Sucedió una forma especial de suicidio porque ninguno abandonó nunca una obsesión precisa contra el otro.
Néstor Kirchner exuda bronca contra Tabaré Vázquez. Lo acusa de ingratitud. Siempre le pidió que reconociera, al menos, que Uruguay había incumplido, en tiempos de Jorge Batlle, el Tratado del Río Uruguay. Tabaré Vázquez reclamó en Buenos Aires y en España que le liberaran los puentes binacionales ocupados por los asambleístas, pero nunca nadie lo escuchó.
Al revés de cualquier cambio, el presidente argentino se mezcló en la mañana del jueves con apenas 20 asambleístas de Gualeguaychú, que habían viajado a Chile, y les deslizó, de manera implícita, que la bandera de la relocalización de Botnia era también la suya. Sólo necesitaba repetir el discurso de la víspera de su ministro del Interior, Aníbal Fernández, que les advirtió a los asambleístas que los límites existen, para descomprimir la situación. No lo hizo. También pudo reproducir la referencia de su esposa sobre el hecho invariable de la ubicación de la fábrica en Fray Bentos para dejar tranquilos a los uruguayos. Tampoco lo hizo.
Kirchner no está dispuesto a resignar medio centímetro de popularidad, ni siquiera entre los minoritarios asambleístas del litoral entrerriano, aunque para conservar lo que tiene deba endosarle muchos problemas al futuro gobierno de su propia esposa.
En efecto, el probable acuerdo con Uruguay no atravesó el veto de las asambleas de Entre Ríos y el conflicto se trasladará intacto a la próxima gestión. Ya antes el Gobierno no había podido cumplir con una ambigua promesa, hecha en la mesa del diálogo con españoles y uruguayos: los puentes se liberarían en el fin de semana largo del 12 de octubre. Los puentes siguieron cortados.
Tabaré Vázquez ha reaccionado con reflejos más malos que los pronosticados. No sólo su gobierno había promovido en la semana última la rocambolesca historia de autorizaciones y desautorizaciones a Botnia; también dio la peor orden en el peor momento. Las chimeneas de Botnia comenzaron a lanzar llamaradas de humo y de furia cuando tenía al rey Juan Carlos de un lado y a Kirchner, del otro. "La diplomacia española se metió en este asunto, que tiene más pasiones que razones, con demasiado voluntarismo", decían ayer fuentes del gobierno de Rodríguez Zapatero.
Las pasiones han incidido en esta historia más que las posiciones. Kirchner y Tabaré Vázquez se parecen demasiado; la única diferencia es que uno expone sus humores y el otro los disimula. Son temperamentales y desconfiados. El temperamento llevó a Kirchner a envolverse en la causa de los asambleístas antes de razonar lo que hacía. El temperamento también empujó a Tabaré Vázquez a alzar el teléfono en Santiago y ordenar que se pusiera de inmediato a Botnia en funcionamiento.
El análisis

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