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jueves, 10 de mayo de 2012

Vivir dignamente, morir en paz

Por Rafael Pineda | Para LA NACION En el contexto de todo debate social sobre temas humanos, las palabras y las expresiones que se cristalizan para promover las diferentes posturas pueden esconder la complejidad del tema que está en discusión. Por muerte digna, debemos entender el derecho del paciente a decidir por sí mismo el tratamiento de su enfermedad. Cuando el cuerpo ya ha cumplido su ciclo normal de vida, no hay obligación de recurrir "a métodos extraordinarios" para prolongar la vida. El enfermo tiene derecho de pedir que lo dejen morir en paz. Los sufrimientos de una agonía prolongada no tienen sentido. Pero una cosa es prescindir de tratamientos extraordinarios y otra, provocar la muerte positivamente: eso es la eutanasia. Eticamente, todos estaremos de acuerdo en que hay que evitar el encarnizamiento terapéutico, porque es cuidar la calidad de vida. También es razonable que una norma jurídica dé la posibilidad al paciente de negarse a recibir un tratamiento cuando juzga que no se encontraría en condiciones de llevarlo adelante, o cuando lo dejaría en un estado no deseable.En muchos casos, la manifestación de esta preferencia se realizará con anticipación, para que tanto sus familiares como el médico puedan respetar la voluntad del interesado. Esto entraría dentro de lo que podríamos llamar "dejar morir en paz". Un caso muy distinto es quitar la hidratación y la nutrición (salvo que el paciente se encuentre ya en la fase final de agonía). Porque estaríamos causando la muerte por inanición.Es muy distinto ocasionar el fallecimiento de un enfermo por hambre o sed que dejar morir en paz a alguien.La ley recién aprobada debería evitar esta posibilidad y en su aplicación los médicos deberemos pensar siempre que hemos estudiado para ayudar a vivir dignamente, y que parte de esa dignidad es ayudar a las personas a morir en paz

jueves, 4 de diciembre de 2008

Por una muerte digna.

Tras la encendida polémica en Uruguay sobre el tema del aborto, el Senado votó ayer por unanimidad un proyecto de ley para habilitar el derecho de los pacientes terminales a reclamar la interrupción de los tratamientos "que prolonguen su vida", pedido que también podrán hacer los familiares directos en caso de que la persona enferma no esté en condiciones de ejercer esa potestad.

El senador Alberto Cid, de la coalición oficialista Frente Amplio, dijo que hay situaciones en las que "se deben suspender los tratamientos médicos que no tienen sentido" y dejar al paciente "morir con dignidad, sin sufrimiento".

Cid, que es médico, dijo que "cuando se han agotado los recursos médicos para lograr mejoría o alivio, seguir con medidas terapéuticas inútiles también es un tema que desde el punto de vista de la ética médica es sancionado".

El texto había sido votado por la Cámara baja, pero los senadores introdujeron algunos cambios a ese proyecto, por lo que ahora vuelve a Diputados para una nueva votación. Hay acuerdo político para que se vote en breve plazo y pase al presidente Tabaré Vázquez para la promulgación del Poder Ejecutivo. En el ámbito político se descuenta que se convierta en ley a fin de año o en los primeros días de 2009.

El proyecto votado por el Senado establece que "toda persona mayor de edad y psíquicamente apta, en forma voluntaria, consciente y libre, tiene derecho a oponerse a la aplicación de tratamientos y procedimientos médicos salvo que con ello afecte o pueda afectar la salud de terceros".

Añade que las personas "tienen derecho de expresar anticipadamente su voluntad" en ese sentido en los casos de "patología terminal, incurable e irreversible".

El proyecto aclara que en caso que el paciente "no haya expresado su voluntad y se encuentre incapacitado de expresarla", la suspensión de los tratamientos quedará en manos "del cónyuge o concubino o, en su defecto, de los familiares en primer grado de consanguinidad".
En el CongresoAvanza en uruguay un proyecto de muerte digna

Nelson Fernández

lanacion.com | Exterior | Jueves 4 de diciembre de 2008

domingo, 2 de noviembre de 2008

Podríamos decir que, finalmente, todos los miedos se resumen en uno: el miedo a morir.

Todo miedo es, en principio, miedo a sufrir. A sufrir un dolor físico, una pérdida, una decepción, un abandono, un rechazo, un enjuiciamiento. Y todo miedo se centra en algo que aún no ha ocurrido. Podríamos decir que, finalmente, todos los miedos se resumen en uno: el miedo a morir. No tememos lo que nos está sucediendo (podemos, sí, padecerlo o gozarlo; depende del tipo de acontecimiento). Justamente porque el miedo no confronta a un objeto presente, este objeto puede tomar formas y dimensiones variadas, todas las que nuestra mente le adjudique, ya que es allí donde habita. Algunas personas hacen de la excitación un fin y buscan vivir en el riesgo (sea en los negocios, los deportes, las relaciones, el modo en que conducen, el juego, las adicciones). Son como Sam Keen cruzando la calle. Sólo que la respuesta de Marcel disparó en Keen una crisis personal. Se dio cuenta de que ignoraba la razón del riesgo asumido, que no había en ello un fin trascendente. Reflexionó, entonces, acerca del riesgo como afrodisíaco, de la adicción a la adrenalina, destinada a llenar un vacío existencial, a disimular la desorientación o la insatisfacción de una vida que no ha dado con su propio significado. En los riesgos absurdos se escuda, quizás, la absurda pretensión de evitar el morir.

