El psicoanalista Luis Chiozza reflexiona, en su libro Las cosas de la vida, acerca de cuestiones cotidianas que preocupan a todo el mundo, como los vínculos, la muerte y el amor
Este libro, Las cosas de la vida, trata de aquello que nos importa: de las dificultades, de las alegrías, de los sinsabores y de los sufrimientos que conforman cotidianamente los distintos momentos de nuestra relación con los otros y con nosotros mismos. El amor, el trabajo, la pareja, la relación con los hijos, la familia, la vejez, la enfermedad, la muerte... En las líneas que siguen, algunos extractos de estas reflexiones.
Formar pareja
"Es difícil hablar del amor en la pareja sin producir equívocos, porque con la palabra «amor» se designan tantas cosas, y tan distintas, como para que sea mejor describirlas, en lugar de referirnos a ellas con ese nombre genérico. Hablamos de la amistad y del cariño que se construyen con los años y con los recuerdos compartidos. Hablamos de la familiaridad y de la confianza que genera la convivencia estrecha. Hablamos del compañerismo que surge cuando se tienen las mismas necesidades, intenciones y proyectos. Hablamos de los deseos de una unión genital, y también del deseo de estar cerca, o de ser consolado, acariciado y confortado. Hablamos de los dos grandes afrodisíacos que conducen al orgasmo: el ángel de la ternura y el demonio de las fantasías perversas. Hablamos de la simpatía que nace en un instante dado en la ocasión de una mirada, un gesto, una actitud, y de la excitación que se experimenta frente a la desenvoltura de una conducta erótica. Hablamos de la aceptación de nuestra persona, tal cual es, implícita en la sonrisa con la cual nos estiman. ¡Y a toda esa diversidad la llamamos «amor», con una misma palabra!
"… El entusiasmo en el amor cumple en la pareja una función insustituible y (…) cuando se pierde, eso no ocurre por el mero transcurso de los años, sino por dificultades y conflictos que, de manera consciente o inconsciente, arruinan la salud del vínculo. También existe el cariño, que es una cosa distinta, pero no menos importante, y también existe ese otro afecto que llamamos «querer». (… ) La palabra «amor» designa muchas cosas distintas. La palabra «querer» señala, en cambio, sin lugar a dudas, un deseo posesivo. (…) Lo cierto es que cuando queremos una rosa solemos ponerla en un florero, y que cuando la amamos la dejamos vivir en la planta de la cual forma parte.
"… Nos comportamos muchas veces como el malabarista que mantiene en equilibrio sobre puntas de caña muchos platos a la vez, y nos pasamos la vida corriendo, en el escenario, de una punta a la otra, para evitar que alguno de nuestros compromisos deje de girar. Mantenemos de este modo la ilusión de que no nos vimos obligados a optar, pero inevitablemente algún plato se rompe y, mientras tanto, son muchos los que giran en el límite de su velocidad crítica. Un mundo que carece de un ordenamiento jerárquico (…) va perdiendo aceleradamente significación y bienestar, aunque incremente los bienes materiales de los cuales dispone. La impresionante disminución de la natalidad en muchos países del llamado «primer mundo» habla muy claramente del punto que ha alcanzado un pensamiento egoísta según el cual el compromiso de un hijo (o incluso un matrimonio elegido por amor) arruina las posibilidades de un progreso material o de una buena ubicación en la estructura del poder.
"Una de las graves dificultades de nuestra época consiste en que, de tanto confundir la autoridad con el autoritarismo, nuestro concepto de autoridad se desdibuja. La autoridad es una cualidad, una capacidad que acerca de una especial materia posee el que ha sido muchas veces su autor, y precisamente esa capacidad que le confiere su experiencia determina su cualidad de ser «el que sabe» cómo se hace ese particular asunto. En ese sentido, los progenitores, ante los hijos pequeños, son siempre autoridad. Qué duda cabe de que ambos son o han sido autores de la mayoría de las cosas que un niño tiene que aprender. (…) Si bien puede decirse que un niño al principio necesita revestir a sus padres con una autoridad idealizada, no es menos cierto que necesita ir descubriendo, paulatinamente, cuáles son las materias en que no la tienen. (…) La manera en que los padres enfrentan auténticamente sus propios sentimientos frente al fracaso, la equivocación o la derrota puede ser para un niño la fuente de un valioso aprendizaje y la muestra de una nueva «autoridad» que le devuelve el respeto hacia sus padres."
