¿Qué sucedió para que la otrora fogosa legisladora nacional, capaz de enfrentarse al menemismo en el apogeo del menemismo, haya declinado ahora su opción de poder y la oportunidad que le dio la historia? Dicen algunos que la traba una enorme dependencia psicológica y política de su esposo, que fue, al fin y al cabo, su jefe político durante 30 años.
Otros señalan que le tocó en suerte lidiar con dos monumentales conflictos económicos (el problema con el campo y la estatización de los fondos de pensión) y que ella no es una persona muy letrada en cuestiones de la economía. Más aún: Cristina está convencida de que tiene en casa a un sabelotodo económico. En realidad, Néstor Kirchner practica la omnisciencia, porque está seguro de que ningún asunto humano o político es ajeno a su conocimiento.
Es notable, si éste es el caso, que la Presidenta no haya percibido que ambos conflictos fueron creados por su propio esposo y que nunca hubieran existido sin su intervención. Quizá Cristina Kirchner debe poner la cara en nombre del peor Kirchner, aislado en Olivos, dicen, rodeado sólo de incondicionales, incapaz de convocar al diálogo y al consenso aun dentro del propio gobierno que supuestamente comanda su esposa.
Kirchner es Kirchner y nunca fue muy distinto. Pero hubo un tiempo en el que estuvo rodeado de ministros con más personalidad y carácter. Basta recordar su primer gabinete: eran ministros desde Alberto Fernández hasta Roberto Lavagna, pasando por Rafael Bielsa y José Pampuro. Había al mismo tiempo, en aquel momento, gobernadores con opinión propia y peso en sus distritos, como Felipe Solá, Jorge Obeid, José Manuel de la Sota o Juan Carlos Romero. Kirchner estaba en la Casa de Gobierno y estaba, también, obligado a hablar con ellos casi a diario. Cierta sensatez se colaba en el despacho de los presidentes al final del día.
No puede resultar casual que la designación más llamativa que hizo Cristina Kirchner cuando asumió, la de Martín Lousteau como ministro de Economía, haya durado menos de cuatro meses. El principal pecado de Lousteau fue no haber sido nunca un interlocutor permanente del ex presidente confinado en Olivos. ¿Es posible que Alberto Fernández, el amigo entrañable del matrimonio presidencial durante más de cinco años, se haya ido del Gobierno sólo por una fugaz pataleta? Aunque él no lo ha dicho nunca en estos términos, debe colegirse que su renuncia se debió a una posición contraria a lo que se dio en llamar el "doble comando".
El "doble comando" inicial se ha ido diluyendo para dar luz al comando unipersonal de Néstor Kirchner. Ese es el problema de ahora. Nunca fue bueno para la República que una esposa sucediera a su esposo en el timón del Poder Ejecutivo, pero menos bueno es que quien gobierna una democracia no tenga funciones constitucionales ni responsabilidades administrativas. Mucho menos bueno es que ni siquiera sienta la obligación de informar al gabinete de su esposa (o, lo que ya es mucho pedir, le consulte la opinión) sobre decisiones tan trascendentales como el destino de las jubilaciones de millones de argentinos.
En verdad, lo que demostraron estos casi 10 meses del protocolar gobierno de Cristina Kirchner es el fracaso de la idea de que era bueno el traspaso del poder entre marido y esposa. Cristina parece muy limitada en su margen de acción para cambiar política y figuras del gabinete, porque el creador de las dos cosas la espera todas la noches para cenar en familia. Y sólo un cambio profundo de gabinete, de modos y de direcciones podría darle a la Presidenta, a estas alturas de la crisis, una nueva oportunidad política.
La jefa del Estado ha hecho también todo lo posible para que la sociedad no pudiera distinguir entre un gobierno y otro. Está padeciendo ese error en las encuestas. La estrategia de oxigenar el kirchnerismo, cambiando a un Kirchner por otro Kirchner, se ha derrumbado ante los ojos precisos e infalibles de la gente común.
Sólo un aislamiento muy grande puede ocultarle al Gobierno que las decisiones económicas de Néstor Kirchner metieron a la Argentina de bruces en una crisis de la que estaba felizmente ausente. El país iba a sufrir las consecuencias de la crisis internacional, a pesar del inaugural regodeo oficial de que América latina estaba aislada, pero nunca con la dimensión y profundidad que provocará la arbitraria decisión de estatizar lo que pertenece por definición a la propiedad privada. El precio del dólar y la volatilidad del sistema financiero están dando cuenta del tamaño de ese desatino.
Hay preguntas sin respuestas todavía: ¿por qué a Néstor Kirchner no le importa desgastar a su esposa hasta extremos en los que sólo aparece en los actos rituales del poder, pero no en el poder? ¿Por qué Cristina Kirchner, la antigua figura llena de carácter y de ideas, acepta ahora ese eclipse y se resigna a que la política pase por otro lado que no es el suyo? ¿Por qué la política, en última instancia, está permitiendo esa distorsión del sistema político y de los mecanismos democráticos?
La española Almudena Grandes es mujer y escritora; su militancia política está a la izquierda del partido socialista español. En mayo pasado, estuvo en Buenos Aires en la Feria del Libro. Se sorprendió cuando aquí todos le decían lo mismo: "Es él, Néstor, quien manda, quien recibe a los ministros, el que habla y el que gobierna". Republicana de cabo a rabo, Grandes escribió entonces un artículo en el diario madrileño El País en el que les pedía sus coterráneos que no criticaran a una "dinastía democrática" cuando están gobernados por "una democracia tutelada por una dinastía monárquica".
El escenarioYa no hay "doble comando": todo lo decide Kirchner
Por Joaquín Morales Solá
lanacion.com | Política | Mi?oles 29 de octubre de 2008
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