viernes, 7 de noviembre de 2008

La impulsividad de los K es esquisofrénica.

Una de las razones de la creciente pérdida de confianza ciudadana en el actual gobierno nacional es la improvisación con la que actúa. Es un mal difícil de resolver porque concierne al estilo, al carácter de los gobernantes. "Genio y figura hasta la sepultura", advertía Ortega y Gasset, en el afán de que se comprendiera que la contextura temperamental de los seres humanos está, en lo esencial, configurada de una vez y para siempre.

La improvisación ha sido la constante de la gestión de los negocios públicos del país en los últimos cinco años. Todavía se recuerda la manera en que el entonces jefe de Gabinete salió, con bombos y platillos, de un día para otro, para anunciar acuerdos con la República Popular de China por la impresionante cifra de 20.000 millones de dólares. Nadie se asombre si la estupefacción todavía perdura entre esas gentes de paciencia milenaria, incapaces de cerrar trato alguno sino después de revisar los detalles de la más mínima operación del derecho y del revés.

Como quien va tomando decisiones mientras se apura para subirse a las corridas a un colectivo, la conducta gubernamental ha terminado por causar alarma en la opinión pública. Si la Argentina dispusiera de poder nuclear, el fatídico dedo que pudiera pulsar el artefacto sería causa de zozobra en el mundo.

La toma apresurada de decisiones, la forma inconsulta y cada vez más ceñida a lo que se le ocurra a un reducidísimo grupo que bien podría sesionar en pleno en el estrecho cubículo de un ascensor, resulta extraña al orden natural de las cosas. Violenta el espíritu y la letra de una Constitución fundada en valores republicanos que estimulan el debate parlamentario, legitiman a la oposición no como una incomodidad y menos como golpistas, sino como engranaje necesario del sistema político, y estipula la independencia judicial.

Las ideas dominantes en el plano oficial, producto de un populismo confuso que se orienta cada vez más en dirección al intervencionismo de Estado, están lejos de aliviar la desazón existente. Queda, sin embargo, al menos en ese terreno, la expectativa de que en algún momento se produzca algún giro, incluso de características asombrosas, que pudiera morigerar la situación. Contribuye a esa esperanza el comportamiento que tuvieron en el pasado los principales protagonistas políticos del Gobierno. Podrían saltar así, como si nada, a posiciones diametralmente opuestas. El carácter, en cambio, es orgánico a los individuos y menos voluble en lo sustancial. Es expresión de la identidad que confiere a las personas ese reconocimiento en la familia, en el trabajo, en la sociedad que los acompaña en la vida.

Sin un rubor, alguno de los encargados de la misión de fundamentar las razones que dispondrán que el Estado se apropie de los ahorros privados acumulados en fondos jubilatorios ha dedicado estos días a argumentar en sentido contrario respecto de lo que afirmaba meses atrás. El propio matrimonio gobernante atravesó la década de los noventa congraciándose empalagosamente con el ex presidente Carlos Menem y levantando las manos que hicieron posible su reelección en 1995, pero se ha empeñado en la descalificación de aquel período, como parte del vale todo y del doble discurso que caracteriza la actualidad.

La improvisación, o impulso por el que se realiza algo sin preparación ni organización previa, está haciendo daños inmensos en la política interna y en las relaciones internacionales del país. No sería nada, o poco, si todo se redujera a hechos menores, como el de la salutación presidencial a Barack Obama con una carta cuya extensión quiebra moldes de lo que establecen convenciones no escritas, aunque de buen tono. El problema es que ese estilo se expresa un día en medidas que de forma inconsulta interrumpen los envíos de carnes a Rusia, con el consiguiente perjuicio a ese país y al nuestro, y en otras ocasiones, en la sanción, también a las apuradas, de medidas cuyos fundamentos se trastruecan en lo que dura un suspiro.

Según el Gobierno, la nefasta resolución 125, desbaratada por el Senado, tenía el propósito, primero, de poner límites a la llamada sojización de nuestra agricultura. Después, se dijo que estaba destinada a allegar recursos a fin de derivarlos a la construcción de hospitales y escuelas. Más tarde, que era necesaria a fin de equilibrar las cuentas públicas. En cualquier momento, podrían difundirse otras razones.

Con los futuros jubilados no sólo se quiere cometer un nuevo atropello. Se los violenta con la humillación de haberlos consultado un año atrás sobre si estaban dispuestos a permanecer o no en el sector privado y, una vez que el 80 por ciento hizo saber que nada quería modificar, se toman compulsivamente sus ahorros. Eso se llama reírse de la gente y de su derecho a elegir libremente.

Al poco tiempo de los anuncios sobre la voluntad de pagar deudas vencidas con el Club de París y de aceptar una oferta de pagos de los bonistas que no habían aceptado el canje original, ya nadie habla de esa reapertura. En todo caso, es para sugerir una postergación como consecuencia de la situación internacional a la que la Presidencia había calificado como el "efecto jazz", del que nuestro país estaría a salvo. Menos mal.
Editorial ILa improvisación como política
lanacion.com | Opinión | Viernes 7 de noviembre de 2008

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