martes, 10 de julio de 2012

En las trampas del cortoplacismo

Mientras la crisis económica mundial se complica, a partir de diagnósticos equivocados, los problemas del mundo global siguen su curso sin cauce con un tácito "dejar hacer y dejar pasar" que libra el devenir a la inacción o a la intervención improvisada. El liderazgo mundial posmoderno es rehén del corto plazo y no repara en las consecuencias del oportunismo dominante. La población mundial crece con distinto ritmo: se estabiliza y envejece en algunas regiones, jaqueando sus sistemas previsionales, mientras aumenta el contingente de jóvenes desocupados en otras latitudes con altas tasas de expansión demográfica. Los movimientos migratorios auguran tensiones sociales y políticas que pueden descontrolarse. Se sobreexplotan los recursos comunes de la humanidad (bosques, pesca, agua), la temperatura media del planeta sigue en aumento, se derriten glaciares por doquier y aumenta el nivel de aguas de los océanos. Los que hacen pronósticos extrapolando tendencias pasadas nos anuncian que el producto mundial, de alrededor de 65 billones de dólares en la actualidad, crecerá a 130 billones en las próximas dos décadas. Pero esos cálculos presuponen que el patrón de crecimiento actual (que enfrenta restricciones sociales, materiales y ambientales) mantendrá su curso sin mayores variantes. Error: el desarrollo sustentable ya no es una opción. O nos ocupamos en el presente de tratar los subproductos futuros de tantos años de sumar corto plazo o el rumbo de colisión actual impondrá su propia hoja de ruta, con sorpresas para todos. La mayor parte del incremento de la población mundial en los próximos 40 años tendrá lugar en los países no desarrollados. Si la economía mundial supera la recesión y mantiene una tasa de crecimiento anual promedio sostenida de alrededor del 3,5% es imaginable -y deseable- que entre 2000 y 3000 millones de seres humanos alcancen los niveles de ingreso de la clase media. Muchos de ellos querrán acceder a viviendas más confortables (mejor acondicionadas), reemplazar la dieta basada en granos por la incorporación de más proteína animal y comprar un auto. A menos que el patrón de producción y consumo empiece a cambiar, la presión de esas nuevas demandas sobre los recursos materiales y ambientales del planeta será insostenible. Hoy, en un mundo con 7000 millones de habitantes, hay mil millones de automóviles; la tendencia señala que en 2030 habrá 2000 millones de autos. Hoy, un habitante del mundo desarrollado consume 14 barriles de petróleo promedio por año, mientras un habitante del mundo subdesarrollado consume sólo 3 barriles. La presión sobre el paradigma fósil (que los que consumen 3 pasen a consumir 6) no es sostenible. A pesar de las políticas de conservación y uso racional de la energía que se fomentaron en el mundo a partir de la década del 70, el consumo de electricidad en una vivienda es hoy un 40% más alto que en 1970. Los acondicionadores de aire y los nuevos artefactos eléctricos de la era de la información y las telecomunicaciones (TIC) explican el mayor consumo. ¿Imaginamos las nuevas residencias preservando este patrón de consumo? Para satisfacer sus necesidades energéticas hoy el mundo depende en alrededor de un 80% de la energía fósil (petróleo, carbón y gas natural) y, si las tendencias no son alteradas por políticas y planes de largo plazo que precipiten irrupciones tecnológicas de envergadura, de aquí a 20 años la dependencia de los fósiles se mantendrá en alrededor del 75-80% de las necesidades primarias. Con el mundo entrampado en el presente, la oferta de petróleo seguirá expuesta a las dudas que ofrece la concentración de sus reservas en la inestable geopolítica de Medio Oriente y el carbón seguirá siendo fuente principal de generación eléctrica, a pesar del impacto ambiental de sus emisiones. El gas natural, con los nuevos horizontes que ofrecen los recursos no convencionales, tendrá que abrirse paso entre lobbies y cuestionamientos ambientales para facilitar la transición a un nuevo paradigma energético (con mayor participación de las energías renovables y un fuerte protagonismo de la eficiencia energética). Las energías renovables tendrán que seguir haciendo camino al andar, compitiendo por