Hay quienes arriesgan su vida física, emocional, familiar, no sólo por valentía o audacia, sino por carencia de sentido. Y, opuestos y complementarios, hay otros que no corren jamás el menor riesgo; ven cada acto, cada decisión, cada alternativa como amenazante y quedan paralizados por el miedo. A menudo, curiosa paradoja, el miedo a morir termina por convertirse en miedo a vivir. En El libro de la vida, Jiddu Krishnamurti (1895-1986), el influyente pensador indio que se negaba a ser llamado maestro espiritual, lo expresa así: "Donde hay miedo, es obvio que no hay libertad, y sin libertad no hay amor. Casi todos tenemos alguna forma de miedo: a la oscuridad, a la opinión pública, a las serpientes, a la vejez, al dolor físico, a la muerte. El miedo nos hace mentir, nos corrompe de distintas maneras, torna la mente vacua y trivial, distorsiona el pensamiento, lleva a supersticiones absurdas". No se puede salir del miedo, sostenía Krishnamurti, sin enfrentarse al hecho que lo provoca. Elaborando estrategias para vencerlo, seguimos apegados a él. "Si usted comprende el miedo, lo cual sólo ocurre si entra en contacto directo con él, entonces hace algo. Y sólo entonces cesa."

El miedo es la no aceptación de lo que es, agregaba el pensador indio, y esa no aceptación nos lleva a enredarnos en explicaciones, postergaciones, excusas, atajos. Se trata de comprender su causa y actuar ante ella. Se puede ser valiente, claro, pero no sin conocer el miedo. Según una inspirada metáfora del propio Sam Keen en El lenguaje de las emociones, el miedo tanto puede ser la luz roja que nos advierte en qué marea baja podríamos quedar varados, como puede resultar el faro que nos guía hacia la tierra lejana de nuestro más profundo y desconocido interior. Nadie puede discernirlo mejor que cada uno de nosotros. Después de todo, como dice el propio Keen, siempre hacemos lo más peligroso: vivir. "Cada día apuestas tu vida, con lo que haces y con lo que te niegas a hacer." El miedo es inherente a la existencia. Nuestra libertad de actuar ante él, también.
Diálogos del almaCara a cara con el miedo

Por Sergio Sinay

lanacion.com | Revista | Domingo 2 de noviembre de 2008

sábado, 23 de agosto de 2008

"Por mano propia" es un libro polémico y conmovedor, en el que Diana Cohen Agrest reflexiona sobre las posibilidades de elegir la propia muerte.


Qué nos hace decidir, todos los días, si queremos seguir sobre este mundo? ¿Tomamos realmente esa decisión? ¿Qué supone decidir ese acto extremo? ¿Hasta dónde podría extenderse el listado de preguntas que genera un suicidio?

Los límites nos ponen frente a preguntas trascendentes. Diana Cohen Agrest es la autora de un libro sobre los límites, un tratado sobre las prácticas suicidas que pone en cuestión una pregunta que encierra la clave de la filosofía: ¿vale la pena vivir?

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. Como acápite de su libro, Cohen Agrest cita a Albert Camus. El autor de El mito de Sísifo dice: “Juzgar que la vida vale la pena de ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”.

Tras esa pregunta fundamental va la autora, en un libro vitalista e incómodo: Por mano propia propone entender la vida como un desafío constante, un acto creador de sentido y un gesto de rebeldía frente al absurdo.

Diana Cohen Agrest es una mujer elegante, habla en tono pausado y mira a los ojos a su interlocutor, todo el tiempo. Pide un cortado y un vaso de soda grande. Cruza las manos sobre la mesa y con un gesto sutil del cuello se acomoda el pelo. “Vamos a hablar”, dice.

La vida biológica y la vida biográfica
La madre de Cohen Agrest estuvo postrada, inconsciente, en una cama por varios años. A su hija se le impuso una pregunta: ¿cuál es el sentido de la vida y cuándo una vida pierde sentido? “Hay una distinción muy interesante y muy rica –explica Diana–, que es la distinción que hizo el filósofo James Rachel, entre una vida biográfica y una vida biológica”.

“Una vida biológica es una vida meramente residual donde el organismo sólo opera como en un animal. En cambio una vida biográfica es aquella en la que uno tiene posibilidad de desplegar un proyecto de vida, un plan, una vida que tiene deseos, alegrías, tristezas”, comenta, antes de preguntar: “¿Dónde está el límite? ¿Cuándo la vida pierde el sentido de ser vivida?”.

Cuando comenzó a investigar el tema se encontró con una muy escasa bibliografía en castellano al respecto, lo que hace de Por mano propia un libro prácticamente pionero en abordar al suicidio y a la muerte asistida desde la filosofía, la historia de las ideas, la antropología, la sociología, la psiquiatría y la bioética .

–¿Por qué no hay una tradición, en español, de reflexión en torno del suicidio?

–En general no hay una tradición de reflexión sobre el suicidio porque tradicionalmente el suicido ha ido en contra del principio de la santidad de la vida, que ordena que uno tiene que conservar el propio cuerpo, porque así como Dios es el que nos ha dado la vida, también es Dios el único que puede llevárnosla. Ese principio ha regido a los largo de 2500 años, mientras la gente nacía, vivía y se moría naturalmente, cuando le llegaba la hora. Pero desde hace unos 40 años la posibilidad de prolongar indefinidamente la vida de un ser humano, que cuenta con una vida biológica pero que ya perdió de forma irreversible toda forma de vida biográfica, se va perfeccionando cada vez más. Hoy es posible mantener conectada a una máquina a una persona que ha perdido todas sus funciones vitales. Ante la posibilidad de permanecer o de caer en ese estado, y de ya no tener voz para poder de alguna manera decidir sobre el propio cuerpo, se ha vuelto a poner en el tapete la cuestión del suicidio, o por lo menos las controversias en torno del suicidio voluntario y el suicidio asistido.

Una historia del miedo
Por mano propia es un estudio sobre las prácticas suicidas. No sólo aborda el suicidio tradicionalmente entendido como el acto de matarse a uno mismo, sino también la eutanasia voluntaria y el suicidio asistido. Prácticas en las que hay una voluntad de morir, más allá de quién ejecuta la acción que determina el final de una vida. “No todos los suicidios son autoejercidos”, dice Cohen Agrest, y relata un ejemplo: “Hace unos meses, en Santa Fe, un policía que se había quedado sin trabajo y estaba muy deprimido llamó a su hijo de 9 años, le dio un arma, y le dijo ‘matame vos o si no te mato’. Y el chico lo mató”.

