domingo, 2 de noviembre de 2008

Podríamos decir que, finalmente, todos los miedos se resumen en uno: el miedo a morir.

Todo miedo es, en principio, miedo a sufrir. A sufrir un dolor físico, una pérdida, una decepción, un abandono, un rechazo, un enjuiciamiento. Y todo miedo se centra en algo que aún no ha ocurrido. Podríamos decir que, finalmente, todos los miedos se resumen en uno: el miedo a morir. No tememos lo que nos está sucediendo (podemos, sí, padecerlo o gozarlo; depende del tipo de acontecimiento). Justamente porque el miedo no confronta a un objeto presente, este objeto puede tomar formas y dimensiones variadas, todas las que nuestra mente le adjudique, ya que es allí donde habita. Algunas personas hacen de la excitación un fin y buscan vivir en el riesgo (sea en los negocios, los deportes, las relaciones, el modo en que conducen, el juego, las adicciones). Son como Sam Keen cruzando la calle. Sólo que la respuesta de Marcel disparó en Keen una crisis personal. Se dio cuenta de que ignoraba la razón del riesgo asumido, que no había en ello un fin trascendente. Reflexionó, entonces, acerca del riesgo como afrodisíaco, de la adicción a la adrenalina, destinada a llenar un vacío existencial, a disimular la desorientación o la insatisfacción de una vida que no ha dado con su propio significado. En los riesgos absurdos se escuda, quizás, la absurda pretensión de evitar el morir.

Hay quienes arriesgan su vida física, emocional, familiar, no sólo por valentía o audacia, sino por carencia de sentido. Y, opuestos y complementarios, hay otros que no corren jamás el menor riesgo; ven cada acto, cada decisión, cada alternativa como amenazante y quedan paralizados por el miedo. A menudo, curiosa paradoja, el miedo a morir termina por convertirse en miedo a vivir. En El libro de la vida, Jiddu Krishnamurti (1895-1986), el influyente pensador indio que se negaba a ser llamado maestro espiritual, lo expresa así: "Donde hay miedo, es obvio que no hay libertad, y sin libertad no hay amor. Casi todos tenemos alguna forma de miedo: a la oscuridad, a la opinión pública, a las serpientes, a la vejez, al dolor físico, a la muerte. El miedo nos hace mentir, nos corrompe de distintas maneras, torna la mente vacua y trivial, distorsiona el pensamiento, lleva a supersticiones absurdas". No se puede salir del miedo, sostenía Krishnamurti, sin enfrentarse al hecho que lo provoca. Elaborando estrategias para vencerlo, seguimos apegados a él. "Si usted comprende el miedo, lo cual sólo ocurre si entra en contacto directo con él, entonces hace algo. Y sólo entonces cesa."

El miedo es la no aceptación de lo que es, agregaba el pensador indio, y esa no aceptación nos lleva a enredarnos en explicaciones, postergaciones, excusas, atajos. Se trata de comprender su causa y actuar ante ella. Se puede ser valiente, claro, pero no sin conocer el miedo. Según una inspirada metáfora del propio Sam Keen en El lenguaje de las emociones, el miedo tanto puede ser la luz roja que nos advierte en qué marea baja podríamos quedar varados, como puede resultar el faro que nos guía hacia la tierra lejana de nuestro más profundo y desconocido interior. Nadie puede discernirlo mejor que cada uno de nosotros. Después de todo, como dice el propio Keen, siempre hacemos lo más peligroso: vivir. "Cada día apuestas tu vida, con lo que haces y con lo que te niegas a hacer." El miedo es inherente a la existencia. Nuestra libertad de actuar ante él, también.
Diálogos del almaCara a cara con el miedo

Por Sergio Sinay

lanacion.com | Revista | Domingo 2 de noviembre de 2008

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