sábado, 6 de marzo de 2010

El problema real es que no hay stock, no hay vacas.

Bueno, empecemos a hacernos a la idea porque, de mantenerse la actual política ganadera, la carne argentina, tal cual la conocimos, será una especie en extinción. El aumento de precios existe; no tiene sentido negar la inflación como intentó sin éxito el Gobierno por más de siete años. Es mucho más conducente preguntarse por sus causas.

Lo primero que salta a la vista es que no es un hecho aislado. Ocurre en un contexto de alzas generalizadas. Pero mientras otros productos sufrieron aumentos con anterioridad y en forma paulatina, el incremento de los precios de la carne es hoy más notorio porque estuvo artificialmente contenido a costa de la rentabilidad de los productores.

Cuando todos los precios aumentan, como sucede en la Argentina, estamos ante un proceso de depreciación de la moneda y, por lo tanto, también de los salarios. Mientras el Gobierno hizo de la distribución del ingreso uno de sus principales eslóganes, paradójicamente, construyó su política económica sobre precios y salarios pisados. Y hoy las cosas se le han ido de las manos.

En el caso concreto de la carne, las razones del aumento son tan profundas que ni siquiera los trazos, más gruesos que finos, del secretario de Comercio logran disimularlas. Los precarios acuerdos de precios, las trabas a la comercialización y la regulación del mercado no logran suplir años de desinversión y de ausencia de políticas ganaderas.

Y es que los motivos del aumento de la carne son estructurales, no coyunturales. No son la consecuencia de que los ganaderos retengan novillos, ni de que llueva mucho o poco, como se dijo malintencionadamente. Esas son mentiras para confundir a la opinión pública.

El problema real es que no hay stock, no hay vacas. Tan simple como eso. Y no las hay porque, ante la ausencia de perspectivas en la ganadería y los quebrantos que trajo aparejada, los criadores se han visto obligados a desprenderse de las hembras. En otras palabras, nos hemos estado comiendo las "fábricas de terneros".

Este fenómeno no es reciente. Como tantos otros problemas que asolan nuestro país, es algo que viene sucediendo desde hace tiempo ante la indiferencia de nuestras autoridades. Desde la Sociedad Rural Argentina lo hemos venido advirtiendo reiteradamente en los últimos años. Y cada vez que decíamos que terminaríamos importando carne, nos acusaban de agoreros. Pero el momento ha llegado. Hoy, ya no hay oferta de ganado suficiente para suplir una demanda creciente. Y como sucede en esos casos, el reacomodamiento ocurre por el lado de los precios o de las cantidades. Es una de las leyes económicas más elementales.

Según los últimos indicadores, el consumo per cápita ya comenzó a bajar. Y seguirá bajando al compás del aumento de los precios. Como ganaderos, eso no nos beneficia; nos perjudica, y mucho. Porque nuestros principales clientes siguen siendo los consumidores argentinos e, históricamente, cada vez que ellos han tenido dificultades, nosotros también. Por eso es hora de que el Gobierno aborde el problema de manera profunda y desprejuiciada, no buscando emparcharlo sino solucionarlo en forma efectiva y sostenida.

Lo primero que necesitan los criadores para recomponer el stock son reglas de juego claras y estables y un horizonte de previsibilidad, además de políticas que procuren un aumento de la producción. De ese modo, se garantizarían las inversiones que hicieron posible que los argentinos fuésemos los principales consumidores de carne durante tantos años. Sólo así nos aseguraremos de que en nuestro país los asados del fin de semana, las parrillas de las rutas y las milanesas de la abuela no sean especies en extinción.
OpiniónCarne, aquel recuerdo de la infancia

Por Hugo Luis Biolcati

lanacion.com | Campo | S?do 6 de marzo de 2010

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