Por Cynthia Hotton | Para LA NACION
La Cámara de Diputados comienza hoy a debatir proyectos sobre el aborto en la Comisión de Legislación General, un tema controvertido en el que hay varias posiciones enfrentadas: un grupo que pretende despenalizarlo totalmente; otro grupo que aceptaría excepciones y, finalmente, estamos quienes defendemos la vida desde la concepción y hasta la muerte natural. Las opiniones entre los diferentes bloques se encuentran divididas, lo que refleja una pulseada entre quienes apuestan por la vida y quienes se quieren adjudicar el derecho a decidir sobre la vida de otra persona: el niño por nacer.
Lamentablemente, si reflexionamos sobre lo que implica el aborto libre hasta la semana número 12, como lo proponen los proyectos por tratarse en la Cámara baja, se estaría dando lugar a casos totalmente discriminatorios: por género, por mal formación o por su origen. Hoy en día, una mujer puede conocer a los tres meses de embarazo si el bebe es Down, si es hombre o si es mujer, por lo que resulta imposible corroborar que el sexo del bebe o alguna mal formación no sea la razón de un aborto. En este sentido, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa expresó su preocupación y aprobó la Resolución 1829 (2011), en la que recomienda a los países miembros legislar para prohibir la selección de sexo prenatal en el contexto de los abortos legales. Asimismo, se propuso hacer frente a la problemática de la eliminación sistemática de niñas antes del nacimiento como un fenómeno que se apoya en un clima de violencia contra las mujeres.
Algo que sorprende de los proyectos en debate es que por la excepción de haber sido gestado en un acto violento o por mal formación los niños podrían ser abortados hasta el noveno mes. Les pregunto a los médicos, que de esto entienden, ¿no están matando a un bebe?
Por otro lado, cuando estamos hablando de muertes maternas, el Ministerio de Salud afirma que en la Argentina hay alrededor de 400 muertes por año, según estadísticas de 2009. De éstas, 82 corresponden a abortos, sin estar discriminados en esta cifra si son abortos naturales, abortos inducidos o por embarazos ectópicos. En este sentido, uno de los compromisos de la Argentina para el milenio es la reducción total de la tasa de muerte materna. Está demostrado en países de la región que esta tasa se reduce con políticas de contención y que no existe correlación directa con la legalización del aborto.
La realidad demuestra que no hay interés en resolver el problema que tiene que ver con todas las muertes maternas, para lo cual hemos presentado varios proyectos que apuntan a mejorar el sistema de contención de estas mujeres. Sin embargo, hasta la fecha ninguno de ellos fue tratado. Mi compromiso sigue firme y voy a dar el debate. Defiendo la vida desde la concepción y hasta la muerte natural. La ciencia está de nuestro lado, ya se ha comprobado que existe vida desde la concepción.
La autora es diputada nacional por Valores para mi País.
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martes, 1 de noviembre de 2011
domingo, 23 de octubre de 2011
Ser feliz
Un hombre murió.. Al darse cuenta, vio que se acercaba Dios y q llevaba una maleta consigo; y le dijo: -Bien hijo, es hora de irnos! El hombre asombrado, le preguntó a Dios: -Ya?... Tan pronto? tenia, muchos planes... -Lo siento hijo.. pero es el momento de tu partida!.. -Que tienes en la maleta? Y Dios respondió: -Tus pertenencias!!!... -Mis pertenencias? Mis cosas,mis ropas, mi dinero?? -Eso nunca te perteneció, eran de la tierra.. -Tienes mis recuerdos?? -Nunca te pertenecieron, eran del Tiempo.. -Tienes mis talentos? -No te pertenecieron, eran de las circunstancias.. -Tienes a mis amigos, a mis familiares? -Lo siento hijo, ellos nunca te pertenecieron, eran del camino.. -Tienes a mi mujer y a mis hijos? -Ellos nunca te pertenecieron, eran de tu corazón... -Tienes mi cuerpo? -Nunca te perteneció, ese era de polvo.. -Entonces tienes mi alma? -No!. Esa era Mía.. Ahí el hombre lleno de miedo, arrebató a Dios la maleta y al abrirla... Se dio cuenta que estaba vacía!!... Con una lágrima de desamparo brotando de sus ojos, el hombre le dijo a Dios: -Nunca tuve nada??? -Si hijo mio,... cada uno de los momentos que viviste fueron sólo tuyos... La vida es sólo un momento.. !!Un momento sólo tuyo.!!! Disfrútalo en su totalidad.. Que nada de lo que crees que te pertenece, te detenga.... Vive el ahora! Vive tu vida..!!!. Y no te olvides de SER FELIZ. Valora a quienes te valoran, no pierdas tiempo con quien no lo tienen para ti, sólo has la voluntad de Dios, regala estas hermosas palabras: Dios Te Bendiga
martes, 20 de septiembre de 2011
Me gusta está gente
Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad.Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios.
Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto.
Me gusta la gente que posee sentido de la justicia.
A estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor. La gente que nunca deja de ser aniñada.
Me gusta la gente que con su energía, contagia.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
La gente que lucha contra adversidades.
Me gusta la gente que busca soluciones.
Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.
Me gusta la gente que tiene personalidad.
Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.
La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.
Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.
Mario Benedetti
Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto.
Me gusta la gente que posee sentido de la justicia.
A estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor. La gente que nunca deja de ser aniñada.
Me gusta la gente que con su energía, contagia.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
La gente que lucha contra adversidades.
Me gusta la gente que busca soluciones.
Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.
Me gusta la gente que tiene personalidad.
Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.
La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.
Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.
Mario Benedetti
lunes, 19 de septiembre de 2011
El eclipse de Dios
Por Jesús María Silveyra | Para LA NACION
El papa Benedicto XVI, en su reciente visita a España para la Jornada Mundial de la Juventud, mientras hablaba frente a un grupo de religiosas, dijo que Europa vive una "especie de eclipse de Dios, cierta amnesia; más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza".
La figura utilizada por este gran pensador en los comienzos del siglo XXI es muy acertada. Al hablar de "eclipse de Dios", nos está llevando de la mano a pensar que algo se ha interpuesto en el camino entre Dios y el hombre. ¿Qué es? No se trata de un astro, claro que no. Sin embargo, la luz procedente de Dios ha sido bloqueada por un "cuerpo eclipsante" que pareciera haber producido la "desaparición" (en griego, ekleipsis ) de Dios.
Pero ¿puede Dios desaparecer, o es el hombre quien no lo ve, cegado como está por la oscuridad del cuerpo eclipsante? Si creemos en la existencia de un creador absoluto, éste no puede desaparecer, porque es preexistente a la misma creación y a toda relatividad. Por lo tanto, sigue allí, desde la eternidad, iluminando. Ocurre que algo se ha interpuesto entre Él y el hombre.
El Papa, durante el mismo viaje, habló de que la sociedad estaba expuesta a los "fuegos fatuos del relativismo y la mediocridad". Me quedo con este concepto para fundamentar lo que sigue. Es decir, que la oscuridad del cuerpo eclipsante proviene de estos fuegos fatuos que parecen iluminar, pero lo que hacen es confundir al hombre. Ya no basta con hablar de que se trata del mal o del pecado, sino de algo mucho más sutil, difuso y abarcador que toca las raíces de la civilización judeo-cristiana, impregnándolo todo de relativismo. Es un fuego difuso ligado al "misterio de la iniquidad" del que tanto nos habló Juan Pablo II, parecido al fuego que brota en la noche de los restos óseos abandonados sobre la tierra, producto de la inflamación y hasta la exacerbación de la materia.
El hombre, preso del "misterio de la iniquidad", no puede ver a Dios por distintos motivos, pero, fundamentalmente, porque ha caído en las redes del relativismo más atroz que quizás haya conocido. Ese relativismo atroz lo sumerge en los mares de la mediocridad, donde ésta se vuelve casi un principio físico que todo lo confunde y destrona a Dios del centro de la vida. Dios deja de ser centro y fundamento del universo para convertirse en un ser ordinario sin mayor peso y utilidad, salvo para aquellos que todavía pensamos que el Absoluto y su misterio son la excepcionalidad de la existencia. Dios pasa a ser una palabra vacía de contenido, casi descartable, que, por ejemplo, ni vale la pena agregar en el preámbulo de la Constitución europea. ¿Para qué y por qué, se preguntaron los constituyentes?
De allí que el Papa diga, refiriéndose al Viejo Continente, que "se corre el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza", porque si el ser humano no tiene en cuenta a Dios en su vida, evidentemente se ha perdido a sí mismo al renegar del "sentido" que milenariamente le dio a su existencia.
El sinsentido de la vida lleva al hombre posmoderno, principalmente al urbanoide de los grandes conglomerados del mundo, a considerarse a sí mismo el único sentido, a decir "yo soy", como si fuera el mismo Yavé, el "yo soy" que Moisés escuchó responder a Dios, cuando le preguntó por su nombre. Pero, lamentablemente, este hombre del "yo soy" con minúsculas, vacío de sentido trascendente, se encuentra perdido en su propio laberinto: si él "es" completamente, nada le debería faltar (pero sabe que algo le falta) y si no "es", ¿qué remedio tiene cuestionarse? (Porque no quiere aceptar que es imagen de un Ser Superior.) Por lo tanto, deja la cuestión de la existencia y del "ser" de lado, para preocuparse más bien por el "tener". Se dice: "Si tengo, soy; si no tengo, no soy".
Es justamente el misterio de la iniquidad el que se ha encargado de sumergirlo en este dilema del "tener y no tener", del que alguna vez habló Hemingway. Así, por ejemplo, el urbanoide se dice a sí mismo: "Si tengo mi celular, mi plasma, mi laptop, mi tecnología, mi conexión permanente con lo que ocurre hasta en el más remoto rincón del mundo, entonces, yo soy". La necesidad de consumir y de sentir en lo inmediato, en el "ya", está implícita en ese "tener".
Hay una confusión de valores y deseos desordenados que alimentan esa fatuidad del fuego que despide el "cuerpo eclipsante". Fatuidad que expresa en algunos casos la vanidad del hombre y, en otras, su propia necedad ante la irremediable finitud de la vida, que lo pondrá cara a cara con la muerte y con el sinsentido de una existencia vivida sin proyectar lo que le espera cruzando el umbral del tiempo, cuando tome conciencia de que el tener no le ha servido de preparación de su eternidad, cuando vuelva a la presencia del misterio de su origen y se enfrente cara a cara con el "Yo Soy", con mayúsculas.
¿Cómo salir de este eclipse de Dios? Hay muchas respuestas y cada quien debe encontrar la suya, pero lo primero es saberse inmerso en esta situación, tomar conciencia, tocar el propio cuerpo, aceptar las limitaciones, pensar en la finitud, detener la prisa y el flujo de información abrumador que nos excede, guardar silencio y en el silencio, contemplar la Creación. Quizá en ese silencio contemplativo renazca la luz plena de un nuevo amanecer y el hombre vuelva a preguntarse sobre el sentido de la vida, y se reencuentre con la luz poderosa del Dios hecho hombre. © La Nacion
El autor es escritor. Su último libro ?es Dios está sanando (Lumen)
El papa Benedicto XVI, en su reciente visita a España para la Jornada Mundial de la Juventud, mientras hablaba frente a un grupo de religiosas, dijo que Europa vive una "especie de eclipse de Dios, cierta amnesia; más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza".
La figura utilizada por este gran pensador en los comienzos del siglo XXI es muy acertada. Al hablar de "eclipse de Dios", nos está llevando de la mano a pensar que algo se ha interpuesto en el camino entre Dios y el hombre. ¿Qué es? No se trata de un astro, claro que no. Sin embargo, la luz procedente de Dios ha sido bloqueada por un "cuerpo eclipsante" que pareciera haber producido la "desaparición" (en griego, ekleipsis ) de Dios.
Pero ¿puede Dios desaparecer, o es el hombre quien no lo ve, cegado como está por la oscuridad del cuerpo eclipsante? Si creemos en la existencia de un creador absoluto, éste no puede desaparecer, porque es preexistente a la misma creación y a toda relatividad. Por lo tanto, sigue allí, desde la eternidad, iluminando. Ocurre que algo se ha interpuesto entre Él y el hombre.
El Papa, durante el mismo viaje, habló de que la sociedad estaba expuesta a los "fuegos fatuos del relativismo y la mediocridad". Me quedo con este concepto para fundamentar lo que sigue. Es decir, que la oscuridad del cuerpo eclipsante proviene de estos fuegos fatuos que parecen iluminar, pero lo que hacen es confundir al hombre. Ya no basta con hablar de que se trata del mal o del pecado, sino de algo mucho más sutil, difuso y abarcador que toca las raíces de la civilización judeo-cristiana, impregnándolo todo de relativismo. Es un fuego difuso ligado al "misterio de la iniquidad" del que tanto nos habló Juan Pablo II, parecido al fuego que brota en la noche de los restos óseos abandonados sobre la tierra, producto de la inflamación y hasta la exacerbación de la materia.
El hombre, preso del "misterio de la iniquidad", no puede ver a Dios por distintos motivos, pero, fundamentalmente, porque ha caído en las redes del relativismo más atroz que quizás haya conocido. Ese relativismo atroz lo sumerge en los mares de la mediocridad, donde ésta se vuelve casi un principio físico que todo lo confunde y destrona a Dios del centro de la vida. Dios deja de ser centro y fundamento del universo para convertirse en un ser ordinario sin mayor peso y utilidad, salvo para aquellos que todavía pensamos que el Absoluto y su misterio son la excepcionalidad de la existencia. Dios pasa a ser una palabra vacía de contenido, casi descartable, que, por ejemplo, ni vale la pena agregar en el preámbulo de la Constitución europea. ¿Para qué y por qué, se preguntaron los constituyentes?
De allí que el Papa diga, refiriéndose al Viejo Continente, que "se corre el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza", porque si el ser humano no tiene en cuenta a Dios en su vida, evidentemente se ha perdido a sí mismo al renegar del "sentido" que milenariamente le dio a su existencia.
El sinsentido de la vida lleva al hombre posmoderno, principalmente al urbanoide de los grandes conglomerados del mundo, a considerarse a sí mismo el único sentido, a decir "yo soy", como si fuera el mismo Yavé, el "yo soy" que Moisés escuchó responder a Dios, cuando le preguntó por su nombre. Pero, lamentablemente, este hombre del "yo soy" con minúsculas, vacío de sentido trascendente, se encuentra perdido en su propio laberinto: si él "es" completamente, nada le debería faltar (pero sabe que algo le falta) y si no "es", ¿qué remedio tiene cuestionarse? (Porque no quiere aceptar que es imagen de un Ser Superior.) Por lo tanto, deja la cuestión de la existencia y del "ser" de lado, para preocuparse más bien por el "tener". Se dice: "Si tengo, soy; si no tengo, no soy".
Es justamente el misterio de la iniquidad el que se ha encargado de sumergirlo en este dilema del "tener y no tener", del que alguna vez habló Hemingway. Así, por ejemplo, el urbanoide se dice a sí mismo: "Si tengo mi celular, mi plasma, mi laptop, mi tecnología, mi conexión permanente con lo que ocurre hasta en el más remoto rincón del mundo, entonces, yo soy". La necesidad de consumir y de sentir en lo inmediato, en el "ya", está implícita en ese "tener".
Hay una confusión de valores y deseos desordenados que alimentan esa fatuidad del fuego que despide el "cuerpo eclipsante". Fatuidad que expresa en algunos casos la vanidad del hombre y, en otras, su propia necedad ante la irremediable finitud de la vida, que lo pondrá cara a cara con la muerte y con el sinsentido de una existencia vivida sin proyectar lo que le espera cruzando el umbral del tiempo, cuando tome conciencia de que el tener no le ha servido de preparación de su eternidad, cuando vuelva a la presencia del misterio de su origen y se enfrente cara a cara con el "Yo Soy", con mayúsculas.
