Por Salomón Schâchter. Para LA NACION
Un mensaje flotante encontrado en Internet, con el título Derrelicto llamativo (abandono llamativo), describía así la situación de la medicina: “Solía ser médico, ahora soy un prestador de salud. Solía practicar la medicina, ahora trabajo en un sistema gerenciado de salud. Solía tener pacientes, ahora tengo una lista de clientes. Solía diagnosticar, ahora me aprueban una consulta por vez. Solía efectuar tratamientos, ahora espero autorización para proveer servicios. Solía tener una práctica exitosa y colmada de pacientes, ahora estoy repleto de papeles. Solía emplear mi tiempo para escuchar a mis pacientes, ahora debo utilizarlo para justificarme ante los auditores. Solía tener sentimientos, ahora sólo tengo funciones. Solía ser médico. Ahora no sé lo que soy”.
La vieja definición latina de médico es “hombre bueno versado en el arte de curar”. Su ciencia y su conciencia deben estar destinados a salvaguardar la salud de las personas. Dentro de la medicina actual, en cambio, existe una evidente crisis humana que, por un lado, ha llevado a formular proezas técnicas pero, al mismo tiempo, ha despersonalizado el trato al paciente, apartándolo de la tradicional relación personal, tan importante para lograr un mecanismo terapéutico. La superespecialización, el tecnicismo y la masificación de la asistencia médica son, en alguna medida, responsables de que el papel del médico haya declinado. Hoy hay quienes se formulan la pregunta de si la medicina sigue siendo ciencia, arte y virtud o, acaso, más bien, comercio, industria, y política.
¿La medicina es ciencia? ¡Claro que lo es! Estoy convencido de que las próximas dos décadas serán el período más revolucionario de la historia del conocimiento médico. Tendrán lugar cambios espectaculares, derivados de los avances en biología molecular, ingeniería genética, diagnóstico por imágenes, inmunología y muchas otras disciplinas. El rápido desarrollo de los adelantos científicos y tecnológicos hace que el médico competente deje de serlo si no continúa educándose. Alexis Carrel, patólogo francés, se preguntaba: “¿No habrá llegado el momento de hacer un alto en el camino para esperar al hombre?”
Yo creo que sí estamos obligados a hacer un alto en el camino para replantearnos ciertos problemas filosóficos, ético-morales y aun legales. Tengo el convencimiento de que “estamos muy informados pero poco pensados”. Esto obliga al médico a descender de su pedestal. Le exige adoptar una postura más elástica, comprensiva y humana.
Analicemos nuestro segundo enunciado: ¿la medicina es arte? ¡Sí, también lo es!
Luis Güemes definió la medicina como “una ciencia difícil, un arte delicado y un oficio humilde”. La incorporación de las manualidades y destrezas que los adelantos técnicos introducen en el ejercicio de nuestra profesión requiere una creatividad y precisión comparables a las del artista que ejecuta una pieza musical o a la destreza del pintor.
¿Se requiere ser virtuoso en el ejercicio de nuestra profesión? La respuesta es obvia. La necesidad de una nueva moral se mantiene con mayor firmeza que nunca. Debemos tener presente que la ética sin ciencia es ineficiente. La ciencia sin ética, en cambio, es peligrosa.
Nos preguntamos, entonces: ¿cómo puede un profesional médico mantener su conducta ética y cumplir con todas las exigencias de una integración positiva si está inmerso en un marco conflictivo creado por las tendencias de muchas de las actuales empresas de medicina que pretenden llevar el sistema de asistencia al área del mercado? ¿Por qué se nos acusa ahora de ser comerciantes? Todo trabajo debe ser retribuido. En consecuencia, el médico no debe ni puede trabajar gratis. Pero eso no debe interferir con su dedicación y su eficacia. Su sabiduría debe ser puesta al servicio de quien la requiera.
Otro hecho que deseo destacar es la situación de iatrogenia genérica, que surge del apresuramiento con que se trasladan a la clínica los hallazgos, con frecuencia más comerciales que científicos, de algunos productores de drogas. Presionado por una propaganda cada vez más activa, incurre el médico con frecuencia en la indicación que se le ofrece como de un efecto categórico y concretísimo.
¿Influye, entonces, la industria en nuestra actividad profesional? ¡Claro que sí! Si el médico cae en la trampa, termina menospreciando la calidad de su propio discernimiento y aceptando ciegamente, como dogmas, los avances tecnológicos, sujetos a constante mutación.
Muchas compañías farmacéuticas realizan investigaciones y pretenden patentar como inventos lo que en realidad son descubrimientos. ¿A quién pertenecen, en realidad, los genes? Si al anatomista que descubrió, por ejemplo, la existencia de las glándulas suprarrenales, no le fue otorgada la patente de su descubrimiento, ¿por qué habría que otorgársela al descubridor de un determinado gen?
Y, finalmente, ¿cómo es manipulada la medicina por la política?
En materia de asistencia pública es evidente el desinterés crónico del Estado por la suerte de su recurso humano. Toleramos impasibles el colapso de un sistema nacional de salud arruinado por la corrupción estatal y sindical, que prorroga eternamente el sistema de obras sociales, cuyo fracaso es denunciado desde hace mucho tiempo por expertos, médicos, economistas y hasta por muchos de los propios prestatarios. El hospital público, tal cual está organizado en nuestro medio, constituye un foco iatrogénico. Si el sistema de salud no cambia vamos al quiebre, si es que no está ya quebrado.
En materia de educación médica, el atraso pedagógico de la mayoría de las facultades públicas de Medicina es alarmante. Mientras fui decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires alerté sobre los males específicos que carcomen a las instituciones que se suponen situadas en el punto más alto de la confianza social.
El alto grado de politización crea un ambiente opuesto al que podría considerarse adecuado para un lugar de estudio, de reflexión intelectual y experimentación. El futuro de la ciencia y de la educación en la Argentina está hipotecado por el rechazo de muchos docentes y de muchos estudiantes de un sistema que privilegie la excelencia. Es imprescindible instrumentar un sistema racional, equitativo y confiable que sirva de marco regulatorio de admisión sobre la base de la capacidad de los aspirantes a ingresar y sobre la base de la capacidad educativa de nuestras casas de altos estudios. Nuestro objetivo debe ser no formar más, sino mejores profesionales, para asistir a la comunidad como merece.
La medicina argentina está atravesando una de las etapas más difíciles de su historia. La dignidad del médico debe ser defendida por los mismos médicos. Cualquier obstrucción del trabajo del médico es un pecado social que, tarde o temprano, ha de ser castigado.
El autor es profesor titular emérito de la Universidad de Buenos Aires.
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