El escenario
domingo, 28 de octubre de 2007
Hace falta otra forma de hacer política
El nuevo siglo amaneció aquí dejando una nación política más retorcida, menos agradable. La confrontación y la discordia han reemplazado la tolerancia entre los dirigentes políticos. Odio y rencor son, en cambio, fácilmente perceptibles en algunos sectores sociales, quizá no vastos, pero sí influyentes. Frente a ellos –o por ellos–, una enorme mayoría social se ha desentendido de los asuntos públicos y de las rencillas conmovedoramente minoritarias. Odio, por un lado; apatía, por el otro. La fórmula es una mezcla letal para los que conciben la democracia como una manera de vivir y no sólo de votar. La política perdió hasta el componente de una noción, superficial siquiera, de la calidez humana. El adversario, convertido en enemigo; la ideología marca la relación entre las personas. La etapa que se abre hoy, con la probable irrupción de una presidenta electa, podría significar el punto de partida de un período más amable en la vida pública. Podría, sólo podría. El potencial es necesario porque no se sabe, a ciencia cierta, qué pasará después del 10 de diciembre. Todos los presidentes que se montan sobre una campaña electoral permanente terminan dividiendo a la sociedad entre amigos y enemigos. Los dueños del marketing han establecido que ésa es la manera moderna de gobernar. A George W. Bush lo culpan de lo mismo en los Estados Unidos. Las encuestas están por encima de la razón de Estado. Los porcentajes de aceptación o de rechazo popular prevalecen sobre el viejo concepto de que sólo las elecciones significaban períodos de confrontación. La política, así, no tiene alma.
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