¿Cómo salir de este eclipse de Dios? Hay muchas respuestas y cada quien debe encontrar la suya, pero lo primero es saberse inmerso en esta situación, tomar conciencia, tocar el propio cuerpo, aceptar las limitaciones, pensar en la finitud, detener la prisa y el flujo de información abrumador que nos excede, guardar silencio y en el silencio, contemplar la Creación. Quizá en ese silencio contemplativo renazca la luz plena de un nuevo amanecer y el hombre vuelva a preguntarse sobre el sentido de la vida, y se reencuentre con la luz poderosa del Dios hecho hombre. © La Nacion
El autor es escritor. Su último libro ?es Dios está sanando (Lumen)
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miércoles, 16 de marzo de 2011
Por qué no hay saqueos en Japón
Por Mariana Trigo Viera
De la Redacción de lanacion.com
mtrigroviera@lanacion.com.ar
En Twitter: @MarianTV
"Ahora seguro suben los precios de los productos de primera necesidad", me dijo un amigo refiriéndose al desastre que hoy sigue viviendo Japón. "No creo, no los imagino haciendo eso", le contesté. Es que no se manejan de esa manera, frente a una catástrofe de esta magnitud. A ningún japonés se le ocurriría hacer negocio con la tragedia.
Para algunos será difícil de entender y a otros les generará hasta un poco de envidia, pero la realidad es que en Japón no hubo saqueos ni grandes disturbios tras los terremotos y posteriores tsunamis. De hecho, la policía sólo salió a las calles a rescatar ancianos, niños y ayudar a los más damnificados. No fue necesario que marcaran los límites porque cada uno de los ciudadanos tiene bien en claro cuáles son.
La sociedad nipona tiene un pensamiento de tipo grupal y eso es una gran virtud en momentos como este. No hay espacio para el individualismo. La prioridad siempre es el otro y eso lo viví en vivo y en directo muchísimas veces, cuando se desvivían por ayudarme al verme cara de extranjera. Esa manera de pensar es la que los ayuda hoy más que nunca, es la que les permite darse cuenta que si hacen algo que perjudique al otro, se están perjudicando a ellos mismos.
Se me ocurre una pregunta: ¿Sabrán qué quiere decir la palabra "saqueo"? Digo, porque nosotros no necesitamos de un terremoto para experimentarlo. No sé si sabrán qué quiere decir, pero lo que sí saben seguro, es lo que significa vivir una catástrofe. De hecho varias generaciones de japoneses ya las han experimentado.
Pero. ¿dónde aprendieron a ser tan calmos, tan correctos? Me acuerdo que durante mi estadía, esa actitud muchas veces me llegó a poner hasta nerviosa, pero hoy los admiro, y me animaría a decir que no en cualquier otra parte del mundo sucede esto. "Y qué querés, son del primer mundo", me contestarían muchos de ustedes. Creo que esta reacción no tiene que ver exclusivamente con el nivel de confort en el que viven, aunque reconozco que el no pasar hambre influye bastante. El respeto hacia el prójimo en absolutamente todas sus facetas y frente a cualquier escenario es parte de la idiosincrasia japonesa; es como si lo llevaran en su ADN.
Sin embargo, a pesar de haber vivido allá y de creer que los conozco bastante, me sigo sorprendiendo de sus conductas. Hoy Japón tiene problemas muy graves: las continúas réplicas, los tsunamis, la amenaza nuclear, el dolor, el miedo y otras tantas cosas; pero hay algo que tiene a favor y siempre lo tendrán, se tienen a ellos mismos. Mientras cada japonés se comporte en pos del grupo y del bien común, Japón seguirá caminando... y casi sin darse cuenta, nos están dando una lección a muchos de nosotros.
De la Redacción de lanacion.com
mtrigroviera@lanacion.com.ar
En Twitter: @MarianTV
"Ahora seguro suben los precios de los productos de primera necesidad", me dijo un amigo refiriéndose al desastre que hoy sigue viviendo Japón. "No creo, no los imagino haciendo eso", le contesté. Es que no se manejan de esa manera, frente a una catástrofe de esta magnitud. A ningún japonés se le ocurriría hacer negocio con la tragedia.
Para algunos será difícil de entender y a otros les generará hasta un poco de envidia, pero la realidad es que en Japón no hubo saqueos ni grandes disturbios tras los terremotos y posteriores tsunamis. De hecho, la policía sólo salió a las calles a rescatar ancianos, niños y ayudar a los más damnificados. No fue necesario que marcaran los límites porque cada uno de los ciudadanos tiene bien en claro cuáles son.
La sociedad nipona tiene un pensamiento de tipo grupal y eso es una gran virtud en momentos como este. No hay espacio para el individualismo. La prioridad siempre es el otro y eso lo viví en vivo y en directo muchísimas veces, cuando se desvivían por ayudarme al verme cara de extranjera. Esa manera de pensar es la que los ayuda hoy más que nunca, es la que les permite darse cuenta que si hacen algo que perjudique al otro, se están perjudicando a ellos mismos.
Se me ocurre una pregunta: ¿Sabrán qué quiere decir la palabra "saqueo"? Digo, porque nosotros no necesitamos de un terremoto para experimentarlo. No sé si sabrán qué quiere decir, pero lo que sí saben seguro, es lo que significa vivir una catástrofe. De hecho varias generaciones de japoneses ya las han experimentado.
Pero. ¿dónde aprendieron a ser tan calmos, tan correctos? Me acuerdo que durante mi estadía, esa actitud muchas veces me llegó a poner hasta nerviosa, pero hoy los admiro, y me animaría a decir que no en cualquier otra parte del mundo sucede esto. "Y qué querés, son del primer mundo", me contestarían muchos de ustedes. Creo que esta reacción no tiene que ver exclusivamente con el nivel de confort en el que viven, aunque reconozco que el no pasar hambre influye bastante. El respeto hacia el prójimo en absolutamente todas sus facetas y frente a cualquier escenario es parte de la idiosincrasia japonesa; es como si lo llevaran en su ADN.
Sin embargo, a pesar de haber vivido allá y de creer que los conozco bastante, me sigo sorprendiendo de sus conductas. Hoy Japón tiene problemas muy graves: las continúas réplicas, los tsunamis, la amenaza nuclear, el dolor, el miedo y otras tantas cosas; pero hay algo que tiene a favor y siempre lo tendrán, se tienen a ellos mismos. Mientras cada japonés se comporte en pos del grupo y del bien común, Japón seguirá caminando... y casi sin darse cuenta, nos están dando una lección a muchos de nosotros.
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martes, 31 de agosto de 2010
Hiperactividad improductiva.
OpiniónPor qué estamos tan distraídos
Mori Ponsowy
lanacion.com | Opinión | Martes 31 de agosto de 2010
domingo, 15 de agosto de 2010
El ser humano existe desde que se unen el espermatozoide y el óvulo.
El tema del derecho a suprimir la vida de la persona por nacer ha sido puesto una vez más sobre el tapete a partir de la controversia desatada por la difusión de un polémico protocolo por parte del Ministerio de Salud de la Nación, publicado "por error" según el titular de la cartera, Juan Manzur, como por recientes declaraciones del consejo superior de la UBA y de la jueza de la Corte Carmen Argibay en favor de la despenalización del aborto.
El Código Penal argentino exime de pena la realización de los llamados abortos terapéuticos y eugenésicos. Los primeros son aquellos que se hacen con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la madre y que no puede ser evitado por otros medios. Los segundos son aquellos en los cuales el embarazo "proviene de una violación o de un atentado al pudor cometido sobre una mujer idiota o demente".
Para la interpretación histórica y tradicional, sólo se exime de pena el aborto sobre un embarazo de una mujer idiota o demente; para la interpretación extensiva, se trata de cualquier violación. Vaya esto sin polemizar sobre tal anacrónica concepción que discrimina a la persona incapaz, y cree que el incapaz va a generar un hijo incapaz, y por eso puede ser eliminado.
El "protocolo" que nos ocupa se ha erigido en reformador o intérprete del Código Penal, facultad reservada al Congreso de la Nación, y ha dicho que los hospitales están obligados a realizar abortos cuando la mujer embarazada afirme haber sido violada, o acompañe la denuncia policial. La opción, creación pura de funcionarios de la cartera de Salud, es inexistente. Si un funcionario se basa sólo en la simple afirmación de la mujer de que ha sido violada, aun cuando implique una declaración jurada, y con ello se autoriza el aborto, se habrá legalizado el aborto en la Argentina, sin reformar el Código Penal.
Si se leen con buena fe, los cuatro artículos que la ley penal dedica al aborto, se advertirá que se pena: a quien lo causare sin consentimiento de la mujer; a quien lo hiciere con el consentimiento de ésta, con agravamiento de la pena si deriva en la muerte de la mujer; a los médicos, cirujanos, parteras o farmacéuticos que abusaran de su profesión y causaran el aborto o cooperaren a causarlo; al que causare un aborto con violencia, aun sin intención, cuando el embarazo fuese evidente, y a la propia mujer que se lo causase o consintiere que otro se lo cause. Es evidente para el lector desprejuiciado, que se está protegiendo, no a la mujer, sino al ser humano por nacer; de lo contrario, no sería punible el aborto hecho con conocimiento y consentimiento de ésta, o el propio aborto.
De allí se sigue que como no se discute ya que el ser humano existe desde que se unen el espermatozoide y el óvulo, pues desde entonces el ADN del nuevo ser está completo y es único, individual e irrepetible, es bastante claro que el bien jurídico protegido es la vida humana del por nacer. Para quienes, al pretender legalizar el aborto, insisten en lo contrario, hay que recordar que distinguidos especialistas, como el premio Nobel de biología Jean Rostand, han expresado que "existe un ser humano desde la fecundación del óvulo" y que "el hombre, todo entero, ya está en ese óvulo, con todas sus potencialidades". Del mismo modo, el genetista francés Jérôme Lejeune sostuvo que "la naturaleza humana, desde la concepción hasta la vejez, no es una hipótesis metafísica, sino una evidencia experimental".
El Código Penal argentino exime de pena la realización de los llamados abortos terapéuticos y eugenésicos. Los primeros son aquellos que se hacen con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la madre y que no puede ser evitado por otros medios. Los segundos son aquellos en los cuales el embarazo "proviene de una violación o de un atentado al pudor cometido sobre una mujer idiota o demente".
Para la interpretación histórica y tradicional, sólo se exime de pena el aborto sobre un embarazo de una mujer idiota o demente; para la interpretación extensiva, se trata de cualquier violación. Vaya esto sin polemizar sobre tal anacrónica concepción que discrimina a la persona incapaz, y cree que el incapaz va a generar un hijo incapaz, y por eso puede ser eliminado.
El "protocolo" que nos ocupa se ha erigido en reformador o intérprete del Código Penal, facultad reservada al Congreso de la Nación, y ha dicho que los hospitales están obligados a realizar abortos cuando la mujer embarazada afirme haber sido violada, o acompañe la denuncia policial. La opción, creación pura de funcionarios de la cartera de Salud, es inexistente. Si un funcionario se basa sólo en la simple afirmación de la mujer de que ha sido violada, aun cuando implique una declaración jurada, y con ello se autoriza el aborto, se habrá legalizado el aborto en la Argentina, sin reformar el Código Penal.
Si se leen con buena fe, los cuatro artículos que la ley penal dedica al aborto, se advertirá que se pena: a quien lo causare sin consentimiento de la mujer; a quien lo hiciere con el consentimiento de ésta, con agravamiento de la pena si deriva en la muerte de la mujer; a los médicos, cirujanos, parteras o farmacéuticos que abusaran de su profesión y causaran el aborto o cooperaren a causarlo; al que causare un aborto con violencia, aun sin intención, cuando el embarazo fuese evidente, y a la propia mujer que se lo causase o consintiere que otro se lo cause. Es evidente para el lector desprejuiciado, que se está protegiendo, no a la mujer, sino al ser humano por nacer; de lo contrario, no sería punible el aborto hecho con conocimiento y consentimiento de ésta, o el propio aborto.
De allí se sigue que como no se discute ya que el ser humano existe desde que se unen el espermatozoide y el óvulo, pues desde entonces el ADN del nuevo ser está completo y es único, individual e irrepetible, es bastante claro que el bien jurídico protegido es la vida humana del por nacer. Para quienes, al pretender legalizar el aborto, insisten en lo contrario, hay que recordar que distinguidos especialistas, como el premio Nobel de biología Jean Rostand, han expresado que "existe un ser humano desde la fecundación del óvulo" y que "el hombre, todo entero, ya está en ese óvulo, con todas sus potencialidades". Del mismo modo, el genetista francés Jérôme Lejeune sostuvo que "la naturaleza humana, desde la concepción hasta la vejez, no es una hipótesis metafísica, sino una evidencia experimental".
Editorial ILa cultura de la vida y el aborto
Hay quienes sostienen absurdamente que, para eliminar abortos clandestinos, lo mejor es matar al niño por nacer legalmente
lanacion.com | Opinión | Domingo 15 de agosto de 2010
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domingo, 23 de mayo de 2010
Pensar los 100 años venideros
Columnista invitadoUn Bicentenario para mirar hacia el futuro
lanacion.com | Economía | Domingo 23 de mayo de 2010
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martes, 27 de abril de 2010
La Argentina tiene 50.000 licenciados en psicología, 38.000 de los cuales trabajan en Buenos Aires.
La psicología es la tercera carrera en popularidad en la Universidad de Buenos Aires. El país tiene varias facultades de psicología; de hecho, superan a las de ciencias. Y en ellas se enseña exclusivamente psicoanálisis: nada de psicología experimental; en particular, nada de psicobiología. Que es como si las facultades de ciencias sólo enseñaran física aristotélica, alquimia y biología medieval.
¿A qué se debe semejante hipertrofia y unilateralidad? Supongo que a dos motivos: a que la profesión rinde y a que la psicología criolla, copia de la vienesa o de la parisiense, es fácil de aprender y de enseñar. En efecto: esta seudopsicología no involucra razonamientos rigurosos ni trabajos de laboratorio. Sus practicantes no prosperarían en derecho, veterinaria ni ningún otro campo serio, en los que las pruebas valen más que las fábulas y las anécdotas. El psicomacaneo es la única carrera íntegramente hablada, en la que basta creer lo que dicen algunos libros cuya lectura está al alcance de cualquiera que sepa leer en castellano.
No sólo no requieren conocimiento médico alguno, sino que exigen ignorar la medicina moderna, que sabe que los procesos mentales son cerebrales y que el cerebro está íntimamente conectado con los sistemas endocrino e inmune.
Por este motivo, en el campo de marras hay tantos licenciados y ningún doctor: porque todo doctorado serio supone investigación original, y los psicoanalistas no investigan. Ni siquiera leen revistas científicas. En particular, no estudian el cerebro, que es como si los cardiólogos ignoraran el corazón y se limitaran a tomar el pulso.
No fue siempre así. En efecto: en 1898, Horacio G. Piñero fundó el primer laboratorio latinoamericano de psicología. Pocos años después, José Ingenieros y unos pocos médicos más hicieron psiquiatría. (En aquella época, no había casos intermedios entre la sanidad y la locura.) Además, hubo algunos neurobiólogos, tales como el profesor Christofredo Jakob. Esos pioneros no hicieron investigaciones psicológicas, pero al menos no macanearon. Ingenieros fue el primer sudamericano que popularizó la psicología fisiológica.
El descalabro comenzó en la década de 1930, con la difusión, en los quioscos de subte, de algunas obras de Freud que se vendían por monedas. Al mismo tiempo, abrieron sus consultorios los primeros psicoanalistas porteños, tales como Arminda Aberastury y su hermano Federico. (Yo fui amigo de Federico poco antes de que enloqueciera, e incluso presencié una sesión con una pareja de pacientes suyos.)
