Nuestra amiga Yanina advierte sobre el riesgo de jugar con los jóvenes, con sus sueños, llama a no usarlos como engranajes del circuito consumista. A no dejarlos, en fin, inermes ante la voracidad populista, proselitista o mercantilista de adultos que, desde diferentes roles y funciones, buscan valerse de ellos. Lo más grave ante ese panorama es la abdicación o deserción de los padres. Este es el fenómeno más riesgoso y hoy estamos ante él. Una inquietante mayoría de padres parecen haber olvidado que son ellos quienes educan a sus hijos (la escuela enseña, instruye, socializa). Educar es transmitir valores a través de la conducta, es mostrarles, como referencia, una vida con sentido, que va más allá de lo material y lo vegetativo. Es tener presencia emocional, escucha. Es ejercer una espiritualidad activa (no necesariamente religiosa). Demasiados padres ven eso como una carga, no quieren que los hijos les impidan tener una vida propia, como si la vida propia no incluyera la maternidad o la paternidad. Demasiados padres inmaduros le piden a la "mamá escuela", al "papá Estado", a los "tíos terapeutas", a las "niñeras TV, hamburguesería, computadora", al "padrino shopping" o a los abuelos que se hagan cargo de sus hijos para que ellos puedan seguir comportándose como niños. Pero son adultos y tienen una responsabilidad indelegable ante la vida que crearon. Pueden pedir colaboración, pero no ser sustituidos.
En su pequeño y bellísimo libro Carta a un adolescente, el médico y educador italiano, Vittorino Andreoli, recuerda que no todo engendrador es un padre, que la paternidad y maternidad se definen no por la biología sino por el vínculo real. "Qué lata oír que los adolescentes son un problema, un peligro, una losa que impide que el adulto, padre o madre, viva como quiera. Con ese clima no se educa."
El especialista español José Manuel Aguilar, autor de Tenemos que hablar, cómo evitar los daños del divorcio, habla de los padres de hoy como la generación obediente: "La que se educó en obedecer a sus padres y ahora obedece a sus hijos. Han considerado que dar lo mejor a sus hijos es dárselo todo, y eso no es educar, es malcriar". Hay, pues, un déficit educativo. Y empieza, a menudo, en el hogar.
Diálogos del almaLa fidelidad de los espejos
Por Sergio Sinay
lanacion.com | Revista | Domingo 26 de octubre de 2008
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