viernes, 10 de agosto de 2007

Emociones negativas

El lado bueno de las emociones negativas

"Solemos creer que estas emociones conflictivas son el problema en sí. Pero del mismo modo en que las luces del tablero de un auto se encienden e indican, por ejemplo, que queda poco combustible, cada emoción es una refinadísima señal que en sí misma no significa nada, pero que indica un problema por resolver. Y ésa es la sabiduría que nos proponen", dice el doctor Norberto Levy, médico y psicoterapeuta argentino, heredero de la tradición gestáltica que inició el alemán Fritz Pearls en los años sesenta.

"Si hablamos de emociones buenas y emociones malas, les damos una valoración moral que nos impide comprender su razón de ser. Y ésta es una lección inadecuada que aprendemos desde niños –agrega Levy–. El problema es que cuando pienso que una emoción es mala tiendo a eliminarla, así que me pierdo la posibilidad de aprender lo que tiene para enseñarme, y entonces en lugar de aprovecharla sólo la padezco."

–Emociones y sentimientos, ¿son lo mismo?

–Si utilizamos la metáfora de la paleta del pintor, los colores primarios representan las emociones y los tonos pastel, los sentimientos. Pero la realidad es que los límites son imprecisos, y de hecho ambos reflejan modificaciones en el estado anímico, producidas por un estímulo determinado. Además, cuando nos concentramos en ver qué función cumplen advertimos que en ambos casos es similar. Existen emociones que nos informan acerca de lo que tenemos (por ejemplo, la alegría, la gratitud, la confianza, la solidaridad) y otras que nos informan sobre algo que nos falta: la tristeza, el miedo, la culpa… Estas últimas son llamadas negativas, como si llamáramos negativo al dolor físico, que en realidad tiene la importante función de llamarnos la atención sobre un problema. La señal puede ser dolorosa, pero moviliza la acción para reparar algo que no hemos tenido en cuenta.

El miedo

–¿Qué nos indica el miedo?

–Que hay una desproporción entre la amenaza que enfrento y los recursos que tengo para encararla. La amenaza puede ser física o emocional: miedo de ser golpeados, de no contar con los medios para sostenernos, de ser humillados… No existe el miedo injustificado: puede ocurrir que sea un miedo cuyas razones desconozcamos, pero no por eso no tener justificación. Y siempre, cuando la persona percibe que la amenaza supera sus recursos, aparecerá el miedo, porque el reconocer que uno cuenta con los recursos también forma parte de los mecanismos necesarios para no sentir miedo. Pero hay más: el miedo en sí mismo no es un problema: siempre que sentimos miedo, a continuación también experimentamos otra emoción o reacción emocional en cadena, y según sea esta reacción será el destino del miedo original. Si nos da miedo sentir miedo, lo suprimimos porque nos parece que nos va a sobrepasar; si nos da rabia, nos enojamos con la parte miedosa y la retamos. Si nos avergüenza, la escondemos. Como cada una de estas reacciones produce una actitud específica hacia el miedo original, a la parte miedosa se le agrava su condición y entonces tiene dos amenazas: la externa (el examen, la enfermedad, el rechazo, etc.) y la interna, que es la propia reacción interior que nos produce el tener miedo. Esto puede agravar o atenuar el miedo original.

–¿Y entonces?

–Entonces surge la equivocada idea de oponer el miedo a la valentía, o creer que tener miedo es ser cobardes o que el miedo es mal consejero… Pero este miedo no escuchado pone en marcha un círculo vicioso que pronostica situaciones más catastróficas cada vez: el miedo busca ser oído, y eso mismo es lo que hace que se lo escuche menos y que pierda credibilidad por sus propias exageraciones. Seguramente usted escuchó hablar del ataque de pánico.

–Claro, por supuesto…

–Bueno, todo miedo comienza siendo pequeño. Pero este cuadro intenso y dramático es el resultado del círculo vicioso que antes mencionamos, que amplifica y agrava el miedo hasta vivirlo como una catástrofe. El pánico, en realidad, es miedo mal asistido.

–¿Cuál es su propuesta?

–Una paciente me consultó por miedo a la soledad. Mi propuesta es que una parte de uno mismo le hable a la otra y que después esa otra le conteste, tal como ocurre entre dos personas. Parece extraño, pero de hecho todos conversamos así con nuestros distintos aspectos, y si logramos realizar este ejercicio con claridad podremos transformar antagonismo en cooperación.

El enojo

–El enojo es otra emoción muy cuestionada…

–Así es. El enojo es esencialmente una reacción a la frustración. Y, en términos generales, podemos decir que lo fundamental es que sepamos si nuestros enojos tienden a destruir o a resolver. El problema es que en el 80% de los casos (o más) los enojos no resuelven nada y, en realidad, son agravadores o destructivos. Esto ocurre cuando quedan adheridos al deseo de hacer sufrir y de castigar al otro por lo que hizo. Muchos creen que expresar enojo es descalificar, reprochar, cuando eso en realidad nos distancia del motivo que provocó el enojo y pone en marcha un mecanismo que podría llamarse "de bomba atómica": yo agredo y ofendo a quien me hizo enojar, quien a su vez me agrede y me ofende, y continuamos así en la fabricación de actos de una violencia desproporcionada, que a menudo olvidamos cómo comenzaron.

–¿Y qué ocurre cuando no podemos resolver el enojo?

–No lo podemos expresar. Si lo retenemos, lo enfriamos, pero al mismo tiempo lo volvemos crónico, y así se convierte en resentimiento, que es como una foto fija del dolor y de la bronca que nos produjo un hecho vivido en determinado momento, pero que se desconecta de lo que pasó después y queda inmutable en el tiempo. Quien siente resentimiento suele ser hipersensible y caer fácilmente en el autorreproche, otra de las trampas que abren las puertas a la baja autoestima y al desprecio de la persona por sí misma, como si hubiera en ella una "naturaleza destructiva", cuando en realidad es un ser herido y no un "depravado" esencial.

–¿Y existe alguna clave, alguna llave maestra para evitarlo?

–Bueno, es importante ser capaces de comunicar el dolor o el enojo sin reprochar. Esto permite que no anide el resentimiento.


–Hoy en día algunos gurús recomiendan "enojarse menos" o, en lo posible, no enojarse y tratar de conectarse más con la compasión. ¿Es una visión ingenua?

–Es una propuesta bienintencionada, pero que no resuelve el problema. Lo esquiva. Y volvemos a lo anterior: la gran mayoría de nosotros no sabe qué hacer con el enojo y, cuando lo expresamos, complicamos más las cosas. Tenemos que aprender a enojarnos; ésa es la clave: utilizar la energía del enojo para resolver el problema que nos enoja, no para agravarlo.


La culpa

–Cuando me siento culpable, ¿de dónde viene ese sentimiento?

–Es una buena pregunta. En realidad, hay una voz interior culpadora que es la que hace que uno se sienta culpable. El problema es que culpable y culpador son las dos caras de una misma moneda, porque conviven en la misma persona. Para comprender y resolver el sentimiento de culpa tenemos que reconocer a quién representa esa parte culpadora que está dentro de nosotros. Todos, en forma consciente o no, respondemos a un código moral, que es individual, pero también social, y que funciona interiormente como "culpador" y se activa cada vez que no cumplimos o creemos no cumplir con él.

–Entonces, si la culpa viene a recordarnos una norma con la que incumplimos, es una emoción justa…

–Bueno, en realidad, la función del culpador no es la injuria y el castigo, sino el aviso al culpado de que ha transgredido la norma y el intento de restablecer el respeto a ese código. El problema es que el culpador debe aprender a enseñar, no a castigar o a torturar.

–¿Por ejemplo?

–Veamos: una mujer querría separarse de su marido, pero se siente culpable porque una voz interior la tortura diciéndole que él no merece ser dejado, porque cuando ella lo necesitó el esposo estuvo a su lado. La tarea que la persona cuyas partes "culpables" y "culpadoras" tironean interiormente necesita realizar es trabajar sobre la norma que nos indica que no está bien abandonar a alguien que nos necesita. Pero separarse de alguien no es necesariamente abandonarlo, sino, en este caso, dejar de convivir.

–¿Y cuando a menudo sentimos que los otros nos hacen sentir culpables?

–Cuando decimos "Fulano hace que me sienta culpable", en el fondo lo que estamos diciendo es que Fulano me acusa de lo mismo que mi propio culpador interior. Es mi propio autorreproche manifestándose también de esta forma. No todos sentimos la culpa de la misma manera: algunos experimentan síntomas físicos; otros, una especie de dolor y desasosiego. El punto en común es que nos reprochamos no haber cumplido una norma de nuestro propio código interno que, cuanto menos flexible sea, más severamente nos increpará. Podemos convertir esa voz culpadora en una voz aliada, que repare sin torturar.

La envidia

–Mi vecino se compró un auto nuevo, o el departamento que más me gusta, o tuvo un hijo… Todas cosas que yo quisiera y no tengo. ¿Qué hago con este sentimiento?