costos económicos en un mundo reactivo a consensuar políticas para internalizar los costos ambientales de la combustión fósil. La "pausa" nuclear impuesta por el accidente de Fukushima es de duración indefinida. La fotografía del aquí y el ahora hace zoom en la seguridad de operación de las plantas, pero la película del devenir volverá a privilegiar el énfasis en el destino de los desechos radiactivos y su posible desvío para fines bélicos. La evolución del paradigma energético librado al meandro que traza la evolución de un patrón de producción y a preferencias de consumo ancladas en el presente tampoco es sustentable ambientalmente. Desde 1950 la temperatura media del planeta aumentó 0,7 grados Celsius, pero en la zona del Artico y en Groenlandia aumentó 1,5 grados. El deshielo de glaciares incrementa el nivel de las aguas, afecta las corrientes oceánicas y el cambio climático empieza a traer daños económicos concretos en el presente. Un estudio reciente del Banco Mundial evalúa ese costo económico en 21 países en desarrollo y lo ubica en un promedio del 8% del producto. El Informe Stern (2006) ya había advertido que el cambio climático sería un freno a corto plazo para el crecimiento. Nicolás Stern, el economista inglés que dirigió esa investigación, sostiene que el cambio climático constituye "la mayor falla de mercado de todos los tiempos" y que el costo de la inacción es enorme comparado con el costo de mitigar el problema. Sin embargo, el objetivo de estabilizar hacia mediados de siglo las emisiones de CO2 en 450 partes por millón, para que el calentamiento global no sobrepase los 2ºC respecto de las temperaturas del período preindustrial, ya aparece como una quimera. No hay acuerdos vinculantes de reducción y todos los esfuerzos nacionales están condicionados a las urgencias del presente. La última cumbre de Río es prueba de ello. La estructura del poder mundial se resquebraja y prenuncia cambios; la agenda internacional está atiborrada de planteos e incertidumbres sobre temas de seguridad, alimentos, energía, recursos naturales y medio ambiente, pero la dirigencia que tiene que acordar objetivos, hacer planes y gestionar políticas es incapaz de hacer transacciones que impliquen esfuerzos presentes en aras de un futuro posible. La plataforma valorativa e ideológica de la posmodernidad y su simbiosis con las políticas populistas que se han impuesto por derecha y por izquierda en el mundo global es refractaria a los consensos y a los planes de largo plazo. En el código genético de los liderazgos del siglo XXI y de algunas nuevas instituciones que han hecho su puesta en escena (G-20, por ejemplo) subyace lo efímero, la necesidad de eternizar el poder presente sin reparar en consecuencias que ya no son futuras, que afectan el hoy de cada uno de nosotros. El menospreciado futuro empezó a pasarle las facturas al eterno presente. Hay políticas que pueden abordar con éxito la llamada "tragedia de los comunes" (sobreexplotación de recursos) y hay respuestas para abordar las distintas fallas de mercado, solucionar problemas de coordinación y reducir subsidios distorsivos. Hay mecanismos cooperativos para canalizar la inversión global a planes de desarrollo sustentable conciliables con la necesidad de estimular la demanda agregada mundial. Se puede planificar una transición no traumática a un nuevo paradigma energético y hay nuevas tecnologías en desarrollo que alientan expectativas favorables. Hay opciones de políticas migratorias consistentes con los cambios demográficos y opciones de política previsional capaces de conciliar intereses y cargas de las generaciones presentes con las generaciones futuras. Se puede erradicar la pobreza y se puede mejorar la calidad de vida de millones de seres humanos en el presente asumiendo objetivos de justicia social intergeneracional. Pero no hay margen de acción sin nuevos liderazgos ni nuevas instituciones de gobernanza global. Liderazgos comprometidos con el largo plazo e instituciones concebidas para sacar al mundo del atolladero del cortoplacismo. El futuro empieza hoy. En Ensayo sobre la ceguera , José Saramago escribe: "Sin futuro el presente no sirve para nada, es como si no existiera". © La Nacion

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