Desde su primera celebración en 2002, el Día Mundial contra el Trabajo Infantil se ha convertido en una oportunidad para reforzar y promover la voluntad política y el compromiso de los gobiernos y de diferentes actores sociales (escuelas, universidades, medios de comunicación, ONG, sindicatos, empresas, entre muchos otros) con la erradicación del trabajo infantil.
Este día, que se celebró ayer en todo el mundo y también aquí -en 2005 el Congreso argentino instituyó, mediante la ley 26.064, el 12 de junio de cada año como Día Nacional contra el Trabajo Infantil-, fue creado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) como plataforma para destacar la magnitud mundial del trabajo infantil y centrar la atención sobre la necesidad de acciones mundiales para su eliminación. De acuerdo con los últimos datos de esa organización, "unos 165 millones de niños, de entre 5 y 14 años, son víctimas del trabajo infantil, y muchos de ellos trabajan durante largas horas y en condiciones peligrosas". Recordemos que la erradicación de este verdadero flagelo de la humanidad es uno de los Objetivos del Milenio (ODM).
Este año se decidió transmitir un mensaje muy claro, basado en este lema: "La educación es la respuesta acertada al trabajo infantil", y todas las actividades giraron alrededor de él, es decir, se pidió educación para todos los niños, al menos hasta la edad mínima de admisión al empleo; políticas educativas que luchen contra este problema dando una educación de calidad y una formación de calificación con recursos adecuados, y, por último, una educación que promueva la sensibilización sobre la necesidad de terminar con el trabajo infantil.
Lamentablemente, en una región como América latina, donde la exclusión social es una brecha que se profundiza cada vez más, la Argentina tiene el triste honor de ser el país donde creció de manera más alarmante el trabajo infantil, según datos oficiales, como consecuencia de la última crisis económica. Como cartoneros o como cosechadores en el campo, como mendigos o como engranajes insustituibles de la economía familiar, un millón y medio de niños o adolescentes argentinos trabajan en negro, con pago a destajo, sometidos a menudo a una explotación perversa. Este fue uno de los resultados arrojados, en 2005, por la Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes (Eanna), realizada por el Ministerio de Trabajo y el Indec.
Con motivo de la mencionada conmemoración, la Oficina de la OIT en la Argentina lanzó, como lo hace desde 2006, una nueva campaña de comunicación en 700 radios de todo el país, con un mensaje en el que se aclara que existen todavía muchas actividades que no son consideradas trabajo infantil por los mayores -por desconocimiento o por costumbres ancestrales (como las tareas rurales)-, para orientar de esta manera a los responsables del cuidado de los niños hacia el lugar "natural" de éstos, que es la escuela, y no hacia otro tipo de labores, aun cuando éstas contribuyan a la subsistencia familiar.
Como muchas veces hemos insistido desde estas columnas, en la educación está la herramienta más poderosa para terminar con prácticamente todos los males de la Argentina. Pero en el caso del trabajo infantil, no debemos olvidar que es necesario también que los padres reciban educación y tengan la oportunidad de tener trabajo decente. Cumplidos ambos objetivos, entonces podrá pensarse en un mundo libre de trabajo infantil, en el cual las únicas tareas de los chicos sean asistir a la escuela y jugar con sus pares.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario