El peronismo no es un bien mostrenco que se pueda repartir como el botín de una banda. En los partidos democráticos, quienes deben decidir qué personas componen la conducción son los afiliados, en elecciones libres y transparentes. Con padrones limpios y actualizados.
El peronismo es un gran movimiento humanista, cristiano, federal, continentalista y universalista; una diversidad representativa con unidad de tendencia. Tiene una doctrina y una gran capacidad para adaptarse a los cambios, porque no está atado a dogmas, sino a valores. Todos los que comparten esos valores y esa doctrina, con todos sus matices, tienen derecho a estar en el peronismo, a participar libre y democráticamente en su debate interno y a aspirar a formar parte de sus órganos de conducción, decididos por el voto de sus afiliados.
Yo llegué a la Presidencia como fruto de una gran elección interna, en la que participaron cientos de miles de compañeros. La legitimidad de mi liderazgo partidario surge de esa elección, en la que tuve el honor de competir con don Antonio Cafiero (otro renovador, como yo) y vencerlo. Después de esa elección, el peronismo estuvo más unido que nunca, y en mi gobierno participaron infinidad de compañeros que habían estado en el otro campo durante la interna.
Hoy el peronismo está inmóvil, fragmentado, estatizado y convertido, en el mejor de los casos, en una oficina pública, como conclusión de un proceso que se inició en los años 2002 y 2003, un momento en que -ante la indiferencia o el silencio cómplice de muchos que hoy se rasgan las vestiduras republicanas- se transgredieron la carta orgánica partidaria y la ley nacional de reforma política para evitar las elecciones internas abiertas que decidirían las candidaturas. Ese gravísimo hecho no sólo golpeó al peronismo, sino al sistema político democrático en su conjunto. Es que no puede haber democracia en el país sin democracia en el peronismo.
Más allá del circo mediático con que el Gobierno mentirá la presunta normalización, más allá incluso de la buena voluntad o la ingenuidad de algunos compañeros que puedan sumarse al operativo con la ilusión de que así se recupera la vida del justicialismo, por debajo del estrepitoso silencio de una ancha franja de su dirigencia política, a menudo captada por las prebendas presupuestarias, a veces temerosa de las represalias gubernamentales y otras por una combinación de ambas razones, existe hoy en el peronismo un estado generalizado de disconformidad, que todavía no encontró una vía organizada de canalización.
Opinión
Esta normalización, tan real como las cifras del Indec
Por Carlos Saúl Menem
LANACION.com | Política | Sábado 23 de febrero de 2008
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