La noche psicoanalítica, que cayó en Buenos Aires hacia 1935, persiste aún hoy, mucho después de haber clareado en Nueva York y otras grandes urbes. Alguien tendría que averiguar por qué no se han avistado complejos de Edipo en Arroyo del Medio ni en otras poblaciones rurales. ¿Será el aire puro o más bien el bajo ingreso de sus inocentes habitantes, que aún no saben que la manera más barata de lidiar con problemas personales es confesarse con un psicochamán?
Durante mi reciente visita a la patria, di una decena de conferencias y concedí otras tantas entrevistas. Cada vez que me preguntaban la razón de mi rechazo al psicoanálisis replicaba que nadie había abierto un laboratorio psicoanalítico desde el nacimiento de ese negocio, en 1900. Y agregaba que las facultades de psicología criollas se parecen al proverbial restaurante que sirve guiso de liebre sin liebre, de modo que estafan a sus alumnos y a los contribuyentes. Y cuando me preguntaban por los psicólogos argentinos, contestaba que no los hay.
La víspera de mi regreso tuve que retractarme de esta segunda opinión. Esto ocurrió gracias a que el doctor Daniel Flichtentrei, figura central de la prensa médica argentina, me presentó al doctor Facundo Manes.
Desde hace unos años, Manes y sus colaboradores en el Instituto de Neurología Cognitiva y en la Universidad Favaloro han estado haciendo investigaciones psicobiológicas. Y, como cuadra a todo investigador de buen nivel, han estado publicando regularmente artículos originales en las mejores revistas internacionales.
La próxima publicación del profesor Manes y algunos de sus colaboradores versará nada menos que sobre el libre albedrío, tema tan importante como descuidado por los psicólogos científicos. Su tesis es una que he sustentando durante medio siglo: que el libre albedrío no es una fantasía teológica, sino una realidad. Hoy día se lo puede explicar como uno de los rasgos de la actividad espontánea (no provocada por estímulos externos) de la corteza prefrontal.
En suma, en la Argentina ha nacido finalmente la psicología científica. Y está destinada a crecer, a menos que la proscriba alguna dictadura.
No teman los 50.000 licenciados en psicolabia, porque ésta tiene cuerda para rato, ya que la macana seguirá siendo más fácil que la ciencia. Al fin y al cabo, la medicina no ha desplazado a la homeopatía ni a la curandería. Hay una película sobre el padre Mario (a quien aplacé cuando rindió un examen de epistemología), pero no sobre el profesor Houssay.
¿A qué se debe semejante hipertrofia y unilateralidad? Supongo que a dos motivos: a que la profesión rinde y a que la psicología criolla, copia de la vienesa o de la parisiense, es fácil de aprender y de enseñar. En efecto: esta seudopsicología no involucra razonamientos rigurosos ni trabajos de laboratorio. Sus practicantes no prosperarían en derecho, veterinaria ni ningún otro campo serio, en los que las pruebas valen más que las fábulas y las anécdotas. El psicomacaneo es la única carrera íntegramente hablada, en la que basta creer lo que dicen algunos libros cuya lectura está al alcance de cualquiera que sepa leer en castellano.
No sólo no requieren conocimiento médico alguno, sino que exigen ignorar la medicina moderna, que sabe que los procesos mentales son cerebrales y que el cerebro está íntimamente conectado con los sistemas endocrino e inmune.
Por este motivo, en el campo de marras hay tantos licenciados y ningún doctor: porque todo doctorado serio supone investigación original, y los psicoanalistas no investigan. Ni siquiera leen revistas científicas. En particular, no estudian el cerebro, que es como si los cardiólogos ignoraran el corazón y se limitaran a tomar el pulso.
No fue siempre así. En efecto: en 1898, Horacio G. Piñero fundó el primer laboratorio latinoamericano de psicología. Pocos años después, José Ingenieros y unos pocos médicos más hicieron psiquiatría. (En aquella época, no había casos intermedios entre la sanidad y la locura.) Además, hubo algunos neurobiólogos, tales como el profesor Christofredo Jakob. Esos pioneros no hicieron investigaciones psicológicas, pero al menos no macanearon. Ingenieros fue el primer sudamericano que popularizó la psicología fisiológica.
El descalabro comenzó en la década de 1930, con la difusión, en los quioscos de subte, de algunas obras de Freud que se vendían por monedas. Al mismo tiempo, abrieron sus consultorios los primeros psicoanalistas porteños, tales como Arminda Aberastury y su hermano Federico. (Yo fui amigo de Federico poco antes de que enloqueciera, e incluso presencié una sesión con una pareja de pacientes suyos.)
La noche psicoanalítica, que cayó en Buenos Aires hacia 1935, persiste aún hoy, mucho después de haber clareado en Nueva York y otras grandes urbes. Alguien tendría que averiguar por qué no se han avistado complejos de Edipo en Arroyo del Medio ni en otras poblaciones rurales. ¿Será el aire puro o más bien el bajo ingreso de sus inocentes habitantes, que aún no saben que la manera más barata de lidiar con problemas personales es confesarse con un psicochamán?
Durante mi reciente visita a la patria, di una decena de conferencias y concedí otras tantas entrevistas. Cada vez que me preguntaban la razón de mi rechazo al psicoanálisis replicaba que nadie había abierto un laboratorio psicoanalítico desde el nacimiento de ese negocio, en 1900. Y agregaba que las facultades de psicología criollas se parecen al proverbial restaurante que sirve guiso de liebre sin liebre, de modo que estafan a sus alumnos y a los contribuyentes. Y cuando me preguntaban por los psicólogos argentinos, contestaba que no los hay.
La víspera de mi regreso tuve que retractarme de esta segunda opinión. Esto ocurrió gracias a que el doctor Daniel Flichtentrei, figura central de la prensa médica argentina, me presentó al doctor Facundo Manes.
Desde hace unos años, Manes y sus colaboradores en el Instituto de Neurología Cognitiva y en la Universidad Favaloro han estado haciendo investigaciones psicobiológicas. Y, como cuadra a todo investigador de buen nivel, han estado publicando regularmente artículos originales en las mejores revistas internacionales.
La próxima publicación del profesor Manes y algunos de sus colaboradores versará nada menos que sobre el libre albedrío, tema tan importante como descuidado por los psicólogos científicos. Su tesis es una que he sustentando durante medio siglo: que el libre albedrío no es una fantasía teológica, sino una realidad. Hoy día se lo puede explicar como uno de los rasgos de la actividad espontánea (no provocada por estímulos externos) de la corteza prefrontal.
En suma, en la Argentina ha nacido finalmente la psicología científica. Y está destinada a crecer, a menos que la proscriba alguna dictadura.
No teman los 50.000 licenciados en psicolabia, porque ésta tiene cuerda para rato, ya que la macana seguirá siendo más fácil que la ciencia. Al fin y al cabo, la medicina no ha desplazado a la homeopatía ni a la curandería. Hay una película sobre el padre Mario (a quien aplacé cuando rindió un examen de epistemología), pero no sobre el profesor Houssay.
OpiniónLa psicología argentina recién está naciendo
Mario Bunge
lanacion.com | Opinión | Martes 27 de abril de 2010
domingo, 25 de abril de 2010
El alma espera que desarrollemos nuestra imagen profunda, nuestro ser verdadero.
En el teatro griego los roles del drama que se representaba se dividían entre el protagonista, los deuteragonistas y los tritagonistas. Agonista significa luchador, combatiente. Protos es el primero, déuteros es el segundo, y así. Como los dramas teatrales, también nuestra vida se desarrolla en un escenario y tiene un hilo conductor. Una trama. Podemos ser protagonistas o quedar en lugares subsidiarios. La trama, aunque lo sintamos así, nunca nos será ajena. Parte de la misma se presenta ante nosotros ya escrita y nos pide que continuemos de puño y letra con el texto, que pongamos en él lo nuestro. Otras veces, en pleno desarrollo, aparece lo inesperado, algo que no estaba en el argumento original. A todo esto podemos llamarlo imponderable. Hay quienes le dicen azar y existen los que, simplemente, buscan culpables para el imprevisto. Sin embargo, así son las reglas del juego. No estamos ciegamente predeterminados (¿para qué se nos habrían dado, si no, la conciencia y el libre albedrío?). Pero no somos dueños y señores de nuestras circunstancias. Obramos sobre ellas, respondemos a lo que escapa de nuestra previsión o nuestro deseo.
Ocurre a menudo que nos encontramos viviendo argumentos que nos parecen inamovibles, porque así nos lo han hecho creer a través de mandatos, de creencias, de manipulaciones (íntimas o colectivas, privadas o públicas). Y lo usual es que esos guiones violenten las necesidades verdaderas de nuestro ser, que violenten nuestra alma. Que nos produzcan hambre emocional, afectivo, espiritual. Vacío de sentido. Lo podremos detectar en un trabajo o profesión que, más allá de lo exitoso que luzca, nos aleja de toda sensación de realización. O en relaciones (amistades, pareja) a las que nos aferramos por temor a la soledad, aunque nos dejen en la peor de las soledades, como es la de una compañía con la que no compartimos sueños, proyectos, propósitos, metas, caminos. Lo sentiremos también en el cumplimiento de rutinas mecánicas, sin significado (puesto que existen rutinas plenas de contenido, como la de quien emprende puntualmente el ejercicio de una tarea que lo colma o la de quienes, amándose, se reencuentran una y otra vez al final de cada jornada).
El terapeuta James Hillman, pensador poderoso, creador de la psicología de los arquetipos, sostiene (en El código del alma ), la teoría de la bellota. Es sencilla y profunda. Cada bellota del roble, dice, guarda la semilla, y en ésta se halla el árbol completo. Aun sin ayuda (agua, buena tierra, cuidado), la semilla contenida en la bellota tenderá a desarrollarse. Lo hará como pueda, hará lo que pueda. Cada vida guarda, como una bellota, una imagen profunda, inconsciente e intransferible, "una guía que lo acompaña a uno y le recuerda su vocación". Cuando esa imagen es olvidada, dice Hillman, los recordatorios aparecen de muchas maneras. Los malestares emocionales, psíquicos o incluso físicos son algunas de ellas. El alma espera que desarrollemos nuestra imagen profunda, nuestro ser verdadero, explica Hillman. Que salgamos de los formatos prediseñados, en apariencia cómodos y seguros, pero generadores de la incertidumbre que describe nuestra amiga Marina. Mientras tanto, el alma está contrariada. Ella nos quiere protagonistas, con todos los riesgos. No, deuteragonistas, alejados del centro de nuestro escenario existencial. Mientras así no ocurre, la búsqueda continúa.
Ocurre a menudo que nos encontramos viviendo argumentos que nos parecen inamovibles, porque así nos lo han hecho creer a través de mandatos, de creencias, de manipulaciones (íntimas o colectivas, privadas o públicas). Y lo usual es que esos guiones violenten las necesidades verdaderas de nuestro ser, que violenten nuestra alma. Que nos produzcan hambre emocional, afectivo, espiritual. Vacío de sentido. Lo podremos detectar en un trabajo o profesión que, más allá de lo exitoso que luzca, nos aleja de toda sensación de realización. O en relaciones (amistades, pareja) a las que nos aferramos por temor a la soledad, aunque nos dejen en la peor de las soledades, como es la de una compañía con la que no compartimos sueños, proyectos, propósitos, metas, caminos. Lo sentiremos también en el cumplimiento de rutinas mecánicas, sin significado (puesto que existen rutinas plenas de contenido, como la de quien emprende puntualmente el ejercicio de una tarea que lo colma o la de quienes, amándose, se reencuentran una y otra vez al final de cada jornada).
El terapeuta James Hillman, pensador poderoso, creador de la psicología de los arquetipos, sostiene (en El código del alma ), la teoría de la bellota. Es sencilla y profunda. Cada bellota del roble, dice, guarda la semilla, y en ésta se halla el árbol completo. Aun sin ayuda (agua, buena tierra, cuidado), la semilla contenida en la bellota tenderá a desarrollarse. Lo hará como pueda, hará lo que pueda. Cada vida guarda, como una bellota, una imagen profunda, inconsciente e intransferible, "una guía que lo acompaña a uno y le recuerda su vocación". Cuando esa imagen es olvidada, dice Hillman, los recordatorios aparecen de muchas maneras. Los malestares emocionales, psíquicos o incluso físicos son algunas de ellas. El alma espera que desarrollemos nuestra imagen profunda, nuestro ser verdadero, explica Hillman. Que salgamos de los formatos prediseñados, en apariencia cómodos y seguros, pero generadores de la incertidumbre que describe nuestra amiga Marina. Mientras tanto, el alma está contrariada. Ella nos quiere protagonistas, con todos los riesgos. No, deuteragonistas, alejados del centro de nuestro escenario existencial. Mientras así no ocurre, la búsqueda continúa.
Oxígeno / Diálogos del almaEl tesoro de la bellota
Por Sergio Sinay
lanacion.com | Revista | Domingo 25 de abril de 2010
miércoles, 24 de marzo de 2010
Lo sucedido en Baradero es una deplorable muestra más de un estado de violencia y anomia sobre el cual todos deberíamos reflexionar serenamente.
Los recientes episodios vividos en Baradero, que se suman a otros tantos de distinta envergadura que se han sucedido en todo el país, muestran no sólo el pésimo estado de ánimo de nuestra población, sino también una sumamente peligrosa falta de contención institucional.
Pareciera que en la génesis de todas estas manifestaciones existe no sólo una creencia primitiva en la eficacia de la justicia por mano propia, sino, simultáneamente, una desconfianza profunda por el tratamiento que puedan dar las autoridades constituidas a la solución de los conflictos sociales.
La razón de esa conducta, cada vez más generalizada, obedece -como en todos los fenómenos sociales- a distintas causas, pero reconoce, más allá de toda duda, profundas raíces políticas. Apelar a la ansiedad de los argentinos para sancionar al presunto culpable de un hecho sin esperar las instancias legales de todo proceso judicial es sólo una parte del problema. A ello puede agregarse que la propia dinámica de la televisión, al mostrar en directo una situación desgraciada, interrogar a vecinos como si fueran testigos de cargo y llegar en apenas unos minutos a conclusiones sobre la culpabilidad o inocencia contribuye ciertamente a la peligrosa aparición de una especie de "justicia popular", de alcances imprevisibles.
El castigo que entonces se impone con escenas cercanas al linchamiento, vandalismos y hasta el incendio de las viviendas de los presuntos culpables supone la irrelevancia del fallo judicial, cuando se dicte.
Ninguna argumentación que valga puede justificar la muerte en Baradero de dos adolescentes. Los responsables, si la Justicia determinase que los hubo, deben ser sancionados. Sin embargo, también es necesario advertir que el desgraciado episodio empezó por una infracción de tránsito que habría sido cometida por las víctimas, infortunadas partícipes de una frecuente inobservancia de la reglamentación de tránsito.
Tampoco hay excusa para los gravísimos disturbios que, con motivo de ese accidente, protagonizaron grupos de jóvenes y mayores al atacar propiedades públicas y privadas. En Baradero abundan las motocicletas y los motociclos; muchos de sus conductores no utilizan el casco protector y llevan en sus vehículos más pasajeros que los autorizados. Ambas conductas son sancionadas por la ley. Al parecer, los dos adolescentes, una mujer y un varón, circulaban sin el casco puesto en una moto y, según algunos testimonios, fueron perseguidos por una camioneta de control de tránsito que habría tratado de encerrarlos y generado el encontronazo que tronchó sus vidas.
La reacción posterior fue atroz y alarmante. En poco más de media hora, grupos juveniles tomaron conocimiento de la tragedia, juzgaron y condenaron a los inspectores municipales, quemaron la camioneta que conducían y se entregaron a un frenético ejercicio de vandalismo, en que fueron secundados por personas mayores y por la habitual comparsa de sujetos encapuchados y con el torso desnudo, provistos de palos y de piedras. El intendente de Baradero afirmó que intervinieron activistas.