De padres e hijos
"La edad en la cual los hijos ingresan normalmente en lo que se suele llamar «un rebelde sin causa» es la adolescencia. Es la etapa de la vida en la cual se desarrolla la rivalidad como una parte saludable y necesaria del desarrollo evolutivo que se da, en su forma típica, entre un hijo o una hija y el progenitor del mismo sexo. La esencia de la rivalidad reside en la lucha de dos personas por la posesión exclusiva de un bien determinado que, en primera instancia, es «tener razón» y, en última instancia, consiste en el amor de una tercera persona. Importa comprender, sin embargo, que cuando se trata de lo que ocurre entre los adolescentes y sus padres el interés en sostener una discrepancia y experimentar lo que entonces sucede es mucho más importante que el tema o argumento sobre el cual se discrepa.
"… Cuando ya hemos vivido muchos años y nuestro futuro se achica, nos resulta mucho más fácil huir desde el presente hacia el pasado que huir planificando un futuro que se nos antoja exiguo. Envidiamos la juventud, y aun la niñez, porque nos hemos olvidado de que en aquellos años también sentimos la necesidad, impaciente, de evadir el presente. Nos hemos olvidado de que nos evadíamos hacia el único lugar donde encontrábamos espacio, es decir, hacia un futuro, entonces largo, que nos gustaba imaginar promisorio. También nos hemos olvidado de que, en aquellos años en que teníamos la incertidumbre de lo que nos depararía el mañana, envidiábamos a las personas «hechas», que, según pensábamos, disponían de un pasado exitoso y vivían sólidamente aferradas a los proyectos logrados.
"Los hijos adultos se parecen a los amigos que uno verá de tanto en tanto. Debemos aprender a tolerar que a veces crean que no nos necesitan, y que otras veces no nos necesiten de verdad, pero no alcanza con esto. Si al caminar por un desierto, heridos o fatigados, tuviéramos que apoyarnos en los hombros de algún amigo más fuerte, deberíamos hacerlo del modo que lo incomodara menos. Algo similar tal vez sea lo primero que deberemos aprender como padres de nuestros hijos adultos, cómo acomodar nuestras vidas para pesarles poco...
"Cuando nuestros padres mueren, aunque seamos adultos, nos sentimos huérfanos. Ellos guardaban recuerdos acerca de nuestra infancia y de nuestros años juveniles que nadie más posee. Con ellos éramos de un modo que no podrá volver a ser. (…) Esa soledad no se explica únicamente por el vacío de sentido que nuestros padres nos dejan con su ausencia. Se trata sobre todo de que cuando mueren descubrimos, asombrados, que el interés que pusieron en nuestras vidas, y el amor que ambos nos tuvieron, se nutrían de una cualidad (…) insustituible. Era un amor nacido del hecho escueto de que fuimos sus hijos, un amor que relegaba a un término segundo cualquier otra condición. Sólo en los cónyuges, en los hijos y en los amigos con los cuales compartimos la vida durante muchos años encontramos un reflejo aproximado de ese amor parental. Cuando nuestros padres mueren nos sentimos sobrevivientes de una irreparable catástrofe. Gravemente heridos por la muerte que debemos vivir, nos espera un duelo especialmente difícil, porque de pronto, estremecidos por el impacto de una intuición profunda, comprendemos, de una manera nueva, el doloroso significado de la expresión «nunca más». (...)
"Un día mi conciencia humana, dentro de cuyas capacidades vivo la parte consciente de mi vida, adquirió la posibilidad de diferenciar entre mi madre y yo. Ella nació como persona en el mismo proceso en que yo nací. (…) Ella nació en el instante en que nació, en mi conciencia, el dibujo de una frontera y junto con esa frontera limitante nació «el nene» que más tarde aprendería a llamar «yo». Junto conmigo nació entonces, en mi vida, ella. Y en ese proceso de mi vida un día aprendí que yo existía para ella como ella para mí y que ambos, semejantes, éramos para cada «uno» de nos-otros un «otro» similar…"
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