comenzó la crisis y más cerca que nunca de necesitar un rescate financiero externo, España lanzó ayer un urgente y dramático pedido de ayuda a la Unión Europea (UE). "Hemos hecho todo lo que teníamos que hacer desde el punto de vista de un nuevo gobierno que lleva cuatro meses [.]. Ahora necesitamos la cooperación de toda la zona euro y una respuesta conjunta", dijo el ministro de Economía español, Luis De Guindos, a sus pares del Eurogrupo, en una reunión de ministros de finanzas del bloque dominada por el deterioro de la situación financiera del continente y el posible abandono de la moneda común por parte de Grecia. Presionado por un nivel de riesgo país que ayer, en España, se acercó peligrosamente a la barrera psicológica de los 500 puntos, el funcionario reclamó a la Eurozona una "respuesta conjunta". La solicitud del ministro apuntaría a un mayor respaldo del Banco Central Europeo (BCE) en la compra de deuda española, debido a que la drástica reforma financiera anunciada por el Palacio de la Moncloa el viernes pasado no logró frenar la fuga de capitales en la reapertura de los mercados tras el fin de semana. El paquete de medidas, que incluye un fuerte aumento de provisiones de los bancos españoles para reactivar el crédito interno, sólo pareció incrementar la desconfianza en la banca para afrontar estos compromisos. En la Bolsa de Madrid, que ayer cayó un 2,66%, el sector bancario sufrió un fuerte revés. Bankia, la entidad que debió ser nacionalizada por el gobierno la semana pasada para evitar su colapso, lideró las caídas con un nuevo y fuerte desplome del 8,93%. Sin embargo, De Guindos negó que la reforma financiera tuviera vinculación con la negra jornada bursátil de ayer. En cambio, atribuyó esas fuertes turbulencias a la situación de inestabilidad política en Grecia (ver aparte). "Europa está viviendo en estos momentos complejos, de encrucijada, especialmente en relación con el tema griego... y es allí donde efectivamente tenemos que tomar decisiones", dijo el ministro, que apuntó a Atenas como el epicentro de la incertidumbre regional en los mercados de capitales. "Grecia tiene que dar una respuesta desde el punto de vista de los compromisos, que son una contrapartida de una financiación que ha ido recibiendo", subrayó, tras considerar el fuerte repunte del riesgo país en España como un efecto "bastante generalizado" y sin estricta vinculación con la gestión de su gobierno. En ese sentido, ayer también el esperado informe anual del banco BBVA fue lapidario con la situación de la economía europea, aunque destacó especialmente el estado crítico en el que se encuentra España. En el informe, que fue presentado ante la Comisión Nacional del Mercado de Valores de Estados Unidos (SEC), el segundo banco de España califica las "tensiones financieras" en Europa como "peores" que aquellas que siguieron a la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008. El BBVA dijo que la tensión se debe al incremento del costo de la financiación de gobiernos y bancos, así como del crédito internacional. Pero, al mismo tiempo, vinculó estos cortocircuitos con la debilidad actual de la economía del bloque. "La actividad económica en Europa está en un camino claro de desaceleración. Algunos países de Europa, incluida España, tienen la deuda soberana o el déficit fiscal relativamente grande, o ambos, lo que ha llevado a tensiones en los mercados internacionales de capital de deuda y el mercado de préstamos interbancarios y la volatilidad del euro", señala. En ese contexto, reclamó nuevas medidas para España y consideró la intervención del BCE en la compra de deuda como una maniobra "para ganar tiempo", pero que no soluciona el problema de fondo, que es la incertidumbre de los mercados sobre su estabilidad. España también se vio sacudida ayer por las declaraciones del premio Nobel de Economía Paul Krugman, que desde su blog vaticinó que Madrid podría sufrir una fuga masiva de depósitos de su sistema bancario, hasta el punto de forzar a su gobierno a aplicar una medida similar al "corralito" argentino de 2001 (ver aparte). Esta dura predicción fue inmediatamente rechazada incluso por la principal fuerza de la oposición, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). "No creo que esto suceda. Y además es responsabilidad de todos evitar que eso ocurra", dijo la secretaria de Economía del PSOE, Inmaculada Rodríguez-Piñero. No obstante, ayer, el recientemente nacionalizado Bankia, cuarta entidad crediticia del país y verdadero caso testigo de la crisis bancaria, vio cómo se agravaba la fuga de pequeños inversores y ahorristas. Sólo ayer, la sociedad Bankia Bolsa vendió más de tres millones de títulos del banco, por un valor total de 5,47 millones de euros. Las acciones de Bankia se derrumbaron un 49,8% desde el comienzo de la crisis, y la mayoría de los analistas coinciden en que su cotización continuará bajando en los próximos días. Este descenso reafirma no sólo el fracaso de la nacionalización de la entidad, sino también la incertidumbre sobre la salud de un sistema financiero al que se le agotan las opciones para sanearse sin acudir a fondos europeos.

lunes, 14 de mayo de 2012

Los efectos dramáticos de las finanzas europeas

ROMA/ATENAS (DPA).- Desempleado desde hace meses, un albañil de 56 años padre de cuatro hijos se quitó la vida en Nápoles. En Cerdeña, un pequeño empresario de la construcción puso fin a su miseria tras tener que despedir a sus propios hijos. En Italia, apenas pasa un día sin que se conozca un suicidio que tiene como trasfondo el endeudamiento y la crisis económica. Son sobre todo pequeños empresarios del próspero norte de la tercera economía europea los que no encuentran otra salida. Algo parecido ocurre en Grecia, donde la tasa de suicidios aumentó dramáticamente en los últimos años. En ninguno de los dos países hay estadísticas concretas sobre las causas de los suicidios. Pero aun cuando no hay cartas de despedida, el aumento de este tipo de muertes -de un 20% en ambos países- es un barómetro de la crisis. Los empresarios se ven obligados a esperar que las endeudadas administraciones les paguen por sus servicios o mercancías. Entonces, no pueden pagar sus créditos. En Grecia, la presión fiscal aumentó considerablemente, al igual que el desempleo en medio de la recesión. Y son muchos los que se ven sometidos ahora a la presión del gobierno para que paguen los impuestos que deben. En Italia, la asociación de contribuyentes Federcontribuenti recurrió a la fiscalía por esta "masacre social": quieren que se investiguen las causas sociales de decenas de casos de suicidio desde principios de año. Sólo en Génova hubo un 5% más de suicidios en estos cuatro meses que en el mismo período del año pasado. En Grecia, "la cifra de suicidios creció alrededor de un 20% en los últimos tres años", dijo el psiquiatra Vassilis Kontaxakis. En tanto, el ministro de Salud, Andreas Loverdos, habló hace semanas de un aumento de hasta el 40%, aunque no es fácil saber si es sólo por la crisis financiera.

jueves, 10 de mayo de 2012

Una solución contra el hambre

Para los cientos de miles de argentinos que sufren hambre hay hoy una noticia alentadora. La Fundación Banco de Alimentos de Buenos Aires, que ha sido pionera en el país porque hizo su primera entrega en abril de 2001, va a operar ahora, siempre en su tradicional sede de San Martín, provincia de Buenos aires, en un nuevo depósito que triplica en metraje al que ya tenía. Como muchas veces lo hemos destacado desde estas columnas, los bancos de alimentos han nacido en el mundo no sólo para paliar el sufrimiento de miles de personas que padecen hambre, sino también para ser el nexo fundamental entre el desperdicio de alimentos en buen estado y el hambre. Ofrecen, entonces, un método excelente para aliviar ese flagelo a escala, y representan una respuesta coordinada que compromete tanto al Estado como al sector privado y a la sociedad civil. Paralelamente, contribuyen con su presencia a fortalecer el desarrollo de organizaciones comunitarias a través de programas de alimentación, capacitación laboral y educación nutricional. Este es, además, un modelo que se adapta a distintas culturas, geografías y economías. En la Argentina existen actualmente 15 bancos de alimentos distribuidos a lo largo de toda nuestra geografía, agrupados por la Red Argentina de Bancos de Alimentos. Gracias a esta red invisible para muchos pero esencial, en 2010, por ejemplo, se distribuyeron 5,8 millones de kg de alimentos entre 1145 organizaciones, que redujeron el hambre de 176.000 personas. Como es previsible, una labor tan valiosa requiere de constante apoyo para sortear los múltiples obstáculos cotidianos. Por ello, la red participa ahora de un proyecto nacional junto con otras importantes organizaciones -Cesni, Conin, Cáritas, por mencionar sólo algunas de las más conocidas-, cuyas largas y valiosas trayectorias en cómo mejorar las condiciones nutricionales argentinas, confluyen en el programa "Nutrición 10 Hambre Cero". Lanzado en agosto del año pasado, dicho horizonte contribuye a reducir hasta suprimir la desnutrición y malnutrición infantil en nuestro país. Por ello es tan importante destacar este paso adelante que da hoy la Fundación Banco de Alimentos de Buenos Aires. El nuevo depósito, además de aumentar notablemente la cantidad de espacio para almacenar alimentos, implica la construcción de un área de 200 metros cuadrados para clasificación de alimentos, equipada especialmente y con temperatura controlada. La mudanza al nuevo predio -concretada gracias al apoyo de la Fundación Internacional Carrefour- permitirá dar respuesta a más organizaciones comunitarias que hoy están en lista de espera para ingresar en la red. Junto a sus miles de voluntarios, el Banco sigue siendo el símbolo de una solidaridad que se manifiesta de manera muy concreta. La sociedad argentina, con su presencia en esta fundación, demuestra también que está cada vez más madura para asumir responsabilidades. Es de esperar que, desde el Estado, haya también una respuesta igual y se sancione definitivamente una ley nacional, la postergada ley del buen samaritano, que promueva la donación de alimentos. Así, se cerrará un primer círculo virtuoso

lunes, 20 de febrero de 2012

Las lecciones del "milagro" alemán

Por Laura Lucchini | Para LA NACION
BERLIN.- La prensa lo define como el "milagro alemán del empleo", pero los expertos prefieren hablar del resultado de una política valiente. Visto desde afuera, es por lo menos una anomalía: con Europa azotada por la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, Grecia al borde del abismo y España e Italia prácticamente de rodillas, en Alemania no sólo la economía crece, y crecerá a pesar de todo también en 2012, sino que el empleo está marcando los mejores resultados de los últimos 20 años. Pero, aun así, los críticos dicen que es una farsa.