No puede más que condenarse el estallido que pretendió hacer justicia por propia mano, que se tradujo en el arrasamiento e incendio de la sede municipal. Además, fue quemada la casa del jefe de los inspectores municipales, arrasada una emisora de radio -ya anunció que no volverá a salir al aire- y cometidos otros daños por el estilo. La policía demoró inexplicablemente su intervención, mientras que el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, atribuyó el ilegal y reprochable ataque de furia a sectores opositores.
No conforme con esas salvajes agresiones, hubo gente que concurrió al sepelio y posterior marcha por las víctimas montada en motos, sin usar casco, llevando bebes a cuestas o con dos y hasta tres pasajeros. Como si quisiese jactarse de que nadie le obligará a acatar normas imprescindibles.
En suma, se trata de otro exponente de que vastos sectores de nuestra sociedad están transitando al filo mismo de la anomia, madre de la anarquía. No debe asombrar si se advierte que desde los más altos niveles del gobierno nacional se hace alarde de desprecio por los dictados de la ley y de ciertas sentencias judiciales.
Anteayer, tras una marcha en reclamo de justicia, el padre de una de las víctimas expresó que, gracias a la renuncia del jefe de inspectores "todos esos chicos van a poder ir tranquilos por la calle sin que los tiren de la moto. Se van a salvar muchas vidas".
La aseveración fue premonitoria, aunque dolorosamente errónea. Mientras esas palabras eran pronunciadas, en el mismo Baradero otro joven chocó con su moto un auto particular. El motociclista fue internado con politraumatismos en todo el cuerpo, pero especialmente craneanos, que ponían en riesgo su vida. Por supuesto, no usaba casco protector.
Pareciera que en la génesis de todas estas manifestaciones existe no sólo una creencia primitiva en la eficacia de la justicia por mano propia, sino, simultáneamente, una desconfianza profunda por el tratamiento que puedan dar las autoridades constituidas a la solución de los conflictos sociales.
La razón de esa conducta, cada vez más generalizada, obedece -como en todos los fenómenos sociales- a distintas causas, pero reconoce, más allá de toda duda, profundas raíces políticas. Apelar a la ansiedad de los argentinos para sancionar al presunto culpable de un hecho sin esperar las instancias legales de todo proceso judicial es sólo una parte del problema. A ello puede agregarse que la propia dinámica de la televisión, al mostrar en directo una situación desgraciada, interrogar a vecinos como si fueran testigos de cargo y llegar en apenas unos minutos a conclusiones sobre la culpabilidad o inocencia contribuye ciertamente a la peligrosa aparición de una especie de "justicia popular", de alcances imprevisibles.
El castigo que entonces se impone con escenas cercanas al linchamiento, vandalismos y hasta el incendio de las viviendas de los presuntos culpables supone la irrelevancia del fallo judicial, cuando se dicte.
Ninguna argumentación que valga puede justificar la muerte en Baradero de dos adolescentes. Los responsables, si la Justicia determinase que los hubo, deben ser sancionados. Sin embargo, también es necesario advertir que el desgraciado episodio empezó por una infracción de tránsito que habría sido cometida por las víctimas, infortunadas partícipes de una frecuente inobservancia de la reglamentación de tránsito.
Tampoco hay excusa para los gravísimos disturbios que, con motivo de ese accidente, protagonizaron grupos de jóvenes y mayores al atacar propiedades públicas y privadas. En Baradero abundan las motocicletas y los motociclos; muchos de sus conductores no utilizan el casco protector y llevan en sus vehículos más pasajeros que los autorizados. Ambas conductas son sancionadas por la ley. Al parecer, los dos adolescentes, una mujer y un varón, circulaban sin el casco puesto en una moto y, según algunos testimonios, fueron perseguidos por una camioneta de control de tránsito que habría tratado de encerrarlos y generado el encontronazo que tronchó sus vidas.
La reacción posterior fue atroz y alarmante. En poco más de media hora, grupos juveniles tomaron conocimiento de la tragedia, juzgaron y condenaron a los inspectores municipales, quemaron la camioneta que conducían y se entregaron a un frenético ejercicio de vandalismo, en que fueron secundados por personas mayores y por la habitual comparsa de sujetos encapuchados y con el torso desnudo, provistos de palos y de piedras. El intendente de Baradero afirmó que intervinieron activistas.
No puede más que condenarse el estallido que pretendió hacer justicia por propia mano, que se tradujo en el arrasamiento e incendio de la sede municipal. Además, fue quemada la casa del jefe de los inspectores municipales, arrasada una emisora de radio -ya anunció que no volverá a salir al aire- y cometidos otros daños por el estilo. La policía demoró inexplicablemente su intervención, mientras que el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, atribuyó el ilegal y reprochable ataque de furia a sectores opositores.
No conforme con esas salvajes agresiones, hubo gente que concurrió al sepelio y posterior marcha por las víctimas montada en motos, sin usar casco, llevando bebes a cuestas o con dos y hasta tres pasajeros. Como si quisiese jactarse de que nadie le obligará a acatar normas imprescindibles.
En suma, se trata de otro exponente de que vastos sectores de nuestra sociedad están transitando al filo mismo de la anomia, madre de la anarquía. No debe asombrar si se advierte que desde los más altos niveles del gobierno nacional se hace alarde de desprecio por los dictados de la ley y de ciertas sentencias judiciales.
Anteayer, tras una marcha en reclamo de justicia, el padre de una de las víctimas expresó que, gracias a la renuncia del jefe de inspectores "todos esos chicos van a poder ir tranquilos por la calle sin que los tiren de la moto. Se van a salvar muchas vidas".
La aseveración fue premonitoria, aunque dolorosamente errónea. Mientras esas palabras eran pronunciadas, en el mismo Baradero otro joven chocó con su moto un auto particular. El motociclista fue internado con politraumatismos en todo el cuerpo, pero especialmente craneanos, que ponían en riesgo su vida. Por supuesto, no usaba casco protector.
Editorial IBaradero, sólo una muestra
El dolor por dos jóvenes muertos no puede justificar el extremo nivel de violencia y anomia desatados
lanacion.com | Opinión | Mi?oles 24 de marzo de 2010
Etiquetas:
argentina,
opinión,
reflexiones,
sociedad
domingo, 7 de marzo de 2010
En 20 años pasamos del almacén de barrio al supermercado, del local al shopping, de la televisión a Internet, del telegrama al mensaje de texto.
Un trabajo seguro, conseguir pareja, tener un hijo. El viejo mandato se juega en un nuevo escenario donde los tiempos parecen ser otros. Hombres y mujeres retrasaron sus relojes en busca de la realización profesional y económica, pero ¿se olvidaron del amor?, ¿por qué no pueden comprometerse?, ¿por qué las parejas no perduran en el tiempo?
Al parecer, estamos frente a una nueva forma de vincularse. En el juego de la conquista, el deterioro de la imagen y la pérdida de la juventud picotean la cabeza. Gobiernan la apariencia y lo individual. La tecnología ayuda al aislamiento. Se busca un ideal muy elevado. Exigentes y exigidos. Nada alcanza. Para paliar la falta, se cae en abusos y en picos de consumo.
Los adultos jóvenes de hoy parecen "estafados por la vida", siguen en la búsqueda melancólicos, intolerantes, ansiosos, enojados..., ¿insatisfechos?
Cuando Laura tenía 9 años saltaba a la soga cantando: "Viuda, casada, soltera, enamorada, con hijos, sin hijos, con uno, con dos...". Cada salto era una posibilidad de futuro. Al tropezar, la cuerda se detenía y el destino estaba echado. Laura "era buena saltando" y siempre supo que se casaría y tendría muchos hijos. Hoy, a los 36, se descubre soltera, sin novio, sin hijos y, según ella, "con la soga al cuello".
"Las mujeres de entre 30 y 40 buscan esencialmente una pareja. Los hombres también, pero ambos salen a la conquista siguiendo mandatos tradicionales. Y aquí se presenta un problema de base", anticipa Norma Toker, socióloga y psicóloga experta en vínculos, para quien "hay una nueva manera de configurar las relaciones, nuevas formas de construir subjetividades".
Laura suele tomar café con algunas de aquellas amigas con las que saltaba a la soga y con otras nuevas. "Eramos unas tontas", dicen, entre risas, cuando recuerdan aquellos juegos de niñas en los que todas aún creían en el amor. En la mesa, donde hay cortados mitad y mitad, alguno con leche fría, té verde y lágrimas, también hay solteras, divorciadas, concubinas, amantes y una que jura que es superfeliz con su matrimonio de casi 10 años.
Video: Ciega a citas: detrás de escena
Así como ocurría en tiempos de Laura, se cree que hoy el 80 por ciento de las niñas de entre 7 y 10 años piensan que se casarán y tendrán hijos antes de los 30. Para Toker, resulta fundamental entender que, como decía el filósofo Castoriadis: "Estamos en el tiempo y el tiempo nos hace".
A la edad de Laura, Juan era fanático de los bloques y los ladrillos. Siempre dijo que sería constructor de puentes y torres. Hoy es uno de los arquitectos más reconocidos de la ciudad y el peor de los pacientes de la terapia intensiva de la clínica más renombrada del momento. Hace unos meses el estrés lo llevó a vivir ataques de pánico. Y hace unos días debutó con los infartos. Juan tiene dos hijos y una mujer rubia, flaca y superbronceada que espera volver a irse de vacaciones antes de que termine el verano.
Juan come con amigos todos los viernes. Es una costumbre que conserva "pase lo que pase". Un buen corte de carne y ruedas de vino tinto los enlaza. En la ensalada mezclan un poco de fútbol, negocios, mujeres y familia. Los hay casados y de caza, pocos se animan a confesarse enamorados, hay "piratas" y otros "chamuyeros" atados al matrimonio por "culpa", "por los hijos" o "por temor a volver a empezar o a quedarse solos".
Laura y sus amigas, Juan y los suyos, cada uno con su historia, tienen en común ser parte de los más de cuatro millones y medio de argentinos que tienen entre 30 y 40. Parece que no es tarea fácil ser parte de la generación de los DNI con "20 y pico de millones".
El psiquiatra Juan Manuel Bulacio, especialista en estrés y ansiedad, cree que las condiciones de exigencia y competitividad en las que vivimos incrementan aún más las dificultades para alcanzar nuestros deseos. "Cuando todo lo que soñamos o programamos de jóvenes no llega a concretarse, después de los 30 entramos en una rueda de frustración y ansiedad que nos aleja aún más de nuestros objetivos", enfatiza.
¿Concretamos los planes que alguna vez tuvimos para nosotros?, ¿qué estuve buscando?, ¿con quién estoy?, ¿es verdad que es preferible estar solo que mal acompañado?, ¿cómo hago para no dejar de sentirme joven?, ¿quién quiere tener un hijo conmigo?
Hoy por hoy, la maravillosa crisis de estar en "la curva de la vida" esconde estas preguntas y sugiere palabras clave como soledad, celulitis, maternidad, gym, chat, dinero, Viagra, shopping, after office.
Al parecer, estamos frente a una nueva forma de vincularse. En el juego de la conquista, el deterioro de la imagen y la pérdida de la juventud picotean la cabeza. Gobiernan la apariencia y lo individual. La tecnología ayuda al aislamiento. Se busca un ideal muy elevado. Exigentes y exigidos. Nada alcanza. Para paliar la falta, se cae en abusos y en picos de consumo.
Los adultos jóvenes de hoy parecen "estafados por la vida", siguen en la búsqueda melancólicos, intolerantes, ansiosos, enojados..., ¿insatisfechos?
Cuando Laura tenía 9 años saltaba a la soga cantando: "Viuda, casada, soltera, enamorada, con hijos, sin hijos, con uno, con dos...". Cada salto era una posibilidad de futuro. Al tropezar, la cuerda se detenía y el destino estaba echado. Laura "era buena saltando" y siempre supo que se casaría y tendría muchos hijos. Hoy, a los 36, se descubre soltera, sin novio, sin hijos y, según ella, "con la soga al cuello".
"Las mujeres de entre 30 y 40 buscan esencialmente una pareja. Los hombres también, pero ambos salen a la conquista siguiendo mandatos tradicionales. Y aquí se presenta un problema de base", anticipa Norma Toker, socióloga y psicóloga experta en vínculos, para quien "hay una nueva manera de configurar las relaciones, nuevas formas de construir subjetividades".
Laura suele tomar café con algunas de aquellas amigas con las que saltaba a la soga y con otras nuevas. "Eramos unas tontas", dicen, entre risas, cuando recuerdan aquellos juegos de niñas en los que todas aún creían en el amor. En la mesa, donde hay cortados mitad y mitad, alguno con leche fría, té verde y lágrimas, también hay solteras, divorciadas, concubinas, amantes y una que jura que es superfeliz con su matrimonio de casi 10 años.
Video: Ciega a citas: detrás de escena
Así como ocurría en tiempos de Laura, se cree que hoy el 80 por ciento de las niñas de entre 7 y 10 años piensan que se casarán y tendrán hijos antes de los 30. Para Toker, resulta fundamental entender que, como decía el filósofo Castoriadis: "Estamos en el tiempo y el tiempo nos hace".
A la edad de Laura, Juan era fanático de los bloques y los ladrillos. Siempre dijo que sería constructor de puentes y torres. Hoy es uno de los arquitectos más reconocidos de la ciudad y el peor de los pacientes de la terapia intensiva de la clínica más renombrada del momento. Hace unos meses el estrés lo llevó a vivir ataques de pánico. Y hace unos días debutó con los infartos. Juan tiene dos hijos y una mujer rubia, flaca y superbronceada que espera volver a irse de vacaciones antes de que termine el verano.
Juan come con amigos todos los viernes. Es una costumbre que conserva "pase lo que pase". Un buen corte de carne y ruedas de vino tinto los enlaza. En la ensalada mezclan un poco de fútbol, negocios, mujeres y familia. Los hay casados y de caza, pocos se animan a confesarse enamorados, hay "piratas" y otros "chamuyeros" atados al matrimonio por "culpa", "por los hijos" o "por temor a volver a empezar o a quedarse solos".
Laura y sus amigas, Juan y los suyos, cada uno con su historia, tienen en común ser parte de los más de cuatro millones y medio de argentinos que tienen entre 30 y 40. Parece que no es tarea fácil ser parte de la generación de los DNI con "20 y pico de millones".
El psiquiatra Juan Manuel Bulacio, especialista en estrés y ansiedad, cree que las condiciones de exigencia y competitividad en las que vivimos incrementan aún más las dificultades para alcanzar nuestros deseos. "Cuando todo lo que soñamos o programamos de jóvenes no llega a concretarse, después de los 30 entramos en una rueda de frustración y ansiedad que nos aleja aún más de nuestros objetivos", enfatiza.
¿Concretamos los planes que alguna vez tuvimos para nosotros?, ¿qué estuve buscando?, ¿con quién estoy?, ¿es verdad que es preferible estar solo que mal acompañado?, ¿cómo hago para no dejar de sentirme joven?, ¿quién quiere tener un hijo conmigo?
Hoy por hoy, la maravillosa crisis de estar en "la curva de la vida" esconde estas preguntas y sugiere palabras clave como soledad, celulitis, maternidad, gym, chat, dinero, Viagra, shopping, after office.
Generación 30/40En la curva de la vida
Actriz en franco ascenso, Muriel Santa Ana, protagonista de la tira
lanacion.com | Revista | Domingo 7 de marzo de 2010
viernes, 5 de marzo de 2010
"Los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen".