Autoejercidas o no, las prácticas suicidas han sufrido en la tradición occidental una condena bastante particular: Por mano propia recorre la historia de esa condena y despliega así un mapa genealógico de prejuicios sociales cardinales.

–La temática es una oportunidad para estudiar los prejuicios sociales no sólo en torno del suicidio sino de la vida…

–Uno puede hacer una historia de la cultura occidental justamente examinando las razones que se invocaron a favor y en contra del suicidio en cada época: en la polis griega el suicidio era considerado una falta hacia la ciudad, en cambio en la Edad Media era considerado una falta hacia Dios y una falta hacia el señor feudal. Se dice que en realidad la Iglesia usó su poder celestial para defender el poder terrenal, por ejemplo mediante castigos a la familia del suicida, que perdía todas las posesiones de quien se suicidaba. Tanto es así que muchas veces los párrocos del pueblo justamente ocultaban un suicidio y escribían esa muerte como muerte natural, para preservar a los hijos y a la esposa. Hoy en día el argumento más fuerte en contra del suicidio es que se considera a la muerte voluntaria como una falta hacia los familiares, o por lo menos hacia los vínculos amorosos.

Mitos
–La tradición intelectual sobre el suicidio es escasa, pero los mitos en torno del acto suicida son muchos...

–Sí. Hay muchos mitos sobre el suicidio. Uno de ellos tiene que ver con los jóvenes: hay una idea de que los jóvenes se matan por amor. Y no es así. En la Argentina hay dos ciudades paradigmáticas: Villa Gobernador Gálvez en Santa Fe, y Las Heras, en Santa Cruz. En Las Heras hubo 22 suicidios de jóvenes en muy poco tiempo, que tenían que ver con la falta de perspectivas, con abusos en la infancia, con el alcohol. Uno tiende a asociar el suicidio juvenil con el amor, pero no es así.

–¿Siempre hay una razón para el suicidio?

–Es una pregunta inteligente. Todo discurso acerca del suicidio es un discurso conjetural, nadie vuelve del suicidio, es como hablar de la muerte. Es siempre en tercera persona. Cuando se hacen estadísticas acerca de las tasas de suicidios, esas estadísticas se hacen ya basándose sobre ideaciones suicidas, aquellas ideaciones que tiene el suicida antes de llegar al acto, o a través de lo que se llama las autopsias psicológicas: cuando una persona se mata, el equipo de salud hace una especie de cuestionario, seguimiento del occiso a través de la palabra de los familiares y amigos, e intenta reconstruir el síndrome que dio lugar al acto suicida.

–¿Por qué tendemos a impedir el suicidio?

–En primer lugar creo que cada persona tiene derecho, en última instancia, a elegir su propia vida y su muerte. Pero hay que tomar en cuenta que esto es parte de una cultura de época, individualista. ¿Por qué intervenir? La medicina moderna se sustenta en el paternalismo médico. El médico es una especie de padre que tiene el lugar de la decisión: tiene la obligación de intervenir en caso de una conducta suicida. Pero, ¿cuándo deja de ser una intervención y se transforma en una interferencia? Ahí aparece el núcleo de la suicidología contemporánea, que es la posibilidad de que existan suicidios racionales. En contra de ese modelo hegemónico, según el cual todo suicidio es producto de una enfermedad mental, hay una corriente que trata de demostrar que hay suicidios que responden a un deseo de no seguir viviendo, un deseo racional: una persona muy enferma, sin perspectivas de cura, probablemente prefiera terminar con su vida, no prolongar su sufrimiento.

Por mano propia es un libro sobre la muerte que dice mucho sobre la vida. Una reflexión sobre el sinsentido, que busca la invención de ese sentido ausente. Un libro sobre la posibilidad de elegir la propia muerte, que dice mucho sobre las posibilidades de elegir la propia vida.

¿Hay que vivir? ¿Sólo porque estamos, debemos estar? ¿Vivimos porque nos dejamos vivir? Se trata de elegir, siempre, la vida y la muerte, elegir. De eso habla este libro y de eso quiere hablar Diana Cohen Agrest.

martes, 24 de junio de 2008

La Argentina muestra una gran desigualdad entre las provincias en la prevención de las muertes maternas.Las más afectadas son Jujuy, Misiones y Chaco

A la Argentina sólo le quedan siete años para cumplir con la palabra empeñada en 2000, de reducir la mortalidad materna a un nivel considerado más aceptable por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Las perspectivas no son muy optimistas, dado que el país no cumplió con el compromiso de bajar de 46 a 37 la cantidad de muertes maternas por cada 100.000 nacidos vivos para 2007, según el Informe de Progreso 2005/2006 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, presentado entonces por el Ministerio de Salud.

Por lo tanto, más difícil será pasar de la actual tasa de 48/100.000 registrada por el Observatorio Argentino de Salud Sexual y Reproductiva a las 13/100.000 para 2015, año en el que deberían cumplirse esos objetivos.

"Sólo faltan siete años para alcanzarlos y la Argentina todavía tiene que hacer bastante para reducir la mortalidad materna", advirtió ayer el doctor Paul van Look, director del Programa Especial de Reproducción Humana, durante la primera jornada de trabajo de los delegados de 25 países que se reúnen hasta mañana en esta ciudad.

"Esperamos que esta reunión sea un estímulo para el país", indicó el titular del principal instrumento de la ONU para la investigación en reproducción humana. Esta es la primera vez que esta cumbre convocada por la OMS se hace fuera de su sede, en Ginebra.

Según la situación local presentada por la directora del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (Cedes), Silvina Ramos, la tasa de mortalidad materna es algo más de tres veces superior a la de Uruguay, que en 2007 registró la tasa más baja de América latina (13/100.000). Luego le siguen Chile y la Argentina.

En su presentación, Ramos mencionó "la inequidad en mortalidad materna y las muertes por complicaciones en abortos" como los dos principales problemas en el país. Y advirtió, en diálogo con LA NACION, que "según la tendencia actual [de los indicadores], para 2015 llegaremos apenas a reducir la mortalidad materna a 38/100.000, salvo que medien acciones muy enérgicas y decididas" para revertirla.