Los últimos datos confirman que España es la oveja negra del Viejo Continente, con una tasa de desempleo del 22,85%. Pero tampoco al resto de los países industrializados le va particularmente bien: en total son 45 millones los que actualmente están sin trabajo. En 2007, antes de la crisis de las hipotecas subprime , eran "sólo" 29 millones los desempleados en los países desarrollados. Estos son los resultados de un reciente estudio elaborado por la Organización Internacional del Trabajo que demuestra, entre otras cosas, que sólo en Alemania y Austria el mercado laboral se mueve en dirección opuesta.

Alemania en particular tiene en la actualidad una tasa de desempleo de alrededor del 6,6%, es decir que menos de tres millones de personas están sin trabajo en un país de más de 81 millones de habitantes. Es el mejor dato desde 1991. En enero de este año el numero de empleados siguió aumentando, tanto que se habla de "milagro" de la ocupación.

¿Cómo fue posible? Hasta 2005 Alemania era vista como "el país enfermo" de Europa, por tener una tasa de desempleo del 12,5%, en particular debido a las consecuencias de la reunificación y a la necesidad de convertir al capitalismo la economía socialista de Alemania del Este. Desde entonces, la tasa de desempleo se redujo prácticamente a la mitad.

Los expertos afirman que es el resultado de la puesta en marcha, en la década pasada, de difíciles pero necesarias reformas en el sector laboral. Por esta razón, Klaus.F. Zimmerman, director del Instituto para el Futuro del Trabajo (IZA), prefiere no hablar de "milagro". Se trata, dijo Zimmerman a LA NACION, del resultado de una "política valiente, a la que contribuyeron en particular acuerdos acerca de los sueldos estipulados entre las partes y que fueron medidos y orientados a la creación de empleo".

Lo que ocurrió en Alemania, según Zimmerman, fue sobre todo un cambio de mentalidad. Un cambio que, según él, también debería producirse en España, Grecia e Italia.

"En Alemania las empresas empezaron a cambiar la forma de planificación del personal. En los momentos de crisis ahora no despiden a los trabajadores, porque las fuerzas de trabajo especializadas en todo el país son escasas. También mantienen el personal cuando la situación económica se hace crítica", afirmó.

MINIJOBS

Una de las iniciativas del gobierno para flexibilizar el mercado laboral fue la introducción de los así llamados "minijobs", trabajos con horario reducido que permiten ganar hasta 400 euros al mes y que se combinan con una ayuda financiera del Estado. No permiten hacer aportes a la caja de seguridad social y no están sujetos a impuestos. Desde que fueron introducidos, unas 7,3 millones de personas trabajan con esos contratos. Además, se introdujeron nuevos contratos de tiempo parcial o de rotación de personal.

Según Zimmerman, estas formas flexibles de trabajo "permiten tener acceso a sueldo y alimentos a quienes de otro modo no podrían. Justamente el trabajo con horario reducido ha sido valorado como una puerta de ingreso al empleo". Y aclara: "Naturalmente hay errores y abusos que se tienen que corregir".

Sin embargo, Marc Schietinger, de la Fundación Hans Böckler, un centro de estudios cercano a los sindicatos, criticó estos "minijobs" al señalar que "a largo plazo generan un estrato de población condenado a vivir con poco, ya que su jubilación también será muy baja". Según Schietinger, estas formas de trabajo deberían hacerse menos atractivas, "porque son simples instrumentos para el «dumping» salarial".

No hay dudas de que al milagro alemán también le queda un lado oscuro. Primero, la imposibilidad endémica de llegar a un acuerdo acerca del salario mínimo. Segundo, la parálisis de los sueldos, que siguen siendo bajos comparados con el resto de la Europa sana y que se mantuvieron congelados durante años. Además, sólo el 2% de las mujeres ocupan posiciones de mando, es decir, un nivel inferior no sólo al norte sino también al sur de Europa, y a la par de la India.

Por último, la distribución del empleo sigue siendo muy dispar entre el este y el oeste del país, y el caso de Berlín es emblemático: aquí la tasa de desempleo es del 12 al 13%.

lunes, 23 de enero de 2012

Creció la ayuda social, pero persiste un 25% de pobreza

Por Marcelo Veneranda | LA NACION
A una década del estallido social de 2001, el Estado multiplicó los programas sociales, que, sólo en el caso del plan Asignación Universal por Hijo y la entrega de jubilaciones a quienes no tenían aportes, alcanzan hoy a más de 5,5 millones de personas. Esto, sin contar un entramado de planes que se superponen sin información oficial precisa. Pero este aumento del presupuesto social y del crecimiento de la economía a "tasas chinas" no ha conseguido que deje de persistir un núcleo duro de pobreza, que está entre el 20 y el 25% de la población. Los expertos le ponen un nombre a este escenario: la Argentina "dual".

Para dos reconocidos centros de investigación, el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica y SEL Consultores, la persistencia de un núcleo duro de pobreza se comprueba al medir las condiciones de hábitat, educación, situación laboral y alimentación, entre otras variables.

A fines de 2001, con el 38% del país sumido en la pobreza (ese porcentaje trepó al 57,5% en octubre de 2002 y a partir de allí empezó a caer), la Alianza intentó evitar el estallido social entregando 300.000 planes Trabajar. Lo que no pudo el gobierno de Fernando de la Rúa tampoco lo logró Eduardo Duhalde, quien, apenas un año después, distribuía más de dos millones de planes Jefes y Jefas de Hogar.

Una década después de las cacerolas y los muertos de 2001 la pobreza se mantiene en el orden del 20 al 25%, lo que representa unos 10 millones de argentinos.

Tras la recuperación económica que, de 2003 a 2011, llevó el PBI nacional de 127.000 millones de dólares a más de 440.000 millones. En vez de disminuir por el crecimiento a "tasas chinas" de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, los planes sociales se multiplicaron. Con una paradoja: según los estudios que emplean los índices oficiales no alterados por la intervención del Indec, el "núcleo duro" de la pobreza persiste. No por casualidad más de cinco millones de hogares hoy siguen sin tener una red cloacal o el servicio de gas en red (de lo que se informa por separado).

Para el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA y SEL Consultores, de Ernesto Kritz, la paradoja tiene un mismo nombre: la persistencia de una "dualidad estructural" o, a secas, de un "país dual", donde la desigualdad no cedió terreno y un cuarto de la población quedó atrapado en un "núcleo duro" de pobreza, "a pesar del crecimiento económico, la recuperación del empleo y del salario real de los trabajadores formales" y la multiplicación de planes sociales y ocupacionales.

"Se ha mantenido vigente un orden económico y social que ha impuesto barreras estructurales a la superación de la dualidad que atraviesa la sociedad argentina", sostuvo el director del ODSA, Agustín Salvia, en un balance del período 2004-2010 publicado por la UCA.

Para Kritz, esa situación involucra hoy entre 8 y 10 millones de personas. "El balance es dual, porque entre un 20 y 25% de la población ha emergido de la pobreza y se ha incorporado [o reincorporado] a la clase media baja desde el pico de la crisis; pero cerca de un cuarto de la población permanece en estado de privación no obstante los ocho años de elevado crecimiento."

Lo preocupante es que, en el balance de la década, ambos investigadores coinciden en que 2007 volvió a marcar una bisagra en los índices de creación de empleo y mejora social del país, que no se revirtieron con la recuperación económica de 2009. A similares conclusiones llegan otros investigadores más próximos al Gobierno, como Javier Lindenboim, director del Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo, de la UBA, que pone en duda la disminución de la pobreza que continuó reflejando el Indec -intervenido desde 2007- en los últimos años, a pesar del "exiguo" crecimiento del empleo.

Los números del Indec asombran por su optimismo: a pesar del freno económico de 2007, sumado a la inflación y la crisis internacional de 2008, la pobreza, según el organismo controlado por Guillermo Moreno, pasó de 23,4% (primer semestre de 2007) a 8,3% en 2011. La indigencia, a su vez, cayó del 8,2 al 2,4%.No opinan lo mismo las consultoras privadas y los centros de investigación social que muestran cifras superiores a las oficiales.

