sábado, 2 de abril de 2011

Es un primer paso

Fernando Laborda
LA NACION
El paso dado ayer por varios de los postulantes presidenciales opositores no habrá sido espectacular, pero sí inédito. Por primera vez, algunos de los principales referentes de la oposición firmaron un documento conjunto, que, entre otras cosas, puso de manifiesto su profunda preocupación por el cuidado de la democracia y de las instituciones republicanas. Es demasiado prematuro considerar que detrás de esta acción se pueda estar gestando un entendimiento electoral de relevancia de cara a los comicios presidenciales de octubre. De hecho, dirigentes que promovieron y firmaron el documento titulado "El deber de cuidar la democracia", como el radical Ricardo Gil Lavedra, enfatizaron que esto "nada tiene que ver con un acuerdo electoral".

Sin embargo, la declaración aporta un dato no menor. Es que así como gran parte de la ciudadanía duda de que la oposición esté en condiciones de vencer al kirchnerismo, también se duda de que sus líderes puedan gobernar. El hecho de que, por encima de sus disidencias, seis precandidatos presidenciales de distinto signo político hayan podido firmar ayer la misma declaración ayuda a resolver en parte esa cuestión.

Si quienes integran las diferentes expresiones de la oposición no muestran la suficiente capacidad de diálogo entre ellos que con frecuencia reclaman sin éxito del gobierno de Cristina Kirchner, y si no exhiben vocación para alcanzar coincidencias programáticas, difícilmente obtendrán la credibilidad necesaria para ser alternativa de poder.

El documento presenta un tema central: la democracia puede estar en peligro. Y tiene algunas frases clave, como la mención a la necesidad de "unir fuerzas diversas".

Por el momento, no puede ser esto asociado con la posibilidad de una confluencia electoral, a menos que se piense en un hipotético ballottage contra el kirchnerismo. En cambio, sí debe interpretarse como un compromiso de convivencia.

La oportunidad de la declaración se vincula con un contexto de violencia y radicalización, cuyos mejores ejemplos han sido el bloqueo a las plantas impresoras de Clarín y LA NACION; las amenazas de Hugo Moyano, a los medios que osen cuestionarlo; el insólito premio a la excelencia periodística concedido a Hugo Chávez o la actitud de la ministra Nilda Garré de desoír con términos despectivos una citación del Congreso.

¿Alcanza esto para que la oposición pueda comenzar a ser percibida como una alternativa de poder? Por supuesto que no. Especialmente, cuando ayer mismo trascendieron algunas discrepancias, no exentas de mezquindades, entre quienes motorizaron la suscripción del documento. Hubiera sido mucho más efectivo que la difusión del documento fuese acompañada por una foto con los seis precandidatos presidenciales que lo firmaron. Pero los celos personales fueron más fuertes.

Hubiera sido también interesante que estuvieran otros postulantes a la Casa Rosada que no fueron de la partida. Julio Cobos se excusó por su rol de vicepresidente de la Nación; Alberto Rodríguez Saá no respondió a la convocatoria y Fernando "Pino" Solanas dejó trascender que ya se había pronunciado sobre los temas del documento. Finalmente, los socialistas pidieron más tiempo para considerar la declaración y quedaron afuera.

Los únicos que intentaban transmitir optimismo sobre la posibilidad de que esto fuera un primer paso hacia una convergencia electoral eran los allegados al postulante a la gobernación bonaerense Francisco de Narváez, quien como muchos ciudadanos hoy está huérfano de candidato presidencial.

El escenario político y las todavía relativas encuestas de opinión pública marcan una clara ventaja para Cristina Kirchner, apalancada por la división opositora. Distintos analistas coinciden en que, cuando faltan siete meses para las elecciones, no sería improbable un triunfo de la Presidenta en primera vuelta, aun con poco más del 40 por ciento a su favor, dado que ningún candidato opositor se aproximaría a menos de diez puntos de ella.

La fragmentación de la oposición ha sido funcional al oficialismo. Después de arrebatarle la mayoría parlamentaria al partido gobernante en 2009, la desarticulación opositora fue evidente: el Acuerdo Cívico y Social se dividió y dirigentes que fueron aliados, como Mauricio Macri, Felipe Solá y De Narváez, no permanecieron juntos.

Recomponer el espacio opositor luego de señales como ésas no resultará fácil. Los tiempos se acortan. En la cancha hay un solo equipo, el kirchnerista. Varios otros equipos aguardan, separados, en los vestuarios. La posibilidad de que sus líderes acuerden la constitución de un único team sigue siendo remota. Pero al menos ayer mostraron que pueden reflexionar juntos.

No hay comentarios: