lunes, 29 de septiembre de 2008

Cinco millones de argentinos padecen hambre, de los cuales dos millones son niños, en un país que produce alimentos para cinco veces su población

En la Argentina de hoy sólo las inverosímiles cifras del Indec son capaces de disimular el hambre. Las otras estadísticas sí reflejan una realidad cada vez más preocupante: aunque en el país no hay números precisos, se calcula que existirían 25.000 comedores comunitarios y que, en la actualidad, miles de familias están volviendo a comer en ellos.

Efectivamente, sólo Cáritas está recibiendo a 600.000 personas por día en 4000 centros comunitarios. La Red Solidaria, que junto con especialistas de la Universidad de Buenos Aires está armando el Mapa del Hambre, señaló ya la existencia de unos 1218, con un promedio de 150 personas en cada uno, mientras que el Centro Nacional de Organizaciones de la Comunidad (Cenoc) lleva inscriptos 2224. Es decir, entonces, que la Argentina ha vuelto a retroceder en su lucha contra el hambre.

La presidenta de la Red Argentina de Bancos de Alimentos, Clara Crespo, señaló hace poco a los medios que en junio último su organización había hecho una encuesta según la cual en los últimos meses se había incrementado la cantidad de personas que van a las organizaciones en busca de asistencia alimentaria. "La mayor parte de los Bancos de Alimentos incrementaron en un 15 por ciento la cantidad de beneficiarios, así como el número de organizaciones en lista de espera", observó. Por fin, para Sergio Britos, nutricionista y director del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni), la demanda en los comedores comunitarios "creció exponencialmente".

A todo esto hay que agregar el hecho de que entre los que asisten a los comedores comunitarios están, en primer lugar, las embarazadas, los niños y los ancianos; es decir, aquellos que necesitan una nutrición muy variada y completa para poder aspirar a una calidad de vida digna. Pero hay además un problema nuevo: no sólo que día tras día se suman más bocas en busca de un plato de comida caliente, sino que en muchos de los comedores que dependen de la ayuda estatal la calidad y la cantidad de los alimentos han disminuido. La otra conclusión es igualmente alarmante: hay muchos comedores en situación tan crítica que, si no reciben más alimentos, no tendrán más alternativa que reducir la calidad y cantidad de los alimentos, o tendrán que cerrar.

La situación se presenta, entonces, como un círculo cerrado. Aumenta la demanda, y empieza a escasear la cantidad y la calidad de la oferta. Y también empiezan a flaquear las fuerzas de las organizaciones no gubernamentales, que no dan abasto para cubrir todas las carencias estatales.

Hay, sin embargo, algunas iniciativas dignas de ser destacadas, como el hecho de reemplazar la asistencia alimentaria estatal, en la figura de bolsones y cajas de alimentos, por vales, tickets o tarjetas, una modalidad que en el nivel nacional comenzó a desarrollarse hace sólo cuatro años, pero que ahora adoptó también la ciudad de Buenos Aires -30.000 familias comenzarán a utilizar tickets por el equivalente a 100 pesos mensuales, para comprar mercaderías en supermercados o comercios de barrio-, y que ha demostrado largamente su efectividad porque permite a las familias, sobre todo a las amas de casa, su propia selección de alimentos, siempre más racional y con más nutrientes que la que hace el Estado. Por otra parte, se reduce así la posibilidad de relaciones clientelares y prebendarias.

Todo lo descripto más arriba indica que otra vez los comedores han vuelto a ser espacios fundamentales para muchísimos de nuestros compatriotas, y que la falta de políticas públicas al respecto va empujando todos los días a más gente a la hambruna. Recordábamos hace unos días, desde estas mismas columnas, la necesidad de que se cumplan los Objetivos del Milenio para 2015 y que uno de ellos es, justamente, "reducir a la mitad las personas que son pobres y sufren hambre en el mundo". Y no estaría de más recordar, también, que hay una ley, la 25.989, cuyo artículo 9 fue vetado caprichosamente en 2005 por el Poder Ejecutivo Nacional, que incentivaba a las empresas a donar alimentos aptos para el consumo y no aptos para la venta (siempre y cuando las mercancías tuvieran la aptitud solicitada por el código alimentario argentino).
Editorial IEl hambre sigue ganando la batalla
lanacion.com | Opinión | Lunes 29 de setiembre de 2008

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