"Esta debe ser una señal de alarma lo suficientemente poderosa para todos aquellos responsables de prevenir las muertes maternas", agregó la vicepresidenta del Comité de Política y Coordinación del programa de la ONU.

Cumbre de la ONU en Buenos Aires sobre reproducción humana
Preocupan la inequidad y el aborto como causa de muertes maternas

Para cumplir con las metas del milenio, el país deberá reducirlos drásticamente


LANACION.com | Ciencia/Salud | Martes 24 de junio de 2008

martes, 30 de octubre de 2007

A la muerte, con humor

Sexo y muerte. Un fabricante de ataúdes italiano ha vuelto a sorprender este año con su peculiar versión de calendario Michelín en el que combina los féretros que comercializa con el erotismo de sus modelos femeninos."La idea nació en el 2001 cuando buscábamos una forma diferente y novedosa de presentar nuestros productos a los directores de las empresas funerarias", explica Maurizio Matteucci, uno de los dueños de Cofani Funebri, la empresa que edita el calendario para vender sus ataúdes. "Creíamos entonces que no sería una mala idea vender nuestros productos de una forma divertida. La idea era vender los féretros con una mujer guapa al lado como se hace con los coches y con los teléfonos móviles".Felicitaciones por el sentido del humorDesde el primer calendario, en el 2002, hasta la actualidad, Cofani Funebri ha editado decenas de miles de ejemplares del erótico almanaque, que también puede ser bajado por internet. "Nos han pedido ejemplares del calendario desde todo el mundo, pero nuestros grandes mercados son EEUU y el norte de Europa", añade Matteucci, quien además es el responsable de las fotos ("la fotografía es una de mis grandes pasiones", asegura).Aunque los calendarios al principio generaron sorpresa "porque la gente no entendía que se mezclaran sexo y muerte", después "llegaron las felicitaciones por nuestro sentido del humor". Y además se dispararon las ventas de los ataúdes. "Al principio sólo vendíamos féretros en Italia, pero desde que publicamos los calendarios nos llegan ofertas del extranjero y estamos estudiando la posibilidades de comenzar a exportar".Maurizio Matteucci añade un mensaje para los que todavía puedan sentirse sorprendidos al ver su nuevo calendario para el 2008: "La muerte es parte de nuestras vidas y por tanto es estúpido continuar considerándola un tabú".
Fuente: El Periódico

sábado, 11 de agosto de 2007

El duelo

Despojada, con la sensación de haber sido robada, abrazando el vacío
Así se siente una persona que atraviesa el dolor de un duelo, según la psicóloga Laura Yoffe, autora de un estudio que examina la ayuda de la religión y la espiritualidad para afrontar la muerte de alguien próximo.

La muerte casi siempre actúa como un terremoto, pero la vida sigue y no hay más alternativa que descubrirle un nuevo sentido y reconstruir el mundo quebrado. Más allá de las diferencias individuales, una muerte inaugura un itinerario con fases evolutivas, según comparten los investigadores que indagaron los procesos involucrados en un duelo.

El impacto inicial, que puede anestesiar o congelar interiormente, como forma de negar o anular la realidad de la muerte, desemboca en una reacción emocional de rabia y desesperación, que incluye la esperanza imaginaria del regreso de la persona perdida.

"La búsqueda del ser querido se torna frustrante y crece la convicción de que no podrá ser encontrado en la realidad externa, sino sólo en el interior de uno mismo, en aquellas representaciones construidas en el vínculo que los unía", comenta Yoffe.

Entonces, puede ayudar la pregunta "¿qué me dejó esta persona?" para recuperar los valores positivos que dejó como herencia.

En palabras del sacerdote jesuita Ignacio Pérez del Viso, quienes han sufrido una pérdida no deben centrarse en una actitud de resignación, sino que deben retomar los valores positivos por los cuales la persona fallecida luchó.

Como situación límite, la muerte siempre confronta con el misterio de la condición humana, y no son pocas las personas que recurren a la religión y la espiritualidad como medio de búsqueda de un sentido de trascendencia.

"Todas las religiones han elaborado respuestas para los momentos críticos de la vida. Y existen rituales, prácticas individuales o colectivas -que, según el credo, pueden consistir en una oración, una práctica de meditación, la lectura de un texto considerado sagrado- que promueven estados afectivos de esperanza, perdón, afianzamiento de la autoestima, paz, bienestar, amor y compasión", comenta Yoffe.

"Las prácticas de meditación y contemplación sirven para disminuir el sufrimiento y alcanzar estados de mayor calma mental, placer y felicidad", según plantea el Dalai Lama, líder espiritual del budismo tibetano.

La expresión de las emociones también ayuda a una progresiva disminución del dolor; reprimirlas dificulta la reorganización emocional, así como el permanecer rumiando el sufrimiento.

"Si una persona se queda sola en su casa, llorando deprimida, no se da la oportunidad de superar el dolor. La melancolía no da salidas, no permite abrir nuevas puertas, hacer cambios y construir nuevos proyectos personales. Por eso es importante encarar una búsqueda activa de recursos que permitan la sanación interior, en lugar de quedar atrapado en el dolor", alerta la investigadora.

Y destaca el planteo del rabino Adrián Herbst, ex decano del Seminario Rabínico Latinoamericano Marshall Meyer, quien propone acciones para transformar el dolor en amor.

Verse desde arriba

LONDRES.- Joe ya no le teme a la muerte. De hecho, la última vez que le sucedió más bien disfrutó del viaje. Primero fue lanzado hacia la oscuridad, luego vino una luz brillante, un campo de flores y un hombre vestido de blanco que le contó cosas de su futuro. Más tarde, los doctores le informaron que durante cuarenta y cuatro segundos su pulso se había interrumpido.

Para Joe, su experiencia cercana a la muerte (NDE, según su sigla en inglés, por near death experiences) fue un adelanto muy real de lo que le sucederá luego de la muerte. La ciencia tiene una explicación diferente: las NDE son reales, pero no tienen que ver con la vida en el más allá. Más bien, son ilusiones creadas por un cerebro que se desvanece. Pero a pesar de numerosos intentos, nadie pudo explicar científicamente todos los elementos que las constituyen.

Ahora, un investigador cree que sí. Kevin Nelson, neurofisiólogo en la Universidad de Kentucky, en Lexington, Estados Unidos, señala que las NDE pueden ser poco más que estados similares al sueño, gatilladas por el estrés y una predisposición a un tipo común de trastorno del sueño. Si está en lo correcto, el 40% de nosotros podría estar preparado para ver la luz.

Los recuentos escritos de NDE comenzaron hace más de dos mil años y fueron reportados todo a lo largo y ancho del mundo. La mayoría incluye un "punto de no retorno" que, si se cruza, conduce a la muerte, y una persona que te aleja de él. La identidad de esta persona parece depender de la religión. Los cristianos, por ejemplo, a menudo se encuentran con Jesús o con un pariente muerto, mientras que los hindúes pueden ver a Yamraj, el dios de los muertos.

Para Nelson, esto sugiere que las NDE provienen de algo fundamentalmente humano. "La gente dice que existe un hilo común que los comunica a todos, de forma que debe existir un elemento espiritual", comenta. "Yo miro ese hilo común y veo un proceso biológico."

Sea lo que sea que causa las NDE, la experiencia es sorprendentemente común. Cerca del 20% de los sobrevivientes de ataques cardíacos, recuerdan por lo menos algunos de los elementos de una NDE, que pueden incluir sensaciones de estar fuera del propio cuerpo, euforia, túneles o una luz brillante. La mitad de estas personas experimenta NDE completas, que incluyen varios de estos fenómenos.

Fallo cerebral - A pesar de que son bastante comunes, las experiencias cercanas a la muerte nunca han sido explicadas adecuadamente. Las sugerencias más racionales las relacionan con una caída de los niveles de oxígeno en el cerebro, y se han propuesto diversas explicaciones para dar cuenta cabal de por qué esta hipoxia puede gatillar experiencias vívidas.

Algunos científicos aseguran que podrían ser producidas por una molécula hipotética llamada "endopsicosina", que ata las neuronas y las protege de la hipoxia. Otros sospechan que la inundación de endorfinas en la amígdala, la parte del cerebro asociada con las emociones, podría desembocar en euforia y sentimientos de desapego.

La caída de los niveles de oxígeno también podría causar descargas eléctricas -similares a las que produce la epilepsia- en el hipocampo, relacionado con la memoria, hecho que lleva a una repetición de eventos ya vividos. La actividad en la amígdala podría prestarles a estas visiones el matiz espiritual. Otros observadores señalan las anestesias y los analgésicos como posibles causas.

De hecho, la lista de explicaciones sigue de manera interminable. Pero muchas de ellas fallan a la hora de dar cuenta de la experiencia en su totalidad y resultan imposibles de probar científicamente.

Muchas, además, pasan por alto el hecho de que no se necesita que alguien se encuentre a las puertas de la muerte para que tenga una NDE. Un estudio de 1990 en la Universidad del Centro de Ciencias Médicas en Charlottesville sobre 58 personas que habían experimentado NDE, encontró que la mitad había sobrevivido sin requerir cuidados médicos de ningún tipo. A veces, un desmayo puede ser suficiente para accionar las sensaciones propias de las experiencias cercanas a la muerte.

Nelson asegura que eso se debe a que, a pesar de su nombre, las NDE tienen poco que ver con la cercanía de la muerte. Argumenta que la experiencia proviene de un ataque agudo de "intrusión de sueño REM", un fallo en el sistema de los circuitos cerebrales que, en tiempos de estrés extremo, puede llevarlo a un estado mixto de conciencia en el que se encuentra a un tiempo en sueño REM y parcialmente despierto.

"El concepto de que nuestro cerebro está o ciento por ciento despierto o ciento por ciento en sueño REM es absolutamente erróneo -asegura el doctor Mark Mahowald, neurólogo en el Centro Regional de Trastornos del Sueño Minnesota, en Minneapolis, Estados Unidos-. Podemos tener porciones de un estado entrometiéndose en el otro, y ahí es cuando las cosas se ponen interesantes."

Un extraño despertar - La intromisión REM es un rasgo común de la narcolepsia, un trastorno neurológico caracterizado por ataques incontrolables de sueño que pueden causar alucinaciones elaboradas y, algunas veces, la sensación de estar fuera del propio cuerpo.

Pero la intromisión REM puede afectar a cualquiera, y frecuentemente lo hace. Estimaciones recientes sugieren que hasta un 40% de las personas experimentaron "parálisis del sueño", una forma de intromisión REM en la que se despierta con parte del cerebro todavía en sueño REM y con el cuerpo paralizado. A menudo el resultado es la aterradora sensación de no poder moverse, acompañada por alucinaciones visuales o sonoras, y por una presión en el pecho.

La parálisis del sueño es considerada una explicación racional para muchos fenómenos aparentemente sobrenaturales, incluidos los ataques de brujas, las visitas de los muertos y, más recientemente, los secuestros alienígenas.

¿Podría la intromisión del sueño REM también explicar las NDE? "Algunos elementos de las experiencias de casi muerte poseen una similitud misteriosa con el estado REM", afirma Nelson. Las caídas y las flotaciones, comunes en los sueños, también suceden en las NDE.

Y a pesar de que los sueños normales se van rápidamente de la memoria, esa combinación estrafalaria de estar dormido y despierto al mismo tiempo hace que la gente con narcolepsia se acuerde de sus alucinaciones de manera vívida. Por esta misma razón, asegura Nelson, pueden recordar sus NDE con lujo de detalle. Mientras tanto, la parálisis total -sello distintivo del REM-, puede hacer creer a una persona que, efectivamente, está muerta.