Ha dicho el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, que primero hay que construir el barco y después ver quién será el capitán. Otro dirigente político santafecino, Rafael Martínez Raymonda, afirmó años atrás que no se puede patear el córner y cabecear al arco. Las dos expresiones sintetizan, tal vez, el gran trabajo pendiente que los argentinos tenemos por delante. Se tratará de que las instituciones reemplacen a los personajes de buenas intenciones que se cargan el país al hombro y que, después, como es lógico, no pueden resistir su peso.
La construcción del "barco" requiere redes previas que agrupen a los partidos que se parecen; esas redes, a su vez, pueden coincidir en propuestas básicas para que se conviertan en legislación positiva. Ya no se trata del pomposo Pacto de la Moncloa, sino de un sencillo y posible ejercicio en el cual se expongan las coincidencias y se circunscriban las disidencias según la marcha de la administración.
Detectados esos posibles puntos básicos de acuerdo, los dirigentes ayudarán a la apertura de la competencia entre pocos aspirantes presidenciales en elecciones abiertas y simultáneas. Bajo un paraguas acordado, se expondrán las ideas sin tremendismos. Así, los ánimos y humores de la sociedad se irán aquietando. Quienes no accedan a las candidaturas presidenciales podrán prestigiar el Congreso, intentar su acceso electoral al gobierno de la ciudad de Buenos Aires o a la conducción de una provincia. En nuestro país, los partidos políticos han dado lugar a los "espacios" porque los ciudadanos se han ido desprendiendo de las tradiciones políticas familiares y hasta de los amores y rencores propios de otras generaciones. Ya son pocos los que nacen peronistas, radicales o socialistas; crece el "partido de los independientes".
Ese texto diferente también reconoce un contexto distinto. Las costumbres se han modificado por su evolución y también porque la interconexión global trae y lleva novedades al ritmo breve de la computadora, Internet y el teléfono celular. En este escenario, el piloto automático en el que navegan los exitosos países vecinos nos indica que las cosas también cambiaron mucho en nuestro propio barrio.
Más que en el oxímoron de la "sana envidia", podemos pensar en las mallas políticas y sociales, los vasos comunicantes que construyeron la Concertación chilena o el Frente Amplio uruguayo, entre otros. Ambas experiencias, diferentes de la Alianza autóctona de 1999, han sabido organizar espacios que contienen un centro, una izquierda y una derecha sobre bases programáticas de identidad. La derrota electoral de la Concertación chilena, porque en su trámite no participó Marco Enríquez-Ominami, también puede servir de ejemplo. Una elección interna con exclusiones le dejó servido el triunfo a la oposición, como reconoció el ex presidente Ricardo Lagos. De nada sirvió la enorme popularidad de Michelle Bachelet; se abrió un hueco y por allí penetró el otro polo de la alternativa democrática, pero el sistema se convalidó con la alternancia. Ocurrió algo parecido hace cinco años con el ascenso de Tabaré Vázquez a la presidencia de Uruguay y antes con la llegada de Lula, en Brasil.
Entre nosotros, los acuerdos para integrar dos o tres redes de partidos deberán tener en cuenta la imprescindible conformación de equipos técnicos serios, que provean de ideas modernas y cuadros para retroalimentar las desgastantes tareas ejecutivas y parlamentarias. Por ahora, abundan los asesores de imagen, pero escasean los proveedores de estudios más profundos sobre la difícil temática estatal.
En este cuadro, tal vez también convenga tener en cuenta el cercano ejemplo de la provincia de Mendoza. Su Constitución, que no autoriza la reelección del gobernador, ha facilitado la silenciosa renovación de todos los partidos políticos de ese distrito y fomentado una convivencia, como la que admiramos en Uruguay. Allí, el entonces presidente electo, José Mujica, se presentó ante posibles inversores internacionales junto a los ex presidentes Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle, sus adversarios políticos. En la Argentina de hoy, esa escena parecería de ciencia ficción.
André Malraux -que huyó de un campo de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial, dirigió luego la brigada Alsace-Lorraine para la liberación de Francia, es el reconocido autor de La condición humana y acompañó como ministro del Interior y de Cultura a Charles de Gaulle- nos legó un concepto muy bien descripto: "Los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen".
¿Podremos construir para las elecciones de 2011 nuestra nueva identidad, salir de la confrontación permanente, trabajar y crecer en paz con unidad en la diversidad? Esos serán los mandatos no escritos que dará la ciudadanía al nuevo gobierno en 2011, sin que por ello queden de lado asuntos centrales, como la lucha contra la pobreza y la indigencia, la inflación y la inseguridad.
La construcción del "barco" requiere redes previas que agrupen a los partidos que se parecen; esas redes, a su vez, pueden coincidir en propuestas básicas para que se conviertan en legislación positiva. Ya no se trata del pomposo Pacto de la Moncloa, sino de un sencillo y posible ejercicio en el cual se expongan las coincidencias y se circunscriban las disidencias según la marcha de la administración.
Detectados esos posibles puntos básicos de acuerdo, los dirigentes ayudarán a la apertura de la competencia entre pocos aspirantes presidenciales en elecciones abiertas y simultáneas. Bajo un paraguas acordado, se expondrán las ideas sin tremendismos. Así, los ánimos y humores de la sociedad se irán aquietando. Quienes no accedan a las candidaturas presidenciales podrán prestigiar el Congreso, intentar su acceso electoral al gobierno de la ciudad de Buenos Aires o a la conducción de una provincia. En nuestro país, los partidos políticos han dado lugar a los "espacios" porque los ciudadanos se han ido desprendiendo de las tradiciones políticas familiares y hasta de los amores y rencores propios de otras generaciones. Ya son pocos los que nacen peronistas, radicales o socialistas; crece el "partido de los independientes".
Ese texto diferente también reconoce un contexto distinto. Las costumbres se han modificado por su evolución y también porque la interconexión global trae y lleva novedades al ritmo breve de la computadora, Internet y el teléfono celular. En este escenario, el piloto automático en el que navegan los exitosos países vecinos nos indica que las cosas también cambiaron mucho en nuestro propio barrio.
Más que en el oxímoron de la "sana envidia", podemos pensar en las mallas políticas y sociales, los vasos comunicantes que construyeron la Concertación chilena o el Frente Amplio uruguayo, entre otros. Ambas experiencias, diferentes de la Alianza autóctona de 1999, han sabido organizar espacios que contienen un centro, una izquierda y una derecha sobre bases programáticas de identidad. La derrota electoral de la Concertación chilena, porque en su trámite no participó Marco Enríquez-Ominami, también puede servir de ejemplo. Una elección interna con exclusiones le dejó servido el triunfo a la oposición, como reconoció el ex presidente Ricardo Lagos. De nada sirvió la enorme popularidad de Michelle Bachelet; se abrió un hueco y por allí penetró el otro polo de la alternativa democrática, pero el sistema se convalidó con la alternancia. Ocurrió algo parecido hace cinco años con el ascenso de Tabaré Vázquez a la presidencia de Uruguay y antes con la llegada de Lula, en Brasil.
Entre nosotros, los acuerdos para integrar dos o tres redes de partidos deberán tener en cuenta la imprescindible conformación de equipos técnicos serios, que provean de ideas modernas y cuadros para retroalimentar las desgastantes tareas ejecutivas y parlamentarias. Por ahora, abundan los asesores de imagen, pero escasean los proveedores de estudios más profundos sobre la difícil temática estatal.
En este cuadro, tal vez también convenga tener en cuenta el cercano ejemplo de la provincia de Mendoza. Su Constitución, que no autoriza la reelección del gobernador, ha facilitado la silenciosa renovación de todos los partidos políticos de ese distrito y fomentado una convivencia, como la que admiramos en Uruguay. Allí, el entonces presidente electo, José Mujica, se presentó ante posibles inversores internacionales junto a los ex presidentes Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle, sus adversarios políticos. En la Argentina de hoy, esa escena parecería de ciencia ficción.
André Malraux -que huyó de un campo de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial, dirigió luego la brigada Alsace-Lorraine para la liberación de Francia, es el reconocido autor de La condición humana y acompañó como ministro del Interior y de Cultura a Charles de Gaulle- nos legó un concepto muy bien descripto: "Los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen".
¿Podremos construir para las elecciones de 2011 nuestra nueva identidad, salir de la confrontación permanente, trabajar y crecer en paz con unidad en la diversidad? Esos serán los mandatos no escritos que dará la ciudadanía al nuevo gobierno en 2011, sin que por ello queden de lado asuntos centrales, como la lucha contra la pobreza y la indigencia, la inflación y la inseguridad.
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Nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo.
Nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo." Esta cita pertenece a Victor Hugo, el prestigioso escritor francés. La hacemos nuestra porque sentimos que viene al caso en este momento, en nuestro país. Después de décadas de desencuentros, surge una idea poderosa, madurada en tiempos de huracanes y tempestades. Hemos atravesado un desierto, pero la idea-oasis está en el aire: estamos camino a ser república.
Suena utópico, pero es posible. ¿Qué significa ser república luego de lustros de inconducentes ensayos frustrados? En primer lugar, restablecer la jerarquía de los tres poderes que conforman el Estado: un Ejecutivo eficaz, un Parlamento independiente, un Poder Judicial transparente, rápido y confiable en todos los niveles.
Además, una apuesta con resultados efectivos para atacar en sus entrañas la pobreza extrema, la violencia delictiva, la permanente conflictividad social, el bajo nivel educacional, el abandono en materia de salud estatal, el tembladeral legislativo con respecto a transparencia y a seguridad bancaria para todos.
Necesitamos una policía que colabore con la población, con planes de prevención y disuasión del delito, y que no sea sólo punitiva; legislación protectora de la familia, contra la violencia doméstica, a favor de las víctimas; un espacio público sano, y barreras contra la contaminación industrial no vigilada. Encarar de frente la crisis moral nos ayudaría a buscar consensos, acrecentar la honestidad en todos los niveles y ser un poco más humildes, como nos lo señalan nuestros amigos uruguayos.
Después de medio siglo, será aconsejable instrumentar diversas medidas económicas. Para comenzar, el aumento de los ingresos fiscales y la reducción de los gastos gubernamentales. Sería posible mantener la planta de funcionarios y empleados públicos nacionales, provinciales y municipales, aun sabiendo que más de uno ingresó como producto del amiguismo de los sucesivos gobiernos. Con rigurosos cursos de capacitación, sería posible poner al día sus conocimientos. Confiamos en que ninguno querrá dar un paso al costado y elegir no capacitarse.
Los conductores máximos del Estado los buscaremos entre los mejores, con excelente formación. Lejos de ideas platónicas o hegelianas, más bien pensamos en gobernantes modernos, que cobren sueldos equivalentes o superiores a los del sector privado, que sepan actuar con serenidad y en forma consensuada.
Volvamos a las medidas económicas. Necesitamos erradicar de cuajo la inflación y lograr una moneda fuerte que sea nuestro mayor símbolo de poder en el mundo.
En el último medio siglo, nuestras inversiones en bienes y en monedas extranjeras, aquí y en el exterior, alcanzaron aproximadamente los 350.000 millones de dólares. Un tipo de cambio libre, estable y fluctuante, como sucede con toda moneda internacional, requerirá que la futura conducción gubernamental inspire confianza en el nivel nacional e internacional y brinde previsibilidad a sus actos. Ello impulsará el regreso de un 10 a 15% de ese monto radicado en el exterior en bienes, empresas y en colocaciones financieras. Un país soberano en materia monetaria dispondrá de divisas para invertir dentro de sus fronteras o, si lo cree beneficioso, también en el exterior, tal como lo practican hoy países tan cercanos al nuestro como Brasil y Chile.
Las cifras de la producción nacional industrial, los kilómetros ferroviarios y las autopistas nacionales han ido menguando durante todos estos decenios. Sin embargo, no resultará imposible aumentar notablemente estas cifras de un año para otro. La industria de capital argentino -tan reducida- lo podría lograr por medio de un vigoroso mercado de capitales si poseyéramos el sutil del credere .
A esto habría que agregar una moneda estable y el ingreso y la transformación de la moneda extranjera en local. Bastaría con eliminar por un año todas las medidas y regulaciones que atentan contra la productividad, que no son pocas. Habrá que tener el coraje para lograrlo.
Será imprescindible negociar con el sector agropecuario la progresiva eliminación de todas las retenciones en la medida en que se comprometan a aumentar al máximo su producción en doce meses, en tierras hoy áridas, al borde de los caminos, hasta en las macetas, para recordar la exhortación de Winston Churchill.
Beneficiará a todos; en primer lugar, a los compatriotas hoy desocupados, que con premura deberán volcarse a escuelas técnicas actualizadas. Lo que proponemos representará, sin duda, un tremendo esfuerzo por parte de todos. Habrá que animarse sin vacilar.
Asimismo, es necesario brindarle un gran empuje al sector servicios y desarrollo de proyectos para mejorar el nivel informático. Para ello, contamos con gente creativa y muy capaz si se le brindan programas de incentivos, desarrollo de mercados y previsibilidad.
La base será contar con una moneda de la que hemos carecido durante décadas; se elevarían los salarios, dado el crecimiento de la demanda laboral resultante de la mayor producción.
Una medida posible para aumentar el creciente ingreso fiscal será implementar un nuevo documento de identidad de rápida emisión, con dos datos más: los números de la jubilación y el de los réditos. La inaceptable evasión fiscal se verá fuertemente reducida. No será posible realizar ningún trámite ante la administración nacional sin ese documento generador de ingresos.
El vertiginoso avance de la industria del conocimiento es tal que, dentro de un decenio o dos, de todos modos se vivirá en un mundo en el que todo se sabrá sobre cualquier ser humano. Nos guste o no, ése es el mundo en el cual le tocará vivir a la generación próxima.
Los crecientes superávit fiscales, consecuencia del aumento de nuestra producción; el regreso o transformación de los capitales externos en moneda local estable, y los mayores ingresos impositivos en función de la drástica reducción de la evasión fiscal tendrán un destino prioritario: aumentar en gran medida las remuneraciones de los maestros, profesores e investigadores que hoy sobreviven gracias a su dedicación patriótica y a su afán de brindarse al prójimo. Una rápida mirada al reciente trabajo de Alieto Guadagni sobre el futuro de nuestras universidades lo dice todo. ¿Qué esperamos para avanzar?
La primera disposición por adoptar será promover el dictado de una ley de coparticipación federal, como lo señala la Constitución Nacional vigente. Ya desde los albores de nuestra Independencia, el puerto -Buenos Aires- fue el gran recolector y distribuidor de los ingresos de la Aduana. La distribución se efectuaba según los caprichos de las autoridades de la gran ciudad, en desmedro de las provincias. Esta modalidad debería concluir, para promover un federalismo sincero y la independencia de los gobernadores provinciales.
¿Quiénes serán los actores de estos cambios? Dirigentes, y los hay, que satisfagan condiciones insustituibles: en primer lugar, saber conducir -todo un arte-, saber delegar -otro gran don casi ausente en nuestro medio-, haber tenido la experiencia de dirigir organizaciones complejas, manejar una caja, conocer su profesión, ser honestos y decididos. Necesitamos hombres de esta talla para construir un Estado, ausente en estos últimos decenios.
Deberíamos salir del aislamiento e integrarnos al mundo. El cambio de guardia en Chile y en Uruguay nos muestra un camino de madurez institucional, democrática y cultural.
Si nuestros abuelos y bisabuelos supieron fijar las bases de una pujante nación mediante su laboriosidad y esfuerzo, nos corresponde completar esa obra en el mundo de hoy. ¿Querrá el sufrido pueblo argentino afrontar estos desafíos? Confío en que sí, en la medida en que la transformación sea justa, equitativa y beneficiosa para todos.
Suena utópico, pero es posible. ¿Qué significa ser república luego de lustros de inconducentes ensayos frustrados? En primer lugar, restablecer la jerarquía de los tres poderes que conforman el Estado: un Ejecutivo eficaz, un Parlamento independiente, un Poder Judicial transparente, rápido y confiable en todos los niveles.
