domingo, 26 de octubre de 2008

El capitalismo es la institucionalización en todos los órdenes de la idea de la libertad.

Algunos populistas están celebrando la crisis financiera mundial de estos días como la estocada mortal contra el capitalismo del que ellos mismos constituyen una expresión vergonzante y contradictoria, pero aprovechada. En los últimos días, sus falacias llegaron en la Argentina al extremo de utilizar como pretexto los salvatajes estatales de entidades financieras que tienen lugar en distintos países del llamado primer mundo para justificar el robo de los ahorros de los aportantes al sistema privado de jubilaciones.

Los populistas hablan del capitalismo como si fuera una concepción política, social y económica del siglo XX. En realidad, tiene más de cinco siglos. Es la arquitectura humanística perdurable e influyente del genio renacentista. Como ocurre con la más joven democracia republicana, el capitalismo ha resistido todo tipo de vendavales y sacudimientos históricos. Y ha resistido, adecuándose de forma reflexiva y gradual, con leyes e instituciones, al transcurso inexorable del tiempo.

Ha tomado el capitalismo nota de cómo se abrían y cerraban ciclos que, como el del comunismo soviético extendido por vastas regiones a lo largo de setenta años, se habían alzado en descomunal desafío a morir o vencer. El comunismo terminó sucumbiendo incruentamente después de haber sido protagonista de una de las más atroces experiencias políticas de la historia, con sus gulags, sus policías secretas, sus escuelas de delatores y millones de crímenes.

Nadie ha exigido de los compañeros de ruta supérstites de aquel régimen una rendición de cuentas equivalente a la que se demandó de los cómplices de la otra locura trágica del siglo XX, el nazismo. Lejos de enaltecer, las venganzas suelen desnudar la bajeza de muchos que pretenden subirse a la estatua merecida de las víctimas. Pero la memoria justa y equitativa siempre ayuda a la intención de evitar los crímenes cometidos en el pasado.

El capitalismo es la institucionalización en todos los órdenes de la idea de la libertad. Se profundizó y derramó hacia los más vastos confines de la sociedad con la Revolución Francesa, la industrialización y el voto universal. La crisis financiera en desarrollo, con devastadoras consecuencias inmediatas y extensión destructora sobre la economía de las partes más diversas del planeta, prueba que no hay sistema humano sin imperfecciones, sin ciclos de progreso y de involución.

Así es la vida misma. También las crisis como la actual ponen de relieve, según se observa en la región, que los más feroces impugnantes del capitalismo pueden zozobrar con parecida rapidez a la del resto de los países cuando aquel sufre contingencias adversas.

Las voces intrépidas del populismo en la Argentina se han aplicado con obstinación a la destrucción de las fuerzas productivas rurales. Incluso, en los discursos pretenden aislar al campo del resto de la sociedad. No sólo eso: le imponen gabelas extraordinarias, únicas en el mundo, al tiempo que conceden privilegios a los sectores empresarios más demandantes de protección y comprometen las relaciones con los países más próximos.

La palabra provocadora y rencorosa desde el Gobierno hacia el campo olvida que se debiera gobernar en representación de todos y para todos. Olvida que el principio de igualdad ante la ley está en la base misma del sistema capitalista de la Constitución. Entre la guerra fría y el calentamiento global, la humanidad ha sufrido padecimientos, pero tal vez nunca, como en ese período, haya recibido más altos beneficios del progreso fundado en la libertad.

Nadie ha llevado a la práctica un sistema superior que el fundado en la libertad de expresión y de comercio y trabajo, en el derecho de propiedad privada, en la división de poderes de gobierno, en la representación ciudadana por el libre ejercicio del voto y la asunción por el Estado de garantizar la educación y la salud públicas, la Justicia y la defensa nacional. La responsabilidad de velar por la vigencia del sistema supone, desde luego, intenciones sanas y manos limpias, y una vocación no menor por la integración armónica de todos los sectores del país, sin exclusiones.

Concentrémonos en el último punto: las exclusiones. Los últimos cinco años de bonanza han mantenido en niveles aún críticos, y particularmente ahora crecientes, el de los pobres e indigentes. A ellos se ha sumado, de manera harto inexplicable, el de los productores agropecuarios por el destrato que han recibido de las autoridades gubernamentales.

Urge corregir lo que se encuentra tan mal en el país por graves fallas en la aplicación de la letra y del espíritu del sistema contemplado por la Constitución. No debe haber lugar para motivos que, en vez de disminuir, acrecienten el número de los excluidos del consumo de alimentos, de vivienda digna y de conocimientos. Tampoco para que se frene y menos para que se destruya alguna de las fuerzas productivas que, como la del campo, ha sido la de mayores aportes a la riqueza nacional.
Editorial IEl capitalismo, aquí y en el mundo
lanacion.com | Opinión | Domingo 26 de octubre de 2008

No hay comentarios: