miércoles, 5 de marzo de 2008

La historia la observa: la Argentina no podría quedar inscripta como indiferente o parcial cuando el sur de América se mece entre la paz o la guerra.

América latina está a un paso de perder la conquista más tangible de la democracia de la región: la paz entre sus países. La tensión bélica entre Colombia, Venezuela y Ecuador ha puesto las cosas ya en manos de las circunstancias, fortuitas o no, más que en las de los hombres. Es probable que ninguno de los tres gobiernos quiera ir a la guerra, pero la guerra no puede descartarse cuando todo pende de un frágil filamento.

En ese contexto, Cristina Kirchner no consideró necesario suspender su programado viaje a Caracas, que comenzará hoy. La primera pregunta que debe formularse es qué hará la Presidenta en Venezuela.

En las últimas horas, Brasil, Chile y la Argentina se están levantando como un eje estabilizador de la potencial desestabilización. Una gestión mediadora y pacificadora requiere, antes que cualquier otra cosa, que los gestores no aparezcan inclinados hacia alguno de los protagonistas del conflicto. En las antípodas de aquel triunvirato de países se encuentra precisamente la Venezuela de Hugo Chávez, que no ha hecho hasta ahora más que avivar el fuego del conflicto.

Anteayer, la Presidenta habló largamente por teléfono con el presidente colombiano, Alvaro Uribe. Cristina Kirchner le ratificó la posición argentina de censura de la incursión colombiana en territorio ecuatoriano y Uribe le comentó las cartas que su ejército había encontrado en la computadora del jefe fáctico de las FARC, Raúl Reyes, muerto por militares colombianos en territorio ecuatoriano. El jefe formal, Manuel Marulanda (más conocido como Tirofijo), ya está muy viejo y enfermo.

El diálogo entre los presidentes fue cordial, pero ninguno de los dos avanzó más allá de la explicación de sus posiciones. El viernes podrían encontrarse en Santo Domingo, donde se celebrará la reunión de Grupo Río. La presidenta argentina, que irá desde Caracas, podría promover allí una reunión bilateral con Uribe para escuchar a la otra parte del conflicto.

La decisión de Uribe de incursionar en territorio ecuatoriano es ciertamente reprochable. El respeto irrestricto de las fronteras nacionales es el método más valioso que ha encontrado la humanidad para preservar la paz entre los países.

También el mundo civilizado, donde aún la paz es un bien invalorable, se aferró a otros dos principios: la no intromisión externa en las cuestiones internas de los países y el deber de los Estados de no apoyar grupos terroristas que actúan fuera de sus fronteras. Este último principio ha sido, incluso, reglamentado por las Naciones Unidas.

La intromisión de Hugo Chávez en las cuestiones internas colombianas, con sus llamamientos de hermandad a los guerrilleros de las FARC y con su reconocimiento de éstas como "ejército beligerante", no necesita ya de pruebas. Debe probarse aún que el presidente ecuatoriano también tenía una relación de cierta complicidad con la organización terrorista más antigua de América latina, aunque el propio Correa aceptó que mantenía con ella algunos contactos con fines humanitarios.

Los proyectos humanitarios y los procesos de pacificación, supuestamente abiertos por Chávez y Correa, carecen de un requisito fundamental: ninguno de esos empeños podrán concretarse en Colombia sin el gobierno democrático de Colombia y sin su presidente, el más popular de América latina, según la última medición de Latinobarómetro. Guste o no guste Uribe, lo cierto es que existe por voluntad de los colombianos.

No deja de influir, en el medio, la fuerza inhumana de las ideologías. Uribe es un político de centroderecha, importante aliado de los Estados Unidos, mientras Chávez y Correa oscilan entre el progresismo y el populismo y han enfrentado duramente, sobre todo el primero, al gobierno de Washington. Esas diferencias son posibles y hasta previsibles en una región con tantas naciones que contienen conflictos tan particulares. El desafío consiste en no convertir esas diferencias en absurdas guerras y en reconocer que la insurgencia armada es un enemigo común para todos.

El escenario
El viaje de Cristina, un test de equilibrio

Por Joaquín Morales Solá


LANACION.com | Política | Miércoles 5 de marzo de 2008

No hay comentarios: