domingo, 1 de junio de 2008

La gente nunca dejará de beber: es una de las cosas a las que nunca renunciará, y los vinos argentinos continúan siendo accesibles.

–Resulta positivo su viaje, ya que existe la leyenda de que sólo se llega a Robert Parker siendo su amigo.

–No sé si eso es cierto… (se ríe). Lo que pasa es que la gente quizá no sepa que hace trece años Parker cubría todo el mundo del vino él solo y luego comenzó a contratar gente para comentar distintas regiones; en la última década hubo una gran expansión, comenzó a utilizarse Internet, y Parker contrató todavía a más gente: lo que él hacía solo doce años atrás, hoy resultaría imposible sin ayuda.

–¿Desde cuándo tiene noticias de los vinos argentinos?

–He alcanzado un nivel de conocimiento real hace unos seis u ocho años aproximadamente; fue en 2001, cuando abrí mi vinoteca en Baltimore, Maryland.

–Se dice que usted es el paladar de Parker en esta zona. ¿Alguna vez lo consulta si tiene dudas?

–Estamos juntos desde 1985 y desde ese año hacemos las degustaciones en forma conjunta, por lo que estamos altamente sincronizados y a la vez tenemos autonomía completa.

–Aun cuando usted le da 100 puntos a un vino, ¿Parker lo comparte?

–No lo sé, porque nunca me cuestiona… (risas).

–Porque se dice que cuando uno le pone 100 puntos a un vino es que renuncia a que haya uno mejor...

–O también que hay otros vinos que lo igualan.

–¿En la Argentina encontró algún vino que aspire a los 100 puntos?

–Hay varios que están en el límite.

–¿Qué le sucede a un vino comercialmente cuando obtiene ese puntaje?

–No lo sé concretamente…, pero sé que no le hace daño.

Lo mejor de dos mundos

–Está muy clara la diferencia entre los vinos del Viejo Mundo y los del Nuevo Mundo. ¿Por cuáles se inclina?

–En realidad, no tengo una preferencia. Me gusta el vino, me alegra poder estar acá y poder probar diversidad y distintos estilos. Creo que cualquier cosa que promocione la diversidad es buena.

–Sin embargo, da la sensación de que esos vinos que calificó con 100 puntos son los vinos concentrados, muy Nuevo Mundo, muy new age.

–(Piensa) Creo que los únicos vinos a los que les he dado 100 puntos fueron españoles y algunos australianos.

–Pero no son de los españoles tradicionales.

–Bueno, es que España está cambiando. No quedan muchos productores tradicionales para hacer vinos al estilo de la Rioja española, como Marqués de Riscal; los nuevos ahora se dedican a elaborar vinos concentrados, más parecidos a los grands crus, vinos de larga vida y con mucho cuerpo. Sucede así en Australia y en Ribera del Duero, y también pasa lo mismo en Argentina.

–“Lo mismo en Argentina”, es decir, se ha modernizado el vino. ¿Cree usted que el paladar tiene nacionalidad?

–¿Una nacionalidad? No, para nada.

–Porque uno se va criando de acuerdo con un estilo de vino, lo que va inscribiendo en su memoria. Después se puede hacer internacional, pero…

–Puede ser, sí. Me gusta hacer el chiste de que me inicié tomando borgoña…, pero un borgoña de galón (N. de la R: envase de 5 litros), y desde entonces fui creciendo.

–Con respecto a los vinos que le gustan, resulta algo contradictorio el mensaje que dejaron los técnicos en el seminario sobre los vinos que quiere el mercado norteamericano: decían que buscan vinos muy jóvenes, frutados, livianos, muy “tapa a rosca”, muy de botella liviana...

–Definitivamente, no es la dirección adecuada. Eso quizás es muy bueno para los mercados como el de Estados Unidos en materia de vinos de menos de veinte dólares, pero es la única cosa en la que concuerdo con ellos. La Argentina debería concentrarse en los vinos de calidad para que no le pase lo mismo que a Australia, donde comenzaron a etiquetar vinos baratos con animales en los rótulos, tan chatos y sin carácter que cuando la gente los probaba, pensaba: “Olvídenlo, si esto es Australia, no me interesa tomarlos”. No creo que la Argentina quiera eso.

–Claro, porque esos mercados que quieren vinos caros terminan por volver a la madre Francia.

–No es cierto. Según mi experiencia personal como vendedor durante cinco años, la gente que ha probado el malbec, de entrada a muy buen precio, le ha gustado tanto que está dispuesta a subir de categoría y probar vinos más caros y de mayor calidad. Dicho sea de paso, los americanos están comenzando a descubrir y gustar del torrontés.

–Como degustador, ¿ha alcanzado a meterse en el alma del malbec?

–(Se ríe) No lo sé, no sé qué significa eso, pero ciertamente creo que es un vino soberbio, que podría competir con un vino de cualquier lado. También tienen excelentes vinos cabernet, tempranillo, bonarda, pero pienso que el prestigio del país está basado en el malbec.

–¿Por lo diferente?

–Porque se da aquí mejor que en cualquier otro lugar en el mundo. Nadie lo puede igualar.

–¿Qué futuro inmediato les augura a los vinos argentinos?

–En términos del mercado americano, van a seguir siendo muy fuertes, aunque, como saben, nuestra economía está en dificultades. Pero es algo temporal. La gente nunca dejará de beber: es una de las cosas a las que nunca renunciará, y los vinos argentinos continúan siendo accesibles; por lo tanto, no habrá impacto en este sentido.

Extra / Cocina y Vinos / Entrevista
Los puntos sobre las vides

Psicoanalista y crítico, Jay Miller es el vínculo entre los vinos argentinos y el prestigioso periodista Robert Parker, director de la influyente publicación


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