jueves, 23 de octubre de 2008

Es crucial para el futuro de nuestro país que los poderes del Gobierno tengan en cuenta los graves riesgos que se corren.

"Para nosotros, el capitalismo es el paraíso", nos dijo hace un año un anciano saliendo de un modesto autoservicio de Moscú, maravillado por la abundancia y la posibilidad de elegir. ¿Seguirá pensando lo mismo? Nunca lo sabré, pero puede conjeturarse que su respuesta variará al compás de la intensidad y duración de la crisis y lo propio ocurrirá con el inevitable movimiento pendular de las ideas. Aunque con rasgos comunes a la de 1929, hay facetas inéditas de esta crisis que dificultan el pronóstico. Vale, sin embargo, escrutar las secuelas que ya destellan en los paradigmas y modelos hasta hoy dominantes.

Surge con marcados perfiles la larga rivalidad entre el mercado y el Estado, o los gobiernos. Una visión imparcial encuentra falencias en uno y en otro. Entre las gubernamentales, se destacan las deficiencias de regulación del sistema financiero, tanto en EE. UU. como en Europa, que permitieron el llamado "arbitraje regulatorio" y toleraron así que los bancos de inversión abrieran "sucursales" y se endeudaran de tal modo que una caída del 1% del valor de sus activos generaba una pérdida del 35% o más del patrimonio neto. Estos excesos llegaron al 60% en las entidades promovidas por el gobierno norteamericano, Freddie Mac y Fannie Mae. Una encuesta del portal de The Economist mostró que un 67% de los participantes no consideraba un error regular fuertemente el sistema financiero después de la crisis. Ojalá no se vaya el bebé con el agua turbia.

Otra cuestión de la que poco se habla es que hubo políticas muy activas para poner la vivienda al alcance de los más pobres. Objetivo muy loable, pero apoyado en el barro de las hipotecas subprime , transformadas en bonos. La segunda, notoria falla de gobierno, fue la política monetaria de la Reserva Federal de EE.UU. Al mantener tasas de interés bajísimas cuando ya crecía mucho la economía del país, incitó a endeudarse sin cesar, en buena medida para consumir, y a desarrollar ingenierías financieras insostenibles. Ahora, aunque tardíamente, los gobiernos de EE.UU. y Europa están logrando eficacia en algunas de sus políticas para contener la crisis, sobre todo con inyecciones de capital a los bancos y de liquidez a todo el sistema. No es algo menor, porque esta será, muy probablemente, la línea divisoria entre esta crisis y la de 1930.

¿Qué decir del papel del mercado? Sobresalen los comportamientos de varios bancos, sobre todo los de inversión. El error de sus accionistas, que en algunos casos perdieron buena parte de su riqueza, tuvo consecuencias fatales. Hay, sin embargo, un giro. Los directivos bancarios que cobraron jugosas sumas y se retiraron a tiempo actuaron racionalmente como individuos, pero muy negativamente para el bienestar social. El sistema de bonus aparece hoy justamente cuestionado, porque es un fuerte incentivo a asumir riesgos aun a costa de la quiebra de la empresa a la que se sirve. Tal choque entre la racionalidad individual y el bienestar social desafía seriamente algunas ideas sobre la función social de los mercados.

Otro reto actual es la posible trampa de liquidez, es decir, la respuesta insuficiente o nula a los estímulos monetarios. Todavía es prematuro abrir juicio, pero no tuvo el efecto esperado la baja de 0.5 puntos en las tasas de interés, a pesar de ser coordinada por Europa y Estados Unidos. Ahora todo indica que será necesario avanzar también con políticas de apoyo a la demanda agregada de cuño keynesiano, como ya lo ha hecho Australia, y como lo piden legisladores demócratas con Obama a la cabeza, secundados por voces tan opuestas como las de Ben Bernanke y Paul Krugman.

Con o sin ellas, la prueba quizá decisiva de la vitalidad del mercado será si puede mostrar la resiliencia suficiente, en el marco de las nuevas políticas públicas, para evitar una larga recesión deflacionaria, como la de Japón desde los noventa. Pero el mayor logro del mercado durante el último cuarto de siglo ha sido el pilar, en combinación con muy distintas formas de Estado, de uno de los dos períodos de mayor desarrollo económico de la historia de la humanidad, junto con el de posguerra, y también, a pesar de lo que se dice en contrario, el que más personas logró sacar de la pobreza. No le fue posible, en cambio, satisfacer la deuda de la equidad, ya que la distribución del ingreso tendió a empeorar en casi todas partes.

Una discusión vinculada con la anterior es la que surge al observar que hasta el momento, y podría decirse insólitamente, ningún país emergente se ha caído. No hay que cantar victoria, porque varios de ellos están en aprietos. En Europa Oriental, al menos Hungría, Ucrania y Letonia, y en Asia, sobre todo Paquistán. Corea debió hacer su propio salvataje. Muchos países de América latina se defienden por ahora con devaluaciones competitivas, un camino útil en la circunstancia y que la Argentina no puede recorrer a la par por la insensatez de haber reintroducido la inflación.

La razón de esta resistencia no es otra que las buenas políticas aplicadas, al menos, desde la crisis de Asia en 1997: baja inflación, superávit gemelos, sobre todo el fiscal, atracción de inversiones. Es para celebrar que la heterodoxia moderna reclame para sí estos méritos, pero no puede dejar de mencionarse que tales eran los mandamientos de la ortodoxia tradicional, que, también es cierto, sufrió muchas deserciones de miembros seducidos en demasía por una apresurada o exagerada apertura al mercado internacional de capitales.

Esta capacidad de resistir de los países emergentes no es sino un paso en la dirección de su creciente importancia económica mundial, especialmente en los casos de China, India, Brasil, Rusia. Esta será una de las secuelas claras y positivas de esta tremenda crisis, y va siendo hora de que esto tenga mayor reconocimiento a nivel político. No se puede sino compartir el digno lamento del presidente Lula, cuando subraya que, a pesar de haber hecho todas las políticas correctas, hasta llegar al grado de inversión, se encuentra ahora con una crisis debida a que muchos países desarrollados no se comportaron igual, a pesar de sus recomendaciones. Es de esperar que todo esto sea tenido en cuenta si se concreta la iniciativa de Sarkozy, apoyada por la Unión Europea y aceptada por Bush, de realizar una cumbre económica mundial en noviembre. Se trata de un paso más que necesario para recrear un orden económico internacional realmente multilateral, más justo y equitativo, sin proteccionismos, con realineamientos monetarios y capacidad de prevenir este tipo de crisis y atemperar, con eficacia y ya mismo, sus efectos. Esto debería plasmarse en instituciones mucho menos burocráticas, más ágiles que las actuales.
La crisis y las ideas

Por Juan J. Llach

lanacion.com | Opinión | Jueves 23 de octubre de 2008

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