¿Qué pasó, en cambio, con el gasto social? Según un estudio de la Fundación Siena, el presupuesto 2012 eleva al 60% el gasto social (303.028 millones de pesos) y destina las mayores subas a las jubilaciones y planes sociales (39% más que en 2011).

LA NACION intenó sin éxito consultar de este tema a los Ministerios de Desarrollo Social y Trabajo y a la Anses. Sin embargo, los datos oficiales a los que se pudo acceder muestran un aumento significativo de la cantidad de beneficiarios de planes sociales en la última década.

En 2001, había 300.000 planes Trabajar que dieron paso a dos millones de personas del plan Jefes y Jefas de Hogar. En 2009 se sumaban a los planes alimentarios y los programas provinciales y municipales unas 8 millones de personas.

Luego de la derrota electoral de 2009, el kirchnerismo creó el Plan Argentina Trabaja que originalmente estaba pensado para 250.000 personas y que hasta ahora tien unos 150.000 benefieciarios en todo el país, concentrada la mayoría en Buenos Aires. Después, la presidenta Cristina Kirchner puso en marcha el plan de Asignación Universal por Hijo, que alcanzó a 3,5 millones de niños.

viernes, 13 de enero de 2012

Los italianos vuelven a los trabajos duros

Por Elisabetta Piqué | LA NACION
Barajar y dar de nuevo. La crisis económica , cada vez más dramática en Italia, comenzó a cambiar las cartas sobre la mesa. Agobiados por la recesión , cierres de empresas y un desempleo juvenil que superó el 30%, los italianos se ven obligados a retomar esos trabajos humildes que ya no hacían y que quedaban en manos de inmigrantes.

Fiel reflejo de esta vuelta de página, en el sector de la agricultura, donde antes sólo se veían africanos o asiáticos doblados en dos cosechando, o en el de la construcción, donde sólo se oían lenguas eslavas entre andamios y obras, vuelven a verse los italianos.

"Hoy los italianos ya no desprecian el cemento y la pala de albañil. Aunque es demasiado temprano para hablar con estadísticas de este fenómeno, la tendencia al retorno a los trabajos que los italianos ya no querían hacer es evidente. El problema es que hay pocos puestos", explicó al Corriere della Sera Domenico Pesenti, líder de Filca Cisl, el principal sindicato de los trabajadores de la construcción.

Los italianos también vuelven a los establos para ocuparse de los tambos -empleos antes rechazados por ser demasiado sacrificados, ya que tienen una disponibilidad de 7 días por semana, levantándose de madrugada-, o a trabajar como enfermeros.

"Desde hace un par de años, la cuota de enfermeros extranjeros se detuvo en el 30% porque los italianos volvieron a ponerse el guardapolvo. Antes no lográbamos llenar los cursos. Ahora hay lista de espera", contó Giovanni Mutillo, presidente de la asociación de enfermeros de Milán.

Los trabajos pesados, que requieren amplia carga horaria, también vuelven a ser requeridos. "Antes, los únicos dispuestos a manejar las camionetas de mi empresa los siete días de la semana, incluso de noche, eran indios y marroquíes. Ahora me llueven currículums de italianos, incluso dispuestos a trabajar sábado y domingo", dijo Patrizio Ricci, dueño de una empresa de transporte que retira leche de granjas de Lombardía, en el norte de Italia. "Hay también quien empieza a decirme «basta, ahora dejalos en casa a estos extranjeros, tomanos a nosotros que hablamos la misma lengua». Pero la verdad es que durante años fueron ellos quienes mantuvieron de pie a mi empresa", agregó.

Estudiantes y cassintegrati -los despedidos por cierre de actividad que se benefician de un porcentaje de su sueldo- volvieron a presentarse para hacer la vendimia, hasta hace poco despreciada por los italianos. "Este año registramos muchísimas candidaturas de italianos, muchas más que lo normal", indicó Anna Bogatto, que dirige una empresa de empleo.

También las italianas vuelvan a ser empleadas domésticas, niñeras o badante (cuidadoras de ancianos), un sector hasta hace poco copado por latinoamericanas y filipinas.

"Después de la llegada de tantas extranjeras, volvemos a ocuparnos también de las italianas, que buscan trabajar por horas para poder llegar a fin de mes, después de haber perdido el trabajo en una peluquería o en una fábrica. Las cifras oficiales hablan de una relación de 1 a 10 entre empleadas domésticas italianas y extranjeras, pero como se trata de un sector donde hay mucho trabajo en negro, el porcentaje sube a un 23%", indicó Pina Brustolin, experta en el tema.

"Se trata de una inversión de tendencia que comenzó hace menos de un año, que refleja claramente la crisis económica", añadió.

La marcha de la bronca

Por Hector M. Guyot | LA NACION
A sus 94 años, hay que concederle a Stéphane Hessel el don de la paciencia. También, un sentido de la oportunidad prodigioso. Alzó la voz en el momento preciso: con su obrita Indígnense , un libro de sólo 32 páginas que una pequeña editorial parisina lanzó a tres euros y que en unas pocas semanas vendió más de 650.000 ejemplares, Hessel encendió la mecha de una ola de protestas sociales que recorrió el mundo y marcó el año que acaba de terminar.

Su libro no contiene enrevesados alegatos ideológicos ni retóricos llamados a la lucha revolucionaria. La pólvora de la explosión se redujo a algo más elemental, un sentimiento que las antenas sensibles de Hessel supieron captar, como diría Dylan, soplando en el viento: la indignación.

En 2011, la indignación ha expresado, de Madrid a Londres, de Atenas a Nueva York, de París a Moscú, el descontento con la hipocresía o la impotencia de los que gobiernan, la injusticia de una economía global que acumula riqueza provocando el vacío alrededor y el agotamiento de un sistema que convierte a los ciudadanos en obedientes consumidores.

Publicado en octubre de 2010, el libro de Hessel alimentó a los jóvenes españoles que en marzo pasado ocuparon la Puerta del Sol. Fueron los primeros indignados, si exceptuamos a los jóvenes árabes que poco antes se sacudían de encima a sus viejos tiranos en Túnez y Egipto (en una "primavera árabe" también encendida por la indignación pero de naturaleza distinta a la ola de protesta que recorre Occidente). De manera viral, el clamor pasó de Madrid a distintas capitales del mundo y creció a tal punto que la figura del manifestante fue elegida "personalidad del año" por la revista Time , en reconocimiento a las protestas "que están remodelando y redefiniendo la política y el poder globales".

A medida que las protestas crecían, se alzaron las voces críticas o escépticas. A los jóvenes de la Puerta del Sol se los descalificó de la misma forma que hoy se descalifica al movimiento Ocupa Wall Street: son chicos caprichosos que no valoran lo que tienen y que quieren desecharlo sin proponer nada a cambio. La falta de propuestas pone en evidencia, dicen los reproches, la inmadurez de estas revueltas inorgánicas que pasarán sin dejar huella. Sin embargo, resulta difícil obviar una pregunta simple: ¿por qué pedirles a los indignados un programa o un proyecto político?

Los jóvenes que protestan en tantos idiomas y en plazas y calles de los cuatro puntos cardinales vienen a decir lo mismo: algo cruje en las sociedades occidentales, y la falla parece estar en los cimientos del sistema que tan laboriosamente hemos construido. Los indignados, al menos hasta ahora, no son una alternativa política. Son, antes que nada, un síntoma.

El detonante de las protestas en los países centrales fue la crisis económica, que en Estados Unidos estalló con la debacle de gigantes de las finanzas como Lehman Brothers, a fines de 2008, y en Europa, un poco más tarde, con las crisis de las deudas y la caída del euro. Tal vez por eso, ante la inevitable comparación con las revueltas de Mayo del 68, la primera tentación fue marcar las diferencias. Si aquellos jóvenes reaccionaron contra el consumo burgués que la sociedad de entonces les proponía, éstos reclamarían, por el contrario, no ser excluidos de ese consumo que les arrebató la crisis. Si los estudiantes franceses -y sus pares de algunas universidades norteamericanas y hasta los yippies de Abbie Hoffman- estaban contra el Estado, los indignados de hoy claman en cambio por el retorno del Estado protector.

Es un diagnóstico tranquilizador. Pero tal vez la indignación sea el síntoma de algo más complejo. "Nosotros no somos antisistema, el sistema es antinosotros", rezaba un eslogan que surgió en la Puerta del Sol y que, en espíritu, emigró a las protestas del otro lado del océano. La frase parece avalar la interpretación que se describe en el párrafo anterior, pero al mismo tiempo, paradójicamente, la desmiente.

Octavio Paz vio en las revueltas del 68 una crítica del progreso. "En Occidente, los jóvenes se rebelan contra los mecanismos de la sociedad tecnológica, contra su mundo tantálico de objetos que se gastan y disipan", dice en Posdata , un libro que escribió en 1969, en el que recuerda que 1968 fue un año "axial", con protestas y tumultos en París, Chicago, Praga, Tokio, Belgrado, Roma, México. "El progreso ha poblado la historia de las maravillas y los monstruos de la técnica -escribe el Nobel mexicano-, pero ha deshabitado la vida de los hombres." Es posible oír un eco de las protestas de 1968 en los indignados de la actualidad: de algún modo, protestan también por el grado de desposesión en el que se ven sumidos. En medio de una globalización empujada por los avances tecnológicos, se sienten despojados del manejo de los resortes que hacen al desarrollo de sus propias existencias.

