Su frecuencia se redujo en el siglo XX, por el aprendizaje que siguió a aquella gran crisis. Es tranquilizante, y fascinante, que le haya tocado a Ben Bernanke, experto, en sus tiempos académicos, en la crisis de los treinta, administrar justo ahora la Reserva Federal.
Con dos crisis en sólo ocho años, el siglo XXI no se ha iniciado bien, aunque la anterior, la de las puntocom no fue ni de lejos comparable. No me detendré aquí para hacer su anatomía, que puede leerse hoy por doquier. Sí hay que agregar que, ante el evidente "riesgo sistémico" -corridas bancarias generalizadas-, las autoridades norteamericanas, que venían corriendo a la crisis desde atrás, propusieron al Congreso autorizar hasta 700.000 millones de dólares para hacerse cargo de deudas hipotecarias, o vinculadas, incobrables o problemáticas, y aumentar el límite del endeudamiento de los EE.UU. hasta 11,3 billones de dólares.
Se derrumbaron así dos argumentos caros al fundamentalismo de mercado: que no hay que hacer salvatajes por el "riesgo moral" de promover comportamientos irresponsables en el futuro y que no hay que usar dinero de los contribuyentes para salvar empresas privadas. El propio presidente Bush reconoció que su primer instinto fue dejarlo todo librado al mercado, pero que luego sus asesores lo convencieron de lo contrario.
Cuando el temporal se desmadra, no sólo es necesario hacerlo, sino imprescindible. En caso contrario, los contribuyentes perderían mucho más dinero, como se mostró claramente en los años treinta. El futuro, por su parte, deberá cuidar de sí mismo.
En el ínterin, se acentuó el contagio a los países emergentes, ya iniciado con una caída de aproximadamente un tercio del precio de las commodities respecto de sus máximos. Su sincronización reveló lo que ya se sabía, que también allí había una burbuja asociada a la desvalorización del dólar y que se pinchó mientras el dólar se apreció.
Los efectos de la crisis en la economía real y en el ciudadano de a pie seguirán haciéndose sentir, pero no llegarán a los extremos de 1929 ni de Japón a fines de los ochenta. Ante todo, porque el aprendizaje antes referido es que, en estos casos, es mejor optar por la inflación que por la deflación, al inyectar tanta liquidez como sea necesaria para erradicar de cuajo el colapso del crédito en medio del cual no se quiere prestar ni al más pintado. Respecto de Japón, tanto la economía norteamericana como la global tienen hoy mucha mayor resiliencia y capacidad de volver a crecer cuando ceda el chubasco.
La crisis deja muchas lecciones, para el mundo y para nosotros, aunque con la historia a la vista no es seguro que sean aprendidas. Una economía cada vez más global no puede funcionar adecuadamente sin buena gobernabilidad global. Un multilateralismo eficaz brilla por su ausencia, el Fondo Monetario es como si no existiera, el Foro de Estabilidad Financiera ayuda, pero no alcanza, las reuniones del G7 o del G8 son declarativas y los de afuera son de palo.
Sigue siendo urgente accionar para corregir los principales desequilibrios de balances de pagos, los mismos que describí aquí hace más de un año, al indicar que, de no resolverse, pendía la amenaza de una crisis financiera global. Los EE.UU. han estado endeudándose sin cesar y, del otro lado, los asiáticos, con China a la cabeza, y los países petroleros acumulan ingentes reservas, bonos del tesoro y otros activos norteamericanos.
Ahora quedó claro que tanto los excesos de consumo en los EE.UU. como los excesos de ahorros en Medio Oriente y, sobre todo en Asia, estuvieron apalancados artificiosamente mediante la creación de instrumentos financieros de altos rendimientos y, a la larga, insolventes. Tal vez, Asia aprenda ahora que no le conviene depender tanto del mundo, para lo que, entre otras cosas, debe aceptar la revaluación de sus monedas, consumir más y ahorrar menos.
Los norteamericanos se verán forzados a desendeudarse y gastar menos, y ojalá aprendan de modo más permanente los peligros de endeudarse a tal extremo para consumir, y de depender tanto de capitales que, tal vez, piensen de aquí en más que el "seguro implícito" de una supremacía norteamericana amenazada tiene sus límites.
Si estos ajustes no se producen, aumentarán los riesgos del proteccionismo comercial, la peor de las herencias de la crisis de 1929. En paralelo, ha quedado desafiada la teoría de los mercados eficientes, según la cual los precios confieren toda la información relevante y, por lo tanto, no puede haber burbujas. Todo parece indicar que fue un error de Greenspan mantener la tasa de referencia de la Reserva Federal al 1% hasta junio de 2004, cuando la economía norteamericana ya estaba creciendo muy sólidamente.
Esto llevó a buscar negocios más rentables; por codicia, pero también porque el rendimiento del dinero se mantenía artificialmente bajo. Al mismo tiempo, las falencias de la regulación del sistema financiero -incluidos los patéticos desempeños de las calificadoras de riesgo y algunas compañías aseguradoras- son más que evidentes. No hubo, pues, ni mucho ni poco gobierno, sino mal gobierno.
¿Qué cabe esperar de aquí en más? Lo más probable es que el salvataje anunciado disipe el temido riesgo sistémico y la amenaza de depresión. Pero otros riesgos seguirán operando. En buena parte del mundo, habrá menos crédito y más caro, lo que resultará así en un menor crecimiento.
Hasta que haya signos claros de resolución de los desequilibrios fundamentales, se vivirá un contexto volátil, con tirantez permanente entre tendencias recesivas e inflación, esto último por nuevas subas de las commodities empujadas por desvalorizaciones cíclicas del dólar. Para la Argentina, el viento cambió. No habrá mayores caídas de las commodities , pero tampoco volverán los precios burbujeantes, serán menores el crecimiento y la creación de empleos, habrá problemas de rentabilidad en varios sectores de la economía, intereses más altos y dificultades financieras. Del lado positivo, habrá menos presión inflacionaria.
Excesos depredadores
lanacion.com | Opinión | Lunes 29 de setiembre de 2008
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