Por Alberto Armendariz | LA NACION
Los brasileños adoran festejar, y 2011 les dio motivos suficientes para hacerlo, aunque este año les cueste mucho más reponerse de la resaca.
Para Navidad, Brasil superó a Gran Bretaña y se convirtió en la sexta economía del mundo, hito que fue celebrado como si fuese la victoria en otro Mundial de fútbol. Luego, a fin de año, tras el anuncio de que el desempleo había alcanzado su mínimo histórico mensual (5,2%) y que el salario mínimo aumentaría de 545 a 622 reales (de unos 300 a 340 dólares), miles de cariocas y brasileños de todos los rincones del país acudieron a la playa de Copacabana para despedir 2011 con botellas de champagne francés importado en mano. Sin embargo, los nubarrones ya se veían en el horizonte y la lluvia terminó aguando la fiesta. Algo similar sucedió con la economía.
Pocas semanas después, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), reveló que, debido a la crisis internacional, el país había crecido tan sólo un 2,7%, menos que las expectativas oficiales, que proyectaban una expansión económica de alrededor de 3,5%, y muy lejos del crecimiento del 7,5% de 2010. El sector industrial fue quien paró la música que le daba ritmo a la fiesta: cerró el año con un crecimiento de tan sólo 0,3% en relación con 2010, cuando se había expandido al 10,5%.
Las señales de alerta se veían venir desde temprano: un incesante flujo de capital extranjero que llegaba para aprovechar las altas tasas de interés (la de referencia del Banco Central llegó a estar en 12,50%; hoy bajó al 10,50%), no a invertir en producción; un real sobrevaluado frente al dólar que volvía mucho más baratos los productos importados que los locales; unas exportaciones cada vez más basadas en materias primas (70%), por el alto precio de las commodities en el mercado internacional, y una inflación que aumentó al 6,6%, riesgosamente por encima de la meta del gobierno.
El equipo económico de la presidenta Dilma Rousseff intentó algunos remedios: anunció medidas para beneficiar la industria a través de incentivos al consumo, contener la inundación de productos importados y frenar la apreciación del real. Mientras que el Banco Central comenzó a reducir su tasa de interés. No obstante, la industria siguió maltrecha: en enero se redujo un 2,1% y, pese a una leve recuperación en febrero (1,3%), la producción industrial en los últimos doce meses registró una caída del 1%. Así, afuera comenzó a tomar fuerza la percepción de que Brasil está llegando al límite de su capacidad de expansión del crecimiento y se preguntan qué viene ahora. ¿Quo vadis, Brasil?
Tras una reunión con los principales empresarios del país en el Palacio del Planalto, la presidenta Rousseff anunció esta semana un nuevo paquete de medidas económicas destinadas a apuntalar la alicaída industria: rebajas tributarias, reducciones en los costos de producción y ampliación del crédito para proyectos de inversiones productivas, en innovación y en infraestructura.
Aunque necesarios, estos pasos no fueron considerados suficientes por el empresariado, que se queja del alto costo de la mano de obra y la energía, la arcaica burocracia impositiva y las fallas en infraestructura. Y hasta los sindicatos criticaron el alcance de las medidas, con el presidente de Força Sindical, Paulo Pereira da Silva, a la cabeza, quien las calificó de "tímidas", bromeó que más que un paquete, lo que se presentó fue un "paquetito" muy puntual, y llamó a los trabajadores a movilizarse contra la desindustrialización que afecta al país y amenaza la fuente de empleo.
"Es más de lo mismo. Son medidas que amenizan la situación, pero no hacen todo lo necesario para resolver el problema de la competitividad en el país", dijo a LA NACION Paulo Skaf, presidente de la Federación de Industrias del Estado de San Pablo, la más poderosa del país. "Hoy es más barato producir en Italia, Estados Unidos, Paraguay o la Argentina que en Brasil. El desfase cambiario no ha hecho más que agravar el escenario y robarnos el margen de competitividad que teníamos."
El ministro de Economía, Guido Mantega, no se ha cansado de acusar a Estados Unidos, la Unión Europea y China de impulsar políticas monetarias expansionistas de dinero fácil para solucionar sus dificultades financieras y económicas. Prometió seguir actuando para enfrentar esta "guerra cambiaria", aunque descartó que Brasil pueda devaluar su moneda bruscamente. De todos modos, cada vez son más los analistas que creen que los problemas de Brasil van más allá de la cuestión cambiaria.