"Poco a poco se nos va depauperando la vida", le decía al diario El País en noviembre pasado Carlos Macedo, empleado del metro, en medio de miles de portugueses que ganaban las calles de Lisboa en protesta contra el ajuste. Para poder pagar un préstamo de 78.000 millones de euros recibido en mayo a fin salvar al país del default, el gobierno había anunciado, entre otros recortes, que a fin de año no habría pagos extras de Navidad y que en 2012 todos los trabajadores portugueses trabajarían media hora más, gratis. "La misma agencia que nos pide recortes nos baja la nota cuando hacemos los recortes y así serán necesarios más recortes", se quejaba otro manifestante: ese día, la agencia Fitch bajaba la nota de los bonos portugueses hasta ubicarlos en el nivel de los bonos basura.

Aquí está el nudo de la indignación: cuando todo se cae a pedazos por motivos que le son ajenos a la gente común, los únicos que flotan y hasta se van para arriba son los que tienen poder (económico y político). Y, lo más grave, prosperan gracias al deterioro de aquellos que no lo tienen. Porque la receta de los gobiernos ha sido siempre la misma: los costos recaen en los ciudadanos de a pie, mientras que las grandes entidades financieras en apuros reciben el oxígeno de miles de millones de dólares de los contribuyentes para evitar su quiebra. Y eso, después de que sus ejecutivos embolsaran decenas de millones durante la ficción financiera que llevó a la crisis. Esto fue lo que pasó en Estados Unidos, con la crisis de la burbuja inmobiliaria, y se replicó a su modo en Irlanda y otros países cuyo sistema financiero colapsó. También esto ocurrió con el corralito en la Argentina de 2001, que en el cacerolazo del 19 de diciembre produjo la primera horneada de indignados. Como hoy, se protestó contra la injusticia y el poder. O contra las injusticias del poder. Y sin el empujón de un Hessel.

Ahora, para "democratizar" los costos de la crisis, se apela al sentimiento de culpa, una forma eficaz de trasladar responsabilidades. Cuando todo se resquebraja, se le dice a la gente que se acabó la música y que llegó el momento de pagar la fiesta. ¿Qué fiesta, se preguntan algunos? Otros, quizá más afortunados, se dicen que no han hecho más que aceptar una invitación. Porque la fiesta la montan los que se benefician de ella. Son los bancos y las entidades de crédito, finalmente, los que apuestan con los hedge funds (inversiones de alto riesgo), los que aquí o allá inundan a la gente de folletos o llamadas telefónicas con ofertas de créditos a sola firma, de préstamos de todo tipo, de tarjetas que llegan a domicilio sin que nadie las haya pedido y de beneficios cada vez más osados y atractivos, en una puja a todo o nada por los clientes y los réditos, mientras el gobierno se solaza en los extraordinarios niveles de consumo alcanzados. El de la culpa es un mecanismo sutil que a los argentinos, en estos días en que empezarán a llegar las facturas de los servicios sin los subsidios, nos debería resultar familiar: el supuesto amigo que te llenó el vaso de whisky toda la noche (sin que se lo pidieras) es el mismo que al día siguiente, en medio de la terrible resaca, te recrimina que hayas bebido mientras te hace pagar las consumiciones.

Por último, y más allá de lo que señalan algunos expertos apoyados en grandes índices de crecimiento, la sociedad tecnológica de mercado global -por llamarla de alguna manera- ensancha cada vez más la brecha entre ricos y pobres. Las diferencias abismales entre lo que ganan los ejecutivos encumbrados y los simples empleados echan por tierra, en Estados Unidos y en buena parte de Europa, el hasta ayer vigente sueño de la movilidad social, mientras el mercado de los bienes de lujo alcanza picos insospechados. De acuerdo a datos oficiales, el 48% de la población norteamericana es considerada pobre o de bajos ingresos, en tanto alrededor de 56 millones de personas viven por debajo de la línea de pobreza en la Unión Europea. Según informó este diario hace unos días, la tasa de mortalidad de las regiones más pobres de Inglaterra supera a la media de países africanos menos desarrollados, como Botswana y Ruanda.

"Los indignados de Wall Street no sólo protestan por la desigualdad -señala el analista político Moisés Naim-. Ahora prestan más atención al hecho de que otros están avanzando gracias a lo que ellos perciben como trucos, trampas y privilegios."

Nadie, ni el propio Hessel, puede anticipar qué ocurrirá con el movimiento de los indignados. Pero después de un año como el que pasó, los gobiernos deberían tomar nota de que el límite de tolerancia a la hipocresía de los que mandan ha descendido de manera drástica. Esto es algo que les cuesta percibir, y en este país lo sabemos muy bien: el acto de contrición de los políticos argentinos tras el indignado "que se vayan todos" de 2001 fue tan breve y fugaz como el de los banqueros y financistas que, tras el derrumbe de 2008, se mantuvieron aferrados a sus pródigas bonificaciones como si nada hubiera pasado.

© La Nacion.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Se necesita un sistema político global

Por Fernando A. Iglesias | Para LA NACION
Miles de académicos serios de todo el mundo parecen creer aún que el mundo keynesiano de posguerra, que por 30 años había permitido armonizar crecimiento económico y distribución social, cambió porque un día Margaret Thatcher se levantó con jaqueca, llamó a Ronald Reagan, y le dijo: "Ronnie, ¡empecemos ya mismo un ciclo neoliberal!".

Pero el fin del consenso keynesiano no comenzó con esa hipotética llamada, sino con el fracaso de François Mitterrand, quien al aplicar en 1981 la receta keynesiana a la economía francesa -que ya era parte de la economía europea- provocó fuga de capitales, inflación, desempleo y, finalmente, devaluación del franco.

Tan penosas circunstancias marcaron el fin de los keynesianismos nacionales, fijaron el patrón de sus debacles futuras (como la de Alfonsín), anticiparon el viraje al centro de la socialdemocracia (la Tercera Vía) y sancionaron una regla que los keynesianos-nacionales siguen sin comprender: en un mercado económico unificado con amplia circulación de capitales y bienes, las inversiones y las tecnologías fluyen hacia donde las regulaciones financieras y ecológicas -y los salarios e impuestos- son menores, haciendo que todas las variables que obstaculizan la maximización de sus ganancias operen a la baja. Como "demostró" Mitterrand, no puede haber keynesianismos exitosos a nivel nacional en economías de escala regional. Fin del primer episodio.

Desde aquella debacle, el único espacio unificado que logró compatibilizar el crecimiento económico con estrictas regulaciones ambientales, altos impuestos y elevados estándares de bienestar fue la Unión Europea, hoy condenada a retroceder o volar por los aires, ya que tampoco puede haber keynesianismos regionales exitosos en una economía globalizada. Fin del segundo episodio.

Quienes se llenaron los bolsillos durante el auge económico mundial de los últimos años están logrando hoy que el resto pague las cuentas en la hora de la crisis. Lo que demuestra que, lejos de haberse agotado, el ciclo neoliberal sigue vigente mundialmente, y que el neoliberalismo no es producto de la avidez capitalista, existente desde siempre, sino el resultado inevitable de la globalización de la tecnología, la economía y las finanzas sin una simultánea globalización de la política. De allí que en un mundo global el keynesianismo sólo pueda ser global y que toda política nacional-regional tienda a ser -ya sea por su orientación inicial o su fracaso final- procíclica y antikeynesiana. Fin del tercer episodio.

¡Es la política global, estúpido! Es la ausencia de un sistema político global capaz de cumplir funciones redistributivas y de planificación e inversión a largo plazo similares a las que los Estados nacionales desempeñaron en las naciones de antaño la que hace inviable cualquier receta anticíclica y está llevando a una recesión planetarizada. Y el problema de la Unión Europea no es que sea muy grande -como creen los keynesianos nacionales que piden la demolición del euro-, sino que ha quedado muy chica, ya que no es posible sostener salarios y jubilaciones de miles de euros cuando millones de personas se incorporan cada día al mercado de trabajo global con salarios de unos pocos cientos. Sólo en países relativamente pobres y de dimensiones continentales, como los del BRIC, y en aquellos beneficiados por algún tipo de bendición mineral, energética o sojera que les permita crecer por encima del 5% anual, es posible todavía algún tipo de ampliación del mercado nacional alla Keynes. Y será así sólo hasta que el gap tecnológico con los países avanzados se achique, crezcan las expectativas sociales en ellos o la recesión en el Primer Mundo haga retroceder los precios de las commodities . O, más probablemente, por una combinación de estos factores.

Por eso Europa debe avanzar hacia la unidad de sus políticas económicas y fiscales, emitiendo bonos desde el BCE y siguiendo el modelo federal spinelliano. Pero eso no basta. Por eso la ampliación del Mercosur y un acuerdo comercial con la UE son urgentes, pero no bastan. Tampoco basta la reconstitución y empoderamiento del G-20, que logró contener la crisis de 2008, ni las ocasionales cumbres internacionales a las que todos concurren con la preocupación de hacer que los platos rotos los paguen los vecinos. Ya es hora de que los líderes políticos nacionales dejen de hacer el ridículo corriendo detrás de los acontecimientos globales. Se terminó el tiempo de la gestión internacional de los asuntos globales. Los problemas globales requieren soluciones globales, que sólo pueden ser discutidas, decididas y aplicadas desde instituciones globales democráticas y permanentes.

