La escena no habría pasado del ridículo a la tragedia si Cristina Kirch- ner no hubiera atravesado por esas moderaciones para llegar a la revolución verdadera: el anuncio formal de que, de ahora en más, desobedecerá al Congreso y a la Justicia. La Presidenta se colocó ayer, técnicamente, en situación de rebeldía ante la Justicia y puso a su gobierno al borde mismo de una peligrosa colisión de poderes.
En su diatriba contra la oposición, la jefa del Estado se olvidó de la primera lección de política práctica: nunca hay una acción sin reacción. El Gobierno golpeó al Senado dos veces en los últimos días. Primero sucedió cuando el oficialismo dejó que la oposición votara por unanimidad al peronista José Pampuro en la presidencia provisional del cuerpo. Consumada esa votación, el kirchnerismo se retiró del recinto y dejó a la oposición sin quórum para resolver sobre las comisiones.
Cuatro días después, Cristina Kirchner abrió las sesiones ordinarias del Congreso anunciando un decreto de necesidad y urgencia para llevarse parte de las reservas nacionales. Se las estaba llevando, en realidad, cuando se lo dijo, sin decirlo explícitamente, al plenario de los legisladores. ¿Qué suponía que haría el Senado? Es imposible penetrar en el sistema de razonamiento de los Kirchner, pero sucedió lo que era previsible: el Senado tumbó todas las ilusiones del oficialismo y lo echó de todos los resortes de poder de la Cámara alta, como ya lo había hecho en Diputados.
Ayer, la Presidenta denunció una virtual dictadura de los números en el Congreso y expresó que todo eso busca el camino de su destitución. ¿No fue esa dictadura lo que ejerció el kirchnerismo durante los largos meses que fueron desde el 28 de junio pasado hasta el último día de noviembre? ¿No aprobó acaso muchas leyes (el presupuesto de 2010, entre ellas) con una mayoría parlamentaria artificial y esquivando, en muchos casos, los pasos reglamentarios del Congreso? La oposición no debería caer en esos excesos, pero la reacción de los adversarios en las últimas horas era predecible ante tantos atropellos recientes.
El discurso de Cristina Kirchner de la víspera (tal vez el más dramático, rupturista y provocador que haya pronunciado) no careció de falsedades. Dijo, por ejemplo, que la oposición y la Justicia quieren repetir el default de 2001. Nadie (ni siquiera Pino Solanas, si se lo lee bien) suscriben la posición de no pagar la deuda. Más aún: el Gobierno habría contado con una mayoría considerable de votos opositores si le hubiera dicho la verdad al Congreso y si se hubiera limitado a respetar las disposiciones constitucionales.
En rigor, la administración debió rever el presupuesto virtual (que tiene ahora un agujero fiscal estimado, según distintos economistas, entre 55.000 y 90.000 millones de pesos), sancionado por aquella mayoría también virtual, y solicitar la autorización parlamentaria para usar las reservas sólo en caso de extrema necesidad. "Esa política la hubiéramos firmado con las dos manos", señaló ayer el senador radical Ernesto Sanz.
Pero el discurso de Cristina Kirchner transcurrió por otros andariveles: el poder es la suma del poder o no hay poder, pareció decir. Mentó como ejemplo el sistema presidencialista de los Estados Unidos, pero ocultó que el popular Barack Obama fue personalmente al Congreso norteamericano para pedir los votos de los opositores para su reforma sanitaria. Los opositores lo obligaron a muchos cambios de la idea original y todavía lo tienen a maltraer con esa reforma.
Ya no están los tiempos en que el kirchnerismo manejaba el Congreso y los jueces. Decidió ignorarlos, entonces. El líder del bloque de los diputados oficialistas, Agustín Rossi, fue sincero ayer (¿sincericidio?) cuando dijo que ellos "gobernarán sin mirar al Congreso". ¿Cómo gobernarán de esa manera sin poner a la Argentina bajo un estado de excepción, enfrascada en una permanente colisión de poderes?
La supuesta arbitrariedad de la oposición se manifestó, dijo la Presidenta, con el rechazo del acuerdo para la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, porque sus antecedentes no habían sido suficientemente evaluados. Marcó del Pont cree en la teoría de que los Kirchner son el último bastión de contención de la denominada "derecha". Por eso cometió todos los zafarranchos que cometió el lunes pasado. La mayoría opositora decidió que en su decisión debía pesar, más que los antecedentes, la mala praxis del lunes; el rechazo fue, por lo tanto, in limine , en el umbral mismo del tribunal que la evaluó.
Tampoco la jefa del Estado obedecerá al Senado cuando su plenario termine consumando, el miércoles próximo posiblemente, el rechazo del pliego de Marcó del Pont. La colisión entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo será entonces imposible de disimular.
¿Existe de hecho una colisión entre el Ejecutivo y el Poder Judicial? Existe. Cristina Kirchner dijo que no cumplirá con la decisión de la jueza Claudia Rodríguez Vidal (que le ordenó que no tocara las reservas), a quien vinculó -en uno de los casos más sorprendentes de delación pública y menosprecio personal- con las ideas de su esposo, el juez Ernesto Marinelli. ¿Qué tiene que ver el estado civil de la jueza Rodríguez Vidal? ¿Qué importa lo que piensa (o pensaría) su esposo? Es necesario darle una noticia a la Presidenta: no todas las esposas están pendientes de lo que opinan los maridos.
Varios dirigentes políticos enviaron ayer mensajes a la Corte Suprema de Justicia para que ésta dicte una acordada de apoyo a los jueces vapuleados por el oficialismo. La Corte perseguía el criterio de que los dos poderes elegidos (el Ejecutivo y el Legislativo) se pusieran de acuerdo sobre el manejo de las reservas. Ayer se comprobó que esa idea es una idea casi poética en la Argentina de los Kirchner. Estos no están dispuestos a negociar con la oposición ni a reconocerla ni a compartir porciones del poder del Estado.
Quiérase o no, lo cierto es que la oposición también estaba ayer encerrada en un laberinto. ¿Cómo reaccionar ante un gobierno que decidió decretar la inexistencia de los otros dos poderes constitucionales? ¿Un pedido de juicio político a la Presidenta no le serviría al matrimonio gobernante para declarar, por fin, que se cumplió el vaticinio de la destitución? ¿No sería ése el mejor escenario para reproducir aquí el proceso hondureño que terminó con el gobierno de Manuel Zelaya? ¿No aspiran acaso los Kirchner a ser Zelaya? ¿Qué hacer, desde otro punto de vista, con una administración que se niega a la revisión parlamentaria y al juicio de los jueces y sólo se pone en manos de la posteridad, según el anticipo de Cristina Kirchner?
El análisisA un paso de la rebeldía
Joaquín Morales Solá
lanacion.com | Política | Viernes 5 de marzo de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario