Héctor Pablo Polenta
Para LA NACION
Las centrales nucleares son, entre las tecnologías de generación de energía eléctrica, las únicas capaces de sustituir -en los niveles de consumo actual- a aquellas basadas en el quemado de combustibles fósiles. La alternativa de reducir el consumo eléctrico para dar lugar a tecnologías como la solar o la eólica no parece ser aceptada por la sociedad, que no está dispuesta a prescindir de comodidades como el aire acondicionado, la iluminación artificial y los electrodomésticos.
Lamentablemente, estas tecnologías generan riesgos, más allá de los obvios costos. El quemado de petróleo, carbón y sus derivados genera gases de invernadero que calientan nuestro planeta, efecto que podría estar conectado con los desastres "naturales" cuya frecuencia y magnitud vienen aumentando sin pausa. Y la fisión del uranio genera riesgo radiactivo. Pero, inevitablemente, si deseamos acceder a los beneficios de la tecnología moderna, debemos aceptar sus riesgos. La cuestión es armonizar riesgos y beneficios. Si queremos que nuestro pueblo sea "libre de energía nuclear", deberemos generar nuestra propia energía por otros medios.
Japón genera un porcentaje sustancial de su electricidad sobre la base de la fisión nuclear, evitando así los costos y riesgos de depender del suministro de petróleo por parte de países problemáticos.
El riesgo en general crece con la amenaza y la vulnerabilidad, y disminuye con la prevención y la mitigación. En el caso japonés, la amenaza de generar contaminación radiactiva es inherente a la tecnología nuclear y no se puede reducir; la vulnerabilidad también es inherente al problema, pues se trata de un país de alta sismicidad por naturaleza, y altamente vulnerable a los tsunamis por su condición insular. En consecuencia, tampoco puede hacer mucho sobre la vulnerabilidad.
La mitigación es lo que se está haciendo en estos momentos; es decir, producido el daño, minimizar sus consecuencias. Por lo tanto, la única alternativa que el caso de Japón ofrece para reducir el riesgo es trabajar sobre la prevención. Las unidades afectadas son viejas, pero de tecnología razonablemente segura, dado que, a diferencia de Chernobyl, estas centrales están protegidas por un edificio de contención que en condiciones razonables de operación deberían impedir cualquier venteo de material radiactivo al ambiente, excepto pequeñas liberaciones controladas a través de filtros que evitan el paso de radiactividad al exterior. Eso dice la teoría y así se nos enseña a los ingenieros.
La consideración clave en lo dicho anteriormente es "condiciones razonables". Estas centrales fueron diseñadas para soportar los terremotos de mayor magnitud que registra el historial de la zona, y de hecho toleraron perfectamente el peor terremoto de la historia japonesa, ocurrido el viernes 11, apagándose ordenadamente y energizando sus sistemas de emergencia en forma perfecta hasta donde se tiene conocimiento. Sin conocer los detalles técnicos de estos reactores, puede afirmarse que es muy probable que en su diseño se hayan considerado los peores tsunamis conocidos. Lo que probablemente no se haya tenido en cuenta es el ataque combinado de un terremoto seguido de un tsunami pocos minutos después.
Para ilustrar mejor el problema, un boxeador es preparado por su entrenador para aceptar un duro golpe de su rival y continuar peleando mientras se repone. Lo que suele ser letal es el "uno dos", la típica seguidilla de un duro golpe seguido de inmediato por un segundo golpe de la otra mano del rival. Cuando el boxeador recibe el segundo golpe, no está en condiciones de asimilarlo e inexorablemente termina en knockout . Los reactores de la central Fukushima sufrieron no sólo el impacto del terremoto y el tsunami, sino que además perdieron el acceso a energía eléctrica externa, debido a los devastadores efectos del terremoto y el tsunami. En realidad, todo Japón aún hoy tiene un déficit de aproximadamente un 30% de su consumo eléctrico. Un triple golpe. Por estas razones es difícil prever la evolución de los acontecimientos.
Sólo debería aventurarse, en medio de la incertidumbre actual, que en condiciones razonables de evolución las unidades averiadas deberían liberar muy poca radiactividad a la atmósfera, afectando como mucho a las poblaciones más cercanas y, en una medida que será difícil de detectar, sin efectos visibles para la medicina común. Para las grandes poblaciones distantes centenares de kilómetros no debería haber efectos detectables. Lógicamente, aquí en la Argentina nos preguntamos si podría afectarnos, y la respuesta debería ser un rotundo no. Sin embargo, esto es proyectar una evolución razonable de un accidente que desde ya no es razonable sino extraordinario, por lo que todas estas aventuradas predicciones deberán revisarse cuando se conozcan más datos y se sepa si los operadores japoneses lograron finalmente mantener los núcleos de estos reactores debidamente refrigerados. Esto no parece tan complejo, pues el calor a evacuar no es mucho. Sin embargo, no hay que olvidar que todo esto ocurre en una zona de desastre, sin electricidad, sin caminos y sin apoyo.
Tal vez sea la hora de comenzar a pensar que nuestro modo de vida es excesivamente demandante de energía, más allá de lo sustentable.
© La Nacion
El autor tiene un máster en ingeniería nuclear por el MIT y es docente del ITBA.
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