viernes, 5 de marzo de 2010

"Los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen".

Ha dicho el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, que primero hay que construir el barco y después ver quién será el capitán. Otro dirigente político santafecino, Rafael Martínez Raymonda, afirmó años atrás que no se puede patear el córner y cabecear al arco. Las dos expresiones sintetizan, tal vez, el gran trabajo pendiente que los argentinos tenemos por delante. Se tratará de que las instituciones reemplacen a los personajes de buenas intenciones que se cargan el país al hombro y que, después, como es lógico, no pueden resistir su peso.

La construcción del "barco" requiere redes previas que agrupen a los partidos que se parecen; esas redes, a su vez, pueden coincidir en propuestas básicas para que se conviertan en legislación positiva. Ya no se trata del pomposo Pacto de la Moncloa, sino de un sencillo y posible ejercicio en el cual se expongan las coincidencias y se circunscriban las disidencias según la marcha de la administración.

Detectados esos posibles puntos básicos de acuerdo, los dirigentes ayudarán a la apertura de la competencia entre pocos aspirantes presidenciales en elecciones abiertas y simultáneas. Bajo un paraguas acordado, se expondrán las ideas sin tremendismos. Así, los ánimos y humores de la sociedad se irán aquietando. Quienes no accedan a las candidaturas presidenciales podrán prestigiar el Congreso, intentar su acceso electoral al gobierno de la ciudad de Buenos Aires o a la conducción de una provincia. En nuestro país, los partidos políticos han dado lugar a los "espacios" porque los ciudadanos se han ido desprendiendo de las tradiciones políticas familiares y hasta de los amores y rencores propios de otras generaciones. Ya son pocos los que nacen peronistas, radicales o socialistas; crece el "partido de los independientes".

Ese texto diferente también reconoce un contexto distinto. Las costumbres se han modificado por su evolución y también porque la interconexión global trae y lleva novedades al ritmo breve de la computadora, Internet y el teléfono celular. En este escenario, el piloto automático en el que navegan los exitosos países vecinos nos indica que las cosas también cambiaron mucho en nuestro propio barrio.

Más que en el oxímoron de la "sana envidia", podemos pensar en las mallas políticas y sociales, los vasos comunicantes que construyeron la Concertación chilena o el Frente Amplio uruguayo, entre otros. Ambas experiencias, diferentes de la Alianza autóctona de 1999, han sabido organizar espacios que contienen un centro, una izquierda y una derecha sobre bases programáticas de identidad. La derrota electoral de la Concertación chilena, porque en su trámite no participó Marco Enríquez-Ominami, también puede servir de ejemplo. Una elección interna con exclusiones le dejó servido el triunfo a la oposición, como reconoció el ex presidente Ricardo Lagos. De nada sirvió la enorme popularidad de Michelle Bachelet; se abrió un hueco y por allí penetró el otro polo de la alternativa democrática, pero el sistema se convalidó con la alternancia. Ocurrió algo parecido hace cinco años con el ascenso de Tabaré Vázquez a la presidencia de Uruguay y antes con la llegada de Lula, en Brasil.

Entre nosotros, los acuerdos para integrar dos o tres redes de partidos deberán tener en cuenta la imprescindible conformación de equipos técnicos serios, que provean de ideas modernas y cuadros para retroalimentar las desgastantes tareas ejecutivas y parlamentarias. Por ahora, abundan los asesores de imagen, pero escasean los proveedores de estudios más profundos sobre la difícil temática estatal.

En este cuadro, tal vez también convenga tener en cuenta el cercano ejemplo de la provincia de Mendoza. Su Constitución, que no autoriza la reelección del gobernador, ha facilitado la silenciosa renovación de todos los partidos políticos de ese distrito y fomentado una convivencia, como la que admiramos en Uruguay. Allí, el entonces presidente electo, José Mujica, se presentó ante posibles inversores internacionales junto a los ex presidentes Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle, sus adversarios políticos. En la Argentina de hoy, esa escena parecería de ciencia ficción.

André Malraux -que huyó de un campo de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial, dirigió luego la brigada Alsace-Lorraine para la liberación de Francia, es el reconocido autor de La condición humana y acompañó como ministro del Interior y de Cultura a Charles de Gaulle- nos legó un concepto muy bien descripto: "Los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen".

¿Podremos construir para las elecciones de 2011 nuestra nueva identidad, salir de la confrontación permanente, trabajar y crecer en paz con unidad en la diversidad? Esos serán los mandatos no escritos que dará la ciudadanía al nuevo gobierno en 2011, sin que por ello queden de lado asuntos centrales, como la lucha contra la pobreza y la indigencia, la inflación y la inseguridad.
Pueblos y gobiernos se parecen

Silvio Huberman

lanacion.com | Opinión | Viernes 5 de marzo de 2010

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