El arte no sólo ha provisto de infinitas riquezas al mundo, sino que lo consuela de sus desgracias. Por eso, ante la angustia universal del temblor financiero, me ha parecido conveniente ofrecer un interludio y dedicar mi columna a una de sus expresiones más notables: la novela.
Seguro que los enervantes acontecimientos del presente recibirán aportes ficcionales del más variado matiz. Hechos que huracanean por los medios de comunicación y pensamientos que vacilan en la intimidad de cada mente son semillas de narraciones que ya deben estar germinando en las sinapsis de muchos artistas. Vuelve a confirmarse que la realidad supera a la imaginación, pero la imaginación nunca deja de proveerse de un madero real para flotar sobre el mar embravecido. Algunos lo encuentran más rápido y hasta dan con un madero muy robusto. Algunos llegan con él hasta la orilla, otros se hunden impotentes.
Pero, ¿qué diferencia existe entre la novela y el informe periodístico, o entre la novela y la ciencia histórica? El periodismo y la historia deben referirse a las evidencias; la novela, en cambio, las corrige. Esto no significa que el periodismo y la historia brinden siempre la verdad irrefutable, pero se espera y desea que su esmero intente aproximarse a la verdad de los hechos. La novela, en cambio, pone luz sobre oscuridades que ni el periodismo ni la historia pueden iluminar, porque funciona de otro modo.
En efecto, la novela se basa en una ilusión. No en la alucinación, que carece de objeto. La novela siempre, como la perla, tiene un grano concreto inicial. No se refiere a cosas ajenas al hombre, sino a cosas donde cada hombre puede encontrar algo que lo conmueva o identifique o haga reflexionar. Se funda en un pacto tácito entre el autor y el lector, que marchan juntos en una bella conspiración que modifica la realidad, creando otra, más rica, más comprensible, más tierna o más cruel.
Con esta nueva realidad ?sobre ello ha insistido Mario Vargas Llosa? nuestra única vida tiene la opción de multiplicarse por mil. Gracias a la novela experimentamos aventuras, sensaciones, riesgos, heroísmos y miserias que nos compensan del derrotero pobre y limitado de nuestra única existencia. Provee alas al espíritu, impulsa sueños y ensueños, nos hace más libres y menos prejuiciosos, aumenta la capacidad de comprensión. Es un estímulo potente de la libertad. Quien no lee novelas se priva de un gran placer, pero también se desenchufa de la usina que llena de brillos al lenguaje y el pensamiento.
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