Además, una apuesta con resultados efectivos para atacar en sus entrañas la pobreza extrema, la violencia delictiva, la permanente conflictividad social, el bajo nivel educacional, el abandono en materia de salud estatal, el tembladeral legislativo con respecto a transparencia y a seguridad bancaria para todos.
Necesitamos una policía que colabore con la población, con planes de prevención y disuasión del delito, y que no sea sólo punitiva; legislación protectora de la familia, contra la violencia doméstica, a favor de las víctimas; un espacio público sano, y barreras contra la contaminación industrial no vigilada. Encarar de frente la crisis moral nos ayudaría a buscar consensos, acrecentar la honestidad en todos los niveles y ser un poco más humildes, como nos lo señalan nuestros amigos uruguayos.
Después de medio siglo, será aconsejable instrumentar diversas medidas económicas. Para comenzar, el aumento de los ingresos fiscales y la reducción de los gastos gubernamentales. Sería posible mantener la planta de funcionarios y empleados públicos nacionales, provinciales y municipales, aun sabiendo que más de uno ingresó como producto del amiguismo de los sucesivos gobiernos. Con rigurosos cursos de capacitación, sería posible poner al día sus conocimientos. Confiamos en que ninguno querrá dar un paso al costado y elegir no capacitarse.
Los conductores máximos del Estado los buscaremos entre los mejores, con excelente formación. Lejos de ideas platónicas o hegelianas, más bien pensamos en gobernantes modernos, que cobren sueldos equivalentes o superiores a los del sector privado, que sepan actuar con serenidad y en forma consensuada.
Volvamos a las medidas económicas. Necesitamos erradicar de cuajo la inflación y lograr una moneda fuerte que sea nuestro mayor símbolo de poder en el mundo.
En el último medio siglo, nuestras inversiones en bienes y en monedas extranjeras, aquí y en el exterior, alcanzaron aproximadamente los 350.000 millones de dólares. Un tipo de cambio libre, estable y fluctuante, como sucede con toda moneda internacional, requerirá que la futura conducción gubernamental inspire confianza en el nivel nacional e internacional y brinde previsibilidad a sus actos. Ello impulsará el regreso de un 10 a 15% de ese monto radicado en el exterior en bienes, empresas y en colocaciones financieras. Un país soberano en materia monetaria dispondrá de divisas para invertir dentro de sus fronteras o, si lo cree beneficioso, también en el exterior, tal como lo practican hoy países tan cercanos al nuestro como Brasil y Chile.
Las cifras de la producción nacional industrial, los kilómetros ferroviarios y las autopistas nacionales han ido menguando durante todos estos decenios. Sin embargo, no resultará imposible aumentar notablemente estas cifras de un año para otro. La industria de capital argentino -tan reducida- lo podría lograr por medio de un vigoroso mercado de capitales si poseyéramos el sutil del credere .
A esto habría que agregar una moneda estable y el ingreso y la transformación de la moneda extranjera en local. Bastaría con eliminar por un año todas las medidas y regulaciones que atentan contra la productividad, que no son pocas. Habrá que tener el coraje para lograrlo.
Será imprescindible negociar con el sector agropecuario la progresiva eliminación de todas las retenciones en la medida en que se comprometan a aumentar al máximo su producción en doce meses, en tierras hoy áridas, al borde de los caminos, hasta en las macetas, para recordar la exhortación de Winston Churchill.
Beneficiará a todos; en primer lugar, a los compatriotas hoy desocupados, que con premura deberán volcarse a escuelas técnicas actualizadas. Lo que proponemos representará, sin duda, un tremendo esfuerzo por parte de todos. Habrá que animarse sin vacilar.
Asimismo, es necesario brindarle un gran empuje al sector servicios y desarrollo de proyectos para mejorar el nivel informático. Para ello, contamos con gente creativa y muy capaz si se le brindan programas de incentivos, desarrollo de mercados y previsibilidad.
La base será contar con una moneda de la que hemos carecido durante décadas; se elevarían los salarios, dado el crecimiento de la demanda laboral resultante de la mayor producción.
Una medida posible para aumentar el creciente ingreso fiscal será implementar un nuevo documento de identidad de rápida emisión, con dos datos más: los números de la jubilación y el de los réditos. La inaceptable evasión fiscal se verá fuertemente reducida. No será posible realizar ningún trámite ante la administración nacional sin ese documento generador de ingresos.
El vertiginoso avance de la industria del conocimiento es tal que, dentro de un decenio o dos, de todos modos se vivirá en un mundo en el que todo se sabrá sobre cualquier ser humano. Nos guste o no, ése es el mundo en el cual le tocará vivir a la generación próxima.
Los crecientes superávit fiscales, consecuencia del aumento de nuestra producción; el regreso o transformación de los capitales externos en moneda local estable, y los mayores ingresos impositivos en función de la drástica reducción de la evasión fiscal tendrán un destino prioritario: aumentar en gran medida las remuneraciones de los maestros, profesores e investigadores que hoy sobreviven gracias a su dedicación patriótica y a su afán de brindarse al prójimo. Una rápida mirada al reciente trabajo de Alieto Guadagni sobre el futuro de nuestras universidades lo dice todo. ¿Qué esperamos para avanzar?
La primera disposición por adoptar será promover el dictado de una ley de coparticipación federal, como lo señala la Constitución Nacional vigente. Ya desde los albores de nuestra Independencia, el puerto -Buenos Aires- fue el gran recolector y distribuidor de los ingresos de la Aduana. La distribución se efectuaba según los caprichos de las autoridades de la gran ciudad, en desmedro de las provincias. Esta modalidad debería concluir, para promover un federalismo sincero y la independencia de los gobernadores provinciales.
¿Quiénes serán los actores de estos cambios? Dirigentes, y los hay, que satisfagan condiciones insustituibles: en primer lugar, saber conducir -todo un arte-, saber delegar -otro gran don casi ausente en nuestro medio-, haber tenido la experiencia de dirigir organizaciones complejas, manejar una caja, conocer su profesión, ser honestos y decididos. Necesitamos hombres de esta talla para construir un Estado, ausente en estos últimos decenios.
Deberíamos salir del aislamiento e integrarnos al mundo. El cambio de guardia en Chile y en Uruguay nos muestra un camino de madurez institucional, democrática y cultural.
Si nuestros abuelos y bisabuelos supieron fijar las bases de una pujante nación mediante su laboriosidad y esfuerzo, nos corresponde completar esa obra en el mundo de hoy. ¿Querrá el sufrido pueblo argentino afrontar estos desafíos? Confío en que sí, en la medida en que la transformación sea justa, equitativa y beneficiosa para todos.
Una utopía que cada vez parece más realizableEn camino a ser república
Carlos Conrado Helbling
lanacion.com | Opinión | Viernes 5 de marzo de 2010
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miércoles, 25 de noviembre de 2009
¿Qué nos une a los argentinos?
Cada pueblo tiene un carácter propio, imposible de ser abrazado en todos los aspectos por cada uno de sus miembros. Un pueblo está configurado por aristas que pueden favorecerlo o perjudicarlo ante ojos extraños. Depende muchas veces del estilo de gobierno de quienes ejercen el poder conferido por la sociedad que los valores positivos neutralicen el peso de los negativos. Cuando eso sucede el beneficio es de orden general.
La historia enseña, sin embargo, que es posible que los gobiernos, en lugar de contribuir a morigerar los flancos más vulnerables del conjunto social, no hagan más que profundizar las tendencias por la cuales un país es percibido por el concierto de naciones como atravesando un momento de franca declinación.
Convengamos que, en ese sentido, se ha hecho en los últimos años lo posible para que nadie dude del deterioro del carácter nacional y de la ausencia de un rumbo por el cual una sociedad haga saber a las demás hacia dónde se dirige: imprevisión en todos los órdenes, inseguridad física y jurídica, bloqueo del tránsito por puentes internacionales a raíz de la decisión de grupos sediciosos que se arrogan la voluntad de la Nación.
En las elecciones presidenciales de Francia en 2007 prevaleció, por primera vez en muchos años, el debate sobre la identidad nacional. Nicolas Sarkozy, finalmente ganador, creó, impulsado por aquellos debates, el Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional. Ahora, el ex socialista Eric Besson, a cargo de ese nuevo ministerio, ha lanzado la gran pregunta: "¿Qué es para usted ser francés?"
La ciudadanía está invitada a responder hasta el 31 de enero en un sitio de Internet. Las primeras contribuciones han puesto énfasis, en un país con millones de inmigrantes, en los valores, la historia, la tradición y el orgullo. En Francia, donde La Marsellesa ha recibido una silbatina reprobatoria antes de un partido de fútbol disputado el año pasado en París, existe una capa de la población formada por jóvenes que no se siente integrada en la sociedad. Son hijos de inmigrantes y, por no tener las mismas oportunidades de trabajo y estudio, han provocado graves desmanes.
La consulta sobre la identidad nacional lanzada por el gobierno de Sarkozy ha nutrido especulaciones sobre la posibilidad de que se haya tratado de una maniobra de distracción para atraer votos de la derecha en las elecciones regionales de marzo próximo. No deja de ser interesante, más allá de elucubraciones marginales, que un pueblo se defina a sí mismo.
De haberse hecho la misma encuesta en la Argentina, quizá la pregunta formulada por los franceses no hubiera sido la adecuada. Sería mejor preguntarnos qué nos une, en lugar de indagarnos qué es ser argentino. En ese caso, los franceses podrían responder que los une el idioma y la pasión por el vino, los quesos y las vacaciones. ¿Qué nos une, en cambio, a los argentinos, más allá del estado de ánimo actual, habitualmente crispado?
En la Argentina, cuyo índice de inmigrantes es considerable, muchas veces se asocia a los extranjeros, sobre todo de los países limítrofes, con lo peor que nos pasa. Desde esa perspectiva, la inseguridad y el desempleo figuran al tope de una lista de imputaciones, algunas implícitas, otras abiertas. Por lo general, todo inmigrante, sea del país que fuere, siempre da más de lo que recibe y no abandona a los suyos para cometer delitos en tierras extrañas.
Los argentinos solemos pasar de un extremo al otro con gran facilidad. En las buenas, somos vanidosos hasta el punto de creernos los mejores en la disciplina que se encuentre en discusión, desde el fútbol hasta la medicina. En las malas, somos derrotistas hasta el punto de preguntarnos qué hemos hecho para merecer esto o aquello.
En la Argentina resulta difícil abrir paso, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los países, a un término medio en el cual las virtudes confluyan con los defectos y produzcan como resultado un perfil más o menos definido del argentino promedio.
Nada ha sido peor, tal vez, en estos años que la desmesura con la cual se ha ejercido el poder y el desprecio simultáneo por el diálogo, que es voluntad de escuchar a otros. "Cada vez que rompemos la mesura -decía Octavio Paz- herimos el cosmos entero. Sobre este modelo armónico se edifica la constitución política de las ciudades, la vida social tanto como la individual, y en él se funda la tragedia."
La parodia de diálogo que siguió a las elecciones del 28 de junio y de enmendar, a instancias del Gobierno y del apuro, un vacío que pocas veces se ha dado de manera más notoria en la política nacional no ha hecho sino redoblar la magnitud del descarrío gubernamental en ese campo.
Si los argentinos, como los franceses, nos animáramos a mirarnos al espejo y describir qué vemos, acaso no nos reconociéramos. Y por ahí, justamente, deberíamos comenzar: por reconocernos y advertir, de ese modo, la gravedad de nuestros males. Sólo los pueblos reconciliados entre sí pueden proyectarse y conjugar correctamente el verbo que acuñaron los griegos y que parece en la Argentina olvidado: vislumbrar
La historia enseña, sin embargo, que es posible que los gobiernos, en lugar de contribuir a morigerar los flancos más vulnerables del conjunto social, no hagan más que profundizar las tendencias por la cuales un país es percibido por el concierto de naciones como atravesando un momento de franca declinación.
Convengamos que, en ese sentido, se ha hecho en los últimos años lo posible para que nadie dude del deterioro del carácter nacional y de la ausencia de un rumbo por el cual una sociedad haga saber a las demás hacia dónde se dirige: imprevisión en todos los órdenes, inseguridad física y jurídica, bloqueo del tránsito por puentes internacionales a raíz de la decisión de grupos sediciosos que se arrogan la voluntad de la Nación.
En las elecciones presidenciales de Francia en 2007 prevaleció, por primera vez en muchos años, el debate sobre la identidad nacional. Nicolas Sarkozy, finalmente ganador, creó, impulsado por aquellos debates, el Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional. Ahora, el ex socialista Eric Besson, a cargo de ese nuevo ministerio, ha lanzado la gran pregunta: "¿Qué es para usted ser francés?"
La ciudadanía está invitada a responder hasta el 31 de enero en un sitio de Internet. Las primeras contribuciones han puesto énfasis, en un país con millones de inmigrantes, en los valores, la historia, la tradición y el orgullo. En Francia, donde La Marsellesa ha recibido una silbatina reprobatoria antes de un partido de fútbol disputado el año pasado en París, existe una capa de la población formada por jóvenes que no se siente integrada en la sociedad. Son hijos de inmigrantes y, por no tener las mismas oportunidades de trabajo y estudio, han provocado graves desmanes.
La consulta sobre la identidad nacional lanzada por el gobierno de Sarkozy ha nutrido especulaciones sobre la posibilidad de que se haya tratado de una maniobra de distracción para atraer votos de la derecha en las elecciones regionales de marzo próximo. No deja de ser interesante, más allá de elucubraciones marginales, que un pueblo se defina a sí mismo.
De haberse hecho la misma encuesta en la Argentina, quizá la pregunta formulada por los franceses no hubiera sido la adecuada. Sería mejor preguntarnos qué nos une, en lugar de indagarnos qué es ser argentino. En ese caso, los franceses podrían responder que los une el idioma y la pasión por el vino, los quesos y las vacaciones. ¿Qué nos une, en cambio, a los argentinos, más allá del estado de ánimo actual, habitualmente crispado?
En la Argentina, cuyo índice de inmigrantes es considerable, muchas veces se asocia a los extranjeros, sobre todo de los países limítrofes, con lo peor que nos pasa. Desde esa perspectiva, la inseguridad y el desempleo figuran al tope de una lista de imputaciones, algunas implícitas, otras abiertas. Por lo general, todo inmigrante, sea del país que fuere, siempre da más de lo que recibe y no abandona a los suyos para cometer delitos en tierras extrañas.
Los argentinos solemos pasar de un extremo al otro con gran facilidad. En las buenas, somos vanidosos hasta el punto de creernos los mejores en la disciplina que se encuentre en discusión, desde el fútbol hasta la medicina. En las malas, somos derrotistas hasta el punto de preguntarnos qué hemos hecho para merecer esto o aquello.
En la Argentina resulta difícil abrir paso, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los países, a un término medio en el cual las virtudes confluyan con los defectos y produzcan como resultado un perfil más o menos definido del argentino promedio.
Nada ha sido peor, tal vez, en estos años que la desmesura con la cual se ha ejercido el poder y el desprecio simultáneo por el diálogo, que es voluntad de escuchar a otros. "Cada vez que rompemos la mesura -decía Octavio Paz- herimos el cosmos entero. Sobre este modelo armónico se edifica la constitución política de las ciudades, la vida social tanto como la individual, y en él se funda la tragedia."
La parodia de diálogo que siguió a las elecciones del 28 de junio y de enmendar, a instancias del Gobierno y del apuro, un vacío que pocas veces se ha dado de manera más notoria en la política nacional no ha hecho sino redoblar la magnitud del descarrío gubernamental en ese campo.
