domingo, 18 de noviembre de 2007

Porque te quiero, te comparto

“Son de Fierro” puso a la monogamia contra las sogas. Fue en el capítulo que se emitió ayer, cuando Lucía (María Valenzuela) le propuso a su marido desde hace 25 años, Fierro (Osvaldo Laport), que él siga con su amante, Isabel (Andrea Pietra), y que, a su vez, no la abandone a ella. ¿Es ésa la reacción de una esposa desesperada ante el miedo a perder al hombre con el que construyó una familia o el de una mujer sabia que comprendió más y mejor que muchas otras la naturaleza del amor?

Mirada desde la sociedad occidental donde la monogamia es considerada un valor, aunque la infidelidad sea la moneda corriente, la proposición de Lucía suena escandalosa. Vista desde el ángulo de los profundos cambios que experimentan las relaciones amorosas en el siglo XXI, uno podría preguntarse si no se trata acaso de un nuevo modo de afrontar la realidad cuando en el matrimonio declina la pasión y queda en su lugar el cariño profundo y el deseo de seguir compartiendo un proyecto de vida.

A nadie se le escapa que siempre ha habido maridos y mujeres dispuestos a cerrar los ojos ante las infidelidades de su cónyuge con tal de no perderlo. Pero lo que diferencia a Lucía de esa multitud es que después de haber probado la táctica de “sé que tiene otra mujer, pero me hago la tonta”, ahora que Fierro se ha mudado a la casa de su amante y le ha dicho sin vueltas que ama a Isabel, ella propone invertir los roles: acepta que Isabel funcione como esposa y pide para sí el papel de la amante.

Lucía llegó a plantearle esa alternativa a su esposo después de una conversación con Isabel. La amante de Fierro le pidió a Lucía que si tanto ama a ese buen hombre, le conceda la libertad de ser feliz con otra mujer y que deje de amenazarlo con lo peor, como hizo aquella noche en la que se dio un atracón de pastillas. Mucho pedir, podría pensarse, para la condición humana que asocia el amor de pareja con la exclusividad. Isabel argumentó ante Lucía que a ella no le sirve de nada haber ganado la batalla por el corazón de Fierro si ese hombre va a seguir como alma pena por la culpa que le produce haber dejado a su ex mujer tan desvastada. Isabel le confesó a Lucía que ama a Fierro y que por lo tanto, desea verlo feliz. Pero los hechos, dijo, le vienen demostrando que él sólo podrá sentirse bien si los tres están bien.

¿Locura galopante o realismo a ultranza? ¿Será el de estas mujeres un caso de neurosis severa o un modo revolucionario de patear el mito que une al amor con el derecho de posesión? El planteo de “Son de Fierro” nos invita a pensar, más allá de la ficción, en cuestiones tan viejas como el mundo pero dejando a un lado los prejuicios. ¿Es posible seguir soñando con el amor “hasta que la muerte los separe” en un siglo donde la esperanza de vida de los seres humanos se ha extendido hasta las ocho décadas?

Dado que la pasión se extingue con el paso del tiempo, para quien se ha casado no queda, en apariencia, más que una opción de hierro: renunciar de por vida a las delicias del enamoramiento o divorciarse, para vivir un nuevo amor apasionado pagando el precio de perder el matrimonio. ¿Y si hubiera una tercera vía, la que plantea la mujer de Fierro? De hecho, Lucía conoce por experiencia propia el deseo de transitar un nuevo amor tras 25 años de casada: unos cuantos capítulos antes, fue ella quien abandonó a Fierro, encandilada por otro hombre, Juan Cruz (Martín Seefeld). Y cuando la experiencia con él se agotó, Lucía regresó al hogar, ¿dulce?, hogar.

Las preguntas llevan a más preguntas: ¿Está dentro de las posibilidades de los humanos la apuesta a una pluralidad de amores, sexo incluido, en la que todos sepan la verdad y ante la evidencia de que nadie puede ser todo para el Otro, acepte compartirlo? ¿Es factible vivir un triángulo de ese tenor, sin mentiras ni disimulos, en una sociedad que, al menos hasta ahora, levanta la bandera de la exclusividad en las relaciones de pareja? El asunto tiene mucha tela para cortar y da para pensar un rato. ¿Vos qué opinás?
Fuente: Minuto Uno

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