Las intromisiones REM podrían subyacer a otros aspectos de las NDE. "Los narcolépticos, cuyos sistemas REM a menudo se activan mientras están despiertos, son conocidos por su propensión a las experiencias extracorpóreas", asegura Nelson, y la frecuencia de estas experiencias mengua cuando su narcolepsia es tratada con drogas.

Verse desde arriba - Mirar desde el techo cómo trabajan los cirujanos en el propio cuerpo, puede resultar especialmente convincente durante una experiencia cercana a la muerte. El doctor Olaf Blanke, neurólogo cognitivo del Instituto de Tecnología Suizo Federal en Lausanne, explica que estas sensaciones aparecen cuando el cerebro no logra entretejer diferentes hilos de información sensorial.

Si las sensaciones táctiles le dicen al cuerpo que se encuentra acostado, pero el tembloroso oído interior hace que la vista sea interpretada como la de una perspectiva en flotación, entonces una persona perfectamente puede "verse" desde el techo.

Blanke les ha hecho ver a algunas personas, sus propias piernas separadas del cuerpo desde una perspectiva de flotación estimulando eléctricamente el gyrus angular, un área del cerebro que integra la información sensorial.

Un estado mixto de REM podría interrumpir la integración de la información sensorial de una manera similar, asegura Blanke. El cerebro puede estar consciente, pero la transferencia de la información sensorial y motora del cuerpo está mayormente interrumpida.

viernes, 10 de agosto de 2007

Pensar en la muerte

Con sus 80 años a cuestas, doña Eugenia hacía una visita guiada. Ella y sus dos sobrinos visitaban el cementerio del pueblito perdido en las montañas piamontesas, donde yacían los antepasados familiares.


Puro producto de la trama egoísta y neurótica de las sociedades modernas, los jóvenes de hoy -y los no tan jóvenes- se niegan obstinadamente a pensar en la muerte, la decrepitud o la vejez. Modelados por una educación donde la eficacia, el dinero y la apariencia física han sido elevados al rango de paradigma, los habitantes del mundo contemporáneo son cada vez más víctimas de la depresión y el desarraigo. En ese universo, las penas se curan con Prozac, las alegrías se dopan con endorfinas y la pérdida de identidad se paga con ataques de pánico.
Para la enciclopedia médica, el panic attack -como lo llaman especialistas y sofisticados- es un trastorno psíquico emparentado con los trastornos de ansiedad, cuyas causas precisas son desconocidas.
"Todo parece indicar, sin embargo, que esos ataques estarían relacionados con situaciones de pérdida afectiva: pérdida del trabajo, rupturas, duelos, jubilación, incertidumbre, etc.", explica la American Psychological Association (APA).
Un ataque de pánico aparece de golpe, sin anunciarse y sin razón aparente, y provoca una sensación de muerte inminente: taquicardia, dificultad para respirar, transpiración, temblores, dolor en el pecho, mareos, náuseas y un sentimiento difuso de terror.
Según los especialistas, un ataque de pánico puede ser aterrador, pero nunca peligroso, a menos que se presente combinado con una situación de depresión. Eso es lo que generalmente sucede. En esos casos, si no es tratado rápidamente con las terapias adecuadas, puede llevar hasta el suicidio. En nuestras sociedades hiperestresantes, el panic attack ha pasado a formar parte del lenguaje cotidiano. Cada día más, tanto en Estados Unidos como en la Argentina, es posible escuchar que alguien no vendrá a trabajar porque es víctima de un ataque de pánico. Psiquiatras y psicoanalistas admiten que cada vez es mayor el número de pacientes afectados por ese trastorno neurótico.
En la década del 90, la APA afirmaba que el 1,4 por ciento de la población de las sociedades occidentales era víctima de un ataque de pánico al menos una vez en la vida. Según un amplio estudio británico publicado a comienzos de 2005, el panic attack afecta ahora al 7,2 por ciento.
La razón principal parece ser una: el miedo.
"En las sociedades contemporáneas, el hombre está solo. Ha dejado de ser el centro de las preocupaciones comunitarias: las leyes laborales lo protegen cada vez menos; los sistemas de salud están sólo al alcance de los más ricos y la justicia funciona para quienes pueden pagarse un buen abogado. El individuo termina por sentirse totalmente desamparado ante una sociedad hostil", afirma el sociólogo francés Frédéric Lenoir.
Pero la explicación de ese miedo es, sobre todo, la pérdida de referentes culturales y familiares. "Las sociedades tradicionales daban respuesta a los temores metafísicos. Con sus creencias, su ética y los ritos aferentes, servían de marco de referencia. Todo tenía su sitio en un orden preestablecido: el trabajo, la familia, la salud, la vida y la muerte", explica Lenoir.
Hoy, tras haber rechazado toda posibilidad de trascendencia, el hombre se ve enfrentado a su propia finitud: la vida se termina el día de su muerte. La muerte no es un pasaje: es un fin.
Para los historiadores Bernardino Fantini y Mirko Grmek, el miedo a la muerte está ligado al valor que cada cultura le da al hombre.
"En la Edad Media, cuando lo más importante era el destino colectivo, ese miedo era extremadamente reducido. En el Renacimiento, período de gran sensibilidad individual, la muerte adquirió características horribles y fascinantes. Del siglo XVIII al XIX, se desarrolló un tercer modelo, en el que el tema dominante era la muerte del otro, del ser querido. Por fin, en nuestras sociedades industrializadas asistimos cada vez más a la negación de la muerte; una muerte que se vuelve medicalizada, tecnificada y privada de sus dimensiones psicológicas." Las sociedades modernas empujan ese paso fuera de la vida tras las puertas de los hospitales, reducen el rito funerario al punto de hacerlo casi invisible y corren detrás del mito de la juventud eterna. Todo lo que recuerda la muerte es virtualizado.
"Desviamos la mirada para ver la muerte sólo como una especie de abismo donde se acumulan imágenes comprimidas de cuerpos sin vida", reflexiona el filósofo francés Jacques Schlanger.
Porque el hombre se ha vuelto un fin en sí mismo; todo lo que le concierne adquiere proporciones desmesuradas. El trabajo no es un medio para subvenir a las necesidades materiales o para la realización personal; es el símbolo cualitativo que da valor a la totalidad de la existencia. Lo mismo sucede con el aspecto físico, con la edad y con los logros sociales. Ser feo, pobre, viejo o desgraciado son categorías portadoras de subhumanidad.
Paradójicamente, ese miedo a la muerte termina por transformarse en miedo a la vida.
"Para los sabios de la Antigüedad, era necesario liberarse del miedo a la muerte para poder adentrarse libremente en la vida", recuerda Jacques Schlanger.
Hoy, eso se vuelve cada vez más difícil.
Obsesionadas con la quimera de una existencia eterna, nuestras sociedades terminaron por conseguir que el hombre se perdiera de vista a sí mismo.