Si los argentinos, como los franceses, nos animáramos a mirarnos al espejo y describir qué vemos, acaso no nos reconociéramos. Y por ahí, justamente, deberíamos comenzar: por reconocernos y advertir, de ese modo, la gravedad de nuestros males. Sólo los pueblos reconciliados entre sí pueden proyectarse y conjugar correctamente el verbo que acuñaron los griegos y que parece en la Argentina olvidado: vislumbrar
Editorial IRadiografía de nosotros mismos
Si los argentinos nos animáramos como los franceses a definir nuestra identidad nacional, quizá no nos reconociéramos
lanacion.com | Opinión | Mi?oles 25 de noviembre de 2009
martes, 25 de agosto de 2009
El secreto del éxito es la educación.
Cuando funcionarios de todo el mundo vienen aquí para ver por qué los estudiantes de Singapur obtienen tan buenos resultados en exámenes internacionales de ciencia y matemática, no les lleva demasiado tiempo descubrir el secreto: hay una obsesión nacional con la educación.
Es una obsesión que, como pude observar a los pocos minutos de llegar al aeropuerto, se manifiesta hasta en los billetes de dólares del país. Mientras los billetes en Estados Unidos y América latina muestran imágenes de próceres del pasado, el billete de dos dólares de Singapur muestra un aula con alumnos escuchando al profesor, con una universidad en el fondo. Debajo se lee una palabra: "Educación".
En el transcurso de una visita de una semana, encontré en todas partes síntomas de esta obsesión nacional: hay bibliotecas públicas en los centros comerciales, enormes titulares en los medios sobre estudiantes que sobresalen académicamente y un ministro de Educación que también es ministro alterno de Defensa. Hay algunas cosas que muchos países latinoamericanos, y Estados Unidos, podrían aprender del papel de la educación acá.
Hace apenas cuatro décadas, cuando Gran Bretaña le retiró a Singapur su estatus de colonia británica, este pequeño país era tan pobre que ninguna otra nación quiso hacerse cargo de su territorio. Su PBI en los años 60 era menos de la mitad del de la Argentina y similar al de México y Jamaica.
Hoy, en gran parte por su énfasis en la educación, Singapur es el noveno entre los países más ricos del mundo en ingreso per cápita . Comparativamente, Estados Unidos ocupa el 10° lugar y la Argentina, el 81°.
En lo que hace a su sistema educativo, la historia de Singapur es asombrosa. Hace cuatro décadas, tenía un alto nivel de analfabetismo. Hoy, Singapur ocupa el primer puesto en los exámenes internacionales destinados a evaluar la capacidad de los estudiantes de 4° y 8° grado en matemática y ciencias.
"Para nosotros, la educación es una cuestión de supervivencia", me dijo el presidente de la Universidad Nacional de Singapur, Tan Chorh Chuan. "Singapur no tiene recursos naturales, de manera que no podemos sobrevivir si no nos concentramos en formar gente."
¿Cómo lo hizo Singapur? Según funcionarios y académicos locales, el fundador del país, Lee Kwan Yew, tuvo la visión de convertir a Singapur en un país angloparlante con educación bilingüe, donde los estudiantes aprenden inglés como primer idioma y su lengua materna -mandarín, tamil o malayo- como segundo. Eso contribuyó a convertir a Singapur en un centro importante del comercio mundial, afirman.
También convirtió el sistema educativo en una de las más duras meritocracias del mundo, que produce trabajadores altamente calificados y que exporta cada vez más productos de alta tecnología. La meritocracia académica de Singapur empieza en primer grado, donde los niños son clasificados en un ranking según su desempeño académico, desde el primero hasta el último.
En la escuela primaria Rulang, especializada en enseñanza robótica, los maestros me miraron un poco perplejos cuando les pregunté si informarle a una niña de siete años que es la última de su clase no es someterla a una presión excesiva.
"No", me dijo la directora de la escuela, Cheryl Lim. "Les decimos en qué lugar del ranking están para dejarles saber qué lugar ocupan en este momento y que pueden mejorar el año próximo.´.
Según el resultado que obtengan en un riguroso examen nacional al finalizar la primaria, los estudiantes son destinados a diferentes secundarias, cada una de las cuales tiene una especialidad particular. Por medio de un proceso de "canalización", las escuelas identifican las capacidades de los estudiantes y los encauzan en diferentes vertientes académicas que finalmente los conducen a la universidad o a escuelas técnicas o vocacionales.
Al finalizar la primera etapa del secundario, los estudiantes deben rendir otro examen y, según el resultado, pueden ir a institutos que ofrecen tecnicaturas especializadas o certificados en peluquería, asistencia de enfermería y otros oficios. Las autoridades educativas y académicas niegan que sea un sistema draconiano. Señalan que esos institutos proporcionan una carrera a todo el mundo.
"Esa es la joya de mi corona", me dijo el ministro de Educación, Ng Eng Hen. "Casi todos los países tienen buenas universidades, pero pocos tienen un buen sistema de escuelas vocacionales.´´
Mi opinión: por su pequeño tamaño y su régimen autoritario, no se puede presentar a este país como un modelo por seguir. No obstante, podemos aprender algo de su obsesión con la educación y de su red de seguridad académica para estudiantes de bajo desempeño.
Es una obsesión que, como pude observar a los pocos minutos de llegar al aeropuerto, se manifiesta hasta en los billetes de dólares del país. Mientras los billetes en Estados Unidos y América latina muestran imágenes de próceres del pasado, el billete de dos dólares de Singapur muestra un aula con alumnos escuchando al profesor, con una universidad en el fondo. Debajo se lee una palabra: "Educación".
En el transcurso de una visita de una semana, encontré en todas partes síntomas de esta obsesión nacional: hay bibliotecas públicas en los centros comerciales, enormes titulares en los medios sobre estudiantes que sobresalen académicamente y un ministro de Educación que también es ministro alterno de Defensa. Hay algunas cosas que muchos países latinoamericanos, y Estados Unidos, podrían aprender del papel de la educación acá.
Hace apenas cuatro décadas, cuando Gran Bretaña le retiró a Singapur su estatus de colonia británica, este pequeño país era tan pobre que ninguna otra nación quiso hacerse cargo de su territorio. Su PBI en los años 60 era menos de la mitad del de la Argentina y similar al de México y Jamaica.
Hoy, en gran parte por su énfasis en la educación, Singapur es el noveno entre los países más ricos del mundo en ingreso per cápita . Comparativamente, Estados Unidos ocupa el 10° lugar y la Argentina, el 81°.
En lo que hace a su sistema educativo, la historia de Singapur es asombrosa. Hace cuatro décadas, tenía un alto nivel de analfabetismo. Hoy, Singapur ocupa el primer puesto en los exámenes internacionales destinados a evaluar la capacidad de los estudiantes de 4° y 8° grado en matemática y ciencias.
"Para nosotros, la educación es una cuestión de supervivencia", me dijo el presidente de la Universidad Nacional de Singapur, Tan Chorh Chuan. "Singapur no tiene recursos naturales, de manera que no podemos sobrevivir si no nos concentramos en formar gente."
¿Cómo lo hizo Singapur? Según funcionarios y académicos locales, el fundador del país, Lee Kwan Yew, tuvo la visión de convertir a Singapur en un país angloparlante con educación bilingüe, donde los estudiantes aprenden inglés como primer idioma y su lengua materna -mandarín, tamil o malayo- como segundo. Eso contribuyó a convertir a Singapur en un centro importante del comercio mundial, afirman.
También convirtió el sistema educativo en una de las más duras meritocracias del mundo, que produce trabajadores altamente calificados y que exporta cada vez más productos de alta tecnología. La meritocracia académica de Singapur empieza en primer grado, donde los niños son clasificados en un ranking según su desempeño académico, desde el primero hasta el último.
En la escuela primaria Rulang, especializada en enseñanza robótica, los maestros me miraron un poco perplejos cuando les pregunté si informarle a una niña de siete años que es la última de su clase no es someterla a una presión excesiva.
"No", me dijo la directora de la escuela, Cheryl Lim. "Les decimos en qué lugar del ranking están para dejarles saber qué lugar ocupan en este momento y que pueden mejorar el año próximo.´.
Según el resultado que obtengan en un riguroso examen nacional al finalizar la primaria, los estudiantes son destinados a diferentes secundarias, cada una de las cuales tiene una especialidad particular. Por medio de un proceso de "canalización", las escuelas identifican las capacidades de los estudiantes y los encauzan en diferentes vertientes académicas que finalmente los conducen a la universidad o a escuelas técnicas o vocacionales.
Al finalizar la primera etapa del secundario, los estudiantes deben rendir otro examen y, según el resultado, pueden ir a institutos que ofrecen tecnicaturas especializadas o certificados en peluquería, asistencia de enfermería y otros oficios. Las autoridades educativas y académicas niegan que sea un sistema draconiano. Señalan que esos institutos proporcionan una carrera a todo el mundo.
"Esa es la joya de mi corona", me dijo el ministro de Educación, Ng Eng Hen. "Casi todos los países tienen buenas universidades, pero pocos tienen un buen sistema de escuelas vocacionales.´´
Mi opinión: por su pequeño tamaño y su régimen autoritario, no se puede presentar a este país como un modelo por seguir. No obstante, podemos aprender algo de su obsesión con la educación y de su red de seguridad académica para estudiantes de bajo desempeño.
Claves americanasLa educación, el secreto de Singapur
Por Andrés Oppenheimer
lanacion.com | Exterior | Martes 25 de agosto de 2009
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lunes, 24 de agosto de 2009
¿Podremos los argentinos de esta hora mediocre alzarnos hacia la fuerza de dignidad que alguna vez tuvimos?
Somos una generación resignada a verse caer en la escala de valores de las naciones. Cada día, anotamos con prudencia de notarios la torpeza cotidiana que enseguida olvidaremos. Vivimos una democracia aparente, carente de mecanismos de reacción, que ni siquiera puede defendernos del autoritarismo insólito que sigue ejerciendo el señor K en el pleno uso ilegítimo de los poderes del Estado.
Hemos vinculado la idea de democracia con la de debilidad y hasta con la de indiferencia.
Vivimos un interinato minoritario desde el 28 de junio último. En esos comicios, la voluntad nacional se expresó en dirección contraria al oficialismo, y hasta indignada por causa de un estilo de gobierno capaz de dañar la economía tanto como el prestigio del país.
En esta hora, el Gobierno, que es mandatario y no mandante, debe servir para restañar la republicanidad dañada, la economía paralizada y la pobreza que ya se hace mayoría en el país que hasta hace poco en nuestra región fue el más poderoso y rico.
Para esto debe abrirse inexorablemente al diálogo con todos los factores de poder de la Nación y abandonar el rencoroso búnker en el que se definió nuestra actual decadencia. No podemos imaginar dos años de presidencia vicaria, usurpada, no asumida realmente.
Nos preceden muchas generaciones que vivieron con pasión sus convicciones, insubordinaciones y renovaciones: los guerreros de la independencia; la generación de los constituyentes, que se propusieron no sólo estructurar un país sino ser una gran nación; la inédita alianza fundacional Roca-Sarmiento; los hombres del 80, con su voluntad modernizadora y educativa; la republicanidad impulsada por el yrigoyenismo; el peronismo justicialista; el frustrado intento de Frondizi; el restablecimiento democrático de Alfonsín, hasta el entusiasmo menemista de primermundismo.
Todos estos momentos fueron vividos con pasión. Pasado su tiempo, dejaron su aporte enriquecedor y sus mitologías. Exaltaciones, contradicciones, pero siempre la pulsión de voluntad y de fe en la Patria.
Hoy, los dirigentes se nos presentan como prudentes administradores de un largo aburrimiento y de una decadencia que parece ya el consentimiento de un naufragio. Los vencidos del 28 de junio se mueven y conspiran para un futuro como vencedores. Los vencedores muestran una irritante pasividad, de vencidos apocados.
Urge salir de esta encerrona. Los sectores políticos deben reorganizar la nación a partir de la definición de políticas de Estado válidas para todos. Los dos pilares para hallar consenso fueron ampliamente aprobados en los debates electorales: 1) reorganización institucional republicana, y 2) reconstrucción inmediata del agonizante centro productivo nacional, el agro.
Pero el tema de nuestro tiempo argentino es ineludible: reconstruir esta patria disminuida, enferma, descolgada de sus propios valores. Sin heroísmo ni mucho orgullo, como dudando de su lugar dentro el mundo. Es una tarea educativa, pero que debe encararse de inmediato. Una tarea de fe colectiva.
Sarmiento creía en la instrucción pública indispensable. Alberdi veía más lejos, tal vez en el sentido de lo sugerido en esta nota: una nación se afirma desde la voluntad nacional de la comunidad que la habita. Sin sentido de gloria, no habrá gloria. Sin sueño de heroísmo, sólo habrá entes, meros ocupantes de un terreno comprado en mensualidades, no de una patria. Sin una educación de orgullo y de voluntad de superación, sería imposible repetir nuestras realizaciones de país grande.
Hoy necesitamos educación del alma, más allá del pupitre y del pizarrón (que también faltan).
Nuestros errores políticos, sociales y económicos se reiteran porque tenemos un subconsciente enfermo, de país que piensa mal y que se quiere poco.
Debemos arrancarnos de esta Argentina mediocre, insolidaria, que acepta la pobreza con resignación y el aburrimiento como fatalidad. Si todavía viviera Cioran, él diría que hemos llegado a un punto igual al de la Rumania de su juventud; nos recomendaría escandalizarnos y trabajar no para la sobrevivencia, sino para el renacimiento. Una tarea mayor, indeclinable, para superar la realidad de nuestra decadencia y el dolor de haber sido y ya no ser.
Hemos vinculado la idea de democracia con la de debilidad y hasta con la de indiferencia.
Vivimos un interinato minoritario desde el 28 de junio último. En esos comicios, la voluntad nacional se expresó en dirección contraria al oficialismo, y hasta indignada por causa de un estilo de gobierno capaz de dañar la economía tanto como el prestigio del país.
En esta hora, el Gobierno, que es mandatario y no mandante, debe servir para restañar la republicanidad dañada, la economía paralizada y la pobreza que ya se hace mayoría en el país que hasta hace poco en nuestra región fue el más poderoso y rico.
Para esto debe abrirse inexorablemente al diálogo con todos los factores de poder de la Nación y abandonar el rencoroso búnker en el que se definió nuestra actual decadencia. No podemos imaginar dos años de presidencia vicaria, usurpada, no asumida realmente.
Nos preceden muchas generaciones que vivieron con pasión sus convicciones, insubordinaciones y renovaciones: los guerreros de la independencia; la generación de los constituyentes, que se propusieron no sólo estructurar un país sino ser una gran nación; la inédita alianza fundacional Roca-Sarmiento; los hombres del 80, con su voluntad modernizadora y educativa; la republicanidad impulsada por el yrigoyenismo; el peronismo justicialista; el frustrado intento de Frondizi; el restablecimiento democrático de Alfonsín, hasta el entusiasmo menemista de primermundismo.
Todos estos momentos fueron vividos con pasión. Pasado su tiempo, dejaron su aporte enriquecedor y sus mitologías. Exaltaciones, contradicciones, pero siempre la pulsión de voluntad y de fe en la Patria.
Hoy, los dirigentes se nos presentan como prudentes administradores de un largo aburrimiento y de una decadencia que parece ya el consentimiento de un naufragio. Los vencidos del 28 de junio se mueven y conspiran para un futuro como vencedores. Los vencedores muestran una irritante pasividad, de vencidos apocados.
Urge salir de esta encerrona. Los sectores políticos deben reorganizar la nación a partir de la definición de políticas de Estado válidas para todos. Los dos pilares para hallar consenso fueron ampliamente aprobados en los debates electorales: 1) reorganización institucional republicana, y 2) reconstrucción inmediata del agonizante centro productivo nacional, el agro.
Pero el tema de nuestro tiempo argentino es ineludible: reconstruir esta patria disminuida, enferma, descolgada de sus propios valores. Sin heroísmo ni mucho orgullo, como dudando de su lugar dentro el mundo. Es una tarea educativa, pero que debe encararse de inmediato. Una tarea de fe colectiva.
