No hay exageración alguna. Quien haya leído la crónica del niño que mendigaba arrodillado en el subterráneo de Buenos Aires -un relato que haría palidecer a Dickens-, o recuerde el reciente editorial sobre los niños de 8 a 13 años, que se prostituirían en el Mercado Central por cajones de verdura o fruta, o se detenga a mirar a los que aspiran pegamento, los de entre 7 y 9 años que asaltan en la plaza Roma o delinquen por el "paco", tendrá idea de la impactante realidad a la que nos estamos refiriendo. Tan visible y evidente, como groseramente ignorada.
¡Qué decir de la declinante escolaridad infantil! La adquisición de conocimientos como herramienta de formación, y preparación para el trabajo y la vida, ha sido sistemáticamente destruida por políticas de subsidio prebendario y clientelista, ocultas tras supuesta sensibilidad social. Los niños no tienen ejemplos por seguir, sus padres prefieren un "plan" a un trabajo, y si el "plan" se completa con la paga por asistir a un piquete o acto público, mejor aún. Se menciona una reciente encuesta, según la cual los padres prefieren un plan a un trabajo efectivo con el compromiso firme de mandar los chicos al colegio. Los niños se convierten así en mendicantes profesionales, precoces delincuentes, o chicos prostituidos, en un modelo diametralmente alejado del ideal sarmientino.
La autoridad moral ha desaparecido, y ni los padres ni los maestros ni la policía ni cualquiera de los referentes sociales de antaño son hoy guía o parámetro de orientación para estos niños argentinos.
Ni que decir del abandono real en que se encuentran los formalmente "institucionalizados", sobre los cuales nos hemos explayado reiteradamente desde estas columnas. Sólo les queda la ley de la calle, la violencia, la rabia, la patota y la droga. Tremendo panorama, que ya los hace concurrir armados a la escuela, y es notorio el aumento de las lesiones con armas blancas y de fuego entre niños y adolescentes, de las que también son víctimas a veces los maestros.
La enumeración podría continuar, pero, como ejemplo final, pensemos en la cobarde utilización de la minoridad para lograr impunidad delictiva. ¿Es que el único remedio es bajar la edad de la imputabilidad? ¿Por qué no triplicar la pena del instigador o reducidor de los objetos robados para empezar? En lugar de educar al hombre del mañana, destruimos al niño de hoy, al abusar de su minoridad.
La gran pregunta sería: ¿dónde están los derechos de estos niños?, ¿dónde el Estado que los debe garantizar? ¿Cuál es la verdadera función de los organismos de Bienestar Social y protección a la minoridad? ¿Existe una política de Estado en la materia? Es verdad que algunos padres, la Iglesia y muchas ONG hacen sus esfuerzos, pero son insuficientes.
Editorial IILos niños sin derechos
La alarmante realidad de muchos niños argentinos desprotegidos exige que la sociedad reclame al Estado por ese abandono
lanacion.com | Opinión | Domingo 22 de febrero de 2009
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