En la provincia de Buenos Aires, que la fatalidad del ex presidente convirtió en decisiva, una fuerza descafeinada y de estudiada ambigüedad tiene acorralado al Gobierno. En paralelo, ocurre otra desgracia política, cuyo parecido con el destino de Kirchner es mayor de lo que aparenta: las fuerzas no peronistas de cuño radical perderán en los dos principales distritos del país. Una conjunción de errores propios, falta de recursos e incapacidad de la sociedad para asimilar argumentos está minando sus esperanzas.
La figura de Francisco de Narváez se cuela entre tantas adversidades. Es un símbolo que da que pensar. Ha demostrado, como buen millonario, una formidable capacidad de consumo, lo que le permitió gastar fortunas en su campaña, eligiendo los asesores más renombrados y la publicidad más creativa, y empapelando con su foto cuanta pared y espacio publicitario existe en la provincia de Buenos Aires.
Pero esto es sólo la superficie. De Narváez -que no ocultó que participar en política y ganar elecciones es un gran gusto que puede darse en la vida- se está comprando algo más importante y significativo: los escombros del sistema de partidos políticos argentinos y el terreno donde estaba erigido.
Los terrenos con escombros se cotizan a menor valor. Suelen ser una ganga. En ocasiones los compran visionarios de los negocios, que proceden a despejarlos y levantar edificios sobre ellos. Esos edificios a veces tienen que ver con aquello que se destruyó, pero otras veces no. Conocemos la experiencia: sobre los restos de una escuela puede construirse otra más moderna y mejor, pero también es factible elevar un shopping.
Al comprar escombros, tal vez De Narváez aplica una estricta lógica empresaria: invierte para edificar encima algo más atractivo y rentable. ¿Edificará un centro comercial o contribuirá a rehacer las casas de la democracia, que son los partidos políticos? Sus detractores están convencidos de que hará lo primero, pero podría otorgársele el beneficio de la duda. Después de todo, un sistema sin instituciones es imprevisible.
Mientras tanto, la corporación política se rasga las vestiduras y hace objeto a De Narváez de las críticas más despiadadas. Pero cabe preguntarles a sus miembros: ¿quién destruyó el sistema de partidos, reduciéndolo a cascotes, el empresario exitoso o los dirigentes políticos con sus errores, omisiones y mezquindades, durante los últimos 20 años, apenas declinó el carisma de la democracia?
La ausencia de elecciones internas, o las internas fraudulentas; los pactos hechos a espaldas de los militantes, la falta de voluntad para renovar y airear los partidos, la manipulación de los calendarios electorales, la connivencia de fuerzas para conservar cargos en la administración pública, la interesada confusión entre Estado y política, la corrupción, el desprecio por la reforma de las reglas de juego, las candidaturas testimoniales, los liderazgos personalistas y moralizantes, fueron las mazas y piquetas con las que se demolió el sistema de partidos políticos argentinos. Peronistas, radicales y liberales las empuñaron. Es más fácil sospechar ahora de De Narváez que reconocer estos desastres.
Bajo los escombros de ese sistema están los argentinos. Atrapados, resentidos, desinteresados. Y más pobres. Porque la destrucción de los partidos no es un suceso académico: debe leérsela junto con las estadísticas sociales que muestran la pauperización y marginación de millones de compatriotas.
Más allá de lo que ocurra el próximo domingo, nos encontramos al final de un ciclo histórico, colmado de paradojas. Un político declinante oculta su condición de fuerte inversor inmobiliario: compra tierras, construye, alquila. Un inversor confeso, que no esconde su intención de ser político, podría destronarlo. ¿Con qué fundamento sostener que uno es mejor que el otro, cuando la tierra fue arrasada, el pueblo quedó a la intemperie y la anomia destruyó la confianza?
Si dentro de siete días ganara Kirchner, acaso evite -y es otra paradoja- la indispensable autocrítica de la política argentina. Hará pasar, una vez más, las piquetas por ladrillos. Si, en cambio, triunfara De Narváez, habrá que hacerse cargo y empezar a entender lo ocurrido.
OpiniónLos escombros del sistema de partidos
Eduardo Fidanza
lanacion.com | Política | Domingo 21 de junio de 2009
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