Martín Rodriguez Yebra
LA NACION
"Fue como sentarse con Néstor."
La frase se escuchó entre el grupo de caciques sindicales que salió ayer de la Casa Rosada con la conquista de una baja impositiva que mejorará una gran cantidad de los salarios medios y altos.
La reunión había sido, claro, con la presidenta Cristina Kirchner, que sorprendió a Hugo Moyano y a los directivos de la CGT con la versión más pragmática de sí misma: les anticipó el cambio del impuesto a las ganancias, les bajó línea sobre la necesidad de moderar las protestas para "no perjudicar al proyecto político" y les abrió sólo un poco el grifo de los fondos retenidos para obras sociales que la cúpula sindical tomó como bandera en los últimos años. Sugirió incluso que irá al acto masivo por el Día del Trabajador que organiza Moyano para exigir espacios en las listas electorales.
No se toparon con discursos ideológicos. Tampoco hubo reproches ni gestos de frialdad por aquella amenaza de Moyano de parar el país por las investigaciones que se llevan adelante en Suiza por supuesto lavado de dinero.
Efectivamente, la anfitriona les demostró que sabe interpretar el libreto con el que su esposo construyó su fortaleza de poder.
Es una regla de oro cuidar la relación con el sindicalismo peronista, más allá de los sacudones a los que la somete la presión constante de Moyano por expandir su influencia. Néstor Kirchner nunca enfrentó al líder camionero en público ni dejó que sus batallas privadas se tradujeran en castigos visibles.
Otra máxima de esa estrategia fue darles algo, pero nunca todo. Los directivos de la CGT celebraron la promesa de que tendrán $ 1000 millones a lo largo del año del fondo para obras sociales; tendrán que seguir reclamando por los otros 8000 millones que, según ellos, les corresponden.
Al exigirles "no caer en actitudes torpes" (que algunos interpretaron como una velada alusión al bloqueo a los diarios), también apeló a una receta habitual de Néstor Kirchner para administrar los conflictos: dejarlos correr mientras no impacten en la imagen pública del Gobierno.
Las encuestas -hasta las más exageradas- le marcan a la Presidenta que uno de los riesgos con el que puede chocar el plan reeleccionista es un descontrol callejero, que muestre a un gobierno sin capacidad de imponer orden. De hecho, la crisis del parque Indoamericano fue el último episodio que hizo caer la imagen presidencial.
El oráculo de los sondeos muestra que la fiebre de consumo alimenta día tras día el sueño de triunfo kirchnerista. La baja de ganancias es coherente con la idea de llenar los bolsillos (más allá de que la inflación había desactualizado los topes y de que el impuesto golpeaba cada vez a la clase media).
La medida estaba decidida antes de que se conociera la investigación en Suiza sobre Moyano. El Gobierno la congeló para no parecer claudicante ante el desborde del líder camionero, que quería tapar de camiones la Plaza de Mayo.
Moyano entendió que había cruzado una línea. Bajó el paro. Se desvivió en elogios al Gobierno y, como en las épocas de Néstor, se prestó a firmar en la Casa Rosada las paritarias anticipadas del sindicato de camioneros, como señal de cuál será el techo de los aumentos de sueldo. Un antídoto a la pesadilla de una puja salarial virulenta que anunciaba el sindicalismo desde enero.
"No voy a retroceder ni un milímetro", había advertido el miércoles. En las 48 horas siguientes, estuvo dos veces en el despacho presidencial, que no pisaba desde los días en que vivía Kirchner. Dócil y sonriente, ayer mostró su otra cara. Lo dejaron salir triunfante en las fotos, como el gestor de la medida que mejorará las condiciones de miles de asalariados.
Cada uno hizo su parte. Es hora de olvidar las tensiones. Otra vez, la alianza de poder está en orden.
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