El espectáculo de las peleas entre vecinos y de la competencia sin ley por los puestos de poder con que nos desayunamos diariamente mientras leemos los diarios es francamente desolador... Pero para los etólogos evolucionistas expresa nada más y nada menos que nuestra herencia genética como miembros de la familia de los primates: estas conductas son, precisamente, rasgos predominantes entre nuestros "primos cercanos", los chimpancés.
De Hobbes en adelante, pasando por Konrad Lorenz, muchos defendieron la idea de que la agresión, el comportamiento jerárquico y violento, y la tendencia a ganar poder sojuzgando a otros y librando contiendas perpetuas forman parte de nuestro destino biológico. Según parece, llevamos la agresión en los genes...
Pero después de décadas de vigencia de la "teoría del barniz" (en lo más hondo, los seres humanos tenemos un impulso agresivo incontenible que encuentra una válvula de escape en la guerra, la violencia y el deporte, sólo encubierto por una "pátina" de civilización), el célebre primatólogo holandés Frans de Waal ofrece otra explicación: en El mono que llevamos dentro , que acaba de publicar en el país Editorial Tusquets, argumenta que en realidad el linaje humano combina tanto la agresividad de los chimpancés como la benevolencia de los bonobos, un animal tranquilo y más interesado en el sexo que en la pelea, descubierto en el siglo XX.
"La brutalidad y el afán de poder del chimpancé contrastan con la amabilidad y el erotismo del bonobo -escribe De Waal-. Una suerte de Dr. Jekill y Mr. Hyde, nuestra propia naturaleza es un tenso matrimonio entre ambos."
¿Nos parecemos más a los chimpancés o a los bonobos? Para el científico, que estudia los increíbles paralelismos que existen entre el comportamiento de los monos y de los humanos desde hace décadas, estas preguntas no tienen sentido para explicar nuestra personalidad bipolar. "Es como preguntarse si una superficie se mide mejor por su longitud o por su ancho", afirma. Y más adelante agrega: "Somos como una cabeza de Jano, con una cara cruel y otra compasiva mirando en sentidos opuestos".
De Waal aporta una visión que intenta ser más esperanzadora. Sostiene que si bien en la naturaleza no existen los estados puros, todo está regulado y bajo control. El mismo principio se aplica a la naturaleza humana y a la sociedad: "Ser egoísta es inevitable y necesario, pero sólo hasta cierto punto -dice-. (...) Somos el producto de fuerzas opuestas, como la doble necesidad de velar por los propios intereses y la de congeniar, ambos factores están estrechamente interconectados y contribuyen a la supervivencia".
Si es cierto, como escribe De Waal en la primera línea de su libro, que "se puede sacar al mono de la jungla, pero no a la jungla del mono", dada la destrucción generalizada que venimos produciendo, uno sólo espera que seamos capaces de recuperar al bonobo que llevamos adentro nuestro.
Por Nora Bär
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