"La crisis de la industria es grave y de larga data, no coyuntural. Es una crisis de competitividad que se arrastra desde hace tiempo y el contexto internacional desnudó", opinó el economista Julio Gomes de Almeida, del Instituto de Estudios para el Desarrollo Industrial (IEDI). "En los últimos años se puso demasiado acento en el consumo como motor del crecimiento, y no se les prestó atención a las deficiencias estructurales de la industria."
Con él coincidió José Augusto Fernandes, director de estrategia y política de la Confederación Nacional de la Industria (CNI), quien cree que, con las medidas anunciadas, la recuperación industrial todavía tomará un buen tiempo. Lo importante, sostuvo, es que tanto desde el sector privado como desde el público se promuevan las inversiones. Hoy, la tasa de inversión de Brasil es de apenas 19,3% del PBI.
"Como en el tema del cambio no hay mucho más que se pueda hacer desde aquí, en el corto y mediano plazo, se deben ir desbloqueando los problemas domésticos", dijo Fernandes. "Hay que buscar iniciativas de inversión público-privadas, como se está haciendo en los aeropuertos, para los puertos y las autopistas. Hay que reducir el costo de la energía, una de las más caras del mundo, y que afecta a todo el sector horizontalmente. Y el Congreso tiene que corregir y modernizar el sistema tributario."
Con el Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016 por delante, oportunidades de inversión en Brasil no faltan, señaló el analista económico Silvio Campos Neto, de la consultora Tendencias, en San Pablo. "Es el momento perfecto para hacer las transformaciones estructurales que el país precisa para encarar un nuevo ciclo de crecimiento. Es necesario aumentar la competitividad de nuestros productos y servicios; no podemos seguir con la oferta de poca calidad que tenemos", opinó.
OPTIMISMO OFICIAL
Para Carlos Thadeu de Freitas Gomes, economista en jefe de la Confederación Nacional del Comercio (CNC), la industria de Brasil todavía está viviendo los efectos de los ajustes que el gobierno realizó en 2011 para enfriar la economía ante el fantasma de la inflación. La crisis europea, la lenta recuperación de Estados Unidos y la desaceleración de China agravaron el panorama, pero confía en que para la segunda mitad del año se notará un mayor ritmo de crecimiento.
"La industria todavía tiene stocks muy altos, y es cierto que ha sido perjudicada por las importaciones, pero ella también compensa al importar insumos para la producción y maquinarias más baratas para mejorar su competitividad. En cuanto la economía recupere el ritmo de crecimiento, Brasil venderá más productos manufacturados", aseguró de Freitas Gomes, quien subrayó que en el consumo ya hay signos alentadores, como que en enero el comercio minorista aumentó un 2,6%, en gran parte, debido al alza del salario mínimo.
Desde el gobierno también son optimistas y creen que el escenario cambiará en el segundo semestre. Pese a que los expertos del mercado en el Boletín Focus del Banco Central redujeron las perspectivas de crecimiento de Brasil al 3,2%, el ministro Mantega sostuvo esta semana que mantiene sus expectativas de una expansión del 4,5% para 2012.
"Nuestra apuesta es entrar en un círculo virtuoso de consumo e inversión", dijo a LA NACION Carlos Cozendey, secretario de Asuntos Internacionales del Ministerio de Economía. "Hemos tenido políticas gubernamentales importantes que apoyaron a las camadas menos favorecidas de la población, expandiendo el empleo y, por lo tanto, hoy tenemos una mayor población empleada que consume más. Ese consumo tiende a generar nuevos estímulos para nuevas inversiones, en parte privadas, en parte públicas. Porque es evidente que para que el crecimiento sea sustentable a largo plazo, nuestra tasa de inversión debe continuar aumentando."
Destacó, de cualquier manera, que los esfuerzos que se están realizando tienen que ser cuidadosos. Mantener el equilibrio fiscal es una de las prioridades del gobierno de Rousseff, que quiere seguir obteniendo superávits primarios importantes para continuar en una trayectoria descendiente de la deuda pública. Asimismo, pretende mantener el nivel de empleo y los programas sociales, que han posibilitado una fuerte ampliación de la clase media, con el objetivo de erradicar la miseria.
En este sentido, expresó su deseo de que la Argentina y Brasil logren dejar de lado las discusiones comerciales que tanto entorpecieron la relación bilateral en 2011, y que ambos países puedan aprovechar mejor un repunte en el crecimiento para la segunda mitad del año.
"Nuestras economías están tan integradas hoy que a Brasil sólo le puede interesar que la Argentina crezca bien, y a la Argentina que Brasil crezca bien. Si tenemos una perspectiva de aceleración de la actividad económica a lo largo del año, eso va a traer beneficios para la Argentina. Sin dudas, el camino hacia adelante es promisorio", afirmó Cozendey.
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