miércoles, 8 de agosto de 2007

La conciencia espiritual

Sri Sri Ravi Shankar, el creador de la Fundación El Arte de Vivir, visitó recientemente la Argentina. Estos son algunos de sus preceptos, que se practican en 142 países para hacer de la vida un ejercicio de crecimiento

Es el espíritu el que mantiene y sostiene la vida, es el que te hace fuerte y sólido y el que rompe los estrechos límites entre grupos sociales, creencias, religiones y nacionalidades. Es el que te hace consciente de que la vida está presente en todas partes. Unicamente tomando conciencia, elevando la conciencia, podremos eliminar las guerras y restaurar los valores humanos en el mundo actual. ¿Cómo lograrlo? ¿Cuáles son los principios para una vida espiritual?
Confianza
Tener confianza en uno mismo. Sin confianza no se alcanza la meta. La duda se opone a la confianza. Una vez que elimines lo negativo verás que lo positivo ya sucedió. Cuando la duda se despeja surge la confianza.
Deja de culpar a otros y a ti mismo
El viaje espiritual es un viaje hacia el ser, y cuando te culpes no querrás acercarte al ser. Sin acercarte al ser, al espíritu, te quedas en un viaje hacia la materia. La alegría derivada de la materia cansa y la alegría que te otorga el ser te eleva. Quizás encuentres cualidades negativas dentro de ti, pero no te culpes. Cuando te culpes, inevitablemente culparás a otros, ya que no podrás sostener por mucho tiempo que sólo tú eres culpable; entonces encontrarás una razón para escapar de esta situación y encontrarás a quien culpar. Esto produce odio.
Admira a otros y admírate a ti mismo
Alabarse y alabar a los demás. El halagar a otros es un paso más para no culpar. El alabar aviva el espíritu, y la presencia del espíritu te eleva, eleva al otro, y a todo tu entorno. Al admirarte a ti mismo y a otros se genera un espacio dentro de ti que se llena de alegría. Si puedes alabarte a ti mismo no necesitarás que nadie te alabe. Muchos creen que alabarse es tener ego, pero no es así. De hecho, el ego no puede alabarse a sí mismo. Es más, el ego espera alabanzas de otros. Observa que, de cualquier forma, todos los halagos van a Dios. Si tienes ojos hermosos, ¿quién los hizo? Cada alabanza que te hagan es para el Creador.
Sinceridad
Sé sincero en todos los aspectos. No te engañes a ti mismo y no intentes fingir con los demás. La búsqueda espiritual sin auténtica sinceridad es vacía y no aporta ningún beneficio. La sinceridad trae paz, felicidad y alegría, que no podrás encontrar de ninguna otra forma.
Dejar ir el pasado
Soltar el pasado. Ve todo el pasado como un sueño. Entonces alcanzarás el momento presente. Verás que no tienes que hacer ningún esfuerzo por estar en el presente. En el instante en que sueltes el pasado, la mente retorna al presente por sí sola. En el momento presente se aviva el espíritu; incluso una pequeña chispa se convierte en llama. Cuando te aferras al pasado, la chispa se cubre con cenizas. Quédate en el presente y sopla todas las cenizas del pasado. Aceptación
Tienes que saber crear un entorno armonioso alrededor de ti. Quizá creas que el entorno te crea a ti, pero en realidad eres tú el que crea tu entorno. Date cuenta de que lo que es, es. Aceptar lo que ya es tiene dos aspectos. Lo primero es aceptar que el momento presente es inevitable. Lo que ya ocurrió, ya ocurrió. Si quieres que sea diferente, sólo podrá serlo al momento siguiente. Aceptando lo que ya ocurrió, te tranquilizas y puedes cambiar las cosas. El segundo aspecto es aceptar a las personas como son. Cualquiera que sea su comportamiento, date cuenta de que es lo mejor que pueden ofrecer en ese momento. Sé analítico. Busca una posible explicación a sus acciones. Y simultáneamente asume la responsabilidad por las tuyas.
Confirmación de tu propia muerte
La confirmación de la muerte te trae al momento presente y te aleja de todas las tentaciones que te mantienen lejos del presente. Cuando tomes conciencia de que te vas a morir, el futuro dejará de perseguirte.
La impermanencia de la vida
Saber que todo es impermanente eleva el nivel del espíritu. As, actuarás con más energía, entusiasmo y vigor. Creemos que al reconocer la impermanencia perdemos el entusiasmo y caemos en la apatía. No. La correcta comprensión de la impermanencia aviva el espíritu. Cuando se despierta el espíritu, te sientes elevado y surgen el entusiasmo y el dinamismo.
Confianza
Confía en la inteligencia infinita y suprema que ha formado toda esta creación, desde el despliegue cósmico hasta el juego entre átomos y moléculas. Sólo por la ubicación de los electrones algo se convierte en una flor y otra cosa se convierte en una piedra, una cosa más se hace oro y otra carbón. Observa que hay un sustrato, una base, una inteligencia superior que está sosteniendo todo, una unidad presente en toda la creación. Y ve que ésta tiene vida. No vemos el universo como algo vivo. Sólo vemos materia en todas partes; a la luz de nuestros ojos sólo existen los objetos. Sabemos que hay campos magnéticos en la creación, pero a menudo lo vemos como un campo muerto. La conciencia pura, que es la base de la mente, que es eso de lo que tú eres parte y de lo que todos son parte, eso es ese campo, y ese campo está vivo. Entender, aceptar y confiar en la inteligencia suprema que crea y sostiene todas las cosas.

Más datos: www.elartedevivir.org ; www.artofliving.org

martes, 7 de agosto de 2007

La muerte

El ser humano es el único animal que sabe que va a morir y es esa una vivencia difícilmente tolerable. Los agnósticos adjudicarán a dicha angustia el nacimiento de las religiones con su conveniente promesa de vidas posteriores; también la esencia de la filosofía sería ofrecer la ilusión de que se puede anular, por medio del ordenamiento lógico de las palabras, aquello que pertenece a lo inexplicable. Puede especularse, asimismo, que el vigor de la ciencia responde al deseo de manipulación de la naturaleza, pero que su principal objetivo es la “vacuna” contra la mortalidad. La negación de la muerte también es notoria en Sigmund Freud, quien privilegió, por ejemplo, la angustia de castración por sobre la angustia de muerte. El creador del psicoanálisis parece convencido de que el inconsciente es inaccesible a la representación de nuestra propia muerte, y que ella sólo asoma en el espejo de la identificación con la muerte de un otro amado.
San Agustín, en sus Confesiones, narra que su primer contacto con la muerte fue cuando falleció un amigo muy querido, víctima de lo que llamó “la enemiga crudelísima”. Asume, entonces, que todo lo que vive en este mundo debe morir y que, por lo tanto, es inútil lamentarse.
La posición de los ateos, descreídos de un más allá, la expresó Nietzsche en varios textos, protestando de que postular “otra vida” es traicionar a “esta vida”, la única que tenemos.
Lo cierto es que tememos lo que no conocemos y damos por sentado que es temible. A ello se resistía Sócrates: “Quizá la muerte sea la mayor bendición del ser humano –nadie lo sabe–, y sin embargo todo el mundo le teme como si supiera con absoluta certeza que es el peor de los males”.
Desde cualquier punto que se lo mire, la negación de la muerte es una empresa condenada al fracaso. Pero asumirla ayuda a darle un sentido más pleno a la vida, se sea o no religioso. Martin Buber, en sus Cuentos jasídicos, relata que el rabí Búnam yacía en su lecho de muerte. A su lado, su esposa sollozaba. “¿Por qué lloras? –le dijo–. Dediqué toda mi vida a aprender a morir.” Una de las consecuencias dramáticas de no prepararse para la muerte es el derrumbe psicológico producido por la certeza o sospecha de sufrir una enfermedad. Eso mismo está en la base de esa difundida patología moderna que son los devastadores ataques de pánico.
Volvamos a citar a San Agustín: “Comenzar a vivir en el cuerpo es estar en la muerte. El hombre no está nunca en la vida, aunque viva en el cuerpo, ya que es más bien un muriente que un viviente”. Ya en sus Epístolas, Séneca había escrito: “No caemos de improviso en la muerte, sino que procedemos hacia ella paso a paso: morimos cada día”. Samarkanda.”
Se trata, entonces, de vivir con la conciencia de la propia muerte y lograr que esta vida que nos ha sido dada tenga un sentido, que justifique nuestra presencia en el mundo. No es criticable seguir las modas del mercado, que sagazmente se aprovecha del humano deseo de inmortalidad borrando canas, arrugas y adiposidades, pero debe entenderse que éstas son señales que nos indican el paso del tiempo en nuestros cuerpos y, por ende, la mayor proximidad de la muerte. Ello debería impulsarnos a cumplir con nuestros objetivos y hacer más llevadera la vida para nosotros y para nuestros prójimos.
El mecanismo más humano para negar la muerte es la postergación. Es decir, dilatar decisiones, expresiones o placeres como si el tiempo fuera infinito y nosotros inmortales. “Ya habrá tiempo para todo”, suele decirse. Una de las más gravosas consecuencias de esta argucia es postergar la expresión de nuestros sentimientos a quienes amamos, de manera que, cuando algún ser querido fallece, nos atormentamos por no haber sabido decir “te quiero”, “gracias” o “perdón”, a pesar de las oportunidades que tuvimos para hacerlo. Es que allí, según el mecanismo de negación, nadie iba a morir. Si usted ha llegado hasta este punto de la lectura no pierda tiempo y comience a desterrar su avaricia afectiva hoy mismo. El principal beneficiado será usted mismo.
Una de las perversiones de la vida moderna es la “muerte borrascosa”, como la llamó Phillipe Ariès. Es aquella en que nos extinguimos en ambientes médicos atravesados de cánulas, conectados a respiradores artificiales, sedados hasta la inconsciencia, nuestras existencias prolongadas que violentan el ciclo natural, para satisfacción de una ciencia cuya derrota ante la muerte será, de todas maneras, inevitable.
Lo contrario es la “muerte mansa”, la que sobreviene en el hogar, rodeados de parientes y amigos, “confirmatoria de los vínculos de solidaridad comunitaria y social, prevista con certidumbre y aceptada sin un miedo mutilador” (Daniel Callahan). Es la muerte que nos permitió a hijos, nietos y bisnietos, hace pocos días, en torno a su cama, acompañar a Susana, mi madre, hacia el Misterio. Es la muerte que relata Efrem, el personaje de Pabellón de cancerosos, de Soljetitsin: “No se engreían, no luchaban contra ella ni alardeaban de que no iban a morir […]. No daban largas a arreglar sus cosas; se preparaban en silencio y con tiempo, decidiendo a quién le tocaría la yegua, a quién la potra, y partían con facilidad, como si se mudaran a otra casa”.
Seamos, pues, peregrinos que dan sentido a su andar por los caminos de la vida sabiendo que, en algún momento, nos desplomaremos a un costado, y aceptemos que sólo entonces sabremos si allí todo termina o si es sólo un volver a comenzar. Pero de una u otra manera, si hemos vivido para bien morir, nuestra existencia estará justificada.