Allí fue a parar sesenta años después, aunque a título de preso y tras haber escogido él mismo ese lugar lleno de magia para purgar su arresto domiciliario, Carlos Menem, quien, durante los años de las patillas, no parecía un usuario intensivo de los azúcares de la sociedad de consumo y, si jugaba al golf, lo hacía en la clandestinidad. Pero como presidente moldeó un estilo de vida tan estridente y contagioso que su Ferrari roja reverbera hoy con sólo pronunciar la palabra menemismo. Lujos estentóreos, no precisamente nacionales y populares: lo suntuario fue acomodado en el altar. De algún modo, en los noventa, Menem la emprendió a mazazos contra las estampas decimonónicas de los presidentes austeros, esos a quienes la función pública empobrecía, según todavía se enseña en los manuales escolares.
Pero si ser rico y ser peronista no parece producirle mayor sorpresa a nadie, otra cosa es con aquél que está, o dice estar, a la izquierda. De él se suele esperar que tenga una escala de valores menos amistosa con el consumo superficial, con las modas, las marcas, el hedonismo y además se le pide que sea coherente, cosa que en la derecha, confortable con el capital, a menudo es más llevadero. Cierto cliché basado en una definición de la coherencia individual tal vez algo exigente establecía en tiempos de la Guerra Fría que a los comunistas no debía gustarles la Coca Cola, tan símbolo del sistema capitalista como el apellido Rockefeller (que no es bebible). Con igual espíritu cabía pretender que en el litigio distributivo arengara a los de abajo un líder con agujeros en los soquetes y pulóver deshilachado, que las ideas reformistas fueran expuestas por sujetos que estudiaban a Marx en el colectivo rumbo a la fábrica y que sólo el statu quo quedara a cargo de un perfecto burgués, de habano, chofer y mayordomo. En fin, un mundo ordenado.
Sin embargo, aun sin añorar tanta rigidez, es difícil no considerar chirriante hoy en la Argentina el suceso de un progresista millonario (el primer adjetivo es suyo) como Néstor Kirchner. Sin despreciar, desde luego, la parábola de otros, como un vecino suyo en el edificio de Puerto Madero, el ex montonero Mario Montoto, abogado de Firmenich, próspero hombre de negocios que ahora vive en Palermo Chico, circula en un BMW y llegó a tener un jet propio. Ni el gusto nunca bien explicado por la opulenta Punta del Este de la poco acaudalada Lilita Carrió, también concursante por el andarivel progresista.
Autotitulado peronista de centroizquierda, Kirchner al parecer ha sido el presidente más rico que hayamos tenido. El patrimonio de su matrimonio es de 17.824.941 pesos, y además de 19 casas, 14 departamentos, 6 terrenos y 2 locales comerciales, más dos autos viejos que están en las antípodas de los Audi que el ex presidente y la presidenta verdaderamente usan, incluye un hotel en el que pasar la noche cuesta un poco más que un salario mínimo (entre 160 y 250 euros). Nunca un presidente cobró tanto en un hotel. Menos dos presidentes. En realidad, son los primeros que abren un hotel. Si es que no son los primeros que abren un negocio, hotelero o de lo que fuere, estando en la presidencia. De lo que no hay duda es de que Kirchner fue el que más se enriqueció durante su gestión, dicho esto con todo respeto, ya que se basa en la evolución oficial de su patrimonio: en cuatro años aumentó 160 por ciento (casi 11 millones más). Siempre se les atribuyó a los Kirchner la convicción de que "para hacer política hace falta plata", cosa que explicaría sus distracciones comerciales. No se conocen reflexiones en primera persona de los Kirchner acerca de su gusto por el dinero y la eventual perturbación ideológica que esto pudiera causarles, si no con su presente, con utopías del pasado.
¿Debería esperarse acaso que no haya ricos que digan que enarbolan ideas progresistas? Torcuato Di Tella parece indicado para pensar el tema por su triple condición de sociólogo, kirchnerista y heredero de una considerable fortuna, la que su padre amasó con la fabricación de legendarias heladeras y autos (y que la familia destinó en gran parte al desarrollo del arte y las ciencias). "La pregunta que usted me hace es más o menos la que me hicieron en 1976 cuando estábamos con mi hermano Guido y vinieron a buscarnos; querían saber cómo era posible que viviéramos en esa casa y pensáramos así". Gulp. El cronista aclara que no pretende cuestionarlo a él ni a nadie, mucho menos desde el lugar que insinúa, sólo quiere escucharlo reflexionar. "Uno no es responsable de las ideas que tiene", dice el primer secretario de Cultura de Kirchner. Hace pie en la figura poco imitada de San Francisco de Asís, para poder enfatizar que a la cabeza de quienes no lo honran "está el Papa, que vive en la abundancia, lo cual no hace que los católicos se quejen". ¿Y por qué piensa que una parte del pueblo adoraba a Eva Perón, se fascinaba con la ostentación de sus joyas y a la vez le atribuía posturas revolucionarias? "Por lo mismo que sucede en la religión, la gente adora a la Virgen del Luján llena de joyas".
Sociedad
Política y dinero: ser progre y millonario
¿Es posible conciliar un discurso de centroizquierda con una fortuna varias veces millonaria? Tanto el matrimonio Kirchner como algunos de los principales funcionarios de un gobierno peronista y progresista parecen resolver sin mayores conflictos esta aparente contradicción, reforzada ahora con el desembarco oficialista en el exclusivo barrio de Puerto Madero
LANACION.com | Enfoques | Domingo 24 de febrero de 2008
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