jueves, 8 de noviembre de 2007

Todos somos emprendedores.

En opinión de muchos, el microcrédito sirve únicamente para los pobres con espíritu emprendedor, que, por lo demás, no abundan. “En el noventa por ciento de los casos no funcionará –dicen–. Los pobres no saben crear una empresa.” Oírlos hablar así me enfurece. Se equivocan. De hecho, todos los seres humanos, sin excepción, son emprendedores por naturaleza.

Si algunos son percibidos como tales y otros no, es porque la sociedad en que vivimos no ha ofrecido a todos la oportunidad de liberar esa capacidad. No obstante, ella existe.

El Banco Grameen vivió esta experiencia muy temprano, con las mujeres. Al principio, ellas decían: “Sólo deben ofrecer préstamos a mi marido. El maneja el dinero”. Creían carecer por completo de dotes empresariales.

Hoy, nuestro banco tiene 7,5 millones de prestatarios propietarios; el 97 por ciento son mujeres. En nuestro directorio también predominan las mujeres pobres. (De paso, el Grameen tiene 27.000 empleados y 2500 sucursales.)

Liberar la capacidad emprendedora es algo así como explorar o perforar el suelo en busca de petróleo. Sabemos que el petróleo está allí. Sólo necesitamos ver cómo llegar hasta él y extraerlo. Puede que las primeras tentativas fracasen, pero, finalmente, llegaremos. Lo mismo sucede con la capacidad emprendedora. Es un regalo que llevamos adentro. Una vez reconocida su presencia, sólo nos resta desenvolverlo y usarlo.

La mejor demostración de este aserto es nuestra experiencia con los mendigos de Bangladesh. Si un hombre o una mujer ha optado por mendigar, es porque, en algún momento de su vida, las demás alternativas le fallaron. Lo único que puede hacer para alimentarse y alimentar a sus hijos es pedir limosna. Ese ir de puerta en puerta, con la esperanza de recibir alguna caridad, pronto se convierte en una rutina cotidiana.

Así pues, les dijimos a esos pordioseros: “Cuando salgan a mendigar, ¿por qué no llevan alguna mercancía para vender, algunos bizcochos, golosinas o juguetes para los niños? No es trabajo extra, ya que, después de todo, lo mismo pasarán por allí. Si no resulta, pueden seguir mendigando pero, al menos, conozcan esta otra alternativa. No tienen que depender de la caridad. Pueden ganarse la vida”. En promedio, les prestamos entre 15 y 20 dólares para comprar su mercadería. Los irían pagando con sus ganancias.

Hoy día, 100.000 mendigos participan en este programa. Jamás hemos dictado cursos de capacitación. Simplemente, les entregamos el dinero y les decimos que busquen por sí solos un producto de venta segura.
Por Muhammad Yunus
LANACION.com | Opinión | Jueves 8 de noviembre de 2007

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