La noticia estuvo circulando durante toda la semana y es probable que se diluya en pocos días más, encubriendo un problema que ya está causando serias dificultades a las empresas.
Según la evaluación internacional de PISA (Programme for International Student Assessment), realizada para detectar el nivel educativo de 400.000 estudiantes secundarios de 57 naciones, en especial referidos a ciencias, matemáticas y lengua, estamos en el puesto 51.
Por debajo quedaron países como Qatar, Colombia y Kirguizitán. Muy por arriba, Finlandia, Australia, Alemania, Estados Unidos y Turquía.
"El rey está desnudo", podría decirse, al descubrir que no somos la usina de talentos que creíamos, convencidos por aquel proyecto sarmientino que supimos demoler con admirable eficacia. Los esfuerzos en este sentido han sido muchos y variados. Para algunos, la educación es perjudicial para los planes eleccionarios y la conducción del Estado. Quien menos piensa, más obedece sin aportar opciones.
Por desgracia, colisiona con la necesidad imperiosa actual de reclutar talentos para conformar los cuadros dirigentes de las organizaciones empresarias. Es casi una obsesión, también importada y compartida con otras regiones del planeta.
Tiene su razón de ser. La riqueza se genera a través del diseño (investigación y desarrollo) en vez de la tradicional mano de obra intensiva. En otras palabras, es preciso contar con personas de alto nivel de formación, lo cual es un recurso muy escaso.
Los graduados universitarios argentinos alcanzan apenas un 4% de la población total. Esto significa que empezamos bastante mal. Luego hay que identificar a aquellos que son "talentos con futuro", es decir, los profesionales que van de los 20 a 30 años, mediante la habitual discriminación etaria vigente.
Reduzcamos la cifra hasta seleccionar a aquellos que se han volcado hacia las ciencias afines al desarrollo tecnológico: ingeniería, química, física, etcétera. Nos quedan unos pocos.
El paso siguiente es aceptar los resultados de la encuesta de PISA. Los que ingresarán al circuito universitario traen deficiencias estructurales graves. Tienen dificultades de comprensión y razonamiento. Pueden leer, pero les resulta difícil entender y relacionar, capacidades adquiridas desde la primaria. Así estarán compuestos los cuadros gerenciales argentinos del mañana, lo cual no es una versión pesimista, ya que no tuvimos todavía en cuenta que los países desarrollados, con mayores posibilidades económicas, están prestos a pasar la aspiradora sobre los pocos talentos que podamos generar.
De aquí que cuando ofrecen la receta sobre cómo atraer y retener talentos, da la sensación que quieren vendernos espejitos de colores. El problema es más profundo y no se resuelve en plazos cortos ni sin esfuerzos compartidos.
Fuente: La Nación
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