La incertidumbre también se refleja en la dispersión de pronósticos para 2009. El crecimiento del PBI, que rondará 7% este año con una fuerte desaceleración en el último trimestre (y un efecto arrastre de 1,3 punto) puede bajar hasta un punto incierto. Aquí las proyecciones van de un extremo de 4,8% (REM, procesado por el BCRA) a otro de 0,5/-1% (Brodersohn) ó 0/-2% (Broda).
Esta disparidad se explica también en el diferente impacto sectorial de la crisis. No ocurre lo mismo en la producción de alimentos de consumo masivo, donde la actividad se mantiene firme, que en la industria automotriz, que prevé una caída de ventas internas de 20% para el año próximo (120.000 unidades menos), potenciada por la menor demanda de Brasil (cada 10% de baja equivale a 280.000 vehículos). Esto afecta a la cadena de proveedores, lo cual tiene efecto sobre la industria metalúrgica y plástica. El campo aporta menos al crecimiento por caída de precios (en parte compensada por menores costos de insumos y fletes marítimos) y complica a la industria de maquinaria agrícola. En la construcción privada se están paralizando nuevos proyectos. Quienes disponen de fondos se sientan sobre ellos, por las dudas; y lo mismo hacen los bancos, lo cual frena el crédito. El reflejo de esta restricción es la proliferación de ofertas en bienes durables.
Las suspensiones y despidos, pese a su repercusión, son menos que los cortes de horas extras y de contratos temporarios, que también reducen el ingreso asalariado. Todo lo cual redirecciona el consumo y hace que se debilite el crecimiento homogéneo, del cual el kirchnerismo se vanagloriaba sin reconocer que buena parte obedecía al viento externo a favor, que ahora ha rotado 180 grados, y a un estímulo de la demanda interna con gasto público récord que se hace más difícil de sostener sin recurrir a medidas de emergencia como la estatización de jubilaciones privadas.
Ante este cambio de escenario, no es tranquilizante que Cristina Kirchner reivindique la necesidad de mantener el superávit fiscal de cualquier manera, sobre todo después de que el gasto público creció el 40% en 2007 por el año electoral. Ni que los gobiernos provinciales aprueben en el Congreso el fin de las AFJP sin ocuparse de la pérdida de recursos coparticipables, mientras algunos (caso Santa Fe) empujan reformas para subir la presión tributaria en sus distritos. Tampoco que la Casa Rosada prepare medidas keynesianas tal vez necesarias (obras públicas de bajo monto, créditos subsidiados), pero sin un plan conocido. Reemplazar calidad de políticas públicas por cantidad de gasto discrecional no es una buena receta para enfrentar una crisis externa tan compleja, cuya duración y profundidad son aún un misterio. Ni tampoco para torcer el rumbo de las profecías autocumplibles, pese a que el PBI es hoy 50% más alto que en la peor crisis argentina.
Al margen de la semanaProfecías autocumplibles
Por Néstor O. Scibona
lanacion.com | Economía | Domingo 16 de noviembre de 2008

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