Sarmiento creía en la instrucción pública indispensable. Alberdi veía más lejos, tal vez en el sentido de lo sugerido en esta nota: una nación se afirma desde la voluntad nacional de la comunidad que la habita. Sin sentido de gloria, no habrá gloria. Sin sueño de heroísmo, sólo habrá entes, meros ocupantes de un terreno comprado en mensualidades, no de una patria. Sin una educación de orgullo y de voluntad de superación, sería imposible repetir nuestras realizaciones de país grande.
Hoy necesitamos educación del alma, más allá del pupitre y del pizarrón (que también faltan).
Nuestros errores políticos, sociales y económicos se reiteran porque tenemos un subconsciente enfermo, de país que piensa mal y que se quiere poco.
Debemos arrancarnos de esta Argentina mediocre, insolidaria, que acepta la pobreza con resignación y el aburrimiento como fatalidad. Si todavía viviera Cioran, él diría que hemos llegado a un punto igual al de la Rumania de su juventud; nos recomendaría escandalizarnos y trabajar no para la sobrevivencia, sino para el renacimiento. Una tarea mayor, indeclinable, para superar la realidad de nuestra decadencia y el dolor de haber sido y ya no ser.
El gran escritor franco-rumano nos recomendaría trabajar para el renacimientoCioran y la Argentina de hoy
Abel Posse
lanacion.com | Opinión | Lunes 24 de agosto de 2009
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domingo, 16 de agosto de 2009
"El cambio se produce cuando uno se convierte en lo que es, no cuando trata de convertirse en lo que no es".
Fritz Perls (1893-1970) fue el fundador de lo que se conoce como psicoterapia gestáltica (pues partió de los conceptos iniciales de tres investigadores alemanes que exploraron la Teoría de la Forma, o Gestalt, según la cual el todo es siempre más que la suma de sus partes y esas partes cobran distinta forma según el observador). Dicha psicoterapia (en realidad, una cosmovisión, una filosofía de vida) propone centrarse en el aquí y ahora, que es donde transcurre nuestra existencia y se manifiestan nuestras emociones, sensaciones y pensamientos; plantea la importancia de hacerse responsable de la propia vida, de las propias decisiones y elecciones; formula la necesidad de pasar de los sostenes externos al autoapoyo interno, y toma en cuenta la totalidad de la persona (considerada un organismo integral), y no sólo su psiquismo. La médica chilena Adriana Schnacke, autora de Las voces del síntoma y Los diálogos del cuerpo, entre otras obras, y acaso la más grande terapeuta gestáltica del hemisferio, dice de esa terapia: "Me devuelve a mi propio límite, me impide evadirme buscando soluciones de otros y huyendo de mi aquí y ahora".
Todo esto viene a cuento a raíz de las reflexiones de nuestra amiga Patricia. Desde mediados del siglo XX hubo, en efecto, transformaciones en el campo de la psicología con el asentamiento de las corrientes humanísticas y cognitivas. La Gestalt se incluye entre las primeras e integra en sus abordajes los aspectos sociales, emocionales, físicos y espirituales de la persona. Perls (de quien se puede leer Sueños y existencia o El enfoque gestáltico, para asomarse a sus ideas) sostenía que, en principio, si una persona es tratada como si estuviera enferma, actuará como enferma; y si es tratada como si estuviera sana, actuará como sana. Una actitud terapéutica que empieza por no categorizar al consultante y propone una aproximación preventiva. En su lúcido y sensible ensayo A la escucha del cuerpo, la poetisa y ensayista Ivonne Bordelois explora con agudeza el nexo entre el lenguaje y la salud, y advierte que hay un enlace profundo entre la enfermedad y la esencia de lo humano. Ya Viktor Frankl y Carl Jung, figuras esenciales de la psicoterapia, habían observado que a los consultorios las personas llegan más de la mano de la angustia existencial que de la patología. Es decir, con dilemas filosóficos. Los grandes cambios de paradigma en la psicología nacen de este registro. Y esto transforma, por cierto, la relación entre el terapeuta y su consultante. Distinto es el vínculo y sus resultados cuando se parte de la patología que cuando se lo hace desde la salud.
Bordelois cita al novelista y científico inglés Aldous Huxley (1894-1963), autor del clásico Un mundo feliz, quien decía: "La medicina ha avanzado tanto que ya nadie está sano". Esto vale para todas las disciplinas que tratan al ser humano, en su cuerpo y su psiquis. Para seguir progresando necesitarán encontrarle al objeto de su tratamiento (la persona) cada vez nuevas dolencias. Es cierto que las hay, pero también lo es que muchas veces están, sobre todo, en la mirada o en la intención del observador. Y cuando el observador tiene el poder de diagnosticar, esto acarrea riesgos y exige responsabilidad. Sobre todo cuando el observador-diagnosticador prioriza técnicas y teorías antes que un encuentro humano con el diagnosticado, encuentro en el que sus propios fundamentos filosóficos serán requeridos. Si no, el vínculo entre ambos se convierte en una relación de sujeto (diagnosticador) a objeto (diagnosticado). Nadie, convertido en objeto, está cómodo, y en esa condición difícilmente se transforme en la dirección en que dice haberlo hecho nuestra amiga Patricia. ¿Cuál es esa dirección? En La teoría del cambio paradójico, Arnold Beisser, otro terapeuta gestáltico, la define así: "El cambio se produce cuando uno se convierte en lo que es, no cuando trata de convertirse en lo que no es". Convertirnos en la semilla que ya existe en el árbol es un propósito trascendente en la vida, y las terapias que acompañan ese proceso curan en salud.
Todo esto viene a cuento a raíz de las reflexiones de nuestra amiga Patricia. Desde mediados del siglo XX hubo, en efecto, transformaciones en el campo de la psicología con el asentamiento de las corrientes humanísticas y cognitivas. La Gestalt se incluye entre las primeras e integra en sus abordajes los aspectos sociales, emocionales, físicos y espirituales de la persona. Perls (de quien se puede leer Sueños y existencia o El enfoque gestáltico, para asomarse a sus ideas) sostenía que, en principio, si una persona es tratada como si estuviera enferma, actuará como enferma; y si es tratada como si estuviera sana, actuará como sana. Una actitud terapéutica que empieza por no categorizar al consultante y propone una aproximación preventiva. En su lúcido y sensible ensayo A la escucha del cuerpo, la poetisa y ensayista Ivonne Bordelois explora con agudeza el nexo entre el lenguaje y la salud, y advierte que hay un enlace profundo entre la enfermedad y la esencia de lo humano. Ya Viktor Frankl y Carl Jung, figuras esenciales de la psicoterapia, habían observado que a los consultorios las personas llegan más de la mano de la angustia existencial que de la patología. Es decir, con dilemas filosóficos. Los grandes cambios de paradigma en la psicología nacen de este registro. Y esto transforma, por cierto, la relación entre el terapeuta y su consultante. Distinto es el vínculo y sus resultados cuando se parte de la patología que cuando se lo hace desde la salud.
Bordelois cita al novelista y científico inglés Aldous Huxley (1894-1963), autor del clásico Un mundo feliz, quien decía: "La medicina ha avanzado tanto que ya nadie está sano". Esto vale para todas las disciplinas que tratan al ser humano, en su cuerpo y su psiquis. Para seguir progresando necesitarán encontrarle al objeto de su tratamiento (la persona) cada vez nuevas dolencias. Es cierto que las hay, pero también lo es que muchas veces están, sobre todo, en la mirada o en la intención del observador. Y cuando el observador tiene el poder de diagnosticar, esto acarrea riesgos y exige responsabilidad. Sobre todo cuando el observador-diagnosticador prioriza técnicas y teorías antes que un encuentro humano con el diagnosticado, encuentro en el que sus propios fundamentos filosóficos serán requeridos. Si no, el vínculo entre ambos se convierte en una relación de sujeto (diagnosticador) a objeto (diagnosticado). Nadie, convertido en objeto, está cómodo, y en esa condición difícilmente se transforme en la dirección en que dice haberlo hecho nuestra amiga Patricia. ¿Cuál es esa dirección? En La teoría del cambio paradójico, Arnold Beisser, otro terapeuta gestáltico, la define así: "El cambio se produce cuando uno se convierte en lo que es, no cuando trata de convertirse en lo que no es". Convertirnos en la semilla que ya existe en el árbol es un propósito trascendente en la vida, y las terapias que acompañan ese proceso curan en salud.
Oxígeno / Diálogos del almaCurar en salud
Por Sergio Sinay
lanacion.com | Revista | Domingo 16 de agosto de 2009
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domingo, 12 de julio de 2009
¿A quién le sirve este mundo "a mil"?
Tal vez la velocidad y eficacia de nuevas tecnologías nos acostumbraron a conseguir resultados óptimos en apenas segundos. Y con ello nuestro desafío dejó de ser cada modesto problema para concentrarnos en el único gran objetivo de lograrlo todo. No es que antes no se tuviera el anhelo o la ambición de alcanzar la cima, pero sí había más espacio para deleitarse con el ascenso de cada paso. Como si en otros tiempos la lógica del éxito, tanto personal como profesional, se hubiese movido por escaleras y hoy lo hiciera a la velocidad de un ascensor ultrainteligente. Ya no hay escalones, sólo un piso al final.
Y se logran cosas increíbles -como empresarios exitosos a los 18, la casa soñada a los 30, el mundo entero recorrido a los 40-; pero la aceleración en el modo de vivir la vida tiene un costo altísimo que hoy se patentiza en cientos de rostros tristes que deambulan abrumados por un fenómeno al que nombran con el eufemismo de prisa cotidiana .
Tantos logros y ¿nadie está contento? Desde ya, no se trata de la realidad de todos, pero sí de una tendencia notable en la clase profesional urbana. Muchas de esas caras tristes tienen problemas para dormir. Son las mismas que acumulan pilas de diplomas que ya no enmarcan -para qué si total hoy todos los tienen-, que viven en casas con jardines a los que apenas asoman porque no hay tiempo para descansar y tienen hijos que apenas conocen de tanto invertir en pos de un futuro que no da tiempo para hoy.
Sin embargo quien mira no ve más que un brillo envidiable... carrera, auto, casa, familia, juventud, belleza. Lo tienen todo y tan rápido, ¿de qué podrían quejarse?
Pero sus cajones atiborrados de ansiolíticos delatan apenas una parte de la grieta. Carcome la sensación de que nada alcanza, nada llena, siempre falta más. Lo mucho que se tiene no cuenta, es muy poco comparado con todo lo de los demás. Obsesiona conseguir eso que no se tiene y que, increíblemente, ni se sabe qué es pero hay que tenerlo ya. Entonces predomina una frustración constante que convierte la vida en un correr permanente en busca de ese no sé qué; un correr como de un chico desesperado que huye y tiene ganas de llorar. ¡Pero eso nunca! En cambio, se frunce el ceño, se pone distancia, se ahoga en la incomunicación y ya casi ni se levanta la mirada de la pantalla por temor a que otro pueda descubrir la tan vergonzante vulnerabilidad.
Se ha perdido la capacidad de recorrer alegremente caminos y de disfrutar en su tránsito los olores, las vistas, las sorpresas e incluso la satisfacción de remover piedras para poder liberar el paso. Hoy la llegada desvela, oprime y en el medio no hay riqueza alguna capaz de detener la marcha. La mirada se orienta sólo a resultados, el mandato es no dejar de producir. El camino hay que pasarlo rápido y con anestesia para evitar cualquier sufrimiento. Pero cuando se alcanza la meta ni siquiera hay destellos de felicidad, sólo una mueca exterior de autoestima que convive con el eco interior de innumerables risas perdidas en el viaje.
Muchos hoy tienen la suerte -o la desgracia- de obtener lo que quieren en forma casi inmediata. Los chicos ya no esperan a Papá Noel para conseguir el regalo soñado porque basta un suspiro o un puchero para conmover a una generación de padres culposos. Padres que al mismo tiempo que dan ese regalo, les quitan a sus hijos la posibilidad del sueño. Y ya desde chicos la capacidad de espera con todas sus virtudes pierde terreno en un mundo "a mil". Tampoco hay lugar para la oración y el escepticismo ya no alcanza únicamente a Dios sino al propio hombre; la fe moderna parece reducirse a una caja de pastillas mágicas. El talento brota como nunca, pero la ansiedad devora el placer de estar vivos y el único sueño posible es químico. ¡Es hora de levantarse! Y de entregarse a los afectos para celebrar la vida y compartir el sano sufrimiento del mundo real.
Y se logran cosas increíbles -como empresarios exitosos a los 18, la casa soñada a los 30, el mundo entero recorrido a los 40-; pero la aceleración en el modo de vivir la vida tiene un costo altísimo que hoy se patentiza en cientos de rostros tristes que deambulan abrumados por un fenómeno al que nombran con el eufemismo de prisa cotidiana .
Tantos logros y ¿nadie está contento? Desde ya, no se trata de la realidad de todos, pero sí de una tendencia notable en la clase profesional urbana. Muchas de esas caras tristes tienen problemas para dormir. Son las mismas que acumulan pilas de diplomas que ya no enmarcan -para qué si total hoy todos los tienen-, que viven en casas con jardines a los que apenas asoman porque no hay tiempo para descansar y tienen hijos que apenas conocen de tanto invertir en pos de un futuro que no da tiempo para hoy.
Sin embargo quien mira no ve más que un brillo envidiable... carrera, auto, casa, familia, juventud, belleza. Lo tienen todo y tan rápido, ¿de qué podrían quejarse?
Pero sus cajones atiborrados de ansiolíticos delatan apenas una parte de la grieta. Carcome la sensación de que nada alcanza, nada llena, siempre falta más. Lo mucho que se tiene no cuenta, es muy poco comparado con todo lo de los demás. Obsesiona conseguir eso que no se tiene y que, increíblemente, ni se sabe qué es pero hay que tenerlo ya. Entonces predomina una frustración constante que convierte la vida en un correr permanente en busca de ese no sé qué; un correr como de un chico desesperado que huye y tiene ganas de llorar. ¡Pero eso nunca! En cambio, se frunce el ceño, se pone distancia, se ahoga en la incomunicación y ya casi ni se levanta la mirada de la pantalla por temor a que otro pueda descubrir la tan vergonzante vulnerabilidad.
Se ha perdido la capacidad de recorrer alegremente caminos y de disfrutar en su tránsito los olores, las vistas, las sorpresas e incluso la satisfacción de remover piedras para poder liberar el paso. Hoy la llegada desvela, oprime y en el medio no hay riqueza alguna capaz de detener la marcha. La mirada se orienta sólo a resultados, el mandato es no dejar de producir. El camino hay que pasarlo rápido y con anestesia para evitar cualquier sufrimiento. Pero cuando se alcanza la meta ni siquiera hay destellos de felicidad, sólo una mueca exterior de autoestima que convive con el eco interior de innumerables risas perdidas en el viaje.
Muchos hoy tienen la suerte -o la desgracia- de obtener lo que quieren en forma casi inmediata. Los chicos ya no esperan a Papá Noel para conseguir el regalo soñado porque basta un suspiro o un puchero para conmover a una generación de padres culposos. Padres que al mismo tiempo que dan ese regalo, les quitan a sus hijos la posibilidad del sueño. Y ya desde chicos la capacidad de espera con todas sus virtudes pierde terreno en un mundo "a mil". Tampoco hay lugar para la oración y el escepticismo ya no alcanza únicamente a Dios sino al propio hombre; la fe moderna parece reducirse a una caja de pastillas mágicas. El talento brota como nunca, pero la ansiedad devora el placer de estar vivos y el único sueño posible es químico. ¡Es hora de levantarse! Y de entregarse a los afectos para celebrar la vida y compartir el sano sufrimiento del mundo real.
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