domingo, 1 de junio de 2008

Sólo la continuidad entre dos partidos que se alternen periódicamente en el poder sin alterar el rumbo fundamental del Estado garantiza el éxito.

Estén en Europa, América del Norte o América del Sur, los regímenes políticos más exitosos de nuestro tiempo son "bipartidarios" porque aseguran la continuidad de las políticas del Estado sin caer por eso en el continuismo de un solo caudillo en el poder. Es que el continuismo , aunque dure algunos años, nunca puede asegurar las décadas que necesita el desarrollo. El continuismo personalista tiene, en suma, patas cortas. Sólo la continuidad entre dos partidos que se alternen periódicamente en el poder sin alterar el rumbo fundamental del Estado garantiza el éxito de los regímenes políticos. Fuera de América del Sur, éste es el rumbo que siguen Europa occidental y América del Norte. Dentro de América del Sur, es el rumbo de Brasil, Chile y Uruguay, ninguno de cuyos presidentes ha caído en la trampa del reeleccionismo indefinido en que cayeron la Venezuela de Chávez y sus satélites.

Aunque no ha sido fácil de lograr, el mecanismo que genera el éxito de las democracias bipartidarias es sencillo. En el comienzo, gana la elección un partido cuyo jefe empieza a gobernar. Con el tiempo, inevitablemente, sobreviene el desgaste. Cuando el partido del gobierno se desgasta, el partido de la oposición se prepara para reemplazarlo. El jefe del gobierno es sustituido oportunamente por el jefe de la oposición hasta que a ésta, ya en el gobierno, también le llega el desgaste y, con él, la sustitución en favor de su antiguo vencido, que, casi siempre, ha renovado su propio liderazgo. El papel del pueblo es asignar los turnos de los gobernantes y de los opositores pero, como esos turnos llegan pacíficamente en medio de la estabilidad institucional, ambos partidos terminan por asegurar la continuidad de las políticas de Estado que apuntan al desarrollo económico y social.

Basta esta descripción de lo que les parece obvio a las democracias exitosas de nuestro tiempo para advertir la doble falla de nuestro sistema político, que si de un lado obedece hoy a un liderazgo personalista como el de Néstor Kirchner, del otro no consigue crear al jefe de la oposición que podría interrumpir el curso de su insaciable poder. Nos sobra ambición de poder en la cumbre y nos falta vocación de unidad en el llano. Este es nuestro problema. Hasta podría decirse que es nuestro único problema porque es fácil ver que, si la Argentina pudiera resolver este dilema, tanto sus talentos y recursos naturales como la extraordinaria situación internacional que la rodea permitirían augurarle un futuro impar en el concierto de las naciones.

Cinco candidatos

Aun a riesgo de simplificar, podríamos decir que Kirchner está cercado hoy por cinco oposiciones principales. En Santa Fe, predomina la socialdemocracia de Hermes Binner. En la Capital Federal, el Pro de Mauricio Macri. Hay que agregar a Elisa Carrió, la más votada en el país después de los Kirchner. Pero en esta breve lista faltan dos presencias formidables. Una es la del campo, que arrastra la masiva irrupción federal del interior. La otra es el creciente disenso del "peronismo republicano", no kirchnerista, que empieza a desbordar la dura disciplina del ex presidente.

El problema principal de esta amplia lista no kirchnerista no es tanto que sea incompleta (lo es), sino que aún no se sabe cómo coordinarla. Al rompecabezas de la oposición le falta, por lo visto, su pieza esencial, y lo único que podemos hacer por ahora es enumerar los factores favorables que podrían acelerar y los factores desfavorables que podrían frustrar la convergencia de los opositores.

Un primer factor favorable es que la oposición a los Kirchner viene de abajo. Hasta hace poco tiempo, aquellos a quienes les disgustaba el unicato del ex presidente se sentían aislados. Hoy, después de haberse producido en Rosario la mayor manifestación masiva de los últimos tiempos, han caído las vallas que les impedían encontrarse. La consigna federal que han adoptado es vasta y fuerte. Kirchner une detrás de sí a numerosos operadores en función de su famosa "caja", pero sin querer también está movilizando a millones de ciudadanos cuyo disenso desborda el tema puntual de las retenciones.

Un segundo factor favorable es la comprobación de que a millones de argentinos no les gusta ni el unicato en la cúpula del poder ni la ciega subordinación en sus alrededores, y esto a un punto tal que ya les es difícil a gobernadores e intendentes circular por sus distritos de origen.

El tercer factor favorable a la oposición es otro que nadie juzga favorable para el país: la creciente inflación. A ello hay que agregar que la mentira oficial sobre las cifras reales de la inflación es vivida por muchos como un agravio inaceptable.

Pero también hay factores que trabajan contra la convergencia de los opositores. Quizás el principal de ellos es que tiende a prevalecer el particularismo en vez del espíritu de unión. ¿Piensan algunos opositores en obtener la conducción exclusiva del disenso? ¿Piensan otros en elaborar acuerdos apresurados y superficiales como el que frustró a la Alianza en 1999?

No debe subestimarse por otra parte el empeño combativo del propio Kirchner. Si se siente arrinconado, ¿qué armas estará dispuesto a usar? Dada su alta cuota de agresividad y su enemistad con tantos actores de la vida nacional, si estos rasgos lo aíslan de un lado cada día más, del otro lado aún inspiran fuertes temores. ¿Se inclinará entonces el ex presidente a pensar que lo que viene no es una competencia democrática por el poder, sino una ruleta rusa a todo o nada?

Lo único que falta es el jefe de la oposición

Por Mariano Grondona


LANACION.com | Opinión | Domingo 1 de junio de 2008

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