Las diferentes posturas
Generalizando, se podría decir que existen tres grandes líneas de pensamiento que resumen más de un centenar de ideas, explicaciones o teorías acerca de la suerte. [...] Las tres ideas fundamentales son básicamente estas:
1- La suerte no existe.
2- La suerte existe y su influencia no depende en absoluto de nuestro deseo o nuestras acciones.
3- La suerte existe y nos afecta, pero se puede actuar sobre ella para conseguir buenos o malos resultados.
1- La suerte no existe
Esta es básicamente la postura de todos los cientificistas que intentan privilegiar siempre la razón y que, por norma, se niegan a aceptar todo lo que no sea medible, producible y registrable. Para muchos de los que viven interpretando los hechos a través de la lógica, simplemente no existe la suerte.
Afirman que todo cuanto sucede tiene un motivo, una causa (aunque permanezca desconocida), una razón de ser y suceder.
Siendo así, preguntan: ¿cómo se puede hablar de suerte? [...]
Para ellos, lo que acontece en nuestra vida y en la historia de todos es la consecuencia de la suma confluyente de todas sus causas (aunque desconozcamos algunas) y, a partir de ellas, la realidad se constituye en el único resultado posible e inevitable. Su discurso, como suele serlo, es sólido y convincente. [...]
En la práctica, no importa cuán escéptico sea alguien con respecto a este tema ni cuán racional aparente ser. Lo cierto es que pocos son los que nunca le dirían a un amigo “te deseo suerte” cuando se enfrenta a un complicado desafío, o los que se resistan a utilizar una fórmula equivalente cuando uno de sus hijos está a punto de realizar un examen importante. Supongo que habrá algunos, aunque personalmente nunca me he topado con ninguno.
Ese hecho aparentemente vano y sin importancia nos obliga a pensar que, aunque no estén dispuestos a admitirlo, los más racionales también reconocen, muy en el fondo, la presencia de lo casual en cuanto nos rodea, la influencia de la suerte en sus vidas, cierto poder de lo fortuito en el destino de los hombres.
2- La suerte existe y su influencia no depende en absoluto de nuestro deseo o nuestras acciones
Para muchos otros, en el extremo opuesto, la suerte aparece indiscutiblemente asociada a la realidad comprobable de los hechos cotidianos.
Esta creencia, muchas veces justificada por algunas conclusiones más o menos irracionales, está emparentada, hay que admitirlo, con supersticiones o antiguas costumbres familiares o populares de origen incierto, nacidas de la humana necesidad de explicar por qué las cosas suceden como suceden, más allá de lo previsible.
Para disgusto de algunos, sobre todo de los más fanáticos racionalistas, la posición de estos “devotos de la diosa Fortuna”, plagada de ideas claramente ingenuas e infantiles, se completa con la convicción (cuando no certeza), de que se podría hasta cierto punto condicionar nuestro futuro apoyándonos en los “infalibles poderes” que poseen sobre lo imprevisto, los tréboles de cuatro hojas, los espejos rotos, los números nefastos o las patas de conejo, por hablar solamente de los mitos más conocidos. [...]
3- La suerte existe y nos afecta, pero se puede actuar sobre ella para conseguir buenos o malos resultados
Esta tercera posición podría responder al desafío de intentar compatibilizar de alguna manera razonable las dos posturas anteriores, dado que aquéllas nunca se sostienen por sí mismas o por lo menos parecen fácilmente cuestionables.
Esta postura es la que sostienen, con diferentes matices, todos los que creen que es posible aprender racionalmente a construir nuestra suerte, a crearla, cambiarla o convocarla. [...]
La tercera posición está maravillosamente expuesta por Alex Rovira y Fernando Trías de Bes en su exitoso libro La buena suerte. En él, los autores nos proponen, entre otras cosas, que “nos ocupemos de” y que “aprendamos cómo” crear las circunstancias de la buena suerte. Los autores explican esta postura e intentan enseñarnos didácticamente desde su libro cómo podríamos llevar a cabo el reto de “crear la buena suerte”.
Los que trabajan y piensan desde esta posición, y también los que intentamos encontrar nuevas posturas, quisiéramos, seguramente, resolver el conflicto que enfrenta, desde hace siglos, a los que confían y a los que se burlan del concepto de la suerte y de su influencia.
Si entre todos lo consiguiéramos, habríamos colaborado para que nuestra sociedad se deshiciera de algunos molestos obstáculos para su crecimiento, dado que es indudable que un mundo que permanece dividido y ambivalente respecto de un tema cualquiera –no sólo el de la suerte– no puede ofrecer sobre el mismo más que mensajes contradictorios.
Esta simple conclusión quizá nos ayude a comprender por qué los mensajes recibidos en nuestra infancia (llenos de mandatos y permisos) nos condenan, como veremos más adelante, a sostener posturas confusas y contrapuestas respecto del azar, la suerte y el destino.
Fuente: perfil.com
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