Es la política global, ¡no seamos estúpidos! Necesitamos agencias permanentes de prevención y resolución de las crisis del cambio climático, la proliferación nuclear y la volatilidad financiera. Necesitamos empoderar la Corte Penal Internacional, reformar el Consejo de Seguridad, democratizar la ONU y crear una asamblea parlamentaria permanente en su seno, que dirija las iniciativas para crear un orden institucional global más justo, eficiente y democrático. Necesitamos leyes que armonicen paulatinamente las legislaciones laborales, ambientales y financieras en todo el mundo, aboliendo los paraísos fiscales y laborales, impidiendo el dumping global y mejorando las condiciones de vida en los países emergentes. Necesitamos regulaciones globales al sistema financiero global, ya que las internacionales del FMI, el Banco Mundial y el G-20 han demostrado su incapacidad. Necesitamos un nuevo modelo de crecimiento que sea mundial y que no se base ya en los consumos privados del 20% más rico de la humanidad, sino en la producción de bienes públicos para el restante 80%: agua, cloacas, viviendas, caminos, hospitales y escuelas para todos; mejores medios de comunicación y transporte en todo el mundo; una computadora por alumno y una pantalla de TV global en cada aula del planeta. Necesitamos poner el interés común de largo plazo por delante de los egoísmos nacionales y corporativos de corto alcance. Necesitamos que el capital, que hoy sobra, deje de evaporarse y encuentre otra vez una aplicación fructífera que coincida con los intereses generales.

Y para todo ello necesitamos un ámbito pacífico y democrático de discusión global que disminuya las tensiones internacionales, elabore un plan de desarme global consensuado y permita redireccionar los enormes recursos que se gastan en armamentos hacia un plan global de defensa de bienes públicos como la paz internacional, la estabilidad financiera mundial y la protección del medio ambiente. ¿Cómo vamos a lograrlo en un mundo tecno-económicamente unificado por los mercados y las corporaciones, y dividido políticamente por los egoísmos y rivalidades de 194 Estados nacionales que en el cenit de su estupidez siguen pretendiéndose soberanos?

Una ONU paulatinamente democratizada y una asamblea parlamentaria del organismo, embrión de un futuro Parlamento Mundial. Cuanto antes, mejor. Ya sé que es difícil. Mucho más fáciles son la recesión, la degradación y la guerra. © LA NACION

El autor es diputado nacional de la Coalición Cívica por la ciudad de Buenos Aires

martes, 29 de noviembre de 2011

Cómo nos llegan los efectos de la crisis internacional

Por Orlando J. Ferreres | Para LA NACION

CRISIS DE LA ECONOMÍA DEL BIENESTAR
No se está encontrando una solución a los problemas del sistema de economía del bienestar, principalmente en Europa. Este sistema, de una manera simplificada, consiste en que el Estado debe hacerse cargo de casi todo lo que pueda necesitar un ciudadano para su felicidad. Básicamente trabajar 35 horas por semana. Tener más de un mes de vacaciones, unas en invierno y otras en verano. Jubilarse a los 60, o aún antes, pero con un alto nivel de beneficios. Mantener el empleo aun frente a una falta de dedicación del empleado, es decir ninguna flexibilidad laboral, en tanto que si la hay en China y otros países. Y una lista muy larga otras ventajas, todas las cuales implican incrementar el gasto y casi siempre financiarlo con aumento de la deuda pública. En el mundo desarrollado en crisis, todas las recetas, keynesianas o monetaristas, aplicadas en los últimos 4 años no han dado el resultado esperado. Las recetas viejas no sirven para los problemas de hoy y el mañana se torna peligroso, pues no se sabe que hacer.

En otras palabras, tanto Europa, como Estados Unidos y Japón, los países desarrollados que suman el 65% de la economía mundial, no se tiene muy claro cuando van a superar la crisis que se inició en 2008. Posiblemente les lleve algunos años más.
REPERCUSIÓN EN LOS EMERGENTES GRANDES Y EN NOSOTROS

Brasil, China, India, Vietnam y otros países emergentes han evolucionado muy favorablemente en los últimos 8-10 años, produciendo para los países desarrollados de una manera eficiente y mucho más barata, principalmente por las ventajas de una mano de obra bien entrenada y de menor costo.

Con la nueva recaída de las economías desarrolladas, resulta muy difícil venderles más a Estados Unidos, Europa o Japón y esto se está notando en los niveles de actividad de los emergentes más grandes. Tomaremos el caso de Brasil, dado que nuestra industria esta muy correlacionada con la actividad fabril brasileña, aunque con un retraso de 3-4 meses. Si la industria brasileña crece nosotros crecemos a los 4 meses y si se desacelera, nosotros nos desaceleramos en igual lapso y se entra en recesión, nosotros entramos en recesión a los 4 meses de haberlo hecho ellos.

Ahora bien, nosotros no dependemos solo de Brasil para la actividad industrial, pues podemos tomar medidas para hacer más competitiva nuestra industria. Por ejemplo, podríamos mejorar nuestro tipo de cambio real, aunque no lo hemos hecho. Por el contrario, Brasil mejoró su tipo de cambio real, por devaluación de su moneda, en un 26% en los últimos 2 meses. También ha intentado bajar las tasas de interés de referencia, para reactivar su economía interna.
¿Cuál ha sido el resultado en la industria de Brasil de las medidas que adoptaron? Hasta ahora no han logrado cambiar la tendencia, como podemos ver en el siguiente gráfico:

La actividad industrial de Brasil que venía expandiéndose bien en la primera parte del año se desaceleró y en los 9 primeros meses de 2011 creció sólo el 1 % en relación al mismo periodo de 2010. En septiembre muestra una recesión de 2% anual. Esto es muy grave. Pero aún lo es más si vemos que la industria automotriz presentó una reducción de actividad de 22,3 % en relación a septiembre de 2010. Nosotros dependemos mucho de la evolución de la actividad de esta industria en Brasil. También puede apreciarse como se frenaron en septiembre de 2011 las industrias de Bienes de Capital, Piezas y Accesorios y de Insumos Industriales. Indica que el proceso de inversión es muy débil. La devaluación que hemos mencionado señala que tratan de exportar más al resto del mundo. Como por el Mercosur tenemos arancel cero para muchas industrias, seguramente vamos a sufrir esa competencia tan fuerte en los próximos meses.

La causa de esta menor actividad de Brasil está ubicada en la crisis de los países desarrollados que, a lo sumo, compran lo mismo que el año pasado o aún menos. También China e India sufren el mismo proceso. Por eso demandan menos de los productos que nos compran. Por ejemplo, el precio de la soja bajó 135 dólares por tonelada en los últimos 30 días. Ello va implicar -de mantenerse esos precios- una reducción de ingresos fiscales por retenciones agrícolas de unos $10.000 millones menos para 2012, teniendo en cuenta que también cayó el precio del trigo, del maíz y del girasol.
Es el momento de actuar, al menos para paliar los efectos sobre nosotros de estos cambios en el panorama internacional, que nos afectarán en unos 4 meses

domingo, 13 de noviembre de 2011

La próxima pesadilla de una Europa dividida

Por Dani Rodrik | LA NACION
CAMBRIDGE, Estados Unidos.- Como si las derivaciones económicas de una total cesación de pagos de Grecia no fueran pavorosas, las consecuencias políticas pueden ser peores. Una ruptura de la eurozona provocaría un daño irreparable al proyecto de integración europea, que es la columna central sobre la que se sustenta la estabilidad política de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. No sólo desestabilizaría la periferia más endeudada, sino también a países centrales como Francia y Alemania, que fueron los arquitectos del proyecto.

Este escenario sería una victoria para el extremismo político, similar a lo ocurrido en la década de 1930. El fascismo, el nazismo y el comunismo fueron hijos de un rechazo contra la globalización que venía gestándose desde fines del siglo XIX, alimentado por los temores de grupos que se sintieron despojados por el avance del mercado y las elites cosmopolitas.

El libre comercio y el patrón oro habían obligado a descuidar prioridades internas, como la reforma social, la construcción nacional y la reafirmación cultural. La crisis económica y el fracaso de la cooperación internacional no sólo debilitaron la globalización, sino también a las elites. Como señala un colega mío en Harvard, Jeff Frieden, esta situación sentó las bases para el surgimiento de dos formas de extremismo distintas. Los comunistas optaron por un programa de reforma social radical y autosuficiencia económica. Fascistas, nazis y nacionalistas eligieron la construcción nacional.

El fascismo, el comunismo y otros movimientos dictatoriales están pasados de moda. Pero existen tensiones similares. El mercado único europeo se formó más rápido que la unidad política. La preocupación por el deterioro de la seguridad económica, la estabilidad social y la identidad cultural no se pudo resolver por canales políticos oficiales.

Los principales beneficiarios del fracaso de las políticas de centro han sido los partidos de extrema derecha. En Finlandia, un hasta entonces ignoto Partido de los Verdaderos Finlandeses pudo capitalizar el resentimiento provocado por los paquetes de rescate implementados en la eurozona y terminó tercero en la elección general de abril. En Holanda, el Partido por la Libertad cuenta con suficiente poder para intervenir en la formación de gobierno. En Francia, el Frente Nacional terminó segundo en la elección presidencial de 2002 y está recuperando bríos con Marine Le Pen.

