viernes, 10 de agosto de 2007

Hasta cuando?

Se trata de un fenómeno social que, con distintas denominaciones, echa raíces y se extiende por todo el mundo: los hijos que postergan su independencia y continúan viviendo en la casa de sus padres.

Muchos son profesionales, tienen trabajo y, en algunos casos, también pareja estable. Rondan los 30 años y forman parte de una generación que se resiste por algún motivo -o, mejor dicho, varios- a cortar definitivamente el cordón umbilical en busca de una autonomía y un espacio propio.

Es el caso de Esteban Abud, un joven de 26 años que, según confesó a LA NACION, no tiene ningún apuro por irse de la casa donde vive con toda su familia. "Vivo con mi mamá, mi papá y mis hermanos, y como la casa es grande cada uno tiene su intimidad. La mayor parte de mi sueldo la destino al ahorro porque, si tengo que pagar un alquiler en este momento, los números no cierran. Antes de mudarme tengo otros planes, como un viaje a Europa, por ejemplo."

Pero ante este panorama, ¿qué piensan los padres? ¿Hasta cuándo están dispuestos a vivir bajo el mismo techo con sus hijos y asistirlos económicamente? De acuerdo con los entrevistados, la mayoría comprende la situación por la que atraviesa la generación actual de jóvenes, y en consecuencia respalda la decisión de sus hijos.

"Yo me fui de mi casa cuando me casé, a los 25 años -recuerda Esteban Abud padre-. Pero con mi mujer pudimos comprarnos una casa y formar una familia siendo muy jóvenes, algo que hoy para nuestros hijos resultaría casi imposible. Los sueldos promedio de los jóvenes son muy bajos, y el valor de las propiedades está por las nubes. Para vivir solo también hay que tener los recursos para mantenerse"

Al mismo tiempo, Abud padre reconoce otros cambios culturales. "Los jóvenes son más reticentes a formalizar; la etapa educativa es más extensa, y las familias, mucho más contenedoras."

Desde una perspectiva psicoanalítica, Iris Pugliese, codirectora del Centro Psicoanalítico Argentino, los define así: "Hombres y mujeres que no quieren crecer; el problema surge con la negación de superar la etapa de la adolescencia y resistirse a afrontar responsabilidades de la vida adulta".

Dijo el padre de Ricardo Sena, un joven profesional de 29 años: "Las cosas eran muy distintas en otra época. Yo me fui de mi casa a los 19 años, con un colchón y un bolso de ropa; nada más que eso. En cambio, los chicos ahora están demasiado cómodos; tal vez les cuesta comprender que el esfuerzo también forma parte del aprendizaje. En lugar de alquilar, Lisandro tiene aspiraciones de poder comprar un departamento, y en ese sentido apoyamos su decisión".

Costos y beneficios

Para el economista Abel Viglione, de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), las cuentas claras conservan la armonía familiar. "Yo financio hasta los 25 años, lo que incluye estudios universitarios e incluso un posgrado. A partir de ahí, con un ingreso económico asegurado, el que se quiere quedar, paga. Tener todos los beneficios de vivir con mamá y papá, lo cual se resume en la comida, la cama hecha y la ropa limpia, también tiene su costo", opina Viglione, que vive con su mujer y sus hijos de 19, 21, 23 y 25 años.

"El de 25 ya es un adulto que tiene independencia económica, y en lugar de pagar por el bed and breakfast en casa eligió alquilar un departamento, aunque todavía no se mudó. Para que la libertad sea total, es necesario asumir ciertas obligaciones", asegura.

Por otra parte, Viglione reconoce que el aumento de la expectativa de vida es un factor importante para los herederos de Peter Pan. "Hoy, en la Argentina, es de 75 años, y por eso muchos jóvenes retrasan decisiones importantes. Tiempo, precisamente, es lo que les sobra."

Como en todo hecho social contemporáneo, la socióloga María Constanza Street, docente de la Universidad de Buenos Aires, advierte que detrás de este fenómeno se esconden múltiples causas. "La actual precariedad laboral y la dificultad de acceso al crédito privado los condiciona. Y para los padres también resulta más difícil ayudar económicamente a sus hijos; por eso una forma de colaborar es dejar que destinen sus ingresos al ahorro y al consumo personal en vez de colaborar con el presupuesto de la casa."

Para enriquecer el debate, Gabriel Sedler, psicólogo y especialista en jóvenes, aporta otra teoría. "Montados sobre el discurso de la crisis económica y la falta de inserción laboral, se suman otros motivos: irresponsabilidad, padres sobreprotectores y un ambiente de crecimiento con demasiadas libertades y ningún tipo de exigencias. Pero esto después tiene sus costos, ya que en cierta etapa de la vida, donde los padres deberían estar pensando más en descansar, recuperar su intimidad y algunos hábitos postergados durante la crianza de sus hijos, continúan trabajando para mantenerlos. Todas las inquietudes siguen concentradas en ellos, y eso los convierten en majestades pero sin reino propio."

Independencia sin riesgos

Perder el nivel de confort garantizado bajo el techo familiar es un riesgo al que estos jóvenes no están dispuestos a exponerse. Según esta premisa, se inscribe el caso de Leandro N. Sánchez, de 28 años, que no quiere sacrificar el nivel de vida que lleva por irse a vivir solo. "Con mis viejos me llevo muy bien y no hay ningún tipo de conflicto. La verdad es que así estoy muy cómodo; hasta tengo salida independiente a la calle a través del garaje."

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