–Primero de todo, saber que no soy una mala persona por sentir lo que siento. Segundo, saber que es inevitable y universal, y que todos los seres humanos en mi lugar sentirían envidia. Tercero: preguntarme qué puedo hacer yo para responder a mi cuota de deseos insatisfechos y ver, dentro de mis posibilidades, cómo alcanzarlos.

–Entonces, ¿qué nos puede enseñar la envidia?

–El sentido más profundo de esta emoción es el de ser una señal que nos pone en contacto con un deseo no satisfecho. Y una de las peores cosas que se ha hecho con la envidia es convertirla en algo que uno no debería sentir.

Los celos

–¿Qué son los celos?

–Una emoción universal, que implica el temor y el dolor de perder el amor de alguien querido por la presencia de un tercero. No sólo existen en las relaciones de pareja, sino en todo tipo de relación. Todos hemos sentido celos alguna vez, y por eso es necesario diferenciar los celos normales de los patológicos. Esto se logra distinguiendo el estímulo que los denota de la manera en que se reacciona. Cuanto menor es el estímulo y mayor la reacción, más cerca estamos de los celos patológicos.

–A menudo se dice que el celoso es un inseguro…

–Bueno, uno siente celos en relación con aquellas áreas en las que se siente más inseguro, y eso puede ser la intimidad afectiva, el área intelectual, la sensibilidad, la creatividad… Entonces imagino que un tercero le brindará a mi pareja lo que yo supuestamente no, y mi rival ni siquiera es alguien real, sino lo que yo quisiera ser y no soy.

–Pero en una relación de pareja, ¿tiene que haber celos?

–Es cierto que a menudo se dice "si me cela es porque le importo", cuando probablemente, con esa actitud, el que intenta despertar celos disimula así su propia condición de celoso. En realidad, el amor no necesita de los celos. La pareja necesita de la autonomía psicológica de cada uno de sus miembros; esto es, que cada uno tenga una cuota satisfactoria de vida propia y que ambos crezcan en el vínculo. La raíz más importante del problema de los celos es el sentimiento de autodesvalorización, que, junto con la dependencia emocional, son las causas profundas de los celos excesivos.



De jefes y empleados

¿Quién no se ha enojado alguna vez con un superior (jefe o alguien con mayor jerarquía), sin tener la posibilidad de manifestar abiertamente esa emoción?"Esas situaciones son parte del aprendizaje al que nos enfrentan las frustraciones en la vida –dice Norberto Levy–, los dolores por los que tenemos que pasar cuando estamos involucrados en relaciones de poder… Lo máximo que uno puede hacer en estas situaciones es tratar de expresar cómo se siente e intentar hacer una propuesta para un cambio. Pero, atención: todo esto sabiendo que uno puede ser escuchado o no, porque la decisión de prestar oídos no depende de uno… Lo importante, en estos casos, es saber que uno hizo bien su parte, aprender a ser perceptivos y saber qué se puede esperar concretamente. Eso hará que adecuemos nuestra actitud a lo que las circunstancias puedan proporcionarnos."

¿Emociones o pecados?

–Algunas de estas emociones llamadas negativas son consideradas hasta pecados. ¿Realmente son algo tan malo?

–La palabra pecado tiene muchos sentidos, pero uno de ellos, el más inadecuado, es el que alude a la presencia de algo malo esencial en mí como si hubiera transgredido la voluntad de Dios, algo así como una especie de esencia inmutable destructiva. Esto hace que la persona se sienta mala, y la idea de que la vida es una eterna lucha entre el bien y el mal es una de las que más daño hacen. Si no, fijémonos en qué situación se pone al mundo entero cuando Ben Laden dice de Bush que es el eje del mal y Bush lo dice de Ben Laden… Nosotros somos aprendices, y estas emociones no son pecados de maldad: son ignorancia. Nuestra tarea más difícil como seres humanos es aprender a resolver con amor los problemas que surgen de tener una conciencia individual.

–¿Cómo es eso?

–Claro, las hormigas trabajan juntas en forma totalmente cooperativa; nadie pelea con nadie por la parte de la tarea que le toca: la que tiene que ir a la guerra, va. Pero cuando nace la conciencia individual aparecemos cada uno de nosotros, que sentimos que somos el ombligo del mundo. Yo no quiero ir a la guerra, ni quiere Juan ni quiere María… Por eso, todos los de­sencuentros y batallas que suceden, y todos tenemos que pasar por esas situaciones, nos lleven el tiempo que nos lleven, hasta darnos cuenta de que no somos ese ombligo del mundo, sino simplemente una pequeña parte de él.

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