martes, 6 de noviembre de 2007

Catarsis colectivas.

El tema central de las catarsis colectivas pasa por el mecanismo de identificación múltiple, mediante el cual los espectadores se reconocen en el protagonista y, por resonancia, empiezan a vibrar, a experimentar colectivamente el evento. A estos mecanismos debemos agregar el de proyección.

¿Qué es lo que se proyecta? ¿Cuál es la necesidad, la demanda?

Podemos decir, también jugando con las palabras, que en el juego algo está en juego, "algo tiene que salir bien" según dice Huizinga. Y lo que está en juego es ganar.

El ser humano necesita ganar para demostrar superioridad sobre el contrario y gratificarse en términos de un refuerzo de su autoestima y narcisismo. Si el equipo del cual soy hincha gana, me identifico con esa victoria, sintiéndome ganador. Hoy, esta necesidad es mucho mayor porque estamos cargados de frustraciones, que se han ido acentuando por el deterioro económico, por el desfase entre el nivel de necesidades y aspiraciones y el nivel de realización, y por la incertidumbre respecto del futuro. La incertidumbre, en forma paradójica, aumenta el nivel de aspiraciones y disminuye la tolerancia a la frustración.

Situación que se agrava si consideramos que nuestra sociedad es consumista.

Nuestra posibilidad de consumo se debilita cada vez más. Sin embargo, nos incitan a gastar por medio de un bombardeo publicitario permanente, sometiéndonos, en realidad, a dobles mensajes contradictorios, todo lo cual genera agresión, resentimiento y aumento de la frustración, que se trata de compensar consumiendo.

Pero la disminución del poder adquisitivo hace que cada vez sea menos lo consumido, especialmente en los sectores de menores recursos. Por otro lado, el consumir es una situación sustitutiva con la cual se compensa la frustración por otras necesidades insatisfechas, como las de contención, de afecto, etc. Cabe agregar que esas necesidades no se satisfacen con la sustitución y la frustración queda.

Todo esto genera violencia colectiva. Es decir, si nos sentimos violentados por las restricciones, la respuesta puede ser violenta. Violencia que produce violencia.

Con tanta defraudación previa, la necesidad de ganar nos lleva a otro fenómeno que es el chivo emisario. En la antigüedad, se buscaba un chivo para ser sacrificado en el desierto. Su muerte significaba expiar las culpas y pecados del pueblo. En el caso del fútbol, algunos jugadores se transforman en ídolos de las multitudes y sobre ellos recaen las expectativas y la necesidad de ganar.

Esta identificación busca compensar en el juego una realidad que niega la posibilidad de triunfo personal. Entonces, el ídolo corre el riesgo de ser el destinatario de toda la hostilidad del hincha si llega a perder. Los nombres que les ponen son muy significativos y tienen relación con el monto de agresión y de violencia que se deposita en ese deporte. Kempes era el Matador. A Gareca lo llamaban el Tigre; a Navarro, Hacha Brava; a Rojas, Tanque; a Morete, el Puma; a Domínguez, Potro; a Pernía, Fiera; Salas era otro Matador y Pavone otro Tanque; a Tevez, Apache. Nombres muy poco humanos, propios de animales salvajes y peligrosos, o con referencia directa a la potencia agresiva y a la capacidad de aniquilar al adversario.

Muchas veces, el chivo emisario no es el jugador sino el árbitro. En verdad, es el candidato más firme para este rol por parte de ambas hinchadas. El árbitro, en la cancha, representa el poder en un momento en que el concepto de autoridad se puede confundir con el de arbitrariedad.

El poder que se detenta, es decir que se retiene sin derecho, se asocia con la violencia. En este caso, el árbitro ejerce la autoridad desde lo real y desde las propias reglas del juego del deporte. Es, además, representante simbólico de todas las situaciones de autoridad en la sociedad. Frente a un fallo injusto, pero que el árbitro impone porque tiene poder para hacerlo, el público se rebela y proyecta su resentimiento por las injusticias sociales que vive diariamente, y que le son impuestas por aquellos que tienen el poder en sus manos.

Podríamos decir que en la cancha se reproducen también todas las situaciones cotidianas de lucha por el poder: dentro del grupo familiar, en el trabajo con el jefe, entre los compañeros o los pares, etc. Allí se descargan y canalizan las injusticias que se viven en las relaciones sociales.

Lo dramático, lo trágico, es que las situaciones de violencia que se registran cobran cada vez más víctimas dentro y fuera de la cancha. Terminando el espectáculo se toman por asalto las calles, los trenes, los colectivos y se producen actos de vandalismo. La agresión ha superado los umbrales en los que se mantenía, los límites son difíciles de establecer. A veces, también se debe a la represión que ha efectuado la policía durante el partido y se termina descargando fuera, donde sea.

¿Por qué adquiere tanta fuerza el vínculo de identificación con un grupo, cualquiera que sean sus características: deportivo, político, religioso? Es una necesidad inherente del ser humano sentirse perteneciente a un grupo con el cual identificarse. En los momentos de mayor incertidumbre y anomia, es decir, cuando no se sabe qué va a pasar mañana y la ausencia de leyes y reglas es evidente, se acentúa poderosamente esta necesidad, y formar parte de un grupo de pertenencia da, por lo tanto, seguridad.

El enfoque psicosocial que he desarrollado no excluye otras posibles interpretaciones de un fenómeno tan complejo, como por ejemplo, la oposición entre "barras bravas" de las distintas hinchadas, en la que se da la lucha por los espacios de poder, por la distribución de entradas, por los viajes al interior o al exterior, e incluso por gratificaciones económicas de distinto tipo.

La palabra hincha significa odio, inquina, aversión, un lugar en el que se reavivan viejos rencores cuyo origen daría motivo a un estudio especial.

Por otro lado, sabemos que las drogas y el alcohol, dentro y fuera de las canchas, desinhiben, excitan, eliminan los frenos morales, llevan al descontrol de los impulsos y facilitan la agresividad y la violencia.
Por Marcos Berstein
LANACION.com | Opinión | Martes 6 de noviembre de 2007

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