martes, 18 de octubre de 2011

Ventajas de Sudamérica

Entre tantas turbulencias mundiales, con hegemonías históricas que tambalean, es bueno que miremos hacia adentro, hacia esta silenciosa región que habitamos. En ella, los sudamericanos vivimos un tiempo excepcional. Entre tantas otras cosas, es una buena ocasión para diferenciar dirigentes de estadistas. El dirigente se preguntará: “¿Cómo hago para fortalecer mi posición de poder?”. El estadista, también interesado por el poder, sin embargo agregará una pregunta más importante para el resto de sus conciudadanos: “¿Cómo hago para que lo que hoy vivimos se prolongue y profundice?”.

Estas preguntas no son sólo válidas para los dirigentes políticos. Un empresario puede interrogarse sobre cómo generará más ingresos mañana o cómo creará las condiciones para obtener ganancias durante mucho tiempo. Algunos, reeditando historias, verán la ocasión de especular; quizás otros, la oportunidad de transformar sus empresas. Cierto, estas preguntas pueden parecer abstractas. Sin embargo, las respuestas definirán nuestro futuro, el de todos, el de cada uno.

El panorama de Sudamérica no tiene antecedentes. Todos sus países son democráticos desde hace más de un cuarto de siglo. De los diez países de la subregión, ocho están gobernados por partidos de centroizquierda. Casi todos viven uno de los períodos económicamente más prósperos del último medio siglo.

Aunque éste no sea el tema que nos ocupa, es curioso que, a pesar de esta bonanza, las instituciones políticas continúen siendo evaluadas negativamente por la opinión pública. Congresos, sistema judicial y partidos políticos están en el fondo de la escala de la estima pública. Esto es comprensible cuando las cosas van mal, pero no lo es después de estos diez años de fuerte crecimiento.

Sólo en parte la respuesta puede encontrase en la evolución de la pobreza y la desigualdad. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la pobreza tuvo una notable mejoría en casi todos los países en la última década. El esfuerzo más sostenido es el de Chile. Logró disminuir el número de pobres de casi 40% en 1990 a 14% en 2008. En los últimos diez años, Venezuela fue el país que más redujo la pobreza, de 49% a 27%. También es el país que más disminuyó la desigualdad. Pero, a nivel regional, los cambios en la distribución de la renta han sido mínimos en la mayoría de los países. América latina continúa siendo la región más desigual del mundo. En pocas palabras, los latinoamericanos vivimos un período de crecimiento económico con reducción de la pobreza y sin cambios importantes en la desigualdad.

Estos datos reflejan los escasos cambios estructurales en la mayoría de nuestras sociedades. Con una década de crecimiento, es normal que los sectores de menores ingresos superen la línea de pobreza. Pero, como no hay modificaciones sustanciales, la diferencia entre los que más y menos ganan se mantiene.

Hoy vivimos un período de bonanza gracias a una situación excepcional de los precios internacionales, que son nuestros productos de exportación. El estadista latinoamericano se estará preguntando: “¿Cómo evitamos que el crecimiento se detenga si esos precios bajan? ¿Cómo lograr hacer que nuestro crecimiento sea sustentable?”.

La sustentabilidad significa dos cosas: que el fenómeno dura en el tiempo y, además, se regenera y amplía. El desafío central está en la regeneración; es decir, en crear las condiciones para que las mejoras que hoy ocurren se reproduzcan en el futuro. Esto es, crear las condiciones para que el crecimiento continúe. Para ello, la bonanza que hoy vivimos debe servir para realizar cambios en nuestras economías y sociedades para que, cuando bajen los precios, el motor del crecimiento siga funcionando.

En el pasado, los latinoamericanos hemos vivido ciclos de expansión que fueron seguidos por estancamiento o recesión. El ciclo actual dura y, según todos los estudios, durará. En su origen está la demanda por nuestros productos desde China y la India. A pesar de la crisis mundial, estos países siguen creciendo y siguen demandando lo que vendemos.

Es útil, lector, que tengamos un par de datos para saber a qué nos referimos. En los veinte años entre 1985 y 2006, las exportaciones mundiales a China se multiplicaron por diez. En la última década se produjo el cambio que más nos interesa: quienes más exportan pasaron a ser los países subdesarrollados (los nuestros), superando a los desarrollados. En los últimos años, América latina, y Sudamérica en particular, capturó la mayor parte de ese cambio. Hoy representamos un cuarto de todo lo que China compra en el mundo. Esto no sólo tiene un gran efecto directo sino también empuja hacia arriba los precios de nuestros productos sean o no los chinos quienes los compren.
Todos los organismos internacionales coinciden en señalar, con distintos matices, que esta tendencia se mantendrá. También los privados, como Goldman Sachs, el gigantesco banco de inversiones, que en su último informe afirma sobre esta nueva realidad latinoamericana: “Definitivamente, ésta puede ser la década de América latina si sus dirigentes aprovechan la oportunidad y adoptan reformas duraderas de largo plazo que lleven a un incremento de la productividad, a la diversificación económica y a un aumento del producto”.

Para Goldman Sachs, se trata de que el crecimiento continúe para tener mayores oportunidades de negocios. Para los latinoamericanos, es una condición necesaria para lograr mejores condiciones de vida. En todo caso, la pregunta es la misma: ¿podremos aprovechar esta circunstancia excepcional?
Un crecimiento sustentable nos dará estabilidad. Esto sería una gran conquista, teniendo en cuenta nuestra historia de ciclos de auge y estancamiento.

Pero no sólo eso. En un mundo que está cambiando aceleradamente, nos dará oportunidades de jugar un nuevo papel en el escenario internacional. Ciertamente, no sería lo más aconsejable que nuestro crecimiento económico dependa de la que será la principal potencia económica y uno de los grandes polos del poder político mundial.
Por Dante Caputo
Perfil

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