En una reciente reunión de la Comisión de Finanzas del Senado, el republicano Bob Corker se hallaba consagrado a esa tarea, con un plazo muy claro en su mente: el día de la asunción del nuevo presidente, el 21 de enero de 2009.
"¿Cuánto podrá haberse gastado para el 20 de enero, aproximadamente?", preguntó Corker a Neel Kashkari, el ex banquero, de 35 años de edad, a cargo del paquete de rescate.
Cuando los colonizadores europeos advertían que no tenían otra opción que entregarles el poder a los ciudadanos locales, solían dedicar su atención a despojar el tesoro local de su oro y a apropiarse del ganado y de los objetos valiosos. Si se ponían realmente desagradables, como los portugueses en Mozambique, a mediados de la década del setenta, solían derramar concreto por los agujeros de los ascensores, para que no volvieran a funcionar. La pandilla de George W. Bush prefiere instrumentos burocráticos, subastas de "activos en problemas" y el "programa para comprar patrimonios netos". Pero no hay que equivocarse. El objetivo es el mismo que tenían los portugueses derrotados: un frenético saqueo final del erario antes de entregar las llaves de la caja fuerte.
¿De qué otra forma explicar las asombrosas decisiones que han gobernado la asignación del dinero del plan de rescate? Cuando el gobierno de Bush anunció que inyectaría 250.000 millones de dólares en bancos de Estados Unidos a cambio de patrimonios netos, el plan fue bautizado "nacionalización parcial", una medida extrema con el fin de que los bancos pudieran volver a prestar dinero.
Por cierto, no ha existido nacionalización alguna, ni parcial ni ínfima.
Los contribuyentes no han adquirido control alguno de esos patrimonios. Los bancos están usando ese dinero de la manera en que lo desean (en bonificaciones, en fusiones, en ahorros). Y el gobierno se limita a rogar que esas instituciones usen parte de ese dinero para prestarlo.
¿Cuál es, entonces, el propósito real del paquete de rescate? Me temo que sea algo mucho más ambicioso que un regalo a las grandes empresas. Este paquete de rescate ha sido diseñado para continuar saqueando el Tesoro de los EE. UU. durante los años venideros.
Hay que recordar que la principal preocupación entre los sectores más poderosos de la bolsa de valores -especialmente, los bancos- no es la falta de crédito, sino la baja en los precios de sus acciones. Los inversionistas han perdido toda confianza en la honestidad de los bancos, y por sobradas razones.
Y ahí interviene el Departamento del Tesoro. Al comprar parte del paquete accionario en esas instituciones, el Tesoro está enviando una señal al mercado de que las acciones están seguras. ¿Por qué? Porque el gobierno no va a permitir que eso se derrumbe.
Si esas compañías vuelven a estar en problemas, los inversionistas pueden presumir que el gobierno seguirá inyectando dinero. (Basta ver lo ocurrido con AIG.)
El verdadero propósito del plan de rescate es amarrar el interés público a las compañías privadas. El secretario del Tesoro, Henry Paulson, está entregando a las empresas incluidas en el programa de adquisición de patrimonio neto -y la cifra puede alcanzar a millares- una implícita garantía del departamento a su cargo. Los inversores que buscan sitios seguros para depositar su dinero verán en esos acuerdos algo más tranquilizador que una evaluación triple A de Moody´s.
Una garantía de ese tipo es inestimable. Pero para los bancos lo mejor es que el gobierno les está pagando, en algunos casos, miles de millones de dólares... para que acepten ese sello de garantía. En cambio, para los contribuyentes, el plan es muy riesgoso, y podría costar mucho más que la idea original de Paulson de comprar 700.000 millones de dólares en deudas tóxicas.
Es de señalar que Fannie Mae y Freddie Mac disfrutaron de ese tipo de garantías silenciosas. Durante décadas, el mercado entendió eso, pues esas empresas privadas estaban vinculadas con el gobierno. El Tío Sam siempre sacaría las papas del fuego. De esa manera, mientras las ganancias eran privatizadas, los riesgos eran socializados. Pero el implícito apoyo del gobierno creó poderosos incentivos para inversiones insensatas.
Ahora, con el nuevo programa de rescate, Paulson ha tomado el desacreditado modelo de Fannie y Freddie, y lo ha aplicado a un amplio sector de la industria bancaria privada. Y, una vez más, no hay razón alguna para que los bancos se abstengan de inversiones riesgosas. Pues el Departamento del Tesoro no les ha exigido que cedieran sus instrumentos financieros de alto riesgo a cambio de los dólares del contribuyente.
Para alentar aún más la confianza, el gobierno federal ha ofrecido garantías ilimitadas a muchas cuentas de depósitos bancarios. Y, además, el Departamento del Tesoro ha estado alentando a los bancos a fusionarse. De esa manera, las instituciones que queden en pie serán "demasiado grandes para dejarlas caer".
Tal vez ésta sea la innovación más creativa de Bush: un capitalismo sin riesgo alguno.
Pero existe un rayo de esperanza. En respuesta a la pregunta del senador Corker, el Departamento del Tesoro está teniendo problemas para diseminar los fondos del plan de rescate. Ha exigido hasta ahora 350.000 millones de dólares de los 700.000 millones de dólares. Pero la mayor parte de ese dinero no ha sido asignado. Entre tanto, con cada día que pasa se hace más claro que el plan de rescate fue "vendido" con falsas premisas. Nunca se intentó que continuara el flujo de préstamos. La idea era convertir al Estado en una gigantesca aseguradora de Wall Street, una red de protección para las personas que menos lo necesitan a expensas del dinero del pueblo, que más lo necesita.
Y esa grotesca duplicidad ofrece una oportunidad. Barack Obama, el ganador de las elecciones del martes último, tendrá una enorme autoridad moral. Y esa autoridad puede ser usada para congelar los fondos del plan de rescate, no después de asumir el cargo, sino ahora. Todos los acuerdos deben ser renegociados de inmediato, esta vez otorgando al público las garantías.
El último acto de saqueo de Bush
Por Naomi Klein
lanacion.com | Opinión | Viernes 7 de noviembre de 2008
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