miércoles, 30 de noviembre de 2011

Se necesita un sistema político global

Por Fernando A. Iglesias | Para LA NACION
Miles de académicos serios de todo el mundo parecen creer aún que el mundo keynesiano de posguerra, que por 30 años había permitido armonizar crecimiento económico y distribución social, cambió porque un día Margaret Thatcher se levantó con jaqueca, llamó a Ronald Reagan, y le dijo: "Ronnie, ¡empecemos ya mismo un ciclo neoliberal!".

Pero el fin del consenso keynesiano no comenzó con esa hipotética llamada, sino con el fracaso de François Mitterrand, quien al aplicar en 1981 la receta keynesiana a la economía francesa -que ya era parte de la economía europea- provocó fuga de capitales, inflación, desempleo y, finalmente, devaluación del franco.

Tan penosas circunstancias marcaron el fin de los keynesianismos nacionales, fijaron el patrón de sus debacles futuras (como la de Alfonsín), anticiparon el viraje al centro de la socialdemocracia (la Tercera Vía) y sancionaron una regla que los keynesianos-nacionales siguen sin comprender: en un mercado económico unificado con amplia circulación de capitales y bienes, las inversiones y las tecnologías fluyen hacia donde las regulaciones financieras y ecológicas -y los salarios e impuestos- son menores, haciendo que todas las variables que obstaculizan la maximización de sus ganancias operen a la baja. Como "demostró" Mitterrand, no puede haber keynesianismos exitosos a nivel nacional en economías de escala regional. Fin del primer episodio.

Desde aquella debacle, el único espacio unificado que logró compatibilizar el crecimiento económico con estrictas regulaciones ambientales, altos impuestos y elevados estándares de bienestar fue la Unión Europea, hoy condenada a retroceder o volar por los aires, ya que tampoco puede haber keynesianismos regionales exitosos en una economía globalizada. Fin del segundo episodio.

Quienes se llenaron los bolsillos durante el auge económico mundial de los últimos años están logrando hoy que el resto pague las cuentas en la hora de la crisis. Lo que demuestra que, lejos de haberse agotado, el ciclo neoliberal sigue vigente mundialmente, y que el neoliberalismo no es producto de la avidez capitalista, existente desde siempre, sino el resultado inevitable de la globalización de la tecnología, la economía y las finanzas sin una simultánea globalización de la política. De allí que en un mundo global el keynesianismo sólo pueda ser global y que toda política nacional-regional tienda a ser -ya sea por su orientación inicial o su fracaso final- procíclica y antikeynesiana. Fin del tercer episodio.

¡Es la política global, estúpido! Es la ausencia de un sistema político global capaz de cumplir funciones redistributivas y de planificación e inversión a largo plazo similares a las que los Estados nacionales desempeñaron en las naciones de antaño la que hace inviable cualquier receta anticíclica y está llevando a una recesión planetarizada. Y el problema de la Unión Europea no es que sea muy grande -como creen los keynesianos nacionales que piden la demolición del euro-, sino que ha quedado muy chica, ya que no es posible sostener salarios y jubilaciones de miles de euros cuando millones de personas se incorporan cada día al mercado de trabajo global con salarios de unos pocos cientos. Sólo en países relativamente pobres y de dimensiones continentales, como los del BRIC, y en aquellos beneficiados por algún tipo de bendición mineral, energética o sojera que les permita crecer por encima del 5% anual, es posible todavía algún tipo de ampliación del mercado nacional alla Keynes. Y será así sólo hasta que el gap tecnológico con los países avanzados se achique, crezcan las expectativas sociales en ellos o la recesión en el Primer Mundo haga retroceder los precios de las commodities . O, más probablemente, por una combinación de estos factores.

Por eso Europa debe avanzar hacia la unidad de sus políticas económicas y fiscales, emitiendo bonos desde el BCE y siguiendo el modelo federal spinelliano. Pero eso no basta. Por eso la ampliación del Mercosur y un acuerdo comercial con la UE son urgentes, pero no bastan. Tampoco basta la reconstitución y empoderamiento del G-20, que logró contener la crisis de 2008, ni las ocasionales cumbres internacionales a las que todos concurren con la preocupación de hacer que los platos rotos los paguen los vecinos. Ya es hora de que los líderes políticos nacionales dejen de hacer el ridículo corriendo detrás de los acontecimientos globales. Se terminó el tiempo de la gestión internacional de los asuntos globales. Los problemas globales requieren soluciones globales, que sólo pueden ser discutidas, decididas y aplicadas desde instituciones globales democráticas y permanentes.

Es la política global, ¡no seamos estúpidos! Necesitamos agencias permanentes de prevención y resolución de las crisis del cambio climático, la proliferación nuclear y la volatilidad financiera. Necesitamos empoderar la Corte Penal Internacional, reformar el Consejo de Seguridad, democratizar la ONU y crear una asamblea parlamentaria permanente en su seno, que dirija las iniciativas para crear un orden institucional global más justo, eficiente y democrático. Necesitamos leyes que armonicen paulatinamente las legislaciones laborales, ambientales y financieras en todo el mundo, aboliendo los paraísos fiscales y laborales, impidiendo el dumping global y mejorando las condiciones de vida en los países emergentes. Necesitamos regulaciones globales al sistema financiero global, ya que las internacionales del FMI, el Banco Mundial y el G-20 han demostrado su incapacidad. Necesitamos un nuevo modelo de crecimiento que sea mundial y que no se base ya en los consumos privados del 20% más rico de la humanidad, sino en la producción de bienes públicos para el restante 80%: agua, cloacas, viviendas, caminos, hospitales y escuelas para todos; mejores medios de comunicación y transporte en todo el mundo; una computadora por alumno y una pantalla de TV global en cada aula del planeta. Necesitamos poner el interés común de largo plazo por delante de los egoísmos nacionales y corporativos de corto alcance. Necesitamos que el capital, que hoy sobra, deje de evaporarse y encuentre otra vez una aplicación fructífera que coincida con los intereses generales.

Y para todo ello necesitamos un ámbito pacífico y democrático de discusión global que disminuya las tensiones internacionales, elabore un plan de desarme global consensuado y permita redireccionar los enormes recursos que se gastan en armamentos hacia un plan global de defensa de bienes públicos como la paz internacional, la estabilidad financiera mundial y la protección del medio ambiente. ¿Cómo vamos a lograrlo en un mundo tecno-económicamente unificado por los mercados y las corporaciones, y dividido políticamente por los egoísmos y rivalidades de 194 Estados nacionales que en el cenit de su estupidez siguen pretendiéndose soberanos?

Una ONU paulatinamente democratizada y una asamblea parlamentaria del organismo, embrión de un futuro Parlamento Mundial. Cuanto antes, mejor. Ya sé que es difícil. Mucho más fáciles son la recesión, la degradación y la guerra. © LA NACION

El autor es diputado nacional de la Coalición Cívica por la ciudad de Buenos Aires

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