Este retroceso tampoco es exclusivo de los países de la eurozona. Yendo a Escandinavia, vemos que el año pasado un partido con raíces neonazis, Demócratas de Suecia, entró al Parlamento con casi el 6% del voto popular. En Gran Bretaña, según una encuesta, no menos de dos tercios de los conservadores desean que el país abandone la Unión Europea.

Aunque los movimientos políticos de extrema derecha siempre se han valido del rechazo a la inmigración, ahora encuentran argumentos en los paquetes de rescate a Grecia, Irlanda y Portugal y en los problemas del euro. Como en la década de 1930, el fracaso de la cooperación internacional agravó la incapacidad de los políticos de centro para responder a las demandas económicas, sociales y culturales de sus votantes.

Los dirigentes europeos de centro siguen una estrategia de abogar por "más Europa"; pero aunque con ella se apresuran a calmar los temores internos, en lo referido a crear una auténtica comunidad política europea no muestran prisa. Llevan demasiado tiempo apegados a una ruta intermedia que es inestable.

En términos económicos, la opción menos mala es la de garantizar que las cesaciones de pago y los abandonos de la eurozona, que son inevitables, se realicen en forma ordenada. En términos políticos, será necesaria una vuelta a la realidad. La crisis exige reorientar las prioridades para prestar más atención a las preocupaciones y aspiraciones internas de cada país, en desmedro de las obligaciones financieras externas y las medidas de austeridad. Así como un buen funcionamiento de las economías locales es la mejor garantía de una economía mundial abierta, el buen funcionamiento de las políticas locales es la mejor garantía de un orden internacional estable.

El desafío está en dar forma a una nueva narrativa política que enfatice los intereses y valores nacionales, sin llegar a los extremos de la xenofobia. Si las elites de centro no demuestran que están a la altura de la tarea, la extrema derecha ocupará gustosa su lugar.

No estaba errado el primer ministro saliente de Grecia, Giorgios Papandreu, con su fallida convocatoria a un referendo. Esa jugada fue un intento tardío de reconocer la supremacía de la política interna, aunque los inversores la hayan visto como (según palabras de un editor del Financial Times) "jugar con fuego". Lo único que se ha conseguido con el retiro de esa convocatoria es demorar el momento de la verdad y aumentar los costos que en última instancia deberá pagar el nuevo gobierno griego.

Parece que en Europa no quedan alternativas de las buenas, sólo de las menos malas.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

La bronca de los indignados

Por José Nun | Para LA NACION
Este año pasará a la historia como el año en que adquirió una fuerza arrolladora la ola de descontento que recorre buena parte del mundo. Varían sus escenarios y también sus causas inmediatas. A fines de 2010 comenzó la "primavera árabe". Después, las movilizaciones se extendieron desde Grecia hasta Alemania y desde Jerusalén hasta Nueva Delhi. El 15 de mayo aparecieron los "indignados" españoles. En septiembre se inició el sitio simbólico a Wall Street. Y en octubre, el proclamado "Día de la Revolución Mundial" suscitó adhesiones multitudinarias en casi 1000 ciudades de 82 países. ¿Qué está pasando? Las demandas de igualdad y de justicia social aparecen como los denominadores comunes del fenómeno. Pero sus desencadenantes son diversos y aquí me ocuparé del que más puede afectarnos. Por eso elijo hablar, en especial, de Estados Unidos.

Hay un primer nivel de análisis que es lisa y llanamente el del escándalo. En 2008, el año en que estalló la crisis económica mundial, los directivos de las principales empresas que la provocaron recibieron las mayores bonificaciones de la historia. Más aún, usaron para ello una parte de los cuantiosos fondos de rescate que obtuvieron del gobierno. Hasta The Economist , la muy flemática y conservadora publicación inglesa, expresó su desagrado y no se privó de hablar de "saqueo" y de "extorsión" (31/01/2009). Tampoco logró contenerse Dick Durbin, encumbrado senador demócrata: "Francamente, los bancos son los dueños de este lugar".

Avancemos un paso más. Desde la Gran Depresión, nunca hubo en Estados Unidos una desigualdad de ingresos y de riqueza tan alta como la actual. Entre 1979 y 2007 (antes de la crisis), el 1% de las familias más ricas se apropió del 60% del crecimiento total de la riqueza. Inversamente, el 90% de los hogares recibió menos del 9%. Como se desprende de estos datos, se trata de un proceso sostenido que cubrió casi tres décadas. ¿Por qué, entonces, la protesta surge recién ahora?

Han operado dos factores en particular que se volvieron muy evidentes. Desde la Segunda Guerra Mundial, una de las grandes diferencias entre los modelos de desarrollo norteamericano y europeo fue que aquél fincó el bienestar colectivo en el crecimiento del empleo, mientras que el segundo le dio especial énfasis a la protección social. De ahí que, comparativamente, las tasas de desocupación de Estados Unidos hayan sido siempre más bajas y los Estados de Bienestar europeos, mucho más potentes. También fue distinta la tolerancia respectiva ante la desigualdad. Según el credo norteamericano, el capitalismo se encarga de dar trabajo, y si las leyes y las oportunidades son iguales para todos, es legítimo que haya quienes se enriquezcan más que otros. From rags to riches (de los harapos a las riquezas) gracias al esfuerzo personal sigue siendo uno de sus mitos constitutivos.

Estos son precisamente los dos factores que se derrumbaron en forma estrepitosa. La tasa de desocupación de Estados Unidos es hoy semejante a la de 1929/30, dejando a un lado las manipulaciones estadísticas. Sucede que, desde 1994, se decidió que el desempleo superior a un año fuera excluido del cálculo; si se lo incluyese, su volumen superaría ahora el 22% (y el 40% entre los jóvenes). Esto es, hace rato que el sistema en su conjunto ya casi no crea puestos de trabajo. Por si fuera poco, la crisis hizo variar también las percepciones de la gente acerca de cómo acumularon realmente su fortuna muchos de los ricos. Se explica la indignación general cuando quedaron al descubierto los fraudes masivos de los poderosos, protegidos por los políticos. La desigualdad se volvió intolerable y la protesta sentó sus reales frente a Wall Street, para esparcirse enseguida por el resto del país. Tres semanas después, el propio presidente Obama declaraba que "entendía a los manifestantes" y el economista Paul Krugman calificaba a Wall Street como "una fuerza destructiva, económica y políticamente". (A su vez, los presidentes de la Comisión Europea y del Consejo de Europa consideraron "legítimas" y "comprensibles" las movilizaciones similares que tenían lugar en sus países.) En cambio, Mitt Romney, precandidato republicano a la presidencia, anunció que había comenzado la "guerra de clases". (La historia se repite pero sus lecciones no se aprenden. En 1919, cuando se inició en Turín el movimiento de los consejos de fábrica, Giovanni Agnelli, presidente de la Fiat, usó exactamente las mismas palabras que Romney. Claro que el final no fue el socialismo sino el ascenso al poder de Mussolini, que había fundado ese año los fascios italianos. Conviene no olvidar que en Estados Unidos viene creciendo desde 2009 el Tea Party.)

Existe un tercer factor, que es estructural y requiere alguna elaboración. Desde el fin de la guerra, a ambos lados del océano, la principal preocupación macroeconómica había sido el empleo, que, de la mano de Keynes, se consideraba una inversión y no un gasto. Fue uno de los soportes de los llamados "30 años gloriosos", cuando en la agenda empresaria tenían mucho menos relevancia los accionistas que los trabajadores, los clientes y la competencia. Esto dejó de ser así en la década del 70, con el fulgurante ascenso del capital financiero y una globalización fogoneada por la llamada libertad de comercio y el movimiento internacional de los capitales. El neoliberalismo sepultaba a Keynes y, no casualmente, la inflación se convertía en la máxima prioridad. Ahora, el papel protagónico lo tenían los accionistas, escasamente interesados en el crecimiento mismo de las empresas del sector productivo y siempre ansiosos por un rápido reparto de utilidades, en desmedro de la inversión. El "capital impaciente" generó así una burbuja bursátil cuyas consecuencias están a la vista. Declinó fuertemente la tasa de inversión en esas empresas y se expandieron los consumos de las clases altas más allá de lo sostenible. La secuela fue un déficit enorme de la balanza comercial, financiado por una deuda externa que, en 2007, equivalía al 370% del PBI.

Paralelamente, se desató una orgía desregulatoria que, entre otras cosas, derogó la ley Glass-Steagall, de 1933, que prohibía a los bancos con depósitos asegurados embarcarse en inversiones de riesgo. Pareció la gran solución. Entre 1979 y 2007, el ingreso del 0,1% de los hogares más ricos había aumentado un 390%, mientras que el del 90% de las familias subió apenas un 5. Más aún: el salario real de los trabajadores permaneció estancado. ¿Cómo alimentar entonces la demanda del mercado interno? Sencillo: entre 2000 y 2006 se triplicaron los préstamos hipotecarios de mala calidad, se los usó tramposamente como garantías de un sinnúmero de "derivados" y se armó una nueva e impresionante burbuja que condujo a la gran crisis actual. Sus responsables, por un lado, dejaron en la calle a millones de trabajadores y de pequeños y medianos propietarios, y, por el otro, no tuvieron ningún pudor en exigir que el gobierno destinase cuantiosos fondos públicos para salvarlos a ellos. ¿Y su tan declamado antiestatismo? En un excelente libro sobre el tema, Gérard Duménil y Dominique Lévy dan una respuesta rotunda: "El neoliberalismo no tiene nada que ver con los principios o la ideología. Es un orden social dirigido a sostener el poder y el ingreso de las clases altas".

