lunes, 29 de diciembre de 2008

La familia Matarazzo vuelve a la cocina de la mano del catering


"¡A la marosca!", dijo un día Bruno Matarazzo, y la frase quedó grabada a fuego en su nieto, Gastón Espinet. El creador de la histórica fábrica de pastas bien podría haber estado describiendo un plato de ravioles con esa frase para decir "que bárbaro, que sorprendente".

Hoy, su nieto eligió la misma palabra para el nombre de su empresa de catering, que busca llevar a los clientes una propuesta "diferente, con especial cuidado en los comensales", y un menú que incluye pizzas, picadas y postres, entre otros platos.

"Nada de platos de plástico para las tortas. Todo lo que usamos es porcelana, y tenemos un cuidado aparte con la gente que seleccionamos para servir. No vamos a meter a cualquiera en la casa del cliente; todos los que trabajan para nosotros son conocidos y estudiantes universitarios que aprovechan este trabajo para costear sus estudios", dice Espinet, que vio nacer este proyecto "casi por casualidad".

Casi 43 años después de que su abuelo creara la emblemática casa de pastas, que sigue llegando a las mesas argentinas de la mano de Molinos, Espinet barajó la posibilidad de abrir su empresa luego de un evento familiar.

"Nos fuimos todos al campo para Semana Santa, en 2006. Ahí encontré unas recetas de pizzas de mi tía abuela y armé un par a la parrilla para toda la familia. Fueron un éxito, y al poco tiempo otra tía me pidió que volviera a hacerlo para un evento de padres de un colegio", recordó el emprendedor, de 29 años, que está haciendo la residencia a poco de haber terminado la carrera de medicina.

"Convoqué a unos amigos y lo volvimos a hacer, de nuevo, con éxito. Ahí se sumó mi cuñado, que venía de trabajar en otra empresa de catering y conocía los errores más comunes de la competencia", agregó.

Así, con José Sarmiento como socio, La Marosca Catering empezó a armarse de infraestructura. El dúo colocó una inversión inicial de 15.000 pesos, que fue destinada a la compra de hornos, garrafas, asaderas, freezers y otros equipos. La primera cocina se montó en la casa materna de Espinet, que siempre se sintió "inspirado por el espíritu emprendedor" de su abuelo. Con un espacio equipado, el dúo comenzó a delinear la estrategia para que el proyecto pudiera navegar en las aguas de un mercado altamente competitivo.

"Miramos los errores de los otros, principalmente. Vimos que muchos no atendían bien a los clientes, escatimaban en mozos, usaban vajilla descartable en muchos casos y no manejaban los tiempos. Por otro lado, sabíamos que teníamos que manejarnos en un contexto marcado por la inseguridad", dijo Sarmiento, que está estudiando administración de empresas.

"Entonces, armamos un equipo con gente conocida y estudiantes que pudieran manejarse entre clientes que no hablaran castellano. No escatimamos en mozos y encargados y pusimos toda vajilla de porcelana", agregó.

Por recomendación
Los primeros eventos llegaron por recomendaciones y poco a poco La Marosca comenzó a hacerse conocida por sus pizzas. Luego, sus fundadores decidieron ampliar el menú e incorporaron cazuelas, comida mexicana, picadas y una amplia carta de postres.

"Nosotros llevamos todo, desde la comida hasta las servilletas y los cubiertos. Dejamos todo tal cual lo encontramos", destacó Espinet.

La empresa se trasladó este año a una casa en La Lucila. Todos los meses realiza unos 300 eventos -de 20 a 250 personas- que le reportan en el mismo período una facturación de 25.000 pesos. En el año que comienza, el dúo seguirá ampliando su carta y planea firmar alianzas con sponsors.

"También vamos a entrar en el negocio de los casamientos, que involucra eventos muy grandes y nos mete en un circuito fuerte en competidores", concluyó Espinet, que aún hoy recuerda un día de corridas entre lavaderos, a las dos de la mañana, para tener listos los delantales para otro evento.

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