Siete días después, el seis de noviembre, este diario publicó otro trabajo atinente a la cuestión educativa, escrito por Claudio Escribano, enviado especial al Foro Iberoamérica, en Santiago de Chile. En las exposiciones de los representantes de los distintos países hubo coincidencias absolutas en cuanto al valor de la educación para el desarrollo de los pueblos y el perfeccionamiento humano. El columnista, con gran acierto, destaca la intervención del politicólogo argentino Natalio Botana cuando recordó, en el Foro, que desde 1840 Manuel Montt –presidente de Chile, además de protector de Sarmiento– sostenía que sin educación gratuita, obligatoria y laica no se construye ciudadanía.
Sergio Ramírez, ex vicepresidente de Nicaragua, habló del carácter de la brecha en este momento histórico: “Antes los extremos de la desigualdad iban de quienes tenían más a quienes tenían menos. Ahora, entre quienes saben más y quienes saben menos”. En cuanto al criterio sustentado por los representantes del mundo empresario, Escribano tomó nota de las palabras del paulista Roberto Teixida al referirse a los avances que en el terreno educativo se están produciendo en la gestión del presidente Lula da Silva. “Antes, los personajes más importantes de un gobierno eran el ministro de Economía y el presidente del Banco Central; ahora son los ministros de Educación y Salud.”
La lectura de estas definiciones de políticos, intelectuales y empresarios exhuma de nuestros recuerdos la ardua lucha que durante décadas libramos muchos argentinos en defensa de la educación popular como primer motor para investir de dignidad la vida personal y garantizar, simultáneamente, el avance del país hacia el desarrollo y el estado de bienestar de su pueblo.
Sin embargo, y pese a la incesante brega, nunca pudimos vencer la progresiva destrucción de nuestro brillante sistema educativo. Nacido a fines del siglo XIX, su concepción filosófica parecería ser hoy el numen que inspira a las naciones que están a la vanguardia del mundo y a aquellas, cuyas armas básicas para derrotar el subdesarrollo son las que brinda la educación de su pueblo.
El ejemplo de la pequeña Finlandia, que encabeza la nómina de las naciones con la mejor calidad de enseñanza –además, brindada por el Estado–, debería inducirnos a un acto de contrición por el bien perdido.
Por Nélida Baigorria
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