lunes, 31 de marzo de 2008

Millones de estadounidenses comienzan a reducir drásticamente el consumo

WASHINGTON.- ¿Cenar afuera? Tachado. ¿Una tele nueva? ¡Ni pensarlo! ¿Y aquel vino o este queso? Ninguno de los dos, sino aquello otro que está de oferta. Así es la nueva vida de más estadounidenses cada día, que comienzan a adaptarse a una temida realidad en la que los argentinos son expertos: vivir en recesión.

"Todo lo que compré subió de precio", cuenta a LA NACION Jack Tyler, un cincuentón tan simpático como molesto con su propia billetera. Sale de uno de los supermercados de la cadena Giant en las afueras de esta capital, donde hizo una compra selectiva, basada en las promociones.

La administración Bush insiste en que el país no presenta aún dentro los parámetros formales una recesión y dice que la inflación se encuentra bajo control. Es cierto. Pero, como advierte el refrán, el diablo se cuela en los detalles. Y las cuentas son muy distintas, según qué región se aborde -el interior de este país sufre la crisis mucho más que las costas- o si se analiza la vida de una familia de clase alta, media o baja.

La Oficina Federal de Estadísticas Laborales ofrece, por ejemplo, una calculadora que permite estimar el impacto inflacionario desde 1980.

De allí, surge que quien ganaba US$ 4000 al mes en 2006, ahora necesita US$ 4200 para conservar su poder adquisitivo. Ese cálculo, sin embargo, se basa en una tasa de inflación general, mientras que los precios para una familia de clase media subieron el 9,2% desde 2006, según un análisis de The Washington Post .

Los mayores aumentos -que superan el 20%- se concentraron en los alimentos, la nafta, el seguro médico y otros gastos ineludibles, mientras que los salarios subieron el 5%.

Así es como una nueva palabra -"frugalidad"- se pone de moda en los sectores medios y bajos, tras años de compras superfluas, financiadas con tarjetas de crédito y planes en cuotas que ofrecían hasta autos de lujo y postergar el primer pago por un año con 0% de interés. Ya no.

"Durante muchos años, la gente de Wall Street se negó a pensar que los consumidores podrían cambiar sus hábitos de consumo, pero está ocurriendo", dijo David Rosemberg, de Merrill Lynch, que lo resumió más simplemente: "Llegó la frugalidad y se marchó la extravagancia".

Para muchos, los nuevos tiempos se traducen en decir adiós a los restaurantes, los paseos de compras por el mall y las grandes tiendas, recortar o cancelar las próximas vacaciones y dejar quieto uno de los dos autos de la familia. Y también en decirle "hola" al ahorro, si es posible.

De hecho, una encuesta reciente del banco HSBC reflejó que el 81% de los estadounidenses quiere aumentar el dinero que ahorrará en 2008. Para eso, el 64% prevé reducir sus "indulgencias".

Pero la prioridad número uno para muchísimas familias es hoy reducir sus gastos para mantenerse más o menos al día con el pago de sus hipotecas, cuyas cuotas además aumentaron aun cuando la Reserva Federal bajó la tasa de interés.

Ese es el caso de Theresa Parks. Compró su casa, en Atlanta, en 2006, con una cuota de US$ 669 al mes. Tuvo problemas para pagar, debió refinanciar y ahora hace malabares para pagar la cuota.

La otra cara de la moneda hipotecaria son aquellos que quieren vender después de que estalló la burbuja inmobiliaria y que hoy podrían cobrar por sus casas menos de lo que pagaron, con lo que le quedarían debiéndole capital al banco que les otorgó la hipoteca.

Las secuelas de la burbuja inmobiliaria van mucho más allá. Dejó heridos en el sector de la construcción y en Wall Street. Citigroup anunció el despido de 6000 empleados, y Lehman Brothers, de otros 14.000, mientras que el portal Economy.com calcula que el área de Nueva York padecerá un recorte de unos 25.000 empleos, por lo menos.

Por Hugo Alconada Mon
Corresponsal en EE. UU.

Fuente: La Nación.

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