Se sigue de lo dicho que en Estados Unidos (y en Europa) no basta hoy con barajar y dar de nuevo para salir de la crisis. Se necesita cambiar las reglas del juego. La Gran Depresión desembocó en el New Deal, que en su segunda fase protegió a los más débiles, creó el seguro de desempleo, fortaleció a los sindicatos, reformó los mercados financieros y le dio una nueva dinámica a la economía.

Es improbable pero no imposible que vuelva a ocurrir algo parecido. Mucho depende, precisamente, de que prospere y se amplíe el movimiento de los indignados. Y aquí entra en escena la Argentina. Porque los planes de ajuste y de recorte del gasto que anuncia la derecha amenazan llevar a Estados Unidos (y a Europa) a un largo período de estancamiento y de eventual colapso, sin perjuicio del simultáneo y peligroso ascenso de un belicismo expansionista que se halla en pleno avance. Los efectos sobre nuestro país no por indirectos serían menos graves.

Basten dos menciones. China, uno de nuestros grandes mercados, resultaría muy afectada tanto en el plano financiero (es acreedora de casi un 10% de la deuda nacional norteamericana) como en el productivo (1/3 de sus trabajadores industriales están empleados en el sector exportador). Además, se encuentra muy ligado a Estados Unidos nuestro vecino Brasil, país al que se dirigen el 20% del total de nuestras exportaciones y el 40% de nuestras exportaciones industriales, que ya empezaron a desacelerarse. Es decir que hasta por motivos puramente egoístas los indignados del Norte son también un asunto nuestro.

© La Nacion

domingo, 23 de octubre de 2011

El domingo, Europa en centro de la atención

Por Rosendo Fraga | Para LA NACION
El domingo, la Argentina vive una elección que se percibe como definida, sin que exista interrogante sobre quien gobernará la Argentina los próximos cuatro años. El mismo día, tiene lugar una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Europa, que puede ser decisiva para el escenario económico mundial del futuro.

El surgimiento de China como potencia global y el nuevo paradigma por el cual los emergentes van sustituyendo al G7 como eje de la economía mundial son las causas reales de la crisis europea. Tres décadas atrás, el modelo de bienestar europeo parecía la mejor expresión de conciliación entre el capitalismo y el progreso social armónico. EE.UU. y Japón tenían mejores niveles de productividad con más horas de trabajo, pero era discutible si finalmente era más eficaz el modelo europeo de capitalismo que el norteamericano o el japonés. El régimen comunista de producción, común entonces tanto a la URSS como a China, era decididamente menos eficaz que el capitalismo, tanto en lo económico como en lo social y político. Pero cuando Europa debió entrar a competir con los salarios de China e India, surgió la inviabilidad del modelo europeo en la perspectiva de largo plazo. Es que el estado de bienestar europeo se tornó inevitable frente a esta competencia, acentuada por la globalización. A ello se sumó la revalorización de los recursos naturales como factor determinante de la economía. Europa no es rica en esta materia y esto aumentó su debilidad relativa frente a un mundo globalizado, en el cual se compite con salarios más bajos y con precios crecientes de las materias primas. En el pasado, los países europeos sortearon una encrucijada similar, a la cual enfrentaron con éxito mediante el colonialismo, que los proveyó de materias primas baratas y salarios bajos. Pero esta solución es políticamente inviable en el siglo XXI.

La significación de China para Europa se hace evidente con la crisis de la deuda europea. En 2010 China pasó a ser el primer destino de las exportaciones de Alemania, superando a Francia. Ello permitió a la economía alemana crecer en 2011 y eludir el freno que tuvieron varios países del continente, algo que no va suceder en 2012, cuando la primera economía de Europa está previsto que crezca menos del 1%. Este año China ha desplazado a los EEUU como el primer socio comercial de los 27 países de la Unión Europea (UE) en conjunto y es el segundo destino de sus exportaciones. En la Cumbre del G20 realizada en Francia, China junto con las potencias emergentes requirieron a Europa medidas más eficaces -incluyendo mayores ajustes- para evitar la crisis de deuda que afecta al continente. El reclamo europeo para que la potencia asiática revalúe su moneda frente al euro estuvo presente en esta Cumbre, que volvió a alinear por un lado a las cinco potencias BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y por el otro al G7 (EEUU, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá). El primer grupo pidió mayor regulación financiera mundial y que no se regulen las materias primas, lo que divide a los países en desarrollo.

Pero la crisis que afecta a Europa estaba subyacente en términos políticos. Entre 2007 y 2009, referéndums realizados en Francia, Holanda, Irlanda y Dinamarca mostraron que el proyecto europeo había perdido el atractivo que tuvo en el pasado. La Constitución Europea fue rechazada, y la necesaria unanimidad para aprobarla generó una fuerte crisis en el avance hacia la unidad política del continente. La dirigencia, siguiendo el mandato de sus predecesores (Kohl, Mitterand, etc.) avanzaron sin atender las señales. El Tratado de Lisboa fue la estrategia utilizada para sancionar una versión light de la Constitución rechazada y no abandonar el objetivo de la unidad política. Pero al precipitarse la crisis de la deuda se hizo evidente la falta de solidez de la unión política. La generación de Kohl y Mitterand había vivido la Segunda Guerra Mundial y la unidad política coronaba el proyecto para evitar futuros conflictos. En cambio, para las nuevas generaciones que no la vivieron dicho conflicto, el objetivo de la unidad política tiene menor prioridad. Esto es lo que hoy se plantea en la opinión pública alemana, reacia a financiar rescates de países europeos que se nieguen a la austeridad que se impuso el propio país. La Cumbre de la OTAN realizada en Bruselas la semana pasada mostró también las limitaciones que hoy enfrenta el proyecto europeo. La operación en Afganistán genera crecientes resistencias. La realizada recientemente en Libia puso en evidencia diferencias políticas importantes entre Francia y Gran Bretaña por un lado, que lideraron la intervención militar, y Alemania por el otro, que rechazó participar. Por su parte, EE.UU. afirmó que los integrantes europeos de la alianza deben hacerse cargo de mayor responsabilidad, al llevarse a cabo una reducción del gasto militar estadounidense, algo que no resulta fácil dada la crisis que vive la economía de Europa. Las tensiones que han reaparecido en los Balcanes (Serbia, Kosovo, Bosnia-Herzegovina) muestran que hay temas a resolver en el propio continente.

En este marco, la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno que se realiza el domingo 23 adquiere importancia no sólo económica sino también política. La afirmación de Merkel de que esta Cumbre no dará una solución definitiva a la crisis surgida en Grecia -que se proyecta al continente- hizo retroceder a los mercados, que habían apostado sin fundamento a una resolución definitiva que en términos reales no es posible en pocos días, pese al acuerdo Berlín-Paris para ampliar el fondo de rescate. La decisión de último momento de Eslovaquia de aprobar dicha ampliación, permite a la Cumbre avanzar en esta línea. Pero no parece clara la cohesión de los principales líderes da la UE para definir un plan concreto, aunque hayan acordado rescatar los bancos en peligro, sobre todo si se produce una reprogramación de la deuda de Grecia, como ya admiten funcionarios alemanes. Mientras tanto, las calificadoras de riesgo van modificando calificaciones de países y empresas en forma negativa y las protestas sociales de todo tipo (indignados, huelgas, etc.) van en aumento en las principales ciudades.

En conclusión: el surgimiento de China como potencia global y la revalorización de las materias primas han tornado inviable el modelo de bienestar europeo de posguerra; la significación de la potencia asiática para Europa se ha hecho evidente con la crisis de la deuda; ya el rechazo a la Constitución europea en los referéndums realizados tres años atrás mostraron el debilitamiento del ideal europeo en las nuevas generaciones y la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la UE que se realiza el 23 puede dar pasos en dirección a resolver la crisis de la deuda, pero todavía no terminar con el problema en forma definitiva como dijo Merkel

La inestabilidad de la desigualdad global

Por Nouriel Roubini | Para LA NACION
NUEVA YORK.- Este año se ha caracterizado por una ola global de descontento e inestabilidad política y social, que ha ocasionado que la gente salga en masa a las calles reales y virtuales: la primavera árabe; los disturbios en Londres; las protestas de las clases medias de Israel por los precios de las viviendas y la presión inflacionaria sobre los estándares de vida; las protestas de los estudiantes chilenos; la destrucción en Alemania de los coches de lujo de los "ricos"; el movimiento en la India contra la corrupción; el creciente descontento por la corrupción y la desigualdad en China, y ahora, el movimiento de los "indignados" de Wall Street en todo Estados Unidos.

Estas protestas expresan las serias preocupaciones por su futuro de las clases medias y trabajadoras del mundo ante la concentración de poder entre las elites económicas, financieras y políticas. El aumento de la desigualdad tiene muchas causas: la suma de 2300 millones de chinos e indios a la fuerza laboral global, que reduce los empleos y salarios de obreros no calificados y trabajadores deslocalizados que ocupan puestos administrativos de las economías avanzadas; un cambio tecnológico que privilegia a las personas calificadas; efectos de concentración; un surgimiento rápido de disparidades en el ingreso y la riqueza en las economías con crecimiento acelerado, pero que antes fueron de bajos ingresos, y una imposición fiscal menos progresiva.

