La Argentina está ante una gran oportunidad histórica. Existe un horizonte internacional promisorio. La irrupción en la economía global de los países del Asia Pacífico, encabezados por China y la consiguiente elevación de los niveles de vida de grandes poblaciones condenadas al infraconsumo generan un fuerte incremento de la demanda mundial de alimentos.
China, un inmenso país que desde hace más de 25 años viene creciendo a un ritmo del ocho por ciento anual acumulativo y que alberga a cerca de un 22% de la población mundial, posee sólo siete por ciento de las tierras fértiles del planeta. China cuenta para alimentar a su población con una hectárea en condiciones de ser arada cada diez personas. El promedio mundial es de una hectárea de tierra fértil cada 4,4 personas.
El mejoramiento del nivel de vida de un país como China, antes con hambrunas endémicas y elevadísimos índices de pobreza, se traduce en una formidable elevación del consumo de alimentos y, en el mediano y largo plazo, en un cambio de la dieta, que implica el pasaje de los granos a las proteínas, del arroz a las carnes. La avidez de soja del mercado chino está relacionada con la alimentación del ganado, para abastecer una demanda de carnes en constante aumento.
Algo similar sucede con la India, un país cuya población asciende al 18% de la población mundial y que, desde hace quince años, crece a un ritmo del seis por ciento anual acumulativo. Importa señalar que no se trata de una coyuntura excepcional, sino de un hecho estructural de enorme importancia. Un estudio realizado por Goldman Sachs indica que, en 2041, China superará el producto bruto de los Estados Unidos. El mismo estudio pronostica que, dentro de 50 años, la India será la tercera economía mundial, detrás de China y Estados Unidos. Para los países exportadores de alimentos, el escenario mundial de principios del siglo XXI presenta cierta semejanza con el de fines del siglo XIX, cuando el proceso de industrialización liderado por Gran Bretaña generó un mercado de consumo en expansión. Con una diferencia a favor: en esta oportunidad, ese mercado en expansión permanente comprende a la mitad de la población mundial.
Todo esto afecta de manera directa a la Argentina, que es uno de los grandes exportadores mundiales de alimentos. La combinación de nuestra enorme capacidad ociosa en materia de producción agroalimentaria con una población relativamente escasa nos convierte en el país del mundo con mayor potencialidad exportadora en un rubro estratégico de la economía mundial.
Lo mismo vale para Brasil y también para Uruguay y Paraguay, los otros socios fundadores del Mercosur. La perspectiva de un Mercosur agroalimentario constituye una extraordinaria oportunidad para insertar a nuestros países en las grandes corrientes de comercio internacional. El Mercosur está en condiciones de convertirse en el principal exportador mundial de alimentos, por encima incluso de los Estados Unidos.
La prioridad estratégica nacional de la Argentina está en la producción de alimentos. La cadena agroalimentaria puede convertirse en la base principal para una estrategia de diversificación económica y de reindustrialización internacionalmente competitiva de la Argentina.
El efecto combinado de la transformación de la Argentina en una potencia agroalimentaria y del proceso de integración regional a través del Mercosur y de la asociación con Chile, salida obligada de nuestros productos para el mercado del Asia Pacífico, abre un formidable espacio para la reformulación de la geografía económica y política del país. Esto implica dejar atrás una estructura centralista y unitaria, fundada en el predominio del puerto de Buenos Aires, para crear una nueva geografía económica, que incremente la capacidad de desarrollo autónomo de todas las regiones y provincias argentinas.
Esta reinserción de la Argentina en el mundo está vinculada con una política orientada hacia una redistribución geográfica de la población, encarada con un fuerte sentido social. Hay que repoblar el territorio argentino. El Gran Buenos Aires, el Gran Córdoba y el Gran Rosario se han convertido en el centro neurálgico del desempleo y la marginalidad social, con el consiguiente incremento de la inseguridad pública, mientras que el resto del inmenso territorio argentino permanece casi desierto, cuando están dadas las condiciones para encarar un formidable proceso de descentralización productiva.
Este replanteo estratégico no se puede agotar en una visión economicista. Por el contrario, tiene que asociarse con una vigorosa reivindicación de los valores fundamentales de la sociedad argentina. Porque la potenciación de la cadena agroalimentaria, cuyo primer eslabón es la producción rural como motor para la diversificación industrial, implica revalorizar las mejores tradiciones argentinas: la importancia de la tierra, la ética del trabajo y la categórica afirmación de nuestra identidad nacional y de las raíces culturales y religiosas de nuestro pueblo, así como la defensa de la cultura de la vida y de las instituciones.
Pero las condiciones favorables, por excepcionales que sean, no aseguran el éxito. Las oportunidades pueden desperdiciarse. En las actuales circunstancias, la posibilidad de que la Argentina pueda dar un gran salto hacia adelante en materia económica y social depende de la construcción de una constelación de fuerzas políticas y sociales con sentido de unidad nacional y volcada al futuro.
En las actuales circunstancias, con una estrategia de confrontación permanente orientada a la destrucción del adversario como la que practica el Gobierno es necesario formular, como alternativa superadora, una estrategia de pacificación, de unidad y de integración nacional, que reconozca como premisa el axioma del general Perón cuando regresó a la Argentina en 1972, después de 17 años de exilio: "Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino".
viernes, 10 de agosto de 2007
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