Comenzó con una tragedia griega, siguió con una zarzuela española y puede culminar con una explosiva ópera alemana.
La actual crisis económica europea crece, se diversifica y se complica. Si sigue así, puede acabar con el proyecto más imaginativo e innovador de la geopolítica mundial: la integración europea. El ambicioso objetivo de consolidar a Europa como un actor económico bien integrado y un protagonista político cohesionado en el escenario internacional es indispensable para los europeos y bueno para el resto del mundo.
Europa no podrá defender eficazmente sus intereses, mantener los estándares de vida a los que se ha acostumbrado y ser un jugador relevante en el mundo si se vuelve a fragmentar. Lamentablemente, una Europa menos integrada ha dejado de ser tan inimaginable como lo era hasta hace unos meses.
Hay dos escenarios para la poscrisis: uno se llama más Europa; otro, menos Europa. Este último es el que se va a imponer, si no cambian drásticamente tres cosas: las políticas económicas de los gobiernos; la impunidad con la que políticos oportunistas le mienten al público acerca de la gravedad de la situación y, muy importante, la complacencia de un público propenso a repudiar a los políticos que le dicen la verdad.
Menos Europa es lo que resulta de una solución para Grecia, que dentro de unos meses se mostrará insuficiente e implicará la necesidad de un nuevo socorro financiero. El socorro actual no aparece a tiempo ni en las cantidades suficientes, y así el crash griego se profundiza, contamina y debilita aún más a los otros países débiles de Europa. España, Portugal e Irlanda gritan a los cuatro vientos "¡No somos Grecia!". Es una afirmación relativamente cierta, pero que encubre el hecho de que su estabilidad económica es cada vez más precaria y sus vulnerabilidades, cada vez más peligrosas.
Mientras tanto, una Alemania tan rica como reticente a apostar sus riquezas en el rescate de sus socios mediterráneos interviene con decisiones tardías y parciales, moldeadas por la percepción de que su apoyo al proyecto europeo ha tenido costos intolerables para su población.
Chinos, hindúes, petroleros árabes y otros países ricos en reservas dejarían de tratar al euro como una moneda equivalente al dólar y algunos países europeos lo abandonarían. Un ambiente de "sálvese quien pueda", y cada uno por su cuenta comienza a permear las cumbres europeas.
En este escenario, Alemania y Francia seguirían siendo países de peso en el orden mundial y Gran Bretaña, gracias a su relación especial con los Estados Unidos, gozaría de más relevancia de la que justificaría su menguado poder económico.
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