El aumento del apalancamiento de los sectores público y privado y las burbujas de crédito y de activos relacionadas son en parte el resultado de la desigualdad. El crecimiento mediocre del ingreso para todos, excepto los ricos, en las últimas décadas dio lugar a un desfase entre ingresos y aspiraciones de gasto. En los países anglosajones, la respuesta fue democratizar el crédito -mediante la liberalización financiera-, lo que provocó el crecimiento de la deuda privada porque las familias solicitaron créditos para cubrir la diferencia. En Europa, el desfase se cubrió con servicios públicos que no se financiaron del todo con los impuestos, estimulando así la deuda y el déficit público. En ambos casos, los niveles de deuda se volvieron insostenibles.

Las empresas en las economías avanzadas recortan empleos por una demanda final insuficiente, que ha conducido a un exceso de capacidad, y a la incertidumbre sobre el futuro de la demanda. Reducir empleos debilita la demanda final.

Los mercados libres no generan la suficiente demanda final. En Estados Unidos, los recortes espectaculares de los costos laborales han reducido la participación de los ingresos laborales en el PBI. Como el crédito se ha agotado, los efectos sobre la demanda agregada que han tenido décadas de redistribución del ingreso y la riqueza -de pobres a ricos- se han agravado por la menor tendencia marginal de las compañías, capitalistas y hogares ricos a gastar.

Karl Marx promovió el socialismo, pero tenía razón al decir que la globalización, el capitalismo financiero descontrolado y la redistribución del ingreso y de la riqueza, del trabajo al capital, podrían llevar el capitalismo a la autodestrucción. Como él señalaba, el capitalismo desregulado puede originar brotes regulares de exceso de capacidad, un consumo insuficiente y la recurrencia de crisis financieras destructivas que estaban alimentadas por burbujas de crédito y subas y bajas de los precios de los activos.

Incluso antes de la Gran Depresión, las clases burguesas iluminadas de Europa reconocían que para evitar la revolución había que proteger los derechos de los trabajadores, proteger sus derechos, mejorar las condiciones laborales y salariales y crear un Estado de Bienestar para redistribuir la riqueza y financiar los bienes públicos. El impulso para alcanzar un Estado de Bienestar moderno cobró fuerza después de la Gran Depresión cuando el Estado asumió la responsabilidad de la estabilización macroeconómica.

El surgimiento del Estado de Bienestar social fue una respuesta a la amenaza de las revoluciones populares, el socialismo y el comunismo a medida que aumentó la frecuencia y severidad de las crisis económicas y financieras. Siguieron tres décadas de estabilidad económica y social, desde los 40 hasta los 70, período en el que la desigualdad disminuyó.

Algunas lecciones sobre la necesidad de una reglamentación del sistema financiero se perdieron durante la era de Reagan y Thatcher, cuando se creó la tendencia a la desregulación masiva por fallas del modelo de bienestar social europeo. Pero el modelo anglosajón de laissez-faire ha fracasado. Se requiere recuperar el equilibrio entre mercados y oferta de bienes públicos para estabilizar las economías. Eso significa alejarse del modelo anglosajón de mercados desregulados y del modelo continental europeo de Estados de bienestar basados en el déficit. Ni siquiera el modelo de crecimiento asiático -si es que existe- ha podido evitar que aumente la desigualdad. Cualquier modelo económico que no aborde la desigualdad se enfrentará a una crisis de legitimidad.

El autor es profesor de Economía de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York

martes, 18 de octubre de 2011

Ventajas de Sudamérica

Entre tantas turbulencias mundiales, con hegemonías históricas que tambalean, es bueno que miremos hacia adentro, hacia esta silenciosa región que habitamos. En ella, los sudamericanos vivimos un tiempo excepcional. Entre tantas otras cosas, es una buena ocasión para diferenciar dirigentes de estadistas. El dirigente se preguntará: “¿Cómo hago para fortalecer mi posición de poder?”. El estadista, también interesado por el poder, sin embargo agregará una pregunta más importante para el resto de sus conciudadanos: “¿Cómo hago para que lo que hoy vivimos se prolongue y profundice?”.

Estas preguntas no son sólo válidas para los dirigentes políticos. Un empresario puede interrogarse sobre cómo generará más ingresos mañana o cómo creará las condiciones para obtener ganancias durante mucho tiempo. Algunos, reeditando historias, verán la ocasión de especular; quizás otros, la oportunidad de transformar sus empresas. Cierto, estas preguntas pueden parecer abstractas. Sin embargo, las respuestas definirán nuestro futuro, el de todos, el de cada uno.

El panorama de Sudamérica no tiene antecedentes. Todos sus países son democráticos desde hace más de un cuarto de siglo. De los diez países de la subregión, ocho están gobernados por partidos de centroizquierda. Casi todos viven uno de los períodos económicamente más prósperos del último medio siglo.

Aunque éste no sea el tema que nos ocupa, es curioso que, a pesar de esta bonanza, las instituciones políticas continúen siendo evaluadas negativamente por la opinión pública. Congresos, sistema judicial y partidos políticos están en el fondo de la escala de la estima pública. Esto es comprensible cuando las cosas van mal, pero no lo es después de estos diez años de fuerte crecimiento.

Sólo en parte la respuesta puede encontrase en la evolución de la pobreza y la desigualdad. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la pobreza tuvo una notable mejoría en casi todos los países en la última década. El esfuerzo más sostenido es el de Chile. Logró disminuir el número de pobres de casi 40% en 1990 a 14% en 2008. En los últimos diez años, Venezuela fue el país que más redujo la pobreza, de 49% a 27%. También es el país que más disminuyó la desigualdad. Pero, a nivel regional, los cambios en la distribución de la renta han sido mínimos en la mayoría de los países. América latina continúa siendo la región más desigual del mundo. En pocas palabras, los latinoamericanos vivimos un período de crecimiento económico con reducción de la pobreza y sin cambios importantes en la desigualdad.

Estos datos reflejan los escasos cambios estructurales en la mayoría de nuestras sociedades. Con una década de crecimiento, es normal que los sectores de menores ingresos superen la línea de pobreza. Pero, como no hay modificaciones sustanciales, la diferencia entre los que más y menos ganan se mantiene.

Hoy vivimos un período de bonanza gracias a una situación excepcional de los precios internacionales, que son nuestros productos de exportación. El estadista latinoamericano se estará preguntando: “¿Cómo evitamos que el crecimiento se detenga si esos precios bajan? ¿Cómo lograr hacer que nuestro crecimiento sea sustentable?”.

La sustentabilidad significa dos cosas: que el fenómeno dura en el tiempo y, además, se regenera y amplía. El desafío central está en la regeneración; es decir, en crear las condiciones para que las mejoras que hoy ocurren se reproduzcan en el futuro. Esto es, crear las condiciones para que el crecimiento continúe. Para ello, la bonanza que hoy vivimos debe servir para realizar cambios en nuestras economías y sociedades para que, cuando bajen los precios, el motor del crecimiento siga funcionando.

En el pasado, los latinoamericanos hemos vivido ciclos de expansión que fueron seguidos por estancamiento o recesión. El ciclo actual dura y, según todos los estudios, durará. En su origen está la demanda por nuestros productos desde China y la India. A pesar de la crisis mundial, estos países siguen creciendo y siguen demandando lo que vendemos.

Es útil, lector, que tengamos un par de datos para saber a qué nos referimos. En los veinte años entre 1985 y 2006, las exportaciones mundiales a China se multiplicaron por diez. En la última década se produjo el cambio que más nos interesa: quienes más exportan pasaron a ser los países subdesarrollados (los nuestros), superando a los desarrollados. En los últimos años, América latina, y Sudamérica en particular, capturó la mayor parte de ese cambio. Hoy representamos un cuarto de todo lo que China compra en el mundo. Esto no sólo tiene un gran efecto directo sino también empuja hacia arriba los precios de nuestros productos sean o no los chinos quienes los compren.
Todos los organismos internacionales coinciden en señalar, con distintos matices, que esta tendencia se mantendrá. También los privados, como Goldman Sachs, el gigantesco banco de inversiones, que en su último informe afirma sobre esta nueva realidad latinoamericana: “Definitivamente, ésta puede ser la década de América latina si sus dirigentes aprovechan la oportunidad y adoptan reformas duraderas de largo plazo que lleven a un incremento de la productividad, a la diversificación económica y a un aumento del producto”.

Para Goldman Sachs, se trata de que el crecimiento continúe para tener mayores oportunidades de negocios. Para los latinoamericanos, es una condición necesaria para lograr mejores condiciones de vida. En todo caso, la pregunta es la misma: ¿podremos aprovechar esta circunstancia excepcional?
Un crecimiento sustentable nos dará estabilidad. Esto sería una gran conquista, teniendo en cuenta nuestra historia de ciclos de auge y estancamiento.

Pero no sólo eso. En un mundo que está cambiando aceleradamente, nos dará oportunidades de jugar un nuevo papel en el escenario internacional. Ciertamente, no sería lo más aconsejable que nuestro crecimiento económico dependa de la que será la principal potencia económica y uno de los grandes polos del poder político mundial.
Por Dante Caputo
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