Además, deberá integrarse a las naciones sobresalientes no sólo en tecnología y desarrollo, sino también en honestidad y cordura, en tanto reconocen como prioritaria la defensa de los derechos humanos y también de los deberes ciudadanos.
He votado con total responsabilidad, convencido, aunque es duro decirlo, de que ninguno de los catorce candidatos presidenciales cargaba en su mochila con la capacidad de revertir los males señalados. Nos esperan tiempos difíciles.
Durante la última campaña electoral, muchos de los candidatos se refirieron en forma reiterada a la crisis de 2001, como si nuestra historia hubiera comenzado apenas seis años atrás, o a la década de 1990, sin señalar que cada uno de quienes nos gobernaron durante las dos últimas décadas han cometido gruesos desaciertos.
Tampoco se hizo mención alguna del nacimiento de la patria en 1816 (y era de presumir que cada uno de los aspirantes conocía bien nuestra historia desde los albores). Pocos poseían, a mi entender, la tan necesaria experiencia que exigen los tiempos actuales, en la difícil tarea de conducir a miles de funcionarios, ni la vivencia enriquecedora de haber recorrido el mundo, de dominar idiomas, de haber reducido déficits cuantiosos o refinanciado deudas públicas. Expresaban sus críticas sobre acontecimientos recientes sin formular al mismo tiempo propuestas sustitutivas. ¡Cuánto añoré la ilustración y el saber de los parlamentarios de los años cuarenta, a quienes escuché, siendo yo muy joven, desde el “paraíso” de nuestro Congreso nacional.
Y hablando de nuestra historia patria, cercanos ya al Bicentenario, ningún candidato evocó tampoco a un solo prócer. Por ejemplo, a Domingo Faustino Sarmiento, quien, en 1845-1847, en una época en la que los viajes se hacían en barcos de vela y no en aviones ultrasónicos, había recorrido el mundo avanzado de entonces (Europa y América), había escrito libros que aún hoy son de lectura obligada, poseía una vasta biblioteca, hablaba idiomas y, por encima de todo, estaba construyendo los cimientos de nuestra nacionalidad.
En cambio, siendo como son hijos de la vasta sociedad de la información de nuestros días, de la globalización, contemporáneos de una despótica sociedad de consumo que parecería no tener límites, ninguno de los candidatos de las recientes elecciones, aunque fuera por mera curiosidad, buscó conocer, más allá del horizonte argentino, las titilantes luces o los modestos pueblos de China o de la India, el fascinante mundo digital de Sillicon Valley o de Bangalore, las principales universidades del mundo con sus asombrosos laboratorios científicos. Difícilmente pueda decirse, entonces, que sean cóndores que vuelan a grandes alturas. Y será eso, justamente, lo que tornará más difícil aún lidiar con las dificultades que, lamentablemente, nos aguardan.
Pero no todas son malas noticias. ¿Por qué lo digo? Porque he percibido, entre los jóvenes talentosos de alrededor de cuarenta años que acompañaron durante largos meses a los aspirantes presidenciales, a más de uno que, en plena apatía preelectoral, no vaciló, sin esperar nada y sabiendo que no era su hora, en brindar su dedicación desinteresada para ayudar a sus dirigentes. ¿Y no es ésta, acaso, una de las cualidades necesarias para transformar y revertir la Argentina de hoy? Sospecho que los “viejos” poco se han fijado en ellos. Incluso diría crudamente que ni los conocen ni han buscado conocerlos.
Por Carlos Conrado Helbling
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